LXXXV Aniversario
(1933-2018) Sucesos Casas Viejas.
Artículo escrito por Jesús Núñez, publicado el 14 de enero de 2018 en "DIARIO DE CÁDIZ" (pág. 26) y en "DIARIO DE JEREZ" (pág. 25).
El original está ilustrado por dos fotografías en blanco y negro.
Al frente de sus hombres, defendió el orden y la ley en enero de 1933, cuando la casa cuartel de la Guardia Civil fue atacada por los revolucionarios.
No hay un hecho de la Segunda
República que haya hecho correr tantos ríos de tinta como los trágicos sucesos
de Casas Viejas acaecidos el 11 y 12 de enero de 1933. Corrieron entonces,
siguieron corriendo durante décadas, continúan corriendo en la actualidad, y
tengan por seguro que seguirán corriendo.
Es una historia bárbara y funesta
como ella sola, objeto de encontrados intereses, de la que es difícil que algún
día termine por escribirse la última línea. Suele decirse que la verdad no
tiene más que un camino pero también es cierto que en ocasiones los caminos son
tortuosos y están llenos de piedras.
Hace 15 años publiqué en DIARIO DE CÁDIZ,
coincidiendo con el LXX aniversario de los sucesos un artículo titulado “Las
cuatro tragedias de Casas Viejas”. Mucho se ha investigado, esclarecido y
escrito desde entonces. Ahora, que todos sabemos más, si volviera a escribirlo,
aumentaría en tres el número de tragedias, pero hoy no toca hablar de ello.
Lo que sí sigo manteniendo es que la primera
tragedia, que continúa siendo la menos reivindicada, fue la que sufrieron los
guardias civiles del puesto de Casas Viejas y sus familias, cuando la casa
cuartel fue atacada por quienes proclamaron el comunismo libertario,
sublevándose en armas contra la legalidad vigente.
Y lo que también es cierto, es que la notoriedad
de aquellos terribles hechos no se debió a la muerte de su comandante, el
sargento Manuel García Álvarez, fallecido dos días después en el hospital
militar de Cádiz, ni la del guardia civil Román García Chuecos, fenecido el 4
de febrero siguiente, como consecuencia de los disparos recibidos.
La trascendencia de los sucesos, que fueron
enarbolados para derrocar el gobierno de Manuel Azaña Díaz y contribuyeron a
provocar la abstención de los anarquistas en las elecciones generales del 19 de
noviembre siguiente, no se debió en absoluto a la muerte de esos dos miembros de
la Benemérita.
La muerte o el asesinato de guardias civiles,
nunca ha derrocado gobiernos ni provocado elecciones generales. Y durante la
Segunda República, donde por desgracia fue algo muy habitual, mucho menos.
Prueba concreta de ello es que en la orden firmada
el 2 de junio de 1933 por el ministro de la Gobernación, Santiago Casares
Quiroga, se concedieron diversas recompensas, no sólo a los cuatro guardias
civiles víctimas de Casas Viejas, sino también a otros tres muertos y once heridos
más sufridos por el Instituto en otros puntos de España entre el 8 y el 11
de enero.
Declarados hechos de guerra por decreto de 18 de
enero, además de ascenderse póstumamente a brigada al sargento García Álvarez y
a cabo al guardia García Chuecos, así como a dicho empleo a los guardias heridos
Pedro Salvo Pérez y Manuel García Rodríguez, se concedieron las siguientes
recompensas:
En
la provincia de Valencia, ascenso a cabo el guardia José Rodríguez Linares,
muerto en los sucesos de Rugara, y ascenso a los guardias heridos Santiago Berlanga Linuesa y
Eulogio Herrero Prieto, por los hechos de Pedralba. En Málaga, cruz de plata
del mérito militar, con distintivo rojo, al guardia herido Antonio Zurera Yago.
En la localidad sevillana de La Rinconada, misma recompensa, al cabo José
Manuel Sánchez Juan y al guardia Teófilo Díez Sancho, también heridos. En la
ciudad de Barcelona, ascenso a brigada el sargento Cándido Durán Gómez, y a
cabo, el guardia Francisco Durán Rodríguez, que fueron heridos; y a cabo el
guardia Eugenio Martínez Bueno que resultó muerto. En la población barcelonesa
de Sallent, ascenso a brigada los sargentos Francisco Aviño Adell y Arturo
Colón Monfort, así como a cabo, los guardias Pablo Escudero López y Francisco
García Sánchez, que fueron heridos, mientras que el guardia Enrique del Canto
Lucas, que resultó muerto, fue igualmente promovido a cabo.
En esa orden ministerial se concedieron también condecoraciones, no
sólo a otros guardias civiles distinguidos en esos hechos, que resultaron
ilesos, sino con otros sucedidos esas mismas fechas, en Valencia y localidades
de Ribarroja y Carlet, de dicha provincia; en el intento de asalto al cuartel
del aeródromo de Cuatro Vientos en la provincia de Madrid; en la localidad
sevillana de Cabezas de San Juan; y en la población barcelonesa de Tarrasa.
Por lo tanto, en aquellos tiempos de constantes y violentos intentos de
subversión del orden público, la trascendencia de los sucesos de Casas Viejas
no se debió al ataque contra una casa cuartel de la Benemérita sino por la
brutal represión que siguió a continuación.
Sobre todo la ordenada in situ por el capitán Manuel Rojas Feingespán a sus
guardias de Asalto, la élite policial creada por la República en el seno del
Cuerpo de Seguridad, al cual deshonró. El resto de la historia es ya
suficientemente conocida. Fue condenado por el asesinato, rebajado a homicidio, de
una docena de campesinos desarmados, algunos incluso engrilletados.
Mientras que los
revolucionarios se alzaron en armas contra el gobierno de la República y quien
fue expresamente enviado para sofocar la rebelión, violó también la legalidad,
fue un guardia civil, el sargento García Álvarez, quien al frente de sus
hombres, defendió el orden y la ley.
Nacido el 26 de septiembre
de 1887 en Alcalá de Guadaira (Sevilla), era hijo del sargento retirado Juan García
García y estaba casado con Ramona González Milán, con quien tenía dos hijos,
Mercedes y Juan Manuel, que con los años sería también guardia civil.
Inició su carrera militar el
1º de octubre de 1906 como soldado voluntario de la 6ª Batería de la Comandancia
de Artillería de Cádiz y ascendió a cabo. Ingresó en la Guardia Civil el 1º de
marzo de 1909. Prestó servicio como guardia 2º de infantería en la Comandancia
de Huelva (puesto de la capital) y en la Comandancia de Cádiz (puestos de la
capital, Puerto Real, San Fernando y Chipiona).
En diciembre de 1920 ascendió
a cabo prestando servicio en los puestos de Chipiona y Vejer de la Frontera
hasta que el 1º de junio de 1932 fue promovido a sargento, siendo destinado a
la Comandancia de Málaga. El 20 de noviembre retornó a la Comandancia de Cádiz,
causando alta el 1º de diciembre en el puesto de Casas Viejas. Apenas estuvo un
mes a su mando.
El 5 de abril de 1933, el inspector general del
Instituto, Cecilio Bedia de la Cavallería, ordenó la apertura de juicio contradictorio
para determinar si el sargento y sus guardias eran acreedores a la cruz
laureada de San Fernando, máxima condecoración militar al valor heroico. Dos
años después fue archivado por un defecto de forma. Nadie volvió a acordarse de
ello.
Hoy, gracias a sus descendientes, ponemos rostro
a este guardia civil que cumplió con honor su deber
ofrendando lo más valioso que tenía: su propia vida.