sábado, 1 de febrero de 2014

CINCUENTA AÑOS DE UN SECUESTRO INEDITO



Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el "DIARIO DE CADIZ" del 16 de mayo de 1999, págs. 22-23. 
El original está ilustrado con cuatro fotografías en blanco y negro.


Una partida de "bandoleros" tuvo entre sus manos, sin saberlo, a la esposa y el hijo del jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Cádiz



Introducción.

El 3 de mayo de 1949 se perpetró en la sierra de Cádiz un secuestro que no publicaron los periódicos de la época. Eran tiempos de férrea censura. Por aquel entonces la Guardia Civil perseguía desde hacía casi una década a las partidas de "bandoleros" que se escondían en sus montes. 

Sin embargo, aquel fue un día de fortuna para una de ellas. Su principal víctima era un rico hacendado. Lo que no sabían era que entre las personas que le acompañaban estaban la joven esposa y el único hijo de su peor enemigo: el teniente coronel jefe de la Guardia Civil de Cádiz.

El "bandolerismo" de posguerra en Cádiz.



El 23 de junio de 1940 tenían lugar los primeros actos de "bandolerismo" registrados en nuestra provincia tras finalizar la guerra civil. Se trataban del asalto y saqueo en la zona de Algar de la finca "Atalaya" propiedad de Pedro Bohórquez Vecina y de la fábrica de harinas de Juan Ramón de la Calle Reinoso.

A partir de entonces la Guardia Civil iniciaría una persecución de estas partidas por la sierra gaditana que duraría una década.

Curiosamente el jefe de "bandoleros" más importante de la provincia de Cádiz fue un ex-guardia civil del puesto malagueño de Antequera y que había alcanzado el grado de comandante en el ejército republicano durante la contienda civil. 

Se llamaba Bernabé López Calle y moriría en un enfrentamiento contra sus antiguos compañeros en Medina-Sidonia el 30 de diciembre de 1949. Pero esta es otra interesante historia que contaremos otro día.

El teniente coronel Oliete.


Camilo Alonso Vega, el más duro y carismático director general de la Guardia Civil, designó expresamente en el mes de julio de 1944 al teniente coronel Roger Oliete Navarro para mandar la entonces denominada 237ª comandancia de Cádiz.

Se trataba de un militar de gran prestigio y valor sobradamente acreditado que había resultado herido seis veces en combate. Había empezado a distinguirse por su heroico comportamiento en las acciones de Marruecos desde su desembarco en 1925 en las playas de Alhucemas.

Pero su mayor fama le provenía por haber mandado durante la guerra civil la compañía de "La Calavera". Esta era una unidad expedicionaria de la Guardia Civil que combatió en la primera línea del frente de Teruel con un valor realmente temerario. La mayor parte de sus componentes resultaron muertos o heridos.

La principal misión del teniente coronel Oliete en Cádiz fue la persecución del "bandolerismo" de la sierra. A tal fin desplazó su puesto de mando hasta la localidad de Medina-Sidonia en donde lo mantuvo desde finales de 1945 hasta principios de 1948. La tragedia de la explosión de Cádiz acontecida en la noche del 18 de agosto de 1947 fue una de las pocas cosas que le apartó de su misión.

Constituyó una auténtica pesadilla para los "bandoleros" de la sierra y sin duda alguna su peor enemigo. Con el paso del tiempo alcanzaría el generalato y sería subdirector general de la Guardia Civil desde septiembre de 1961 hasta noviembre de 1966. Fallecería en Algodonales el 20 de febrero de 1977 a los setenta y cinco años de edad.

El secuestro.


Era la mañana del 3 de mayo de 1949 cuando José Merencio Troya, un rico terrateniente de Algodonales, se dirigía en un vehículo Ford a su finca "El Canchal". Le acompañaban su chofer, Manuel Madroñal Gómez, su hermana Flora, su sobrina Isabel Sánchez de Alva Merencio, el hijo de ésta que se llamaba Gonzalo y una niñera cuyo nombre era Pepa, natural de la población sevillana de Lebrija.

Lo que parecía que iba a ser un tranquilo día campestre se vio inesperadamente truncado cuando al llegar a una curva próxima a la finca fueron encañonados por una partida de "bandoleros". Su objetivo era secuestrar a Merencio y exigir un fuerte rescate a cambio de su libertad. Lo que no esperaban era encontrarse con tanta gente y mucho menos aunque eso lo ignoraban, con la joven esposa y el entonces único hijo del teniente coronel Oliete.

El dueño de "El Canchal", que era de recia fortaleza física y sereno temple, ordenó a su chofer que se detuviera. Comprendió enseguida lo que estaba pasando y lo que querían aquellos individuos. Su único temor, que nunca demostró, era que supieran quien era su sobrina y el niño de mes y medio que lo acompañaban.

El jefe de la partida le confirmó inmediatamente sus pensamientos: querían un millón de pesetas. El chofer debía regresar a Algodonales y sin avisar a la Guardia Civil tenía que volver con el rescate mientras los demás se quedaban en calidad de rehenes. Si eran traicionados los matarían a todos.

Merencio tras ver que sólo querían su dinero y que no sabían la verdadera identidad de sus familiares convenció a los secuestradores para que se fueran sólo con él al interior de la finca mientras que el resto de los rehenes se quedaban a la vista bajo unos arboles.

La separación fue silenciosa pero profundamente angustiosa. 

Merencio temía por la vida de los suyos y estos por la de él, pues no era la primera vez que los "bandoleros" habían asesinado a sus víctimas sin importarles su sexo o edad. 

De hecho, el 25 de marzo de 1941 una partida había asesinado en la dehesa de la presa de "Los Hurones", término de Jerez de la Frontera, al guarda de campo Francisco Montes de Oca Faden, a su esposa Josefa Carrillo Cózar y al hijo de ambos, llamado Antonio, de tan sólo once meses de edad.

El pago del rescate.



La petición inicial fue rebajada hasta 250.000 pesetas ya que los secuestradores se convencieron de que no era posible disponer de más cantidad en metálico en tan sólo unas horas. De todas formas aquella cifra era por sí sola una fortuna para la época.

Merencio tenía invertida la mayor parte de su dinero en la finca. De hecho cuando uno de los secuestradores le presionó para conseguir más dinero mencionándole el valor de los mulos que tenía allí, le contestó que se los podían llevar pero que aquello no era dinero contante y sonante.

Envió a su chofer para que regresara a Algodonales y solicitara la gestión del dinero a sus vecinos y amigos Antonio Cortés y Diego Galiano. Su intención era además que estos entretuvieran en el pueblo de la forma que fuera al propio teniente coronel Oliete quien tenía previsto dirigirse hacia la finca aquella misma tarde tras haber estado de servicio en la zona limítrofe con la serranía de Ronda. De presentarse allí ocurriría una tragedia.

A la tarde regresó el chofer con el dinero. Los secuestradores cumplieron su palabra y tras contar los billetes uno a uno se marcharon por donde vinieron. Cuando la Guardia Civil inició su persecución no los encontraron. La sierra los tenía escondidos.

Tres meses después, el 3 de agosto, otra partida de "bandoleros" asesinaba de un tiro en la cabeza a un niño que tenían secuestrado en la zona de Algar y en el que la Guardia Civil había impedido el pago del rescate. Se llamaba Antonio Sánchez Regordan y tenía tan sólo catorce años. Lo mataron mientras dormía.

No es difícil imaginar cual hubiese sido el trágico final de la esposa y el hijo del teniente coronel Oliete si los "bandoleros" hubieran conocido su verdadera identidad. Hoy, 50 años después, Isabel Sánchez de Alba Merencio sigue viviendo y además de su hijo Gonzalo tuvo una hija y otro hijo más que les han dado seis nietas y tres nietos.


El final de los secuestradores.



Las partidas de "bandoleros" de la sierra de Cádiz tuvieron un mal final. Unos murieron en enfrentamientos con la Guardia Civil, muchos serían detenidos e incluso alguno de ellos por buques de la Armada cuando intentaban huir hacia la costa africana.

Varios conseguirían refugiarse en Tánger, Casablanca y Rabat. Otros se entregarían voluntariamente y colaborarían con la Guardia Civil en la detención de sus antiguos compañeros. Por último unos pocos, tras cambiar de zona y de identidad se integrarían en la sociedad abandonando definitivamente sus actividades delictivas.

Lo que había empezado siendo el "maquis" degeneró por razones de propia supervivencia en el "bandolerismo". Por un lado no encontraron el apoyo esperado ni por parte de la población ni de las potencias extranjeras que habían luchado contra Alemania e Italia. 

Y por otro, al ver la imposibilidad del triunfo, fueron abandonados a su suerte por sus máximos dirigentes quienes dejaron de enviarles desde su cómodo exilio el dinero y las armas necesarias para seguir combatiendo al régimen franquista.

Los integrantes y final de los secuestradores de la partida protagonista de esta historia fue el siguiente: Juan Toledo Martínez, alias "Caracoles", murió el 18 de diciembre de 1950 en la localidad malagueña de Algotacín; Juan Núñez Pérez, alias "Luis", murió en la localidad malagueña de Montejaque el 20 de octubre de 1949; Luis Veas Rodríguez, alias "Julio el del tren", murió en Algeciras el 9 de agosto de 1949 y Manuel Martínez Casas, alias "Gazapo", fue detenido en Algeciras el 14 de agosto de 1949 y tras ser condenado a la pena de muerte por un consejo de guerra fue fusilado en Sevilla.

En este secuestro participaron dos cómplices que también tuvieron un trágico final al enfrentarse con fuerzas de la Guardia Civil. Estos eran Juan Martín Menacho, alias "Chinchín" y Antonio Acebedo Palma, alias "Palomo", que resultaron muertos en Zahara de la Sierra los días 17 y 21 de noviembre de 1950 respectivamente.

Han pasado ya 50 años y todo aquello forma parte de la historia de nuestra provincia. Una historia que nunca se debe repetir.

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