Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en la Sección "Historia" de la Revista profesional "GUARDIA CIVIL", núm. 687, correspondiente al mes de julio de 2001, págs. 82-87.
El original está ilustrado por ocho fotografías en blanco y negro.
En el verano de 1921, hace ahora 80 años, se produjeron los trágicos hechos que han pasado a la Historia como el "Desastre de Annual". En aquellos aciagos días, los Guardias Civiles de la Compañía de Melilla, pertenecientes a la entonces Comandancia de Marruecos, tuvieron sus propias páginas de honor y gloria, que alcanzaron su más alta cota en la defensa de la fábrica de harinas del poblado de Nador.
Introducción.
En 1921 las principales misiones de la Guardia Civil en el Protectorado de España en Marruecos eran el mantenimiento de la seguridad pública entre la población civil, mediante el tradicional despliegue territorial de compañías, líneas y puestos ubicados en plazas y poblados, así como el de servicio de campaña, ejerciendo funciones de policía militar en los campamentos, fuertes y destacamentos del Ejército.
A raíz de la publicación de la real orden circular de la Subsecretaría del Ministerio de la Guerra de 22 de diciembre de 1920, la Comandancia de la Guardia Civil de Marruecos había quedado estructurada en 4 compañías de Infantería, con cabeceras en Ceuta, Tetuán, Melilla y Larache; 1 escuadrón de Caballería con cabecera en Ceuta y dos secciones de Caballería destacadas respectivamente en Melilla y Larache.
Desde el 1 de marzo de 1921 dicha Comandancia, cuya jefatura estaba en Ceuta, era mandaba por el teniente coronel Antonio Agulló Cappa, que había relevado al de igual empleo, Francisco Ciutat Martín.
Su plantilla era de 561 hombres de Infantería y Caballería: 1 teniente coronel, 1 comandante, 6 capitanes, 14 tenientes, 6 alféreces, 4 suboficiales, 24 sargentos, 49 cabos, 18 cornetas, 6 trompetas, 29 guardias 1º, 401 guardias 2º y 2 herradores.
La Compañía de Melilla, mandada por el capitán José García Agulla, y verdadera protagonista de estas líneas, contaba con la plantilla más reducida, tan sólo 75 hombres, compuesta por dicho capitán, 2 tenientes, 1 alférez, 46 clases de tropa de Infantería (1 suboficial, 1 sargento, 3 cabos, 2 cornetas, 4 guardias 1º y 35 guardias 2º) y otras 25 de Caballería (1 sargento, 3 cabos, 1 trompeta, 2 guardias 1º y 18 guardias 2º).
El principio del "Desastre".
El año anterior se había iniciado por las fuerzas militares españolas mandadas por el general de división Manuel Fernández Silvestre, nuevo comandante general de Melilla, una penetración militar, que partiendo del río Kert, había profundizado hacia el oeste con la idea de alcanzar la bahía de Alhucemas, donde estaba enclavada la población rifeña de Axdir, centro de la conflictiva cábila de Beni-Uariagal, liderada por el cabecilla Mohamed Abd-el-Krim el-Jatabi.
El avance de las fuerzas del general Fernández Silvestre, casi sin oposición alguna, en lo que se denominaron "operaciones de policía", fue progresando hasta que a principios del mes de junio se alcanzó el valle de Amkrán, estableciéndose el grueso de dichas fuerzas expedicionarias en el llano de Annual.
Sin embargo al cruzarse el río Amkrán y establecer una posición avanzada en el monte Abarrán, territorio de la cábila de Tensaman, aquella fue violentamente atacada tan pronto se quedó un pequeño destacamento para su protección. La tragedia, todavía sin ser los españoles conscientes de ello, había comenzado.
Cuando el 16 de julio se iniciaron las primeras acciones que desembocarían en el sangriento ataque de las cábilas rebeldes lideradas por Abd-el-Krim, produciéndose en primer lugar el de la cercada posición de Igueriben y en cadena todas las demás, los diseminados puestos de la Guardia Civil pertenecientes a la compañía de Melilla, desconocían por completo lo que estaba sucediendo, siendo prácticamente abandonados a su suerte en medio de un dantesco caos.
Mientras que cerca de diez mil soldados del Ejército español eran masacrados en la mayor derrota sufrida en Marruecos y se producía una desesperada desbandada de los supervivientes así como el cerco y asedio de las pocas posiciones que pudieron resistir en los primeros momentos, los puestos aislados de la Guardia Civil, sin enlace alguno con Melilla, actuaron conforme a la angustiosa iniciativa del más caracterizado, quien además no sólo tenía la responsabilidad de la vida de sus subordinados sino también, en algunos casos, de las mujeres y niños que vivían con ellos en las casas-cuarteles.
Los comandantes de los puestos de la Guardia Civil, integrados en su mayoría por un cabo y cuatro o cinco guardias, al tener noticia del desastre militar, bien por boca de los propios supervivientes que huían en desbandada hacia Melilla o incluso por algunos nativos amigos que les advirtieron de lo que estaba sucediendo, tomaron la decisión en unos casos de replegarse sobre la citada plaza y en otros, al no darles tiempo para ello al verse desbordados por la situación y ser cercados, organizar la defensa de unas casas-cuarteles que carecían de la más mínima fortificación o replegarse sobre los campamentos militares.
El Puesto de San Juan de las Minas.
Desde el día 22 de julio, al tener confusas noticias de lo que estaba sucediendo y ver que todos los españoles huían con sus familias hacia Melilla, la fuerza del Puesto de San Juan de las Minas, compuesta por el cabo Juan Ruiz Sánchez y los guardias Cándido Puertas, Félix Quintero, Matías Labrador y Manuel Rastrojo, se había atrincherado en la azotea de la casa-cuartel. En su interior se encontraban la esposa, la hermana y las tres hijas de corta edad del primero de ellos.
Por indicación de un oficial del Ejército, el cabo Ruiz decidió al día siguiente evacuar la casa-cuartel y replegarse hasta el cercano poblado de Segangan en donde existía otro puesto del benemérito Instituto. Sin embargo cuando llegaron al mismo comprobaron que también había sido abandonado, sufriendo allí el inesperado ataque de los rifeños que les obligó a refugiarse en la casa-cuartel.
Ya para entonces la fuerza del Puesto de la Guardia Civil de Segangan, a cuyo frente se encontraba el alférez Lisardo Pérez García, se había replegado a su vez por propia iniciativa sobre el poblado de Nador, cabecera de la Línea, mandada por el teniente Ricardo Fresno Urzay .
Al llegar la noche y tras haber agotado las municiones se despojaron del correaje e inutilizaron los cerrojos de sus fusiles máuser, intentando escapar al amparo de la oscuridad y armados sólo con sus pistolas.
Sin embargo, fueron sorprendidos en su intento de evasión y hechos prisioneros. Sometidos inicialmente a continuas vejaciones y maltratos, salvaron no obstante sus vidas, gracias a la mediación de unos indígenas de la cábila de Beni-Bu-lfrur, que a cambio de un precio de 125 pesetas por persona, los disfrazaron y trasladaron a Melilla a donde llegaron el 28 de julio.
La heroica defensa de Nador.
Por otro lado, al llegar a la plaza de Melilla el mismo día 21 de julio, las primeras noticias de la tragedia, se organizó inmediatamente su defensa con todas las fuerzas disponibles de la guarnición, entre las que se encontraban las de la Guardia Civil, a cuyo frente estaba el propio capitán jefe de la compañía, auxiliado por el teniente Valero Pérez Ondategui.
Durante aquellas jornadas las fuerzas de la Guardia Civil que prestaban servicio peculiar en Melilla no tuvieron un momento de descanso, siendo dedicadas al completo a controlar las entradas naturales a la plaza, y muy especialmente la procedente de Nador, abarrotada de huidos y supervivientes del holocausto.
El 24 de julio las cabilas rebeldes iniciaron el ataque a Nador, en donde la guarnición española, muy disminuida al haberse marchado el grueso a Annual, estaba bajo el mando del teniente coronel de Infantería Francisco Pardo Agudín.
Sólo se habían quedado un par de secciones de Infantería pertenecientes a la Brigada Disciplinaria así como las fuerzas concentradas de varios puestos de la Línea de la Guardia Civil de Nador a cuyo frente se encontraba el ya citado teniente Fresno.
En total, incluyendo a los soldados que pudo recuperar dicho oficial de entre los que pasaban por Nador en su huida hacia Melilla y a los familiares de los militares de la guarnición y de los guardias civiles y demás personal civil, apenas llegaban a doscientos españoles los que allí se quedaron.
El teniente Fresno, en aquellos tensos y dramáticos momentos, empezó a distinguirse desde el primer instante por su temple y bizarría.
De hecho cuando llegó a la estación de Nador el último tren que pudo escapar de Arruit, hizo bajar del mismo a todos los soldados que encontró, poniéndolos inmediatamente a disposición del teniente coronel Pardo para que cooperaran en las labores de defensa.
Incluso en la noche del 23 de julio, dicho teniente fue todavía reclutando para la defensa, casi a viva fuerza, a cuantas clases e individuos de tropa del Ejército que huyendo de la matanza de Annual, se encontró deambulando por las calles de Nador.
Inicialmente y dadas las escasas posibilidades de defensa del poblado, los efectivos se atrincheraron en espera del envío de los refuerzos prometidos desde la cercana plaza de Melilla en dos baluartes: la iglesia y la fábrica de harina.
El alférez Lisardo Pérez, con tropa propia y parte de una sección de Infantería, fue inicialmente el encargado de la defensa de la iglesia que el teniente Fresno había ordenado ocupar y fortificar el día anterior.
El resto se atrincheró, bajo el mando del teniente coronel Pardo, en la fábrica de harina, pues era el edificio más sólido y que mejor posición defensiva y protección ofrecía.
Durante los dos primeros días los rebeldes si bien tirotearon ambos reductos prefirieron dedicarse en su mayor parte a saquear y destruir las viviendas y comercios abandonados por los españoles. Desde las dos torres de la iglesia, guardias civiles y soldados fueron impotentes testigos de todo aquello.
Sin embargo, al atardecer del día 25, dado que la situación y la intensidad de los ataques se recrudecieron como consecuencia de la llegada de más fuerzas rifeñas, el teniente coronel Pardo ordenó el abandono del baluarte de la iglesia ya que se encontraba bastante separado y consideró que era mejor mantener a todos los efectivos reunidos en una única posición.
Entre sus defensores se había distinguido por su certera puntería el guardia civil 1º de Caballería José Sánchez Callejón, quien había causado con su carabina máuser numerosas bajas a los rebeldes.
La evacuación de la iglesia no fue tarea fácil, costando varios heridos a sus defensores que fueron constantemente acosados por las calles.
Al llegar a la fábrica de harina la situación no era mucho mejor, contabilizándose también varios muertos y heridos entre los defensores de la misma, incluido entre aquellos últimos el propio teniente Fresno que había recibido un impacto de bala en la pierna izquierda.
Por otro lado pronto surgió el problema de la escasez de víveres y municiones. Inexplicablemente el teniente coronel Pardo, antes de que se consumara el cerco de Nador por los rifeños, había ordenado que cuarenta cajas de municiones con un centenar de fusiles y la bandera de la Brigada Disciplinaria fuesen enviadas a Melilla, quedándose para la defensa sólo con ocho cajas de municiones y mandando destruir el resto.
Así mismo tampoco había dispuesto un mayor acopio de víveres en previsión de que el asedio se prolongara, posiblemente confiado en el pronto auxilio prometido desde Melilla.
Actos de heroísmo.
Los rebeldes, que se habían hecho con un cañón tomado en Annual, abrieron fuego sobre el edificio, causando grandes destrozos a la vez que hacían sobre él incesante fuego de fusilería.
La defensa, como reconoce el propio Juan Pando Despierto, doctor en Geografía e Historia y consumado investigador africanista en su interesantísima obra "Historia secreta de Annual", editada en 1999 por Ediciones Temas de Hoy, estaría vertebrada por el reducido núcleo de guardias civiles que fueron realmente quienes mantuvieron el verdadero espíritu de defensa y lucha.
El asedio se fue prolongando durante diez días, sin que los ansiados y prometidos refuerzos de Melilla llegaran a aparecer, pues en aquella plaza todavía tenían la prioridad de asegurar su propia defensa y esperar la llegada de más fuerzas procedentes de Ceuta y la Península para poder acudir en su ayuda y empezar a recuperar el territorio perdido.
Mientras tanto la heroica defensa de la fábrica de harina había conseguido distraer a numerosas fuerzas rifeñas que gracias a ello no fueron utilizadas para atacar Melilla, dando tiempo a que los refuerzos llegados a esa plaza pudieran ir organizándose y asegurar su defensa.
No obstante el cabo de la Guardia Civil Laureano Lozano López, perteneciente al Puesto de Nador, fue enviado junto a dos soldados indígenas de Regulares a solicitar un auxilio que nunca llegó.
Entre todos los defensores destacaba muy singularmente por su valentía y continuos actos de heroicidad el guardia civil 2º Manuel Almarcha García quien posteriormente, en la orden general del Ejército de Operaciones en Marruecos de 5 de diciembre de 1921, sería propuesto para la cruz Laureada de San Fernando, si bien finalmente no le fue concedida.
Una de las principales actuaciones que motivaron dicha propuesta aconteció en la noche del 27 al 28 de julio cuando se presentó voluntario para realizar en solitario una descubierta para neutralizar una posición enemiga desde donde se les hostigaba constantemente.
El guardia Almarcha, armado sólo de su fusil máuser y unas granadas de mano, cumplió con éxito su misión pudiendo regresar a la fábrica en medio de un intenso fuego de fusilería que inútilmente intentó batirle.
El final de la defensa.
El día 2 de agosto, con casi cincuenta bajas propias entre muertos y heridos, agotadas las municiones y los víveres, con el edificio en ruinas por las explosiones de las granadas y los disparos de cañón así como sin esperanza de poder recibir ya el prometido auxilio de Melilla, que distaba tan sólo quince kilómetros, el teniente coronel Pardo, para salvar la vida de los defensores, familiares y demás paisanos que se encontraban con ellos, decidió aceptar la rendición y ordenó la entrega de las armas.
Esta vez y al contrario que lo que dramáticamente acontecería en Monte Arruit una semana después, el pacto de rendición se cumplió por parte rifeña y se respetaron las vidas de los defensores. Una vez abandonado el semiderruido edificio se formó una columna con los supervivientes que con una bandera blanca al frente se dirigieron a Melilla.
Como nota curiosa apuntar que los miembros de la Guardia Civil, tras entregar sus armas largas y empezar a formar junto al resto de los defensores, pudieron conservar sus pistolas ya que formaban parte de su uniformidad y el jefe de los rifeños quiso distinguirlos como muestra de respeto y consideración que aquellos hombres les merecía.
Aquellos valientes hombres, además de los ya citados, teniente Fresno, alférez Pérez, cabo Lozano López y guardias Sánchez Callejón y Almarcha García; eran los sargentos José Blanco García, Carlos Rodríguez Expósito y Manuel Elías Gómez; los cabos Pascual Plaza Crespo y Juan Montero Montilla; los guardias 1º José Berenguer Cuadra y Joaquín González Verbena; corneta Manuel Mora Velasco; y los guardias 2º Sebastián Gutiérrez Conde, Diego Carrasco Castellón, Pío Luna González, Rafael Luna González, Manuel García Cádiz, José Gallego Illescas, Esteban López Astigarraga, Felipe Rubio Montoya, José Pastor Núñez, Miguel Rojas Pérez, Juan Macías Rubio, Gregorio Rodríguez Cid, Nazario Sagrario Rodríguez, José Jiménez López, José Muñoz Castillo, José Vico Pallarés, Mariano Domingo Hervás, Sebastián López, Pantaleón Jorge Sánchez y Pedro Bueno Ramiro.
Varios de ellos resultaron heridos de bala si bien ningún guardia civil resultó muerto durante el asedio. Las bajas mortales españolas de aquella posición fueron el comandante de Infantería Wenceslao Sahún Navarro, el teniente de Intendencia Ricardo Iglesias González, el sargento de Ingenieros Jesús Díaz Collado; el cabo Cesáreo Iglesias y los soldados de Infantería Claudio de Rosas, José Bernabé y Gregorio Escudero, así como los paisanos Manuel López Vega, José Pérez Alfonso y Juan Moreno Aragonés.
Posiblemente sin la heroica y solitaria defensa de la fábrica de harinas de Nador, en donde la Guardia Civil jugó un papel trascendental, la historia de la plaza de Melilla en aquel verano de 1921 se hubiera escrito de forma bien diferente.
La matanza del Puesto de Zeluán.
Mientras transcurría el excepcional episodio de Nador, la persecución y matanza de los soldados españoles que intentaban alcanzar la plaza de Melilla o se encontraban cercados continuaba en su pleno apogeo.
Una de las endebles posiciones atacadas fue la casa-cuartel de la Guardia Civil de Zeluán, cuyos defensores terminaron por replegarse sobre la alcazaba en donde se habían hecho fuertes cerca de quinientos hombres, en su mayor parte soldados huídos de otras posiciones.
El día 3 de agosto, tras diez días de heroica resistencia y haber agotado sus municiones y víveres, los componentes del Puesto de Zeluán, al igual que el resto de fuerzas del Ejército que allí se quedaron defendiéndose contra un enemigo infinitamente superior, fueron convencidas por los rifeños de que se les respetarían sus vidas y podrían marcharse a Melilla si entregaban sus armas.
El cabo Francisco Carrión Jiménez, comandante del puesto de la Guardia Civil cumplió las órdenes recibidas del jefe de las fuerzas militares defensoras españolas, el capitán de Infantería Ricardo Carrasco Egaña, quien acabó por aceptar el ofrecimiento ya que además al parecer el intermediario era un indígena conocido y de confianza.
Sin embargo esta vez, y a modo de trágica premonición de lo que pocos días después, el 9 de agosto, pasaría con las fuerzas españolas que bajo el mando del general de brigada de Caballería Felipe Navarro y Ceballos-Escalera, se encontraban sitiadas en Monte Arruit, el pacto no se cumplió.
Nada más abandonar la alcazaba los oficiales y sus soldados así como los guardias civiles, fueron brutalmente perseguidos, torturados, degollados y arrebatados sus uniformes antes de quemar sus cuerpos en las mayor parte de los casos.
Hasta que el 14 de octubre fue recuperada Zeluán por las fuerzas expedicionarias, yacerían a la intemperie entre más de cuatrocientos cadáveres de soldados españoles, los restos del cabo Carrión y los guardias 2º Paulo Sánchez Sáez, José Noguera Aznar, Constantino Ferrero López y Sotero Alonso Herranz.
La casualidad del destino había hecho que poco antes de los trágicos sucesos, el guardia Ferrero se hubiese incorporado al Puesto de Zeluán en sustitución del guardia Manuel García Cádiz que marchó al de Nador. Afortunadamente al inicio de los sucesos no habían en la casa-cuartel familiares ni otros civiles refugiados con ellos. Las familias del cabo y los guardias Nogueras y Alonso se habían quedado en Melilla mientras que los guardias Sánchez y Ferrero eran solteros.
Recuerdos históricos.
A modo de curiosidad significar que una orden de 20 de noviembre de 1922, dimanante del Negociado 2º de la Sección 3ª de la Dirección General del benemérito Instituto, firmada por el general secretario Mariano de las Peñas y Franchi-Alfaro, publicó la relación de objetos donados al museo del Colegio Infanta María Teresa de Huérfanos de la Guardia Civil. Entre ellos se encontraba el portafusil del máuser modelo 1893 de calibre 7 mm., y un tirante del correaje del guardia 2º Constantino Ferrero López, donados por el teniente Fresno que los recogió en Zeluán.
Epílogo.
Con la llegada de refuerzos a Melilla durante las semanas y meses siguientes al "Desastre" se iniciaría la lenta reconquista de la región ocupada por los rifeños rebeldes. La Guardia Civil destacada en Melilla y la concentrada procedente de Ceuta y la Península, compuesta ésta última por 1 oficial, 1 sargento, 1 cabo, 2 cornetas y 47 guardias, acompañaría en su avance al resto de las unidades militares con la finalidad por un lado de irse asentando nuevamente en los antiguos puestos perdidos, haciéndose cargo de la seguridad publica en los territorios recuperados y por otro prestar el consabido servicio de campaña.
Las valoraciones por el comportamiento y alto prestigio de los guardias civiles que allí supieron cumplir con su deber fueron numerosas y elogiosas. Merece la pena resaltar los siguientes párrafos publicados en el diario "Heraldo de Madrid" el 31 de julio de 1922:
"Si en vez de soldados que, constreñidamente, están en filas, hubiéramos llevado Tercios de la Guardia Civil, que los componen voluntarios, con la décima parte -léase bien- con la décima parte de los soldados que se enviaron a Melilla, el general Berenguer hubiera logrado un avance rápido y la consiguiente desmoralización de las cábilas, que se envalentonaron al ver que nuestros soldados no sabían tirar y que una compañía de guerrilla no lograba hacer un solo blanco en las cercanías del grupo de moros que atacaban.
Pregúntese a cualquier general o jefe si prefiere, para combatir en Africa, disponer de 5.000 guardias civiles o que de los Cuerpos le entreguen 50.000 soldados, y dirán que aquella campaña no es de número, porque no hay terreno donde mover las fuerzas y la impedimenta es agobiante, sino que es de calidad porque se tiene eficacia, movilidad y poco peso muerto".
Agradecimientos.
Se agradece expresamente la aportación fotográfica facilitada por el Guardia Civil 1º Joaquín Sánchez Martínez, perteneciente a la Comandancia de Melilla, nieto del Guardia 1º de Caballería José Sánchez Callejón, defensor de Nador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.