viernes, 7 de marzo de 2014

"UN CONSEJO DE GUERRA ME HA CONDENADO A MUERTE Y LA SENTENCIA SE VA A CUMPLIR".


LXVI Aniversario de la Guerra Civil en Cádiz (1936-2002).

Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el "DIARIO DE CADIZ" del 20 de julio de 2002, pág. 18. 
El original está ilustrado con una fotografía en blanco y negro.

El 6 de agosto de 1936 fue fusilado el teniente coronel Leoncio Jaso Paz, jefe de la Comandancia de Carabineros de Cádiz.

Eran casi las cuatro de la tarde de un caluroso 18 de julio de 1936 cuando el teniente coronel Leoncio Jaso Paz, jefe de la 11ª Comandancia de Carabineros de Cádiz, recibió la orden del gobernador civil, Mariano Zapico Menéndez-Valdés, para que se personara inmediatamente en su despacho oficial.


Jaso se vistió de uniforme y cogió su pistola. Sabía que el Ejército se había sublevado la tarde anterior en Melilla. Tenía la oportunidad de ignorar la orden -al igual que hicieron otros- y presentarse en el gobierno militar al general José López-Pinto Berizo. Sin embargo su idea del cumplimiento del deber se lo impedía.

Mientras entraba en el edificio y veía a su alrededor la actividad de guardias de asalto y miembros del Frente Popular armados, pensó que su suerte estaba hechada. 

Aún así subió con paso firme la escalinata principal de lo que hoy es el palacio de la Diputación Provincial. Seguramente un pensamiento de ironía brotó en su interior. 

Apenas año y medio antes, el boletín oficial de Carabineros de 28 de diciembre de 1934, había publicado la felicitación del anterior gobernador militar de Cádiz, con motivo de su actuación contra esos mismos frentepopulistas durante el estado de guerra que se declaró en España el 6 de octubre a causa de los sucesos revolucionarios de Asturias y otras provincias.

Por "sus inteligentes y entusiastas asesoramientos, respecto al empleo y distribución de sus fuerzas de Carabineros en la custodia del transformador de luz, de la Audiencia, de las Catedrales, Nueva y Vieja, y del Convento de Santo Domingo", entre otros así como en numerosos pueblos de la provincia.

Jaso, aragonés e hijo de militar, iba a cumplir 60 años, la edad reglamentaria de pase a la reserva. Atras quedaban 41 años de servicio iniciados en febrero de 1895 como soldado voluntario del Regimiento de Infantería de Murcia nº 37. Su propuesta de pensión -825 pesetas mensuales- había entrado en el Ministerio de Hacienda el 13 de Julio. 

Su familia se encontraba ya en Madrid y sólo deseaba reunirse con ella.

Sitiado en el Gobierno Civil.

Sus pensamientos se interrupieron bruscamente cuando se presentó ante un consternado gobernador civil. Acababan de informar que las tropas de Infantería y Artillería se dirigían hacia donde se encontraban. 

Entre los escasos militares que estaban en aquel despacho sólo uno derrochaba su enérgica juventud. Era el capitán de Artillería Antonio Yáñez Barnuevo-Milla, jefe de la Guardia de Asalto, republicano hasta la última gota de su sangre como tendría ocasión de demostrar días después.

En cambio las caras de preocupación de Jaso y el capitán de fragata Tomás de Azcárate García de Lomas -recién nombrado asesor naval del gobernador civil- no desentonaban con la de Zapico o Francisco Cossi Ochoa, presidente de la Diputación Provincial que tenía su despacho en el mismo edificio.

Se produjeron los primeros intercambios de disparos entre sitiados y sitiadores. El gobernador pidió a Jaso que la sección de carabineros del muelle sorprendiera a los sublevados por la espalda. Sin embargo ya era tarde y la suerte estaba hechada. 

Al anochecer el tiroteo se interrumpió y el comandante de Infantería Manuel Baturone Colombo parlamentó con Zapico.

En el edificio había medio millar de defensores y varias decenas de familiares de autoridades y funcionarios. Baturone solicitó la rendición y al ser rechazada ofreció la posibilidad de dejar salir a todo aquel que quisiera, en especial mujeres y niños, motivo principal -junto a la existencia de detenidos sediciosos por la Guardia de Asalto en los primeros momentos- por el que no se había disparado un cañón que se emplazó frente a la fachada principal.

Mujeres y niños salieron junto a varios hombres, entre los que se encontraban algunos que tras dejar caer disimuladamente su pistola entre las cortinas, salieron por la puerta sin mirar a los ojos de sus compañeros. Sus ganas de defender a la República se habían esfumado.

El teniente coronel Jaso pudo haber sido uno de ellos, de hecho en ningún momento empuñó la pistola que portaba, habiendo aconsejado al igual que Azcárate, la rendición para evitar derramamiento de sangre. 

Sin embargo no titubeó y decidió -aún a pesar de no simpatizar con el Frente Popular- quedarse en donde consideraba que era su deber como militar, es decir al lado del gobernador civil.

Detenido, juzgado y fusilado.

Al amanecer del día siguiente llegaron al muelle el destructor "Churruca" y la motonave "Ciudad de Algeciras" con fuerzas de Regulares de Ceuta. Zapico, consciente de que toda resistencia era ya inútil, salió al balcón con la bandera blanca. Los defensores fueron encarcelados -militares en el Castillo de Santa Catalina y civiles en la prisión provincial y buque "Miraflores"-.

Jaso fue procesado por el delito de "Rebelión Militar" junto al gobernador, el capitán Yáñez y el funcionario civil Luis Parrilla Asensio, iniciándose la correspondiente causa. 


Sin embargo el 5 de agosto, el general Gonzalo Queipo de Llano Sierra, aprovechando que el día anterior marchó para el frente de Córdoba el bilaureado general José Enrique Varela Iglesias -cabeza de la sublevación en Cádiz- se presentó en la ciudad ordenando bajo su presidencia la celebración inmediata del consejo de guerra, siendo condenados ese mismo día los acusados a la pena de muerte. Lo que no quería Varela lo mandó Queipo.

A la mañana siguiente fueron llevados al Castillo de San Sebastián y fusilados. Mientras la sangre brotaba del corazón del teniente coronel Jaso una carta dirigida a su esposa, Eusebia Roldán Salvadores, hijos y una pequeña nieta, era recogida de su celda en Santa Catalina. 

Cuando por fin llegó a su viuda, el dolor y las lágrimas empañaron una vez más sus ojos:

"Cuando esta sea en vuestro poder, mi cuerpo mortal ya no pertenecerá al mundo de los vivos. Un Consejo de Guerra me ha condenado a muerte y la sentencia se va a cumplir. El delito: el que yo entendía cumplimiento del deber.

Soñábamos con nuestra felicidad. El destino lo dispone de otro modo. Resignación. En el trance en que me hallo, mi pensamiento y mi alma va hacia vosotros, para los que pido fortaleza y dicha. 

Por el Juez de la causa y por Román, llegarán a vosotros los efectos de mi pertenencia, únicos que con el ejemplo de honradez pudo legaros el que siempre fue vuestro guía y maestro y hoy os envía el ultimo adios y los últimos besos".

El teniente coronel Jaso, católico y con una brillante hoja de servicios, fue uno de los numerosos militares que el 18 de Julio de 1936 tuvieron que elegir entre lo que dictaba el corazón o lo que creyeron su deber. Nadie puede juzgar si erró o no. El que seguro se equivocó fue quien ordenó su fusilamiento, que por cierto había sido su Inspector General de Carabineros.


Cara y cruz.

Jaso no fue el único teniente coronel de Carabineros asesinado en Cádiz aquel caluroso y trágico verano de 1936. Joaquín Salas Machacón, de 66 años de edad y antiguo jefe de la Comandancia gaditana, también lo fue -en Setenil de las Bodegas- junto a una veintena de detenidos por miembros del Frente Popular. 

Paradójicamente tenía un hijo teniente de la Guardia Civil -Luis- con los sublevados de Cádiz y otro, capitán de Infantería -Antonio- que se mantuvo fiel a la República en Ronda, si bien tras conocer la muerte de su padre se pasó a los alzados.

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