Texto íntegro de
la Conferencia impartida por Jesús Núñez el 27 de mayo de 2003 en la
Casa de la Cultura de San Fernando (Cádiz), presentada por Isabel de Azcárate
Ristori y organizada por la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y
Artes de San Fernando. Se proyectaron 80 fotografías relacionadas con la
materia.
Fue reproducida en la "Memoria Curso 2002-2003 de la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes." San Fernando (Cádiz), octubre de 2004, págs. 139-158.
Preámbulo
Excelentísimas e
ilustrísimas autoridades, señoras y señores:
Muy buenas
tardes y muchas gracias por su presencia en esta CASA DE LA CULTURA, donde voy
a intentar acercarles en la medida de mis modestas posibilidades, a esa gran
figura histórica de San Fernando que es el Capitán General Don JOSE ENRIQUE
VARELA IGLESIAS.
Pero previamente
no quiero dejar de rendir un breve homenaje a la memoria de los 62 militares
españoles que fallecieron ayer en Turquía cuando regresaban de una misión
internacional de mantenimiento de la paz en Afganistán, entre los que se
encontraba mi querido compañero de promoción de la Academia General Militar de
Zaragoza, el Comandante de Infantería Don ANTONIO NOVO FERREIRO.
Estoy plenamente
convencido de que si el General Varela en vez de haber vivido la época de las
interminables campañas de Marruecos, hubiese estado ahora entre nosotros,
hubiera estado al frente de los contingentes de nuestro Ejército que vienen
contribuyendo a garantizar la paz internacional en Bosnia-Herzegovina, Kosovo y
Afganistán por ejemplo.
Introducción
El bilaureado
General Varela, cuya figura ecuestre centra nuestra plaza del Rey desde hace
más de 50 años (1946) -aunque desgraciadamente en un actual estado deplorable
de conservación- es al margen de cualquier polémica que se quiera plantear, uno
de los personajes "isleños" más emblemáticos del siglo XX, habiendo
sido de hecho, por ejemplo, recientemente seleccionado como uno de los
protagonistas de la Exposición "CIEN AÑOS DE HISTORIA VIVA DE CADIZ"
y del libro que se ha editado posteriormente como consecuencia de la misma,
siendo concretamente la figura gaditana del año 1920.
Orígenes,
infancia y juventud
José Enrique
Varela Iglesias nació el 17 de abril de 1891 en el seno de una modesta familia
cuyo domicilio estaba fijado por aquel entonces en el Patio de la Maestranza nº
6 de la ciudad de San Fernando. Su padre se llamaba Juan Varela Pérez y era el
sargento jefe de la banda de cornetas del Primer Regimiento de Infantería de
Marina, de guarnición en dicha ciudad, y su madre -a la que siempre profesó una
adoración extraordinaria- se llamaba Carmen Iglesias Pérez, teniendo tres
hermanas llamadas Angeles, Elena y Carmen.
A la mañana
siguiente de su nacimiento fue inscrito en el registro civil de la localidad y
pocos días después le bautizaron en la Iglesia Castrense de San Francisco,
anotándose la partida correspondiente en el Libro Parroquial del 2º Tercio
activo de Infantería de Marina, siendo sus padrinos Juan Rueda Gallardo y
Rosario Fernández Robledo.
Sus primeros
años transcurrieron en San Fernando en donde cursó estudios en diversos centros
escolares tales como la escuela privada de Dña. Manolita, la del Sr. Rebollo,
la de D. José Castillo, la del Padre Fes –donde preparó su Primera Comunión que
celebró en las Carmelitas de la Caridad- y a partir de los diez años en el
Colegio de los Hermanos de la Doctrina, salvo un breve paréntesis en La Coruña.
Desde niño se
aficionó notablemente a los juegos militares. De hecho, tal y como dejó escrito
hace ya muchos años su compañero infantil de andanzas callejeras, Mariano
Fernández Castelló, que llegó a ser teniente de Infantería de Marina, al
jovencísimo Varela ya le gustaba jugar a "formar guerrillas en las que dos
bandos, con hondas de cáñamo o tiras de tela, se tiroteaban, disputándose el
llegar antes al lugar previamente marcado, mandando siempre por supuesto uno de
aquellos".
Decidido a ser
militar de carrera superó satisfactoriamente en los exámenes realizados en el
Instituto de Cádiz, los tres años de bachillerato que por aquel entonces se
exigían como requisito previo para opositar a las academias castrenses. En
1905, cuando contaba con tan sólo catorce años de edad, estaba ya en
condiciones de afrontar dicha posibilidad, pero las modestas condiciones
económicas de su familia le impidieron acceder y permanecer en los centros de
formación de oficiales, dado el elevado coste que ello suponía.
A pesar de que
sus profesores vieron en él buenas actitudes para cursar la carrera de Derecho,
por la facilidad con que asimilaba sus disciplinas y el don de gentes que ya en
aquella época acreditaba, el joven Varela persistió en no realizar otros
estudios que no fueran los militares.
Quería ser
oficial del Ejército y sobretodo del Arma de Infantería. En una ocasión, siendo
todavía casi un niño, le dijo a su padre la razón de ello: "Mi deseo es
pertenecer a fuerzas de choque para luchar en primera fila en defensa de mi
Patria".
Tal vez llame la
atención a los presentes que Varela no aspirase en aquel momento a ser oficial
de Infantería de Marina, al que su padre pertenecía, pero hay que tener en
cuenta que por esa época y como consecuencia de las controvertidas reformas a
las que periódicamente era sometido el glorioso Cuerpo, de los dos batallones
que contaba cada uno de los tres regimientos existentes, el primero se
destinaba para servicios y el segundo para buques y arsenales, actividades poco
seductoras para un joven de tanto ardor guerrero.
Cuando cumplió
los dieciocho años de edad se le presentó por fin la oportunidad de iniciar la
carrera de las armas para la que hasta entonces se había estado preparando, si
bien no directamente en la Academia de Infantería de Toledo tal y como hubiera
sido su deseo, pues eran necesarios, como ya se ha mencionado, unos recursos
económicos de los que sus padres carecían. Consecuente con ello optó por
ingresar como tropa en la Infantería de Marina e intentar alcanzar lo antes
posible el empleo de sargento para poder así acogerse a los beneficios y
facilidades que entonces se daban a estos para ingresar y mantenerse en las
academias de oficiales.
Infante de Marina
El 2 de junio de
1909, Varela ingresaba con 18 años de edad como educando de corneta en la banda
del Primer Regimiento de Infantería de Marina, de guarnición en San Fernando y
mandado por aquel entonces por el coronel José de Dueñas Tomasseti, quedando
encuadrado en la 2ª compañía del primer batallón.
Tres meses
después, el 14 de septiembre, causó baja como educando de corneta y alta como
soldado de Infantería de Marina, permaneciendo en la misma compañía y batallón
hasta que el 1 de enero de 1910 ascendió al empleo de cabo por elección.
Transcurrido
apenas un año y medio, por real orden de 28 de julio de 1911 y con la
antigüedad del 21 de dicho mes, fue ascendido también por elección, al empleo
de sargento de Infantería de Marina, mereciendo a la Junta de exámenes la nota
de "Es bueno en su clase", según consta en su expediente personal.
Contaba Varela
entonces veinte años de edad y ya tenía los ansiados galones de sargento que
tanto necesitaba para poder acogerse a los beneficios y facilidades que por
aquella época se daban a los de dicho empleo para ingresar y permanecer en las
academias de oficiales así como algo muy importante dada su modesta situación
familiar: poder contar con un sueldo, aunque muy modesto, para costear al menos
parte de sus estudios militares.
Con la honrada
ambición de alcanzar el empleo de oficial se presentó a la convocatoria
anunciada en junio de 1912 y el día 26 de dicho mes, el sargento Varela,
vistiendo su uniforme azul de Infantería de Marina, salió en tren desde San
Fernando para Toledo en donde superó brillantemente los tres ejercicios
eliminatorios de que constaba la oposición, comunicándosele su próximo ingreso
como cadete en la Academia de Infantería.
La prensa local
se hizo eco de la noticia y así "La Correspondencia de San Fernando",
en su edición de 13 de julio de 1912, publicaba que "de regreso de Toledo,
en donde ha obtenido el ingreso en aquella Academia, después de brillantes
exámenes, tuvimos el gusto de saludar a nuestro particular amigo, el joven
Sargento de Infantería de Marina Don José Enrique Varela Iglesias. Reiterémosle
nuestro más sincero parabien, que hacemos extensivo a sus señores padres".
Dos días antes,
el 11 de julio, se había despedido en el histórico cuartel de San Carlos, de
sus jefes y compañeros del regimiento de Infantería de Marina, quienes le
desearon toda clase de éxitos, marchándose con toda la ilusión propia de su
juventud, el 29 de agosto para Toledo al objeto de iniciar sus estudios como
Cadete.
El 1 de
septiembre se incorporó al Alcázar pasando a formar parte de la XIX Promoción
de la Academia de Infantería -que con el paso del tiempo sería conocida como la
"Promoción Varela"- la cual por avatares del destino y el devenir de
la historia de España estaba llamada a ser una de las que más bajas sufrió,
pues como consecuencia principalmente de las Campañas de Marruecos y la Guerra
Civil, habría de sufrir un total de 285 muertos de los 472 oficiales que la
formaban, amén de la mayor parte del resto heridos.
El 24 de junio
de 1915, tras tres años de estudios en la academia toledana, donde su conducta
fue conceptuada de sobresaliente, obtuvo el despacho de 2º Teniente (antigua
denominación del actual empleo de alférez), que le fue entregado por el propio
Rey Alfonso XIII, pasando destinado inicialmente al cuadro de eventualidades en
Melilla. Varela estaba feliz pues había alcanzado la ansiada estrella de
Oficial pero también le embargaba la tristeza de que su padre no había llegado
a verle con ella ya que había fallecido durante el periodo escolar castrense.
Pocos días
después obtuvo su anhelado primer destino en unidades y el 28 de julio se
presentó en la plaza española norteafricana, incorporándose al Regimiento de
Infantería Ceriñola nº 42, de guarnición en Cabrerizas Altas. Sin embargo
nuestro joven oficial buscaba aún más actividad y solicitó su destino
voluntario a una de las de mayor riesgo y fatiga: el Grupo de Fuerzas Regulares
Indígenas nº 4 de Larache. El 2 de junio de 1916 se presentó en su nueva
unidad, la 3ª compañía del primer Tabor, quedando en el campamento de Regaia
prestando servicio de campaña.
El 28 de junio
recibió su bautismo de fuego durante la ocupación de Cudia Jamelich en donde
comenzó a destacar entre sus compañeros no ya por su popular simpatía
"isleña" sino por su arrojo y valor, presentándose voluntario para
cualquier acción. Seis meses después, el 30 de diciembre de ese mismo año, le
fue concedida su primera condecoración de campaña: La Cruz de 1ª clase del
Mérito Militar con distintivo rojo, "por su distinguido comportamiento y
méritos contraídos en los hechos de armas librados, operaciones realizadas y
servicios prestados en la zona de Larache".
El 25 de junio
de 1917 ascendió al empleo de Primer Teniente (equivalente al actual empleo de
teniente), luciendo por lo tanto ya sus dos estrellas de seis puntas, y
continuando en el mismo Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas nº 4, con el que
prosiguió tomando parte en cuantas operaciones se realizaron.
El 21 de abril
de 1919 sufrió la primera de sus seis heridas de guerra en Marruecos cuando
durante la toma de Cudia Majzen, en el que se llegó a una cruenta lucha cuerpo
a cuerpo tras combatir durante ocho horas seguidas, rescató al frente de su
sección el cuerpo de un cabo español y su fusil que estaban siendo llevados por
el enemigo. Varela recibió un disparo de fusil que le atravesó el brazo
izquierdo, negándose a ser evacuado al hospital.
Algunas de las
sucesivas heridas que sufrió a lo largo de los siguientes años en el
Protectorado fueron todavía mucho más graves, especialmente una que estuvo a
punto de costarle la amputación de una de sus piernas, pero que gracias a su
tesón, fortaleza y firmeza de voluntad que siempre acreditó, logró salvarla.
Las dos Laureadas
El teniente
Varela continuó persiguiendo en todo momento los puestos de mayor riesgo y
fatiga, tal y como le habían inculcado en el histórico alcázar toledano, que
bien pronto y de forma inigualable, le hicieron acreedor a las dos Cruces
Laureadas de San Fernando. Así, el preámbulo de la real orden de 12 de
diciembre de 1921, concediéndole la primera de la más preciada condecoración
militar española en tiempos de guerra, que normalmente solía concederse a
título póstumo -pues no era muy habitual sobrevivir a la acción recompensada-
reflejó por si solo el incuestionable valor de su acreedor. Textualmente decía:
"El Teniente
Varela al mando de una Sección de 20 hombres atacó la cueva de Ruman (Larache)
el 20 de septiembre de 1920. Situada en un recodo del río Lucus, en las
inmediaciones de Mexerach, este centro de resistencia del enemigo perfectamente
oculto, impedía el paso de la columna operante causándole numerosas bajas. Se
intentó por dos veces reducir la resistencia sin conseguirlo; lejos de ello, el
enemigo, envalentonado, rechazó las fuerzas que le atacaban cogiéndoles
numerosos prisioneros. El Teniente Varela se ofreció voluntario para llevar a
cabo el tercer intento al frente de una compañía de Regulares que situó
convenientemente, excepto 20 hombres que eligió, y después de enardecerlos con
su ejemplo se lanzó al interior de la cueva luchando encarnizadamente dentro de
la misma cuerpo a cuerpo y al arma blanca con el enemigo, haciéndoles 30
muertos en el interior y poniendo al resto en franca huida. Al salir de la
cueva, de los 20 hombres sólo quedaban vivos el Teniente Varela y cuatro más.
Continuó la operación normalmente, sin más consecuencias graves".
Poco después el
teniente Varela acreditaba nuevamente su extraordinario valor y heroísmo con
motivo de la ocupación y defensa de la meseta de Abdama, acontecida el 12 de
mayo de 1921. Aquel día, según constaba en el expediente contradictorio que se
instruyó:
"Sostuvo el
Teniente Varela combate con el enemigo durante ocho horas, sufriendo sus tropas
numerosas bajas, principalmente en el primer ataque y la reacción, de tal modo,
que de las dos secciones de que disponía al principio, perdió los 2 oficiales y
33 de tropa, de los 60 que constituía el efectivo, y de la sección que fue en
su apoyo, los 2 oficiales que con ella fueron, más 17 de tropa de los 25 que la
formaban".
Es decir, de los
87 hombres que componían su compañía fueron baja los 4 oficiales y 50 hombres,
manteniéndose en la posición el Teniente Varela al mando del resto de la fuerza
sin perder un palmo de terreno aún a pesar de los fortísimos ataques lanzados
por el contrario. La real orden del Ministerio de la Guerra de 21 de julio de
1922, le concedió por tan heroica acción la segunda Cruz
Laureada de San Fernando.
Ascendido por
real orden de 11 de junio de 1921 a Capitán por méritos de guerra, el propio
Rey Alfonso XIII le impuso las dos Laureadas en Sevilla el 15 de octubre del
año siguiente, tras procederse durante un solemne acto a la entrega de una
bandera al Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas nº 4 de Larache, donada por el
ayuntamiento hispalense. Dicha enseña había sido concedida en enero del mismo
año, como premio al comportamiento y heroísmo en todos los combates en que
tomaron parte las Fuerzas de Regulares, que hasta entonces habían tenido 140
bajas de jefes y oficiales así como más de 1.500 de tropa.
Los homenajes al héroe de España
Fruto del
entusiasmo popular y el ensalzamiento de la prensa, se fueron rindiendo uno
tras otro numerosos homenajes al bilaureado oficial. Alcazarquivir, Córdoba,
Jerez de la Frontera, Madrid, San Fernando, San Sebastián, Sevilla y Tetuán,
entre otras ciudades, sirvieron sucesivamente de privilegiados escenarios para
tan multitudinarios actos. El Capitán Varela se había convertido en el héroe de
España y todo el mundo quería agasajarlo, buscando cualquier pretexto y ocasión
para fotografiarse con él.
Procedía de una
familia muy sencilla, se le consideraba miembro del pueblo llano y por méritos
propios a golpe de valor y bizarría había destacado entre todos. Su
generosidad, simpatía y locuacidad gaditana, hacía la delicia de propios y
extraños. Un somero repaso de la prensa de la época, reflejado en algunas de
las fotografías de titulares de entonces que estoy proyectando, acredita lo
anterior aunque alguno de los presentes pueda creer que me he dejado llevar por
lo que se llegó a llamar el "varelismo".
Sin embargo todo
ello no deslumbró al joven oficial, cuya sencillez fue siempre una de sus
mejores virtudes, llegando incluso a declinar cortésmente el Ducado de Rumán y
el Marquesado de Abdama que le ofreció Alfonso XIII durante una comida tras los
actos de Sevilla, contestándole que con que S.M. le llamase por el sobrenombre
de "Varelita" –tal y como le conocían sus compañeros de armas- era
honor más que suficiente para él. El Rey, lejos de ofenderse resaltó semejante
muestra de modestia y lo nombró, ya sin derecho a réplica, Gentilhombre de
Cámara y dispuso además su ingreso en la Real Maestranza de Caballería de
Sevilla.
El Ayuntamiento
de San Fernando, plenamente orgulloso de su heroico paisano, abanderó muchos de
los homenajes que se fueron rindiendo a Varela por todo el territorio nacional
y procedió en acuerdo municipal de 13 de junio de 1923 a otorgar al bilaureado
"isleño" el Título de Hijo Predilecto de la ciudad, el cual le fue
entregado en una emotiva ceremonia celebrada el 31 de marzo de 1924. Durante
los años siguientes Varela recibió títulos similares de más de medio centenar
de poblaciones y si bien buena parte de estos lo fueron a partir del 18 de
julio de 1936, tanto su tierra natal como la de Puerto Real por ejemplo, le
fueron concedidos por méritos y en circunstancias bien diferentes, algo que sus
detractores siempre se han encargado de ocultar.
Asimismo, por
iniciativa popular -costeada entre más de 600 vecinos de San Fernando cuyos
nombres y apellidos se guardan en un libro de firmas- se le regaló una lujosa
espada-sable modelo Puerto-Seguro reglamentaria para Oficial de Infantería,
damasquinada en oro y con el escudo de la ciudad grabado en su cazoleta. En su
hoja y flanqueada entre dos laureadas se grabó con letras de oro la siguiente
leyenda "Los ciudadanos de San Fernando al heroico Capitán Excmo. Sr. D.
José Enrique Varela Iglesias". El cuidado estuche de madera noble que lo
contenía tenía fijada una placa en donde podía leerse la siguiente dedicatoria:
"Al heroico hijo de San Fernando, Excmo. Sr. D. José Enrique Varela
Iglesias, Capitán del Ejército Español". Dichas piezas al igual que otras
muchas se custodian en el museo familiar.
Observador aéreo y Jefe de la Harka
Por real orden
de 12 de marzo de 1924, Varela ascendió "por méritos y servicios de
campaña en nuestra Zona de Protectorado en Marruecos" a Comandante, con la
antigüedad de 31 de julio de 1923.
Meses antes, el
3 de diciembre de 1923 se había convocado un curso de observadores de aeroplano
y Varela, se presentó en el aeródromo madrileño de Cuatro Vientos superando los
exámenes correspondientes y efectuando las numerosas pruebas de vuelo, cesando
el 4 de febrero del año siguiente en su destino de Regulares. El 1 de abril fue
destinado a la Escuela de Tiro y Bombardeo Aéreo de Los Alcázares y tras
finalizar brillantemente sus prácticas en el aeródromo sevillano de Tablada,
marchó el 16 de mayo para Melilla al objeto de incorporarse al aeródromo de
Tahuima como observador en la escuadrilla de aviones Breguet de bombardeo que
operaban en aquella zona del Rif.
Tres días
después recibió su bautismo de fuego en el aire durante las operaciones de
bombardeo sobre Axdir. Desde entonces y hasta el 6 de octubre participó en
numerosas acciones aéreas de bombardeo y apoyo a las fuerzas terrestres
españolas que poco a poco iban recobrando el terreno conquistado por las
cabilas rebeldes del rifeño Abd el-Krim, tras el "Desastre" de Annual
acontecido en el verano de 1921, donde encontraron la muerte más de 8.000 de
nuestros soldados.
Sin embargo la
muerte en combate del emir Abdelmelek Ben Abdelkader, jefe de una
"Harka" amiga de España, acontecida el 7 de agosto de 1924, terminó
por motivar que el bilaureado comandante, dispuesto a ocupar siempre los
puestos de mayor riesgo y fatiga, se hiciera cargo del mando de la misma,
pasando desde entonces a ser conocida popularmente como la "Harka
Varela".
La muerte del
emir para los indígenas había supuesto un golpe moral muy fuerte y el general
José Sanjurjo Sacanell, Comandante General de Melilla, perfecto conocedor de la
idiosincrasia indígena, sabía que el mejor remedio para evitar su abandono y
desmembración, era enviarles al jefe con mayor prestigio de sus fuerzas: el
joven bilaureado comandante Varela.
Dado el elevado
número de bajas en combate que había tenido la Harka en las fechas anteriores,
se procedió a captar por Varela -y nunca mejor dicho- a un heterogéneo grupo de
nativos que comprendía desde antiguos jefes de cabila hasta fakires pasando por
desertores de las filas rebeldes de Abd-el Krim, santones, curanderos,
encantadores de serpientes, etc., a los que la propaganda hábilmente realizada
en aduares y zocos les había ofrecido una buena "muna" o paga, buen
trato y una participación en los botines de guerra. Todos ellos fueron
mezclados en las diferentes mías o compañías, sin distinción de cabila de
procedencia.
El bilaureado
comandante Varela no se preocupó sólo desde el primer momento de reorganizar la
maltrecha Harka y de instruirla militarmente desde su campamento de Midar para
convertirla en una eficaz unidad guerrillera, sino también de elevar su moral
de combate hasta el punto de hacerla creer invencible, llegándola incluso a
dotar de distintivos propios.
Entre las
acciones más heroicas protagonizadas por aquella unidad que siempre fueron
objeto de puntual seguimiento por la prensa de la época, sobresalió el asalto
en la madrugada del 24 de marzo de 1925 al monte Ifermín, protagonizado por
Varela al frente de sus harkeños, con la misión de destruir un cañón rebelde
que hostigaba a las fuerzas españolas estacionadas en Tafersit y que nuestra
artillería no era capaz de batir. El objetivo se cumplió por sorpresa y el
cañón fue destruido con trilita.
La
"Harka" tuvo en aquella acción guerrillera un total de 13 muertos y
21 heridos, entre ellos el propio Varela que resultó alcanzado en el vientre
por un disparo de fusil enemigo. Los rifeños rebeldes dejaron a su vez en el
terreno 27 muertos y 30 heridos.
El 5 de abril de
ese mismo año, en el campamento de Tafersit, el Comandante Varela como
recompensa por tal hecho de armas fue condecorado con la Medalla Militar
individual, siéndole impuesta personalmente por el Presidente del Gobierno, el
Teniente General Miguel Primo de Rivera Orbaneja. Tan sólo decir que la Medalla
Militar es la condecoración militar española que sigue en importancia a la
Laureada de San Fernando, tratándose de una "recompensa ejemplar e
inmediata a hechos y servicios muy notorios y distinguidos realizados frente al
enemigo".
El 8 de
septiembre se inició el histórico y prolongado desembarco en la bahía de
Alhucemas, primera operación aeronaval de la historia, en el que Varela
participó activamente al frente de su "Harka", distinguiéndose por su
arrojo y valor en las numerosas acciones que seguidamente se llevaron a cabo.
Dos anécdotas
La vida del
ilustre militar "isleño" está jalonada de multitud de anécdotas que
definen muy bien su bizarra personalidad. Aunque por razones de tiempo tan sólo
contaremos dos de ellas, ambas pertenecientes a la etapa de la
"Harka", son suficientemente ilustrativas.
Los indígenas
que formaban parte de tan peculiar unidad, nada regular por cierto, mantenían
una vinculación muy especial con la causa española que en ningún momento era de
sumisión, motivo por el cual el mando militar de la misma por un europeo
implicaba gozar de su absoluto respeto y admiración, lo cual sólo era posible
si quien lo ostentaba era un hombre valeroso y dotado de un elevado espíritu
del sentido de la justicia.
Evidentemente el
bilaureado comandante Varela cumplía más que sobradamente dicho perfil y
encarnaba como un molde ideal aquel complicado papel. Aunque particularmente
algunas de las costumbres de sus hombres no fueron compartidas por él ni eran
de su agrado, también era plenamente consciente que no se encontraba al mando
de su antigua compañía de Regulares, integrada en el Ejército español y por lo
tanto sometida al régimen disciplinario e interior vigente en la época.
La Harka era una
heterogénea y aguerrida unidad mercenaria indígena que además de sus propios
intereses de sus integrantes nativos, principalmente de índole económica,
compartía con los españoles una profunda animadversión contra Abd-el Krim y sus
hombres. Por ello cortar de raíz aquellas acciones y castigar a sus
responsables hubiese sido absolutamente contraproducente.
No obstante, si
hubo una antigua práctica habitual de aquellos indígenas a la que Varela
manifestó su rotunda disconformidad y que finalmente consiguió desterrar de una
forma muy singular. Se trataba del rapto de mujeres para negociar
posteriormente el pago de su rescate, costumbre por otra parte tan normal como
las anteriores entre sus enemigos rifeños.
La ocasión del
bilaureado militar se presentó en febrero de 1925 cuando tras una
"razzia" a un poblado de la cabila de Metalza, sus hombres habían
capturado un grupo de prisioneros entre los que se encontraba una joven y
agraciada indígena llamada Sahara, la cual fue conducida ante su presencia a
modo de regalo o botín.
Varela que por
un lado no quería ofender a sus guerreros por el valioso presente entregado
evidentemente no podía ni quería tomar por razones obvias posesión de la misma.
Por ello tras agradecerles sincera y emotivamente tan peculiar ofrenda hacia su
persona ordenó que fuese preparada una tienda para ella sola, se le diera bien
de comer y se pusiera una guardia alrededor de la misma al objeto de impedir la
entrada a los curiosos y otros de peores intenciones. A continuación envió a un
jinete de confianza a Melilla para que adquiriera un lujoso conjunto de ropa
femenina compuesto por un caftan, una chilaba, un jaique y unas babuchas.
Regresado el
emisario al día siguiente con dichas prendas, le fueron entregadas a la cautiva
para que se vistiera con ellas siendo traslada seguidamente a la casa de una
familia indígena amiga del comandante Varela. Pocos días después mandó que
fuera traída a su presencia, creyendo entonces todo el mundo que había llegado
el momento de tomarla y hacerla suya.
Sin embargo la
realidad fue muy distinta y el golpe de efecto planeado por Varela alcanzó el
objetivo deseado. Al serle llevada ante él, la aterrada joven se arrojó a sus
pies comenzando a besárselos implorando su piedad, obteniendo por sorpresa y
pública respuesta que a partir de ese momento era libre para volver a su
poblado y que contara a los miembros de su cabila como trataba España a sus
prisioneros.
Tras tan
generosa actitud de Varela, aquella mujer fue montada a caballo y escoltada por
un grupo de harqueños de su absoluta confianza hasta las inmediaciones de su
poblado, portando entre sus ropas una carta personal dirigida a los jefes de la
cabila de Metalza.
Dicha carta, de
la que se conserva una copia traducida al castellano en el gaditano
"Archivo del General Varela" decía textualmente lo siguiente:
"El Comandante Varela a los jefes enemigos de
Metalza: Burrahail Musa Kaluri, Chaib Tuzani Buhiani, Ahmed Acodak Buker,
Buthatala Ahmed Abdal-lah Buhiani y Mohamed Si Al-lal.
- Midar, 12 de febrero de 1925.
- Dios sobre todo.- Dios es uno.- La paz de Dios.-
Yo, el Jefe de la Harka de Midar, Comandante Varela, os saludo
a todos y os digo que la mujer Sahara, que he cogido cuando el otro día fui con
mi Harka por vuestro terreno y la hice prisionera, además de vuestro ganado y
hombres que cogí, he puesto en libertad a ella y la hago conducir para que
vuelva a casa de sus padres, para que veáis vosotros como se porta el Gobierno
con la gente, aún cuando sean enemigos.
Además os digo que cuantas cosas justas pidáis al Gobierno se
os concederán. Esta mujer vuestra, mientras la he tenido prisionera, ha estado
en la casa de un hombre bueno, bien tratada y no se le ha hecho nada malo; pero
ya veis vuestra fuerza cuando hemos paseado por vuestro propio terreno.
El Gobierno tiene deseos de que seáis buenos musulmanes y no
quiere ningún mal para vuestra gente. Pensad bien sobre esto que es la verdad,
y además, yo, el Jefe de la Harka, no tengo más que una palabra y os castigaré
con dureza a todos, invitándoos antes a venir por aquí si queréis avisarme, que
no os pasará nada a nadie; hablaréis conmigo y si queréis volver al campo
enemigo os dejaré libertad; pero yo pienso que estáis mejor al lado del
Gobierno, como cuando fuisteis antes amigos de España.
Yo os daré terreno para sembrar y casa para vivir. El Gobierno
sólo hace favor a los que son sus amigos; el Gobierno es grande y llegará el
día en que por la fuerza os cogerá prisioneros.
Y os saluda a todos. Y la paz. Firmado, Comandante Varela".
Dicha acción
surtió un doble efecto. Por un lado la joven se convirtió con sus relatos sobre
las vicisitudes vividas durante su cautiverio en la mejor propagandista del
bilaureado comandante, al que bautizó con el sobre nombre de "N’serani
mezian y aafrit" (el cristiano bueno y valiente), que no sólo la había
respetado su virginidad y colmado de atenciones, sino que había obligado a sus
aguerridos hombres a que hiciesen lo mismo.
Dado que
inicialmente no fue creída en la cabila que su honra no hubiese sido profanada,
dada además su belleza, fue reconocida por varias comadres del poblado que tras
examinarla confirmaron públicamente su integridad, lo cual tras darse a conocer
entre aquellas gentes, aumentó el respeto que ya tenían hacia la figura de
Varela.
Por otro lado el
valeroso jefe de la Harka con dicha actitud no sólo desaprobó sin ofender,
acciones de aquella naturaleza, sino que empezó a hacer reflexionar a sus
hombres sobre la inconveniencia de raptar a mujeres y niños, inculcándoles en
cambio la idea de que debían ser tratados generosamente como muestra del
gallardo comportamiento de quien es más fuerte.
La siguiente
anécdota también reviste sumo interés. Dado que el prestigio de Varela iba
creciendo en progresión geométrica, tanto entre sus harkeños que sentían
verdadera devoción por quien les lideraba como entre sus enemigos que
respiraban una extraña mezcla de admiración y temor, el propio Abd-el Krim
llegó a considerarlo como un peligroso enemigo personal con el que tenía que
acabar.
Los poblados
rebeldes más próximos al campamento harqueño de Midar eran los más sensibles al
llamado "efecto Varela" y el cabecilla rifeño rebelde era consciente
de que cada vez más su autoridad en esa zona se veía cuestionada ante las
constantes razzias dirigidas personalmente por aquel europeo que parecía ser
inmune a la muerte. Por ello y con el objeto de levantar la moral de los suyos
y demostrarles que Varela, al igual que el resto de infieles era mortal,
decidió organizar un complot para acabar con su vida durante una de las
habituales incursiones de la Harka.
El plan de
Abd-el Krim consistía en infiltrar a algunos de sus hombres entre los de Varela
y darle muerte durante una de las razzias nocturnas de tal forma que pareciese
que había sido el enemigo quien había acabado con su vida durante el combate.
Evidentemente la muerte del bilaureado comandante hubiera tenido un innegable
efecto psicológico tanto entre sus harqueños como entre sus enemigos.
Consecuente con
ello el cabecilla rifeño seleccionó media docena de voluntarios para tan
arriesgada misión, quienes se presentaron en el campamento de Midar para
solicitar el "aman" o perdón, renegando de la causa rebelde y
solicitando alistarse en la Harka, algo por otra parte nada extraño ya que una
parte de sus integrantes habían tenido un origen similar. Así sucedió y fueron
admitidos para engrosar sus filas.
Sin embargo con
lo que no contaba Abd-el Krim era que Varela junto al gran prestigio y
admiración que levantaba entre propios y extraños, tenía una eficaz red de
confidentes que se desvivían por tenerle informado de cuanto acontecía en el
territorio, siendo siempre generosamente recompensados. El valeroso militar
lejos de amilanarse por dicha noticia y aún a pesar de serle facilitada incluso
la identidad de quienes se habían infiltrado en su Harka para asesinarle,
siguió desarrollando sus actividades con absoluta normalidad.
Por contra y sin
tomar medida alguna contra los traidores procedió a su vez a disponer que
algunos de sus más fieles guerreros se ganaran la confianza de los infiltrados.
De esta forma llegó a tener conocimiento de la noche en que los juramentados se
decidirían a cumplir su misión. Varela pudo entonces o incluso antes si hubiera
querido, haber ordenado su detención, pero sabía como perfecto conocedor de la
idiosincrasia nativa, que con dicha acción sólo conjuraba el peligro del
momento ya que pronto acudirían otros que no serían tan confiados como los
primeros. Varela tenía que hacerlo a su manera.
¡Y así fue!. La
noche elegida para asesinarlo, sin prevenir a sus escasos oficiales origen
europeo del peligro que le acechaba, ordenó la incursión de la avanzadilla de
sus hombres en un poblado enemigo buscando seguidamente un lugar resguardado
junto a unas rocas para descansar, tal y como era su costumbre, antes de
iniciarse el ataque.
Una vez elegido
su temporal refugio seleccionó personalmente, como también solía habitualmente
hacerlo, a los encargados de velar esas dos cortas horas de sueño que solían
preceder a aquellas acciones nocturnas así como de despertarle para el momento
del ataque.
Entre la decena
de escogidos para velar su descanso estaban precisamente los juramentados, a
los que en el momento de designarlos entre todos los formados miró uno a uno
fijamente a sus ojos, dándoles a entender claramente que sabía cuales eran sus
criminales intenciones, pero que no les tenía miedo alguno. Una vez hecho eso y
llegado al lugar les dio la espalda y procedió a tumbarse tranquilamente en el
suelo liado en su chilaba adoptando una cómoda postura para coger el siempre
necesitado sueño.
Los esbirros de
Abd-el Krim, ante semejante prueba de valor temerario y serenidad, se miraron sobrecogidos
los unos a los otros sin cruzar palabra. Ninguno de ellos en las dos horas que
precedieron al ataque ni durante el mismo o posteriormente hizo ademán alguno
siquiera de apuntar su fusil o empuñar su gumia contra el bilaureado militar.
Varela aquella
noche no sólo no fue asesinado sino que se ganó e incorporó definitivamente a
su Harka a aquellos hombres. A raíz de lo sucedido el cabecilla rebelde llegó a
ofrecer por el jefe de la Harka hasta veinte mil duros de la época, toda una
fortuna, pero fue inútil no teniendo nunca que pagarlos ya que nadie más lo
intentó.
Ascensos por méritos de campaña
Por real orden
de 27 de febrero de 1926 el bilaureado Varela fue ascendido al empleo de
Teniente Coronel "por méritos de guerra contraídos en el periodo comprendido
entre el 1 de agosto de 1924 y el 1 de octubre de 1925 con la antigüedad de
esta última fecha". Otra real orden de esa misma fecha le confirió el
mando del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Ceuta nº 3, cesando por lo
tanto en el de su querida "Harka" de la que se despidió
emocionadamente el 4 de marzo de 1926 en el campamento de Midar.
El 6 de abril se
hizo cargo del mando de su nueva unidad y poco después marchó a la zona de
operaciones para ponerse al frente de tres de sus tabores de infantería y uno
de caballería que se hallaban destacados en el campamento de Tixdit.
Durante las
semanas siguientes participó activamente en todas las operaciones de su sector,
destacando singularmente la gesta de la conquista de la loma de Los Morabos,
acontecida el 10 de mayo de 1926, en donde sus fuerzas tuvieron 115 bajas de
las que 12 eran oficiales. El general Sanjurjo, tras felicitarle personalmente
por aquella victoria le pidió que solicitara la tercera Laureada, tal y como en
ocasiones habían hecho otros relevantes mandos militares, a lo que el propio
Varela se negó, respondiendo que las condecoraciones no las debían pedir los
interesados sino sus jefes.
El teniente
coronel Varela continuó distinguiéndose durante los meses siguientes en lo que
pasó a conocerse como la Campaña de Yebala y con la que se terminó de poner fin
definitivamente a la guerra. El 10 de julio de 1927, tras las operaciones sobre
Sumata, la ocupación de Tazarut, las operaciones en Gomara y Ketama y la
ocupación del Yebel Alam, se dio oficialmente por terminada la última campaña
española en Marruecos, imperando a partir de entonces la tan ansiada paz en
nuestro Protectorado.
Por real decreto
de 18 de abril de 1929 fue ascendido por méritos de guerra, acreditados durante
la Campaña de Yebala, al empleo de Coronel. El nuevo ascenso le obligó a
entregar el mando de su Grupo de Regulares, pasando a la situación de
disponible en Ceuta. Poco después fue para realizar entre el mes de agosto de
1929 y abril de 1930, un interesante viaje de estudios militares por Alemania,
Francia y Suiza, al objeto de conocer la organización de la Infantería de
dichos países.
A su regreso del
mismo y como consecuencia del delicado estado de salud de su madre, a la que
siempre veneró, solicitó y se le concedió el mando del Regimiento de Infantería
de la Base Naval de Cádiz nº 67, tomando posesión del mismo el 3 de mayo de
1930. Prueba de la escasa fortuna que había hecho en sus largos años de
campañas en Marruecos, al contrario que otros, fue que cuando falleció ella,
tuvo que pedir el adelanto de dos pagas mensuales para hacer frente a los
gastos del sepelio.
La 2ª República y el generalato
La proclamación
del régimen republicano, acontecida el 14 de abril de 1931, le sorprendió al
mando del regimiento gaditano en el cual continuó hasta que fue cesado tras los
sucesos del 10 de agosto de 1932, protagonizados por el intento de sublevación
del general Sanjurjo, si bien y en contra de lo esperado y deseado por muchos
no participó en los mismos.
El 11 de agosto
fue no obstante preventivamente detenido e ingresado en el gaditano castillo de
Santa Catalina en donde permaneció hasta el día 25, siendo entonces trasladado
a la prisión militar de Sevilla en la que continuó hasta el 12 de diciembre,
fecha en la que pasó a la cárcel central de Guadalajara. Durante el periodo
carcelario fue precisamente donde contactó con numerosos enemigos de la
República y especialmente con los pertenecientes al Requeté, redactándole sus
ordenanzas militares.
El 14 de febrero
de 1933 fue puesto en libertad por sobreseimiento provisional de su causa,
quedando en situación de disponible. Casi un año después, el 17 de febrero de
1934, se incorporó en Madrid y no sin controversia en determinados estamentos
políticos, a la Escuela Superior de Guerra al objeto de asistir al curso de
ascenso a general, en donde permaneció hasta el 25 de agosto, obteniendo el
primer puesto de su promoción.
El 9 de
noviembre de 1934 se recibió en el Ministerio de la Guerra el testimonio
judicial que le exoneraba definitivamente de responsabilidad penal por la
fracasada rebelión militar encabezada por el general Sanjurjo. Salvado así el
principal obstáculo que le impedía proseguir su carrera militar, un decreto del
gobierno de la República, fechado el 30 de octubre de 1935, le concedió el
ansiado ascenso a general de brigada, con antigüedad del día 26 de dicho mes,
si bien continuó en la situación de disponible ya que no se le concedió mando
alguno.
La Guerra Civil
Tras la
sangrienta revuelta protagonizada principalmente en Asturias por la izquierda
revolucionaria en el mes de octubre de 1934 y la dura represión que le siguió,
la situación política y social en España no volvió a ser igual, iniciándose un
tortuoso y degenerado camino hacia el trágico abismo que supuso la Guerra
Civil.
Los movimientos
conspiradores fueron surgiendo y organizándose a lo largo de todo el espectro
político español sin excepción ideológica. Fruto de esa inestable y explosiva
situación fue la Guerra Civil iniciada el 17 de julio de 1936 en Melilla, como
consecuencia de la sublevación militar seguida y protagonizada en numerosas
guarniciones a partir del día siguiente.
El general
Varela, decidido partidario del alzamiento militar y que se hallaba confinado
en Cádiz desde finales del mes de abril por su implicación en un intento
subversivo en Madrid que no llegó a realizarse, fue detenido preventivamente la
misma tarde del 17 de julio e ingresado en el castillo de Santa Catalina.
Liberado al mediodía siguiente por los militares sublevados, se puso inmediatamente
al frente de ellos. En pocos días la mayor parte de la provincia gaditana quedó
incorporada a la causa nacional.
Reclamado a
partir del 28 de julio de 1936 para dirigir sucesivamente fuera de Cádiz,
diferentes columnas de operaciones y posteriormente la División de Avila y el
Cuerpo de Ejército de Castilla -lo cual le desvinculó de las polémicas
responsabilidades e implicaciones que tuvieron otros generales en la represión
ejercida en la retaguardia- dirigió con gran éxito algunas de las acciones más
importantes de las fuerzas nacionales, tales como la toma de Antequera, la
rotura del cerco republicano a Granada, la defensa de Córdoba, la toma de
Ronda, la liberación de las fuerzas nacionales sitiadas en el Alcázar de
Toledo, el paso del río Jarama, las batallas del Pingarrón y de la Marañosa,
las tomas de La Granja y de Segovia, la batalla de Brunete y por último las del
frente de Teruel, destacando la reconquista de su capital.
Por decreto de
12 de mayo de 1938, dimanante del gobierno nacional, Varela fue ascendido al
empleo de General de División. El 26 de noviembre de 1938 el General José
Millán-Astray Terreros, fundador de La Legión, le impuso al General Varela la
Medalla de Caballero Mutilado de Guerra por la Patria, como consecuencia de las
heridas sufridas el 25 de diciembre de 1936 en Villanueva de la Cañada (Madrid)
por los cascos de metralla del disparo del cañón de un carro de combate de
origen soviético.
El 1 de abril de
1939 finalizaba la Guerra Civil con la victoria del bando nacional,
encontrándose Varela en Santa Eulalia (Teruel) al frente del Cuerpo de Ejército
de Castilla. De allí se traslado a la población valenciana de Requena hasta que
por decreto de 5 de julio del Ministerio de Defensa Nacional, fue nombrado Jefe
Superior de las Fuerzas Militares de Marruecos.
Ministro del Ejército y Alto
Comisario en Marruecos
Sin tiempo de
ocupar dicha jefatura, el bilaureado general fue nombrado Ministro del Ejército
como consecuencia del decreto-ley de 8 de agosto de 1939 que organizó la nueva
administración central del Estado y designó a los componentes del nuevo
gobierno de España. El 12 de agosto prestó juramento ante el Jefe del Estado y
al día siguiente tomó posesión de su nuevo cargo.
La tarea a la
que se entregó no fue nada fácil, pues se acababa de salir de una guerra civil
y comenzaba una guerra mundial, siendo firme partidario de que España no
participara en la misma, salvo el envío, cuando Alemania invadió en 1941 la
Unión Soviética, de la División española de Voluntarios al frente ruso.
Defendió y convenció al Jefe del Estado, de que el Ejército español no estaba
preparado ni capacitado para participar de pleno en el conflicto internacional,
lo cual le valió por otra parte diversas enemistades con aquellos sectores del
gobierno partidarios de entrar al lado de las potencias del Eje.
Durante su
mandato se creó el Estado Mayor del Ejército, la Escuela Superior del Ejército,
la Escuela Politécnica para Ingenieros de Armamento y Construcción, el Cuerpo
de Farmacia Militar, el Cuerpo Técnico del Ejército, el Servicio Geográfico y
Cartográfico Nacional, el Regimiento de la Guardia del Jefe del Estado, el
Museo Histórico del Ejército y las Bibliotecas Divisionarias Militares;
restableció las Capitanías Generales, la Academia General Militar y el Cuerpo
Eclesiástico del Ejército; reorganizó los Gobiernos Militares, el Ejército de
Marruecos, y un largo etc.
Respecto a Cádiz
y su provincia se volcó en ayudas de todo tipo gracias a las cuales su
población pudo afrontar al menos en parte las penurias y estrecheces que se
padecieron en la dura posguerra, existiendo constancia de numerosa
documentación sobre las constantes peticiones y envíos de alimentos y materias
de primera necesidad que se recibieron gracias a su gestión personal.
Por decreto de 11
de julio de 1941 fue ascendido al empleo de Teniente General, continuando al
frente del Ministerio del Ejército. Tres meses después, el 31 de octubre,
contrajo matrimonio en Durango (Vizcaya) con Casilda de Ampuero y Gandarias,
que había sido Delegada Nacional de Frentes y Hospitales durante la Guerra
Civil, a quien conocía desde su estancia en el frente de Teruel. De dicho
matrimonio nacieron sus dos hijos, Enrique y Casilda, gracias a los cuales,
historiadores e investigadores podrán acceder en un futuro próximo, a través de
la gestión del Ayuntamiento de Cádiz, al archivo privado del bilaureado militar
compuesto por decenas de miles de documentos.
En contra de lo
que algunos de los presentes pudiera creer la situación interna del nuevo
régimen no era nada estable. El 15 de agosto de 1942 cuando Varela asistía a
una ceremonia religiosa organizada por el Requeté en la basílica de Nuestra
Señora de Begoña, en Bilbao (Vizcaya), se produjo un atentado por un grupo de
falangistas, del que si bien resultó ileso hubo varias decenas de personas
heridas. Uno de sus autores fue fusilado y los demás encarcelados. La gravedad
del suceso, unido a disensiones políticas internas, en las que Varela, de
sentimientos monárquicos, nunca quiso participar a pesar de las numerosas
invitaciones que recibió, terminó por motivar la presentación de su dimisión
como Ministro del Ejército. Consecuente con ello y aceptada por el Jefe del
Estado, fue cesado por decreto de 3 de septiembre de dicho año.
Tras permanecer
dos años y medio en la situación de "a las órdenes del Ministro del
Ejército", durante los que se dedicó al estudio y la lectura, fue
reclamado por el Jefe del Estado para hacerse cargo de la Alta Comisaría de
España en Marruecos, justo en un delicado momento internacional cuando la 2ª
Guerra Mundial estaba próxima a finalizar y existían oscuros intereses de
algunas de las potencias aliadas respecto a nuestro Protectorado.
Por decreto de 5
de marzo de 1945 fue nombrado Alto Comisario de España en Marruecos, General en
Jefe del Ejército de Africa, Inspector de La Legión y de las Tropas Jalifianas
así como Gobernador General de Ceuta y Melilla, neutralizando los espúreos
intereses extranjeros en la zona y desarrollando una meritoria labor como gran
estadista en todos los aspectos y singularmente en el de las obras públicas e
hidráulicas, siendo constantemente venerado por los indígenas, manteniendo la
paz y la soberanía del Protectorado a pesar de la crisis internacional
existente en la que España se encontraba política y económicamente aislada.
Por otra parte y
desde Tetuán siguió Varela con sumo interés las más variadas vicisitudes que
acontecían tanto en su "Isla" natal como en el resto de la provincia
gaditana, demostrando en infinidad de ocasiones su especial cariño y predilección
por la tierra que le vio nacer. Con ocasión de la tragedia de la explosión de
uno de los almacenes de la base de defensas submarinas en la noche del 18 de
agosto de 1947, que ocasionó la muerte de casi 200 personas y heridas diversas
a cerca de 5.000, con la devastación de parte de la ciudad de Cádiz, Varela se
volcaría no sólo con su inmediata presencia física sino encabezando todo tipo
de gestiones, recaudaciones de fondos y ayudas que hoy día, más de 50 años
después, se siguen recordando con agradecimiento, cariño y emoción.
Muerte de Varela
Finalmente, lo
que no pudieron las balas y las explosiones a lo largo de toda su agitada vida
militar lo logró una cruel enfermedad. El 24 de marzo de 1951, cuando todavía
no había cumplido los 60 años de edad, falleció de un largo y silencioso
proceso de leucemia en Tánger, donde estaba pasando unos días.
Su cuerpo fue
trasladado a Tetuán, residencia de la Alta Comisaría, y seguidamente a Ceuta
para desde allí por mar, en un buque de guerra español, hasta Cádiz. El día 27
fue enterrado con la única mortaja de un hábito religioso -pues siempre fue
hombre de profundas y católicas convicciones- en su ciudad natal de San
Fernando, siéndole rendidos honores de Capitán General, en medio de un
impresionante duelo popular como nunca antes había acontecido en la ciudad.
En Tetuán, el
General francés Boyer de la Tour, impuso sobre su cadáver la Medalla del Mérito
Militar Jerifiano, concedida a título póstumo por el Sultán de Marruecos. Dicha
recompensa, se unía a las dos Cruces Laureadas, una Medalla Militar individual,
dos Medallas Militares colectivas, una Cruz de María Cristina, tres Cruces de
Guerra, Cruz, Placa y Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo,
cinco Cruces del Mérito Militar con distintivo rojo, una Gran Cruz del Mérito
Militar con distintivo blanco, una Gran Cruz del Mérito Naval, una Gran Cruz
del Mérito Aeronáutico con distintivo blanco, una Cruz del Mérito Naval con
distintivo rojo, una Medalla de Sufrimiento por la Patria, una Medalla Militar
de Marruecos con el pasador de Larache, una Medalla Conmemorativa de las
Campañas, una Gran Cruz de la Orden de la Medhania, una Medalla de la Campaña,
una Gran Cruz de la Orden de la Corona de Italia, una Gran Cruz de la Corona de
Rumania, una Gran Cruz de la Orden Militar de Aviz de Portugal, una Gran Cruz
de la Orden Militar del Aguila de Alemania, una Cruz de Guerra de Francia, una
Gran Cruz de la Orden Militar del Sol de Perú, una Gran Cruz del Mérito Militar
del Brasil, un Gran Cordón de la Orden Ouissan Alaouita de Marruecos, una Gran
Cruz de la Orden de Isabel la Católica, una Gran Cruz de la Orden Imperial del
Yugo y las Flechas, y la Medalla de Oro de la Ciudad de Melilla, entre otras.
El mismo día de
su muerte se dictó un decreto de la Jefatura del Estado, concediendo a quien
había sido Ministro del Ejército, el empleo de Capitán General del Ejército, ya
que "Justo es de quien en vida tanto dio y honró a su Patria, ésta le
rinda el máximo homenaje elevándole la suprema categoría en el Ejército".
También se le concedió para si y sus descendientes el título de Marqués de
Varela de San Fernando, que actualmente ostenta su hijo Enrique.
Han transcurrido
desde entonces más de 50 años y su figura -al margen de connotaciones de corte
demagógico- sigue siendo una de las más brillantes de la Historia Militar
española y de la de su ciudad natal de San Fernando, despertando un profundo
interés entre historiadores e investigadores, tanto nacionales como
extranjeros, de las Campañas de Marruecos, la Guerra Civil y nuestro
Protectorado en el norte de Africa.
El Museo y Archivo Varela
A la muerte del
bilaureado General, su viuda estableció la Casa de Varela de San Fernando en la
capital gaditana, dedicando gran parte de sus esfuerzos a reunir y conservar
sus uniformes, condecoraciones, armas, distintivos, estandartes, credenciales y
demás efectos militares, al objeto de crear un museo dedicado a su figura.
Por otra parte,
Casilda de Ampuero se encargó de reunir y clasificar, con la inestimable ayuda
del Archivero Francisco Macarro Gómez, los archivos privados del heroico
militar, compuestos por decenas de miles de documentos, y que pueden
considerarse de gran interés para los investigadores de las Campañas del norte
de Africa, la Guerra Civil, la 2ª Guerra Mundial y el Protectorado de España en
Marruecos, entre otras etapas de la historia española e internacional de la
primera mitad del siglo XX.
Destaca también
la magnífica biblioteca, compuesta por cerca de un millar de libros sobre temas
militares, especialmente africanistas, considerada como una de las mejores en
dicha materia.
Afortunadamente
y gracias a la Familia del General Varela y al Ayuntamiento de Cádiz, que han
firmado un convenio el pasado día 20 de mayo, se facilitará como ya se ha dicho
en un futuro próximo el acceso de historiadores e investigadores a los archivos
privados del bilaureado militar una vez microfilmados y que próximamente
pasarán al Archivo Histórico Municipal, constituyendo una sección especial
llamada "Capitán General José Enrique Varela Iglesias" así como que
se podrá visitar también en un futuro cercano el citado Museo, ubicado en la
Casa Varela de San Fernando.
La estatua de
Varela
Por último no se
puedo finalizar esta conferencia sin manifestar y desear expresamente que en un
futuro, y no muy lejano a ser posible, sea restaurada y adecentada la estatua
ecuestre del bilaureado general ubicada en el centro de nuestra plaza del Rey,
huyéndose de cualquier interpretación demagógica que quiera formularse al
respecto, volviendo a restituirse las letras que faltan relativas a su
condición de Hijo Predilecto de la ciudad, otorgada un ya lejano año de 1923.
Muchas gracias a
todos por su interés y atención.
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