Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 275 correspondiente al mes de mayo de 2005, de la Revista "ARMAS", págs. 74-80.
Los originales están ilustrados por cinco fotografías en color y trece en blanco y negro.
“Aceptando la idea de que lo mejor es enemigo de lo bueno se ha pretendido tener iniciado algo –lo de mayor volumen- ante la posibilidad de acontecimientos bélicos de la índole que sean”.
Así concluía el teniente coronel jefe de la 6ª Sección de Estado Mayor del Ejército, un minucioso informe de 63 páginas, clasificado “secreto” y fechado en Madrid el 19 de junio de 1940, relativo a las existencias y necesidades de material bélico, cuyo destinatario era el bilaureado ministro Varela.
El exhaustivo documento comenzaba con un resumen de la situación en esa fecha, continuaba extendiéndose sobre las existencias y recursos de fabricación, exponía seguidamente los nuevos tipos y modelos, y concluía con unas consideraciones sobre los planes a desarrollar, acompañado todo ello de un apéndice de necesidades.
El informe secreto partía de las plantillas de armamento y material que se habían fijado tras una reorganización provisional llevada a cabo en la posguerra civil, para intentar realizar “un examen, al menos esquemáticamente, del estado de la cuestión que sirva para concretar nuestras disponibilidades por una parte y por otra saber con exactitud el esfuerzo que en la fabricación y adquisición es necesario hacer, para que por las Altas Autoridades de la Nación pueda medirse el cuanto y el cuando en asunto de tanta trascendencia”.
Dicho estudio contemplaba todos los aspectos de las denominadas series A, B y C. La primera se refería a la plantilla de armamento y demás material de guerra de las unidades existentes en ese momento, mientras que las otras dos lo eran respecto a las de movilización en caso necesario, significándose que en las tres series se contaba con plantillas de paz y de guerra.
Las carencias eran tantas para cubrir las necesidades que el propio general Varela subrayó con su habitual lápiz rojo las previsiones del programa de fabricación: “el año 1940 para estudio de tipos, organización de construcciones y talleres o adquisiciones; los 1941, 42 y 43 para tener completa la serie A de Guerra, los tres siguientes para la B y los 1947, 48 y 49 para la C”.
Aunque como exponía el informe secreto dicho programa no era rígido, pues si bien en unos casos haría falta el tiempo mencionado, en otros se podría cumplir antes, la realidad era bastante desalentadora y desde luego quedaba patente la imposibilidad de que con los recursos patrios pudiera pensarse en intervenir en una guerra como la que se estaba desarrollando al otro lado de los Pirineos, salvo que dichas necesidades fueran cubiertas por la potencia extranjera con la que España se aliase.
Dado que en este artículo no es posible exponer, siquiera resumidamente tan extenso informe de 63 páginas mecanografiadas, nos centraremos solamente en los aspectos relacionados con el armamento.
El armamento portátil
El proyecto primitivo se había redactado en base a que todo el armamento ruso de 7’62 mm. capturado al Ejército Popular de la República, fuera el de dotación de las unidades desplegadas en las estratégicas islas de Baleares y Canarias, “con la idea de aprovechar todo el material existente, no sólo en cuanto a las armas sino en lo que respecta a maquinaria, fabricación y medios de carga de la cartuchería”, lo cual hubiera dado además “salida a la cantidad de municiones construida aislando en los dos Archipiélagos este calibre lo que no hubiera presentado ningún inconveniente en cuanto al municionamiento”.
Sin embargo “ordenes superiores” obligaron a modificar dicha distribución y todo ese armamento y municiones se encontraba distribuido por maestranzas y parques, convenientemente reparado y en su mayor parte empacado, ascendiendo a la cantidad de 166.000 fusiles, 6.405 fusiles ametralladores y 3.648 ametralladoras, lo cual no era nada despreciable, “pero no se ha considerado conveniente mezclarla en el plan general”.
También existía una dotación nada despreciable de armamento italiano de 6’5 mm., procedente de la ayuda al bando nacional, consistente en 67.000 fusiles, 2.800 fusiles ametralladores y 1.620 ametralladoras que “está casi en su totalidad recogido y sólo quedan algunas pequeñas cantidades en poder de Policía Armada, Guardia Civil, Carabineros y Marina, hasta tanto pueda realizarse la unificación en estos Organismos”. Respecto al recién creado Ejército del Aire “la unificación es ya un hecho en el calibre 7’92 mm.”.
Por su parte el Ejército de Tierra tenía ya unificado el armamento para el cartucho de 7 mm. en la serie A para toda la Península, en las series A y B para las guarniciones de Ceuta, Melilla y Protectorado de España en Marruecos así como en parte de Baleares y Canarias, pudiéndose “dar por terminada a falta de pequeñas entregas o incidencias, habiéndose recogido la enorme cantidad de armamento de diversas procedencias que llegó a usarse en la guerra”.
El principal déficit en 7 mm. estaba en los fusiles ametralladores que el informe secreto establecía para la serie A en 2.105 unidades, pendientes de fabricación, así como de otras 2.584 para completar la serie B del Ejército de Africa, solicitándose para ello los créditos necesarios.
Pero ya para entonces estaba adoptada la decisión de que el futuro cartucho reglamentario fuera el alemán de 7’92 mm., con el que había el proyecto de cubrir la serie B para la Península y las series C para la Península y Marruecos, cifrándose las necesidades de fabricación en 184.364 mosquetones, 9.119 fusiles ametralladores y 12.045 ametralladoras.
En junio de 1940 ya se había ordenado la transformación de las fábricas para construir el mosquetón de 7’92 mm. como arma única así como el fusil ametrallador y ametralladora recamaradas para dicho cartucho, como consecuencia de “las conclusiones que para esta clase de armamento se desprenden de las Comisiones interministeriales nombradas”.
Ahora bien, ello exigía tiempo, un tiempo que podía reducirse al mínimo, según se exponía, intensificando la entrega de fusiles ametralladores de 7 mm. en el periodo de transición, lo cual realmente no era un gran inconveniente ya que la fabricación de 7’92 mm. podía entregarse de lleno a cubrir las deficiencias de las series B y C.
Tal y como se exponía, “en cualquier momento intermedio se dispondría de armamento de 7 y 7’92 como básico con fábricas de municiones de las dos clases, lo cual no complicaría en exceso el problema del municionamiento y aún dispondríamos como reserva del 7’62 y 6’5, lo que compensaría en parte las deficiencias de algunos elementos”.
La previsión era proceder más adelante, pasar a la serie A el 7’92 mm. y a la C el 7 mm., con lo que finalmente las series A y B serían de 7’92 mm., la serie C de 7 mm. y la de reserva de 7’62 mm y 6’5 mm., si bien tal y como se reconocía, “no parece pueda hablarse sin embargo de esto en un periodo inferior a los 6 años, aunque la transformación de las fábricas esté a punto de terminarse”. En resumen podía contarse con tres series de fusiles de diversos calibres, dos de ametralladoras y diversidad de calibres y falta de fusiles ametralladores incluso para completar a serie A.
Otro problema a tener en cuenta era que a pesar de que las maestranzas y parques podían efectuar casi todas las reparaciones necesarias de armamento que entonces estaba fuera de servicio como resultas de la guerra civil, “las plantillas reducidísimas de personal de oficinas, auxiliares técnicos y obreros especializados, así como la constante reducción de sus presupuestos hace casi imposible lo anterior”.
También se exponía que muchos de los trabajos que se ejecutaban tenían por objeto la entrega de armamento a otros “Ministerios o Institutos, lo que al no tener compensación económica por aquellos agobian aún más los reducidos presupuestos” así como que “los datos citados no preveen un posible aumento en las dotaciones de armas automáticas, bien probable, dado lo esquelético de nuestras Divisiones en comparación con la de otros Ejércitos”.
El armamento colectivo y pesado.
En junio de 1940 el Ejército español tenía de dotación morteros de 45, 50 y 81 mm., considerándose suficientes las existencias de los dos primeros calibres para completar las plantillas de las series A y B, si bien para la serie C se hacía necesario construir 1.824 unidades. Respecto al tercer calibre hacían falta 47 piezas para completar las series A y B así como construir para la serie C y otras necesidades, 848 unidades.
Sobre el mortero de 120 mm., bautizado como modelo “Franco”, el programa completo exigía un total de 414 piezas, no encontrándose en ese momento ninguna en fabricación, contándose sólo con una experimental, “terminada a falta de pequeñas modificaciones” y un contrato establecido con la empresa guipuzcoana Esperanza y Cía., recomendándose que “se aligeraran los trámites necesarios, créditos, etc., para impulsar vigorosamente esta fabricación que nos permitiría el uso de un arma de efectos muy energéticos y de gran aplicación en la guerra”.
Respecto al programa antiaéreo -ametralladoras de 20 mm., cañones de 37 o 40 mm. tipo Bofors modelo 33 y cañones de 88 mm. o similar- el informe secreto se ocupaba inicialmente sólo de las primeras, exponiéndose que faltaban 276 piezas para las series A de Península, Marruecos, Canarias y completo de Baleares; 55 para la serie B de Marruecos; 33 para el completo de Canarias; y 855 para las series B y C. Y además “si se incluye el plan de defensa antiaérea completo con Costa y Defensa del Interior, no prodigando en exceso las armas, se necesitaría un mínimo de 4.000 piezas”.
Tras unas interesantes consideraciones sobre los planes de recuperación de los modelos Breda, Flak y Oerlikon procedentes de la guerra civil y los estudios de fabricación de una ametralladora antiérea de calibre 12’37 mm. de gran aplicación en el Ejército del Aire y que podría utilizarse en costa, en Marina y en protección de cuarteles generales, montados por parejas o en órganos de 4 o 6, así como los estudios sobre la aplicación de un montaje al fusil ametrallador de 7’92 mm. para protección de columnas en marcha, estacionamiento de tropas, etc., se concluía en dicho apartado que “nuestro estado en esta cuestión es verdaderamente lamentable, pudiendo asegurarse que las Unidades del Ejército en caso de una campaña seria estaría totalmente indefensas contra los ataques aéreos”.
Respecto a los cañones antitanque el Ejército disponía sólo de 395 útiles de los calibres 37 y 45 mm., siendo necesarias 46 piezas para completar las series A de Península, Marruecos, Canarias y completa de Baleares; 34 para la serie B de Marruecos; 21 para el completo de Canarias; y 556 para las series B y C. Si bien se había ordenado el estudio de un tipo de 45 mm. y su fabricación estaba iniciada, “puede decirse que vivimos de las existencias de la guerra” así como que “nuestra inferioridad es bien manifiesta en arma tan útil, especialmente para un plan defensivo que compensara nuestro enorme déficit en material de carros de combate”, teniéndose que ordenar para paliar parcialmente dicha situación el estudio de un proyectil perforante para el cañón de 75/28.
Por último, sobre el resto de nuestra artillería, la situación tampoco era mejor, tal y como se expone en el minucioso recorrido por la de campaña, donde “nos falta aún un largo camino por recorrer” y más aún con “la situación actual de Europa en guerra”, disponiéndose sólo de material para cubrir en tiempo de paz la serie A; por la de defensa antiaérea para costa e interior, donde “no se posee absolutamente ninguna”; y la de costa, en la que “el tiempo necesario para completar aún este programa de urgencia es largo”.
(Continuará)