viernes, 17 de octubre de 2014

INFORME SECRETO. EL ARMAMENTO DEL EJÉRCITO ESPAÑOL ANTE LA 2ª GUERRA MUNDIAL (VI). ¿PODÍAMOS IR A LA GUERRA?.


Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 276 correspondiente al mes de junio de 2005, de la Revista "ARMAS", págs. 62-68. 
Los originales están ilustrados por una fotografía en color, quince en blanco y negro y un dibujo en color.

…, por lo que se refiere a Armamento y Material, es prácticamente imposible poner eficientemente nuestro Ejército en pie de guerra …”.

De esta forma tan cruda, directa pero sincera comenzaba el teniente coronel jefe de la 6ª Sección de Estado Mayor del Ejército, el apéndice del extenso informe “secreto”, fechado en Madrid el 19 de junio de 1940, relativo a las existencias y necesidades de material bélico, elevado al ministro del Ejército, cuya primera parte fue expuesta en el número anterior de ARMAS.

Si en dicho artículo habían quedado al descubierto los elementos de que entonces disponía nuestro Ejército de Tierra, ahora se procederá –tal y como rezaba textualmente- a “concretar cifras indicando lo que sería imprescindible para el fin propuesto”: es decir, estar en condiciones, respecto a armamento y material, de poder entrar en guerra si llegaba el momento.

El armamento portátil y su munición.
     En 1940 el arma individual principal del combatiente era el fusil o mosquetón. Pero, ¿había suficientes para todos los soldados, movilizados y movilizables, teniendo en cuenta que las necesidades de mosquetones de 7’92 mm. eran de 184.364 unidades?. Pues tal y como se autocontestaba el propio informe resultaba que “para poner el Ejército en pie de guerra es necesario echar mano de los cuatro calibres: 7 m/m, 7’92, 7’62 y 6’5. Con estos cuatro calibres puede considerarse resuelto el problema del Armamento en fusiles o mosquetones”.
Pero claro, eso suponiendo que estuvieran en estado de perfecto funcionamiento, ya que “ahora bien: como gran parte de este armamento está en recomposición, es preciso ordenar a todas las Maestranzas, Parques y Fábricas el ritmo máximo desde ahora mismo en la recomposición de este armamento”.
Si se cumpliese dicho programa de recomposición y teniendo en cuenta que con lo que las fábricas produjeran en armas de 7 y 7’92 mm. –se fabricaban 150 diarios y podía pasarse a 300- el asunto quedaría resuelto. Todo ello siempre y cuando los centros de producción se pusieran en marcha al ritmo máximo, lo cual “requeriría algunos meses y que habría de aquilatarse extraordinariamente la movilización obrera”, además de por supuesto poderse contar con las materias primas necesarias, condiciones obligatorias que afectaban y se extendían a toda clase de armamento.
En relación a los fusiles ametralladores se detallaba que existía un déficit inicial total de 4.689 de 7 mm. y 9.119 de 7.92 mm., pero como el ritmo máximo de fabricación significaba sólo pasar de los 30 diarios actuales a 40, hubiera hecho falta un año para cubrir las necesidades, salvo que alguien las proporcionara, ¿Alemania, tal vez?. Una vez alcanzada la plantilla de guerra, la cadencia máxima diaria de producción española “bastaría probablemente para sostener el consumo corriente”.
La situación todavía empeoraba más al tratarse de la cuestión de ametralladoras, pues se padecía la falta inicial de 12.045 máquinas de 7’92 mm. para constituir “el Ejército en pie de guerra” y el ritmo de producción máxima, a pesar de doblarse la cantidad de fabricación, sería sólo de 12 diarias. Y aunque una potencia aliada -¿Alemania también?- cubriera dicha necesidad, con nuestra capacidad máxima diaria “se estaría escaso para atender el consumo corriente”.  
Respecto a la munición –otro grave y vital problema- para fusiles, mosquetones, fusiles ametralladores y ametralladoras, se disponía entonces de un total de 260 millones de cartuchos de 7 mm., 200 millones de 7’92 mm., 180 millones de 7’62 mm. ruso y 130 millones de 6’5 mm. italiano, pudiendo fabricarse en España los tres primeros modelos.
Aunque las fábricas nacionales eran capaces de producir hasta un total de 75 millones de cartuchos mensuales para las armas largas citadas (además de 15 millones mensuales para pistolas y subfusiles), “esta cifra no es suficiente”, pues “los promedios diarios consumidos en diciembre y enero de 1938 y 1939 en la guerra pasada, acusan cifras de 2.300.000; esto teniendo en cuenta que se trataba de la mitad del Ejército y que el número de armas automáticas deberá ser mayor”. Asimismo debería entregarse por quien correspondiera -¿Italia tal vez?- toda la munición de reposición  correspondiente al 6’5 mm. ya que no se fabricaba en España.
Sin embargo el problema más grave en junio de 1940 –cuatro meses antes de la reunión de Franco y Hitler en Hendaya- era la escasez de pólvora, ya que “actualmente se dispone solamente de pólvora para 150 millones de cartuchos, es decir, para dos meses de producción”. Y si encima se tiene en cuenta que las nuevas necesidades calculadas por la 6ª Sección de Estado Mayor, caso de que se entrase en guerra, eran de 120 a 130 millones de cartuchos mensuales, sería impensable asumir tal compromiso en esta materia salvo que alguien -¿Alemania?- satisficiera dicha carencia.

El armamento colectivo y pesado con sus municiones.
    Si la situación expuesta al general Varela, en su condición de ministro del Ejército, respecto al armamento portátil y sus municiones, no era precisamente halagüeña y no animaba a pensar en emprender actividad bélica alguna, menos lo era aún respecto al armamento colectivo y pesado, incluidas sus municiones.
En junio de 1940 el Ejército español disponía de 100 morteros de 60 mm. y de unos 600 de 45 mm., no teniéndose ninguno en servicio de 120 mm. y padeciéndose un déficit de 1.824 de 50 mm. y 848 mm. de 81 mm. Sobre estos últimos había firmado un contrato de 300 piezas a razón de 50 mensuales. Aunque en ese momento se encontraba suspendida la fabricación de morteros de 50 mm. por estarse pendiente de un nuevo modelo, se consideraba factible asumir una producción mensual de 100 unidades.
Respecto a los cañones antitanques faltaban 700 piezas para cubrir las plantillas de guerra y teniendo en cuenta que la capacidad de producción nacional era de un centenar al año “y no parece que haya posibilidad de aumentarla en un plazo breve”, harían falta cerca de siete años para alcanzar el nivel deseado, salvo que alguien la completase, aunque “en este caso es posible que se necesitase alguna entrega para conservar el consumo corriente”, pues no sería suficiente con la citada producción anual.
En relación a la artillería de campaña la serie A estaba completa pero faltaban 217 piezas de 105/11, 105/22 y 155/13 para cumplir la serie B y se carecía por completo de la serie C. La capacidad máxima de producción mensual era de 2 baterías de 105/11 y otras 2 de 155/13 en la Fábrica Nacional de Trubia, así como 2 más de 105/11, 105/30 y 45, respectivamente, en las fábricas de artillería de Sevilla, Reinosa y Placencia.
Teniéndose en cuenta de que las plantillas de dichas series estaban diseñadas a base de cañones de 75 mm. y el resto obuses, se exponía que era necesario incluir en las citadas plantillas al menos piezas de 105 mm. y 150 mm., “ambas largas”. Si bien “en este asunto habría de entregársenos todo; piezas y proyectiles”. Por último, citar que estaba prevista la utilización del 75/28 como pieza antitanque, para lo que se estaba estudiando a marchas forzadas un proyectil perforante así como que se consideraba imprescindible dotar a los regimientos divisionarios de un grupo de calibre 75 de montaña y a los de cuerpo de ejército de un grupo de cañones de 105 y 150 mm.
La artillería de costa no gozaba tampoco de mejor salud ya que los planes diseñados no podrían culminarse en un plazo menor a 4 o 5 años, por lo que hasta ese momento “la defensa de costa está en situación precaria”, por lo que “habrán de entregársenos, por lo tanto, los elementos necesarios para la defensa de las costas”.
También, muy interesante, esclarecedor y desalentador para cualquier iniciativa bélica resultaba el apéndice dedicado al programa antiaéreo, pues “tiene repercusiones, no solamente en cuanto la carencia de elementos, sino en cuanto a la indefensión en que se encuentran las fábricas y establecimientos militares –y de los civiles para qué hablar- lo que haría muy dudosa la fabricación sin interrupciones de los elementos que se presupuestan”.
Se necesitaban 3.998 piezas antiaéreas de 20 mm. (276 para la serie A, 963 para las series B y C así como 2.759 para Defensa interior) y teniéndose en cuenta que “actualmente no se fabrica aún éste armamento, esta cantidad debería entregársenos íntegramente, bien entendido que en cuanto a los proyectiles, o habría de implantarse rápidamente su fabricación, o habría de entregársenos periódicamente”. Pero ¿quién?. ¿Alemania?.
También faltaban para cubrir la plantilla de guerra un total de 784 piezas antiaéreas de 37 o 40 mm. así como 1.828 de 88 mm. con que constituir la defensa, tanto de las Unidades armadas como de los centros vitales del interior. La fabricación de sus proyectiles no estaba todavía implantada pero podría llevarse a cabo, “pero nunca la de las espoletas correspondientes”.
Por último, dada la organización planeada para construir tres batallones en cada uno de los cuatro regimientos de carros, se necesita empezar contando con 450 unidades más y sus correspondientes repuestos, teniendo que ser suministrados por otra potencia ya que “aunque se está procurando poner en estado de servicio el material existente, la falta de repuesto exige valerse de los vehículos inservibles”.

Las materias primas y otras necesidades de guerra.
    Independientemente de los ritmos máximos de producción que pudieran alcanzarse o fijarse para cada fabrica de armas o municiones al objeto de cubrir las plantillas de guerra e ir reponiendo las bajas que se fueran ocasionando durante el conflicto, la cuestión previa prioritaria era disponer de las materias primas necesarias, algo que como se verá en aquella España que acababa de salir de una guerra civil de tres años de duración, se padecía un gran déficit.
    Así resultaba que según el minucioso apéndice del informe secreto inicialmente citado, donde se cuantificaban las necesidades de materias primas para alcanzar la máxima producción de pólvoras y explosivos durante un año, España carecía de nitrato potásico, nitrato sódico, acetona, vaselina, estabilizantes para pólvora N.S.D., dimetilanina y nitrato amónico, disponiéndose de cantidades insuficientes de algodón, glicerina, difenilamina y toluol.
      Respecto a las materias primas necesarias para alcanzar la máxima producción anual de material de guerra la situación tampoco era mejor. Se carecía o era insuficiente la producción de chatarra, níquel, ferromanganeso, ferromolibdeno, ferrovanadio, cobalto, aluminio, cobre, cobre electrolítico, zinc electrolítico, estaño, aleaciones duras tipo widia, mineral de cromo, magnesita, piedras esmeril y los carburos necesarios para fabricarlo, vidrio óptico, celuloide transparente, amianto, crisoles de grafito, alambre de acero, bismuto metal, cloruro de magnesio, acero amarillo, acero plata y hojas de tela esmeril basto, de buena clase, para el esmerilado de cañones.
    En relación al material de zapadores no se cubrían ni las necesidades de herramientas mecánicas  ni las de construcción de puentes así como tampoco las de alambradas y minas antitanque o las chapas para abrigos, pues por ejemplo la capacidad española diaria de fabricación sólo alcanzaba 200 protecciones para 6 hombres.
   También se padecían graves carencias en material de transmisiones, con el agravante de que los dos principales suministradores eran Inglaterra y EE.UU. Peor se estaba en automovilismo tanto en vehículos –faltaban 4.5000 camiones de diversos tonelajes y 500 coches ligeros con sus consiguientes repuestos- como en carburantes y lubrificantes. Asimismo apenas había carbón para el transporte ferroviario, viviéndose en algunas zonas casi al día. Sólo los aspectos de vestuario y víveres en materia de Intendencia presentaban cierto optimismo, tanto por la capacidad textil suficiente para 700.000 soldados y una reserva igual como por las “amplias esperanzas ante la prometedora cosecha que en general se presenta”.
(Continuará)

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