Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 310 correspondiente al mes de abril de 2008, de la Revista "ARMAS", págs. 80-86.
“Ningún oficio es más bonito que
el de capitán de Infantería, artesano del valor heroico, orfebre del valor
estoico, que va a pie donde lo mandan con sus hombres detrás, y que a veces se
queda en el camino con una bala -¡Con qué facilidad Dios mío!- que le para los
pulsos del corazón.”
Camilo José Cela.
Hace ya
más de una década, concretamente en 1995, que Francisco Javier Martín Hernández
publicaba en el núm. 160 de “ARMAS”, un artículo dedicado al Museo Específico
de la Academia de Infantería en Toledo. Desde entonces, tanto su extensión como
sus fondos han aumentado progresiva y considerablemente, contribuyendo así a
enriquecer y difundir la historia del principal Arma de nuestro Ejército de
Tierra: la Infantería.
Por tal
motivo, bien vale la pena volver a tan noble recinto, recordar su existencia, incentivar
su interés a nuestros veteranos lectores y descubrirlo ante las nuevas
generaciones que desde entonces se han venido incorporando a “ARMAS”.
Evidente
y desgraciadamente no es posible profundizar y ni siquiera detallar en las
páginas de este artículo los millares de valiosos fondos que allí se exponen,
si bien tras esta exposición ilustrada por las fotografías que lo acompañan, y
gracias a la amable predisposición de su Director, el coronel José Ignacio
Ferro Rodríguez, algunas de las armas más curiosas, históricas e interesantes,
serán objeto de futuros artículos en nuestra Revista.
La Academia de Infantería.
Tal y
como recordaba el teniente general Máximo de Miguel Page en el prólogo de la
obra “La Infantería en los Tiempos Modernos”,
cuarto tomo de un ambicioso proyecto cultural desarrollado por un grupo de
Infantes dirigido por el general de brigada Miguel Alonso Baquer, dedicado a la
Historia de la Infantería Española, ésta comenzó su andadura –y nunca mejor
dicho- cuando lo hace el siglo XVI, sobre los campos de batalla italianos de
Seminara, Ceriñola, Garellano y Gaeta, de la mano de quien ha quedado
inmortalizado como el “Gran Capitán”,
Gonzalo Fernández de Córdoba.
Desde entonces nuestra “fiel”
Infantería ha sido protagonista de millares de hechos llenos de gloria, honor y
sacrificio, conservando y custodiándose en la Academia de Toledo numerosos
fondos que fueron actores y testigos de todo ello.
Hablar de Infantería y de Toledo es hablar de Historia y Tradición. Y
por supuesto es hablar de su Academia. Tal y como afirmó en una entrevista a la
prensa su actual Director e Inspector del Arma de Infantería, el general de
brigada Cesar Muro Benayas, que con anterioridad fue teniente coronel jefe de
Estado Mayor de la Brigada Paracaidista y coronel jefe del Regimiento de la
Guardia Real, “Toledo y la Infantería guardan desde hace
más de 170 años una estrecha relación”; “Toledo, entre nosotros, se la conoce como la «Cuna de la Infantería»;
y “nos sentimos toledanos de adopción”.
Igualmente, la antigua ciudad imperial de Toledo se ha configurado
históricamente como ubicación de buena parte de los centros de enseñanza más
importantes de nuestro Ejército. En primer lugar fue el Colegio General Militar (1846-1850) que estaba ubicado inicialmente en
el Hospital de San Juan Bautista y posteriormente en el de Santa Cruz.
Seguidamente fue el Colegio de Infantería (1850-1869) que además
de comenzar en el de Santa Cruz, también pasó por el Hospital de Santiago y la
Casa de la Caridad, para tras un paréntesis en Madrid, regresar a Toledo,
asentándose en el histórico Alcázar, ya como Academia de Infantería (1876-1882).
El 20 de febrero de 1882 y sobre la misma base y edificio, se creó
la Academia General Militar que perduró hasta su supresión por un Real Decreto
de 8 de febrero de 1893, volviendo a quedarse en el Alcázar sólo la Academia de
Infantería, instalándose en otras ciudades los centros correspondientes a las
demás Armas y Cuerpos.
Otro Real Decreto de 20 de febrero, pero esta vez de 1927, crearía
en Zaragoza la Academia General Militar (ver ARMAS núm. 257), al objeto de
reunir y formar allí durante dos años a los cadetes de todas las Armas y
Cuerpos, continuando los estudios castrenses en sus respectivas academias
especiales, permaneciendo la de Infantería en la de Toledo.
La llegada de la Segunda República conllevó, a
raíz de la reforma militar emprendida por el nuevo ministro de la Guerra,
Manuel Azaña Díaz, y su Decreto de 30 de junio de 1931, el cierre de la
Academia General Militar y la creación –entre otras- de la Academia de
Infantería, Caballería e Intendencia, sobre la bases de sus respectivas
academias especiales, fijándose su residencia en el alcázar toledano, que era
donde estaba ya la de Infantería.
La Guerra Civil (1936-1939) abriría otro
paréntesis en la permanencia tradicional de un centro de enseñanza militar
superior en Toledo y conllevaría prácticamente la destrucción del Alcázar al
sufrir un violentísimo asedio de 72 días, al haberse atrincherado en su
interior quienes se habían alzado en armas contra el gobierno de la República,
sufriendo durísimos ataques de artillería, aviación y minas subterráneas que la
redujeron prácticamente a ruinas.
Tras finalizar la contienda, el nuevo jefe del
Estado español, Francisco Franco Bahamonde, firmaba el 27 de septiembre de
1940, a propuesta del ministro del Ejército, el bilaureado general de división
José Enrique Varela Iglesias (ver ARMAS núms. 235 y 236), una ley por la que se
restablecía en Zaragoza la Academia General Militar, “a base de la Academia de Infantería allí existente”, la cual se
había ubicado temporalmente en ese recinto para satisfacer la formación de
cuadros de mando de dicha Arma.
Con fecha 23 de enero de 1942 se anunciaba la convocatoria para
cubrir, por concurso-oposición, un total de 350 plazas para futuros oficiales,
que pasarían a convertirse en la primera promoción de esta nueva época y de los
que 150 correspondían al Arma de Infantería. Tras enfrentarse a duras pruebas
eliminatorias, el 15 de septiembre de dicho año ingresaron sólo 170 cadetes, de
los que únicamente 34 se incorporarían dos años después, ya como
alféreces-cadetes, a la Academia
de Infantería, que por aquel entonces, había sido trasladada desde Zaragoza a Guadalajara,
pues el alcázar toledano continuaba en ruinas.
La necesidad de poder volver a contar con un recinto adecuado y
moderno que sirviera para formar a las nuevas generaciones de oficiales de
Infantería, motivó que además de la decisión de que su ubicación estuviera en
Toledo, se dispusiera en 1941 la construcción de una nueva Academia,
eligiéndose para ello un cerro situado frente al Alcázar y en la otra orilla
del Río Tajo, que se franqueaba a través del histórico Puente de Alcántara.
Así, tras superar la cuesta que lleva al Castillo de San Servando,
se procedió a construir un impactante conjunto de edificios que dominan la
antigua ciudad imperial y cuyo epicentro gira alrededor de un impresionante
patio de armas cuyas grandes dimensiones sobrecoge a quien lo pisa por primera
vez. Los alféreces-cadetes del curso 1948-49 serían los primeros en alojarse y
cursar sus estudios en la nueva Academia de Infantería, donde actualmente -casi
medio siglo después- continua funcionando, habiéndose levantado desde entonces
algunas edificaciones más y aumentado su extensión al objeto de ampliar su
campo de maniobras.
Museo de la Academia de Infantería.
Si bien el actual fue creado en 1983 por una
disposición del Ejército de Tierra de 25 de noviembre de ese mismo año,
ubicándose como una dependencia más de dicho centro de enseñanza, lo cierto es
que sus orígenes son bastante más antiguos, habiendo pasado prácticamente las
mismas vicisitudes que la Academia.
Antes de proseguir, hay que decir que hablar de
Toledo y de museos militares, no está exento de cierta polémica, como
consecuencia del actual proceso de traslado de los fondos del Museo del
Ejército desde Madrid hasta el Alcázar, cuestión en la que no se profundizará
en este artículo, ya que está previsto abordarlo –desde su perspectiva histórica-
en un futuro artículo.
Tan sólo citar por el momento que ya por un
Real Decreto de 23 de febrero de 1929, se quiso crear el Museo del Ejército en
el Alcázar de Toledo “a base de los
actuales Museos militares de las distintas Armas y Cuerpos”, habida cuenta
que “la dispersión actual de recuerdos y
trofeos de nuestras glorias militares, depositados hoy en diversos Centros y
Museos, impide formar exacto juicio y justo aprecio de la actuación, durante
siglos, de nuestro Ejército, ya que
aislados, como se exhiben actualmente, no ofrecen el enlace y la
coordinación que la Historia muestra en la exposición de los hechos y hazañas
que recuerdan”.
La realidad es que dada la gran cantidad de
fondos existentes, y que hoy día se siguen enriqueciendo con la participación
de nuestro Ejército en las Operaciones de Mantenimiento de la Paz y las
donaciones de particulares, sería material y físicamente imposible crear un
único museo donde pudieran reunirse y exponerse todos, motivo por el cual,
junto al honrado deseo de ser los propios custodios y depositarios de su
historia, han ido surgiendo y potenciándose los de carácter específico, alguno
de los cuales han sido recientes protagonistas de esta Revista, como el de la
Legión en Almería (ver ARMAS núm. 297) y el de Regulares de Ceuta (ver ARMAS
núm. 309).
No obstante, el de la Academia de Infantería,
tal y como se refleja a lo largo de la vicisitudes publicadas en los diarios
oficiales, tiene su tradición ya que el Alcázar toledano, en sus diferentes
épocas como centro de enseñanza militar, siempre albergó fondos museísticos
vinculados al Arma, algunos de los cuales fueron incluso utilizados por los
sitiados durante el asedio sufrido al inicio de la Guerra Civil.
Partiendo del axioma de que Academia y
Tradición deben ser dos realidades indisolubles, los fondos del actual Museo
específico de la Academia de Infantería se hayan expuestos principalmente en el
interior de cuatro salas, denominadas del “General
Prim”, “Auras de Gloria”, “Alcázar de Toledo” y “Fiel Infantería”, significándose que
parte de su contenido ha sido utilizado como material de enseñanza para los
alumnos.
En la primera de ellas se custodian diversas
armas, objetos, uniformes, recuerdos y documentación relacionadas con el
general Juan Prim y Prats, singular militar y político español del siglo XIX
que se distinguió heroicamente en la Campaña de Africa (1859-60) y terminaría
siendo asesinado el 27 de diciembre de 1870 en un atentado cuando ostentaba la
presidencia del gobierno.
Entre los fondos depositados destaca la enseña del Batallón del
Regimiento Córdoba nº 10 que enarboló en la Batalla de Los Castillejos, acontecida
el 1 de enero de 1860, tras pronunciar en pleno combate la histórica frase: “Soldados, podéis abandonar esas mochilas
porque son vuestras pero no podéis abandonar esta bandera, que es de la Patria.”
Las otras tres salas están relacionadas con las grandes gestas y
hechos heroicos de la Infantería española y sus protagonistas, la historia de
la Academia de Infantería a través de los tiempos así como la historia del
propio Arma de Infantería, que actualmente sigue escribiendo páginas de honor,
servicio y sacrificio en los diferentes escenarios internacionales que viene
participando como fuerzas de mantenimiento de la paz.
Así, un detenido recorrido por las mismas permite contemplar y
disfrutar de una variadísima colección de armamento de infantería
correspondiente a los siglos XIX y XX, constituida además de armas blancas y
enastadas, por las de fuego, entre las que se encuentran pistolas, revólveres,
subfusiles, fusiles, mosquetones, carabinas, fusiles ametralladores y
ametralladoras, tanto de fabricación española como extranjera, con su
correspondiente cartuchería, que además próximamente será ampliada con nuevas
piezas.
El armamento portátil, además de granadas de mano, está acompañado
del de apoyo, el contracarro y el de campaña, estando expuestas unas interesantísimas
colecciones de lanzagranadas, cohetes, misiles, morteros, ametralladoras
antiaéreas y piezas de artillería ligera de campaña.
Especial atractivo reviste la exposición de uniformes de muy
variadas épocas y unidades así como sus banderas, estandartes, distintivos y
emblemas, además de las condecoraciones concedidas a destacados Infantes como
recompensa a sus acciones heroicas en combate, entre las que se encuentran
varias cruces laureadas de San Fernando y medallas militares individuales,
además de otros efectos personales.
La Legión, los Regulares, la Brigada Paracaidista e incluso la
Guardia Civil –verdadera protagonista de la defensa del Alcázar en el asedio de
1936 y que llegó a ser definida por un general del Arma como la mejor
Infantería- tienen sus propios espacios que comparten con los dedicados a las
operaciones de paz en diversos escenarios del mundo.
También merece especial atención la
privilegiada colección fotográfica y documental así como la exposición
permanente de algunas de las batallas más importantes protagonizadas por la
Infantería española.
Fuera de las salas y en otra zona de la
Academia puede contemplarse sobre sus muros, los retratos y breves historiales
de los Infantes que han sido recompensados con la cruz laureada de San Fernando
o con la medalla militar individual. Y ya en el exterior, frente a la impresionante
fachada principal, con el Alcázar de fondo, se encuentra expuesta una selecta y
valiosa colección de carros de combate y piezas de artillería, destacando entre
los primeros un prototipo del Verdeja español y un T-26B ruso (ver ARMAS núm. 281).
Por
último, no se puede dejar de citar otros fondos de gran interés y valor que
también se encuentran entre los muros de la Academia de Infantería. Se trata de
su magnífica Biblioteca central, integrada por cerca de 35.000 volúmenes, entre
los que por supuesto se encuentran títulos muy interesantes dedicados al
armamento, tanto procedentes de las bibliotecas de los anteriores centros de
enseñanza castrenses asentados en Toledo, como de las incorporados en 1974 de la antigua Escuela de Aplicación y Tiro, y en 1998, de
la extinta Fábrica de Armas.
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