Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 312 correspondiente al mes de junio de 2008, de la Revista "ARMAS", págs. 84-90.
Los originales están ilustrados por cuatro fotografías en color y doce en blanco y negro.
Cuando el 17 de julio de 1936 comenzó la Guerra
Civil española, al sublevarse la guarnición de Melilla, los establecimientos
relacionados con la industria de guerra terrestre estaban a cargo del entonces
Cuerpo de Artillería del Ejército.
Dichos
centros consistían en el Taller de Precisión de Artillería en Madrid, el Centro
de Estudios y Experiencias de “La Marañosa” (antigua Fábrica Nacional de
Productos Químicos “Alfonso XIII”) en San Martín de la Vega (Madrid), el Banco
de Pruebas de Armas Portátiles y sus Municiones en Eibar (Guipúzcoa) así como
la Pirotecnia Militar de Sevilla, la Fábrica de Artillería de Sevilla, la
Fábrica de Pólvoras y Explosivos de Granada, la Fábrica de Pólvoras de Murcia,
la Fábrica de Armas Portátiles de Oviedo (Asturias), la Fábrica de Trubia
(Asturias) y la Fábrica Nacional de Toledo.
Aparte
de ello existían, conforme a la reorganización del Ejército dispuesta por
Decreto de 25 de mayo de 1931 y sucesivas disposiciones, los Parques de Cuerpo
de Ejército nº 1 de Madrid, nº 4 de Barcelona, nº 5 de Zaragoza, nº 7 de
Valladolid, todos ellos con Maestranza así como los Parques divisionarios de
Artillería, para el servicio de municionamiento, armamento y material de
guerra, dependientes de las Divisiones orgánicas nº 1 de Madrid, nº 2 de
Sevilla, nº 3 de Valencia, nº 4 de Barcelona, nº 5 de Zaragoza, nº 6 de Burgos,
nº 7 de Valladolid y nº 8 de La Coruña.
El
éxito o el fracaso del alzamiento militar contra el gobierno de la República
determinarían inicialmente que bando controlaría cada una de las instalaciones
citadas y por lo tanto se vería favorecida por su capacidad de producción para
alimentar su respectiva maquinaria de guerra.
Evidentemente
ello era insuficiente para abastecer y satisfacer las necesidades de ambos
contendientes en el conflicto bélico que se iniciaba, debiéndose además tener
en cuenta que algunas de las instalaciones y su maquinaria resultaron dañadas
en las primeras semanas, bien por acciones de guerra o sabotajes.
Asimismo
hay que tener en cuenta que el número de cuadros directivos y de mano de obra
cualificada que trabajaba en dichos centros se vio sensiblemente mermado por
las ausencias derivadas de haber estallado la rebelión militar en periodo vacacional
y sobre todo por la represión ejercida en cada zona, que conllevó el
encarcelamiento o fusilamiento de parte de las plantillas.
El
fracaso inicial de la sublevación y el comienzo de las operaciones militares a
lo largo y ancho de la geografía peninsular, provocaron que ambos bandos
necesitaran recurrir a la movilización obligatoria de los reemplazos de
reservistas, al alistamiento de los voluntarios y por lo tanto a la creación de
numerosas nuevas unidades, a las que había de dotar de armamento portátil y
pesado así como atender a su municionamiento, mantenimiento y reposición.
Para
hacer frente a todo ello se procedió a aumentar la producción de las industrias
de guerra que cada bando controlaba inicialmente en su respectiva zona, a crear
nuevos centros y fábricas y sobretodo a importar armamento y demás material
bélico, proporcionado en su mayoría por países afines a sus planteamientos
ideológicos.
La situación de Cataluña.
La
creación de nuevos centros y fábricas dio lugar a que por necesidades
estratégicas o logísticas, éstos se ubicaran en zonas donde no había tradición
armera o que simplemente carecía de aquellas en el verano de 1936.
Tal
es el caso que se aborda en estas páginas. Cuando el 19 de julio de dicho año
se extendió la sublevación militar a Cataluña, la industria de guerra era allí
inexistente. Al contrario de lo que sucedía en Asturias, Guipúzcoa y Vizcaya,
donde existían fábricas de armamento, tanto las de propiedad del Estado ya
citadas como las de titularidad privada (marcas Astra, Llama, Star, etc.), así
como una sólida industria pesada y siderurgia, Cataluña sólo contaba con
fábricas y talleres de metalurgia y textil, además de algunas relacionadas con
los sectores de la química y la minería, estando todo ello dedicado al ámbito
civil.
La
única empresa que fabricaba material de interés bélico al producirse el
alzamiento, era la Pirotécnica Espinós, dedicada a los fuegos artificiales, que
estaba ubicada en la localidad tarraconense de Reus y dirigida entonces por Juan Espinós Sotorra. Se
trataban de artificios de iluminación y señales para la
aviación, habiendo producido también anteriormente humos y gases especiales
para usos militares. Fundada en 1868, hoy día sigue existiendo, si bien ha
dejado ya de ser fabricante para dedicarse a la importación, compra, distribución y venta por
todo el territorio nacional, de productos pirotécnicos diversos, así como la
colaboración en el proyecto y disparo de espectáculos pirotécnicos de todo
tipo.
Respecto
a la Maestranza y Parque de Artillería, ubicados al norte del barrio barcelonés
de San Andrés y cuyos solares están actualmente siendo objeto de un nuevo
proyecto urbanístico, tras su venta al Consorcio de la Zona Franca por el
Ministerio de Defensa, eran en aquel verano de 1936 las únicas instalaciones
que poseían algunos medios fabriles para reparación de determinado tipo de
armamento y recarga de municiones. Sin embargo, habían quedado prácticamente
arrasadas tras ser bombardeadas por la aviación leal al gobierno de la
República para conseguir su rendición ya que se unieron a los sublevados y además
fueron seguidamente saqueadas por las milicias anarquistas y del Frente Popular.
No
obstante pudo salvarse la suficiente documentación técnica como para que se
pudiera, por ejemplo, emprender el proceso de fabricación de cartuchería de
7x57 mm., que empleaba el armamento tipo máuser.
La Comisión de Industrias de Guerra.
Tras aplastarse la rebelión militar en
Barcelona, el sector más numeroso y revolucionario, representado por la
Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y
monopolizado por la Federación Anarquista Ibérica (FAI), se hizo prácticamente
con el poder popular, que no el oficial, de casi nulo peso específico entonces,
representado por Lluís Companys Jover, presidente de la Generalitat.
Inmediatamente crearon el Comité Central de
Milicias Antifascistas de Cataluña, en el que también quedaron integrados desde
su misma constitución, Ezquerra Republicana de Cataluña, Partido de Acció
Catalana, Unió de Rabassaires, Unió Socialista de Cataluña, Partido Obrero de
Unificación Marxista y Unión General de Trabajadores.
El
dirigente anarcosindicalista Juan García Oliver fue nombrado jefe del
Departamento de Guerra, llamado también Comité de Guerra. Este, en sus memorias
“El eco de los pasos”, afirmaría que
en el curso de una reunión mantenida con un reducido grupo de militares que
habían permanecido leales al gobierno de la República, encabezado por el
coronel de Artillería Ricardo Jiménez
de Beraza, nació la apuesta de “fabricar
tanques, granadas de mano, proyectiles con espoleta, cartuchería y hasta
fusiles y fusiles ametralladores”. Los militares profesionales pondrían la
dirección técnica y los anarquistas, la mano de obra y los talleres incautados.
Sin embargo no sería tarea fácil.
El
Comité Central de Milicias Antifascistas aprobó inmediatamente la iniciativa de
crear la industria de guerra bajo su propia dirección y se encargó al
anarcosindicalista Eugenio Vallejo Isla que procediera a organizarla.
Entusiasmo no faltaba entre los anarquistas pero el desarrollo de los
acontecimientos políticos, en los que la Generalitat quería retomar su
protagonismo, cambió el modo y la forma de la incipiente industria de guerra
catalana.
El 31
de julio de 1936 se constituyó el primer gobierno autónomo catalán tras la
sublevación militar, con el apoyo de las fuerzas republicanas de izquierdas más
el recién creado Partit
Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), nacido una semana antes de la fusión
de Unió Socialista de Cataluña, la Federació Catalana del PSOE, el Partit Comunista de Catalunya y el Partit Catalá Proletari.
Se
creó la Consejería de Defensa que fue encomendada al teniente coronel de Infantería
Felipe Díaz Sandino, destinado en el Servicio de Aviación, siendo nombrado
viceconsejero el comandante de Infantería Vicente Guarner Vivanco, quien en su
obra “L’aixecament militar a Catalunya i
la guerra civil”, aseguraría
que se trataba de “organizar una
especie de ministerio de guerra que pudiera sustituir al Comité Central de
Milicias en la dirección de la lucha y en la organización de elementos”.
El coronel Jiménez de Beraza sería nombrado jefe de la Inspección General de Artillería y asesor de Industrias de Guerra. En octubre de 1934, cuando los sucesos revolucionarios de Asturias, había sido el director de la Fábrica de Armas Portátiles de Oviedo y fue condenado a muerte por no disponer que se inutilizaran centenares de ametralladoras y miles de fusiles al objeto de evitar su empleo por los revolucionarios. La sublevación militar del 18 de julio le había sorprendido en Navarra y tras huir a Francia se presentó el día 23 a las autoridades republicanas en Barcelona.
El 6 de agosto siguiente se constituyó el segundo el segundo gobierno de la Generalitat, casi idéntico al anterior (PSUC no entraría hasta el 26 de septiembre con el tercero junto a la CNT y el POUM) y una de las ideas claras del mismo era materializar la creación de un órgano que se responsabilizara de todas las actividades relacionadas con la industria de guerra. Eran necesarias armas y municiones pero nadie sabía realmente cómo y dónde fabricarlas de manera que se cumplieran los debidos requisitos técnicos de seguridad, calidad y producción. Alguien debía responsabilizarse de todo ello, dada la trascendencia de la cuestión, y ejercer el necesario control, no pudiéndose dejar en manos de partidos o sindicatos.
Consecuente con ello, la Generalitat creó por Decreto de 7 de agosto de 1936, la Comisión de Industrias de Guerra (CIG), presidida por el consejero Josep Tarradellas Joan. Publicada dicha norma el día 12 siguiente en el “Butlletí Oficial de la Generalitat” nº 225, y bajo la firma del presidente Companys, se disponía:
“Para atender las necesidades del momento en orden a la lucha contra los elementos subversivos de la legalidad republicana, a propuesta del Consejero de Economía y Servicios Públicos, y de acuerdo con el Consejo Ejecutivo, decreto:
Artículo 1. Se crea la Comisión de Industria de Guerra, la cual tendrá a su cargo todas las actividades de fabricación, distribución, adquisiciones, control y experimentación técnica del material y todos los aspectos referentes a la movilización industrial.
En consecuencia dependerán de dicha Comisión todas las fábricas, talleres, laboratorios y centros de movilización industrial y experimentación técnica de armamento y material de guerra que haya sido objeto de incautación o intervención por la Generalitat a estos efectos”.
La CIG pronto comenzó a dar sus primeros pasos y se hizo realidad en buena parte. El funcionamiento de todo ello fue posible a la buena cohesión en este aspecto de tres factores: la capacidad organizativa y empresarial aportada por Ezquerra Republicana, la experiencia y conocimientos técnicos de los mandos militares profesiones así como la entrega y aportación de la mano de obra anarcosindicalista.
Al objeto de cumplir eficazmente la ingente tarea encomendada, la CIG se organizó en tres secciones: la de químicas, que se encargaría de todo lo referente a pólvoras, detonadores, explosivos, etc.; la de metalúrgicas, que trataría todo lo relacionado con armas, espoletas de las municiones, vehículos, blindajes, etc.; y la de aviación.
El coronel Jiménez de Beraza sería nombrado jefe de la Inspección General de Artillería y asesor de Industrias de Guerra. En octubre de 1934, cuando los sucesos revolucionarios de Asturias, había sido el director de la Fábrica de Armas Portátiles de Oviedo y fue condenado a muerte por no disponer que se inutilizaran centenares de ametralladoras y miles de fusiles al objeto de evitar su empleo por los revolucionarios. La sublevación militar del 18 de julio le había sorprendido en Navarra y tras huir a Francia se presentó el día 23 a las autoridades republicanas en Barcelona.
El 6 de agosto siguiente se constituyó el segundo el segundo gobierno de la Generalitat, casi idéntico al anterior (PSUC no entraría hasta el 26 de septiembre con el tercero junto a la CNT y el POUM) y una de las ideas claras del mismo era materializar la creación de un órgano que se responsabilizara de todas las actividades relacionadas con la industria de guerra. Eran necesarias armas y municiones pero nadie sabía realmente cómo y dónde fabricarlas de manera que se cumplieran los debidos requisitos técnicos de seguridad, calidad y producción. Alguien debía responsabilizarse de todo ello, dada la trascendencia de la cuestión, y ejercer el necesario control, no pudiéndose dejar en manos de partidos o sindicatos.
Consecuente con ello, la Generalitat creó por Decreto de 7 de agosto de 1936, la Comisión de Industrias de Guerra (CIG), presidida por el consejero Josep Tarradellas Joan. Publicada dicha norma el día 12 siguiente en el “Butlletí Oficial de la Generalitat” nº 225, y bajo la firma del presidente Companys, se disponía:
“Para atender las necesidades del momento en orden a la lucha contra los elementos subversivos de la legalidad republicana, a propuesta del Consejero de Economía y Servicios Públicos, y de acuerdo con el Consejo Ejecutivo, decreto:
Artículo 1. Se crea la Comisión de Industria de Guerra, la cual tendrá a su cargo todas las actividades de fabricación, distribución, adquisiciones, control y experimentación técnica del material y todos los aspectos referentes a la movilización industrial.
En consecuencia dependerán de dicha Comisión todas las fábricas, talleres, laboratorios y centros de movilización industrial y experimentación técnica de armamento y material de guerra que haya sido objeto de incautación o intervención por la Generalitat a estos efectos”.
La CIG pronto comenzó a dar sus primeros pasos y se hizo realidad en buena parte. El funcionamiento de todo ello fue posible a la buena cohesión en este aspecto de tres factores: la capacidad organizativa y empresarial aportada por Ezquerra Republicana, la experiencia y conocimientos técnicos de los mandos militares profesiones así como la entrega y aportación de la mano de obra anarcosindicalista.
Al objeto de cumplir eficazmente la ingente tarea encomendada, la CIG se organizó en tres secciones: la de químicas, que se encargaría de todo lo referente a pólvoras, detonadores, explosivos, etc.; la de metalúrgicas, que trataría todo lo relacionado con armas, espoletas de las municiones, vehículos, blindajes, etc.; y la de aviación.
Las
fábricas.
La Maestranza y el Parque divisionario de Artillería nº 4, que compartían las instalaciones de San Andrés, fueron reconstruidas y dotadas de la maquinaria necesaria para la instalación de cargas de bombas para la aviación, para bombas de mortero del 50 y del 81 mm. y proyectiles para lanzagranadas núm. 1, así como para la fabricación de la cartuchería máuser. Asimismo en esas instalaciones se centralizaría toda la tarea de inspección técnica militar del material fabricado por la CIG: cartuchos, fusiles, pólvora, todo tipo de bombas, supervisándose por medio de un laboratorio cebos, pólvoras y calidad de los metales.
Además, el mismo día del decreto de constitución de la CIG se procedió a dictar otro mediante el cual, “vista la necesidad de utilizar todos los elementos de la producción útiles para la fabricación de material de guerra”, se procedió a la incautación, intervención u ocupación, según necesidades y de acuerdo en cada caso con el Comité Obrero de Control, de las siguientes industrias: Sociedad Anónima Cros, Fabricación Nacional de Colorantes y Explosivos, Sociedad Electro-Química de Flix, Unión Española de Explosivos, Maquinista Terrestre y Marítima, Hispano-Suiza, Sociedad Anónima de Material para Ferrocarriles y Construcciones, Pirelli S.A., Riviere S.A., Elizalde S.A., Metales y Platería Ribera, Francisco Lacambra S.A., y G. de Andreis Metalgráfica Española. En los días siguientes dicha lista se vería aumentada.
Todos los centros incautados fueron adaptados a las nuevas necesidades de la industria bélica, instalándose la maquinaria necesaria para llevar la labor encomendada a cada uno de ellos y especializándose a sus directivos y operarios. Una vez producida la consecuente reconversión, la nueva denominación y producción de las fábricas que configuraron la industria de guerra de Cataluña, fueron las siguientes:
La Maestranza y el Parque divisionario de Artillería nº 4, que compartían las instalaciones de San Andrés, fueron reconstruidas y dotadas de la maquinaria necesaria para la instalación de cargas de bombas para la aviación, para bombas de mortero del 50 y del 81 mm. y proyectiles para lanzagranadas núm. 1, así como para la fabricación de la cartuchería máuser. Asimismo en esas instalaciones se centralizaría toda la tarea de inspección técnica militar del material fabricado por la CIG: cartuchos, fusiles, pólvora, todo tipo de bombas, supervisándose por medio de un laboratorio cebos, pólvoras y calidad de los metales.
Además, el mismo día del decreto de constitución de la CIG se procedió a dictar otro mediante el cual, “vista la necesidad de utilizar todos los elementos de la producción útiles para la fabricación de material de guerra”, se procedió a la incautación, intervención u ocupación, según necesidades y de acuerdo en cada caso con el Comité Obrero de Control, de las siguientes industrias: Sociedad Anónima Cros, Fabricación Nacional de Colorantes y Explosivos, Sociedad Electro-Química de Flix, Unión Española de Explosivos, Maquinista Terrestre y Marítima, Hispano-Suiza, Sociedad Anónima de Material para Ferrocarriles y Construcciones, Pirelli S.A., Riviere S.A., Elizalde S.A., Metales y Platería Ribera, Francisco Lacambra S.A., y G. de Andreis Metalgráfica Española. En los días siguientes dicha lista se vería aumentada.
Todos los centros incautados fueron adaptados a las nuevas necesidades de la industria bélica, instalándose la maquinaria necesaria para llevar la labor encomendada a cada uno de ellos y especializándose a sus directivos y operarios. Una vez producida la consecuente reconversión, la nueva denominación y producción de las fábricas que configuraron la industria de guerra de Cataluña, fueron las siguientes:
La
F-1. Montada en Badalona, se fabricaba Octanol o Fluido de Etilo para adicionar
como antidetonante a la gasolina por procesos industriales. Fue la única
fábrica en la España republicana de estas características y una de las
poquísimas en toda Europa. Aunque la finalidad última de ésta fábrica y su
proceso fuera la obtención de dicho producto, también produjo Cloruro de Etilo
y Tetraetilo para su suministro a otros laboratorios e instalaciones, donde
pudieran ser tratados con los productos primarios correspondientes -plomo,
sodio, dibromuro de etilo, monocloronaftalina- y ser transformados en Octanol.
La
F-2. Estaba ubicada en las afueras de Barcelona. Allí se fabricaban pólvora
militar y Natamita, un explosivo casi tan poderoso como la Dinamita, que se
podía obtener a base de Clorato Potásico y Naftalina. También se llevó a cabo
en la misma la instalación de cargas para granadas del 7'5 y del 7 así como la
fabricación de Mecha, un accesorio importante para la Natamita, de los tipos
corriente y especial, destinada a bombas de mano, cañones, minería y
fortificaciones.
La
F-3. Estaba instalada en Barcelona y se dedicaba a la fabricación de
explosivos, especialmente de Trilita o Tetranitrometilanilina, un explosivo que
se obtenía mediante la nitración de una solución de Metilanilina y ácido
sulfúrico, y que se empleaba en la carga de granadas y torpedos así como en la
producción de cartuchos y mechas rápidas.
La
F-4. Situada principalmente en la localidad de La Canya, próxima a Olot
(Girona) y por lo tanto a la frontera francesa, se dedicaba a la fabricación de celulosa, una materia
prima básica para la fabricación de pólvora, y componente importante de otros
explosivos.
La
F-5. Se ubicó en la pequeña localidad pirenáica de Queralbs, irenaica cercana a
Ribes de Fresser, en la provincia de Girona y también próxima a la frontera
francesa. Estaba dedicada a la fabricación de gases tóxicos, tales como la
Adamsita, la Cloropicrina, el Fosgeno, y la Yperita, significándose que la idea
gubernamental y de la CIG era realizar su empleo sólo en caso de que el bando
contrario los utilizara en primer lugar, situación que finalmente no llegó a
darse en la Guerra Civil española.
La
F-6. Comenzó a montarse junto a la pequeña población de Orís, cerca de Torelló
en el norte de la provincia de Barcelona, estaba prevista también para la
fabricación de gases tóxicos, si bien nunca llegó a entrar en funcionamiento ya
que el proyecto fue definitivamente cancelado al considerarse que era
suficiente con la producción de la F-5.
La
F-7. Además de una red de fábricas y talleres repartidos entre Barcelona,
Sabadell y Badalona, dedicados a la fabricación de vainas y balas para la cartuchería
de 7x57 mm., utilizada por el armamento tipo máuser, se instaló en Barcelona
una fábrica bajo tal denominación al objeto de producir dicha munición así como
a partir de mayo de 1938, la correspondiente al cartucho de 7’62x54R mm., como
consecuencia del abundante armamento de origen ruso que había recibido el bando
republicano.
La
F-8. Situada en Hospitalet de Llobregat, se dedicaba a la fabricación de
pirotecnia y explosivos. Concretamente producía varios tipos de cohetes y
bombas: cohetes de señales rojos, verdes y amarillos; cohetes de iluminación
números 0 y 1; cohetes terrestres números 3 y 4; cohetes de aviación números 3
y 4, así como bombas.
La
F-9. Tenía sus instalaciones en Barcelona y estaba destinada a la carga de
bombas de mano del tipo “Universal”.
Hay que resaltar que en la misma se sufrieron varios accidentes graves mientras
los operarios manipulaban las granadas arrojando una cifra de 16 muertos y una
docena de heridos.
La F-10. Repartidas entre las localidades barcelonesas de Cardona y Suria, se dedicaban a la producción de clorato potásico y de bromo, respectivamente.
La F-11. Sita en Gramanet del Besós, proxima a Barcelona capital, tenía por finalidad la producción de fulminato de mercurio, que se trataba de una materia básica, en pequeñas proporciones, para la carga de cebo-detonadores y para espoletas de una gran variedad de proyectiles explosivos, tales como granadas de mortero de 50 y 81 mm., granadas de mano, bombas de aviación, etc., así como también fabricación completa de cartuchería de 7 mm. máuser.
La F-10. Repartidas entre las localidades barcelonesas de Cardona y Suria, se dedicaban a la producción de clorato potásico y de bromo, respectivamente.
La F-11. Sita en Gramanet del Besós, proxima a Barcelona capital, tenía por finalidad la producción de fulminato de mercurio, que se trataba de una materia básica, en pequeñas proporciones, para la carga de cebo-detonadores y para espoletas de una gran variedad de proyectiles explosivos, tales como granadas de mortero de 50 y 81 mm., granadas de mano, bombas de aviación, etc., así como también fabricación completa de cartuchería de 7 mm. máuser.
La
F-12. Ubicada a las afueras de Gerona capital, se dedicó, al igual que la F-7,
a la fabricación de cartuchería de 7 mm. máuser y posteriormente también de la
del 7’62 mm. ruso.
La
F-13. Situada en los alrededores de Gualba (Barcelona), su objetivo era la
fabricación de pólvora y explosivos, pero fue tal el cúmulo de problemas de
toda índole y despropósitos padecidos que no llegó a entrar en producción.
La
F-14. Montada en la carretera de Sarriá, contaba con el apoyo de una red fabril
de 26 pequeñas fábricas y talleres que trabajaban las ametralladoras Hotchkiss
y Colt, así como las “carabinas ametralladoras”
Labora y las pistolas Ascaso. En ella se fabricaban granadas rompedoras del
10´5 y el 15´5 y su producción se especializó en armas tales como la “ametralladora” Fontbernat, el “fusil ametrallador” Schmeisser y el
fusil Olot.
La
F-15. Montada en Olot sobre un núcleo de pequeñas empresas que se especializó
inicialmente en la fabricación de granadas y cartuchería, comenzó a preparar la
producción de piezas de la citada Fontbernat, también llamada “pistola-ametralladora”, si bien
finalmente no llegó a fabricarse en serie, limitándose a un pequeño número de
unidades.
Tras
una serie de acontecimientos, cambios y decisiones gubernamentales, que ya se
expusieron en ARMAS núm. 308, cuando se abordó precisamente la fabricación de
las pistolas Ascaso, esta quincena de fábricas bélicas que eran propiedad de la
Generalitat, cambiaron su numeración y pasaron, por Decreto de 16 de agosto de
1938, a ser controladas por la Subsecretaría de Armamento y Municiones del
Ministerio de Defensa republicano, con el supuesto y teórico fin de garantizar
que toda la producción de armamento en la zona republicana siguiera una única
directriz y se alcanzara una mejor calidad y mayor productividad, algo que
posteriormente y a la vista del contenido de los dos libros recientemente
publicados, parece ser no coincidió con la realidad.
Libro
y tesis doctoral.
El conocimiento que se tenía sobre la industria de guerra de Cataluña durante la Guerra Civil y por lo tanto sobre la producción de armamento en ese periodo ha variado sustancial y positivamente gracias a la publicación en octubre de 2007, por Pagès Editors, de los informes que emitió Josep Tarradellas como presidente de la CIG (ver ARMAS núm. 308), complementado ahora en profundidad con la nueva obra “Tarradellas y la industria de guerra de Cataluña (1936-1939)”, publicada en castellano en enero de 2008 por Editorial Milenio.
Este nuevo libro, que puede calificarse de gran interés para los estudiosos y aficionados en esta materia de producción bélica, cuenta con 185 páginas y está ilustrado por una selecta colección fotográfica inédita, de la que este artículo ofrece una pequeña representación, y que se añade a la publicada en la anterior obra, procedente también de los magníficos fondos del Archivo “Monserrat Tarradellas i Macià”, ubicado en el monasterio tarraconense de Poblet. Puede adquirirse directamente en Internet a través de la web del editor –www.edmilenio.com- por el precio de 15 euros más gastos de envío a domicilio.
Su autor es el doctor en historia Francisco Javier de Madariaga Fernández, introductor de la anterior obra, y que puede considerarse como la voz más autorizada en la materia, pues no en vano su brillante tesis doctoral, presentada en el año 2003 en la Universidad Rovira i Virgili, bajo la dirección del profesor Josep Sánchez Cervelló, prologuista del nuevo libro, tuvo por título “Las Industrias de Guerra de Cataluña durante la Guerra Civil”, habiendo obtenido la máxima calificación académica.
El conocimiento que se tenía sobre la industria de guerra de Cataluña durante la Guerra Civil y por lo tanto sobre la producción de armamento en ese periodo ha variado sustancial y positivamente gracias a la publicación en octubre de 2007, por Pagès Editors, de los informes que emitió Josep Tarradellas como presidente de la CIG (ver ARMAS núm. 308), complementado ahora en profundidad con la nueva obra “Tarradellas y la industria de guerra de Cataluña (1936-1939)”, publicada en castellano en enero de 2008 por Editorial Milenio.
Este nuevo libro, que puede calificarse de gran interés para los estudiosos y aficionados en esta materia de producción bélica, cuenta con 185 páginas y está ilustrado por una selecta colección fotográfica inédita, de la que este artículo ofrece una pequeña representación, y que se añade a la publicada en la anterior obra, procedente también de los magníficos fondos del Archivo “Monserrat Tarradellas i Macià”, ubicado en el monasterio tarraconense de Poblet. Puede adquirirse directamente en Internet a través de la web del editor –www.edmilenio.com- por el precio de 15 euros más gastos de envío a domicilio.
Su autor es el doctor en historia Francisco Javier de Madariaga Fernández, introductor de la anterior obra, y que puede considerarse como la voz más autorizada en la materia, pues no en vano su brillante tesis doctoral, presentada en el año 2003 en la Universidad Rovira i Virgili, bajo la dirección del profesor Josep Sánchez Cervelló, prologuista del nuevo libro, tuvo por título “Las Industrias de Guerra de Cataluña durante la Guerra Civil”, habiendo obtenido la máxima calificación académica.
Nota. Se agradece expresamente la
inestimable colaboración prestada por Nuria Jordana de Editorial Milenio.
Estoy intentando averiguar donde/cuando fallece el Sr. Jiménez de la Beraza, ¿tiene usted alguna noticia de este hecho?
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