Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 317 correspondiente al mes de noviembre de 2008, de la Revista "ARMAS", págs. 88-95.
El original está ilustrado por treinta y cuatro fotografías en color.
La que fue denominada como la “Gran Guerra” y la “Guerra de las Guerras”
El original está ilustrado por treinta y cuatro fotografías en color.
La que fue denominada como la “Gran Guerra” y la “Guerra de las Guerras”
comenzó con una pistola belga FN
modelo 1910 de 7’65 mm.
El 28 de junio de 1914 se perpetraba en Sarajevo el asesinato
del archiduque Francisco Fernando, heredero del trono del Imperio Austro-húngaro,
y su esposa, Sofía Chotek.
El magnicida se trataba de un joven estudiante
nacionalista serbio llamado Gavrilo Princip, quien efectuó varios disparos con
una pistola belga FN modelo 1910 de 7’65 mm. browning. Sin embargo, muchos
creyeron erróneamente que se trataba de un modelo 1900, más conocida en la
época, lo cual motivó que desde entonces fuera bautizada, popular y
equivocadamente, con el sobrenombre de “mata duques”.
Por cierto, precisamente en ARMAS nº 290, se tuvo la
oportunidad de mostrar a los lectores la auténtica pistola protagonista de tan
terrible suceso al igual que en los nº 18 y 144 se dedican sendos artículos a
ambos modelos de la prestigiosa firma belga.
Como consecuencia de dicho atentado, cometido en la
capital de Bosnia, entonces integrada en el Imperio Austrohúngaro, se exigió
por parte de su gobierno, poder practicar una minuciosa investigación en el
interior del territorio serbio.
El asesino pertenecía a la organización
paneslavista denominada “Mano Negra”, que aspiraba a unos Balcanes dominados
por Serbia, motivo por el cual se tenía la sospecha de que estaba relacionada con
los servicios secretos de dicho país.
Consecuente con ello, el 23 de julio siguiente, el Imperio
Austro-húngaro lanzó a Serbia un ultimátum con la exigencia de responder en un
plazo máximo de cuarenta y ocho horas.
De los diez puntos que éste contenía
sólo uno no fue aceptado, lo cual se aprovechó por Austria-Hungría para
declarar formalmente -el día 28- el inicio de hostilidades contra Serbia.
Acababa de comenzar la que sería hasta entonces, la más extensa, terrible y
sangrienta guerra de todas las conocidas.
No obstante, hay que decir que el luctuoso hecho
acontecido en Sarajevo no fue más que el detonante de una tensa situación que
se venía gestando desde mucho tiempo atrás, y que de no haber sucedido, más
pronto que tarde otra hubiera sido la excusa para el inicio del conflicto
armado.
Por un lado estaba la política expansionista del
Imperio Alemán o II Reich, sometido al cerco diplomático de otras potencias
europeas, entre las que destacaba Francia, que no podía olvidar la derrota que
había sufrido en la Guerra Franco-Prusiana de 1870-71, con la pérdida de
Alsacia y Lorena que pasaron a integrar la soberanía territorial germana.
Y por otra parte estaban las consecuencias de la
descomposición del antiguo Imperio Otomano, que todavía hoy día -un siglo
después- se siguen padeciendo, y que entonces dio lugar al nacimiento de
Albania, Bulgaria, Grecia, Montenegro, Rumanía y Serbia como estados
independientes. La conflictividad surgida entre algunos de ellos había dado ya lugar
entre 1910 y 1913, a dos contiendas bélicas que han pasado a ser conocidas como
las Guerras Balcánicas.
A su vez, detrás de todo ello estaban la rivalidad
germano-británica por intereses coloniales y comerciales así como el afán
expansionista del Imperio Austro-húngaro -incondicional aliado del alemán-
hacia los Balcanes, así como el gran interés del Imperio Ruso, ligado cultural
e históricamente a los eslavos –“pueblos del sur”- por poder tener salida a las
aguas mediterráneas.
Dicha situación, que se estaba viviendo en el
escenario europeo, había dado lugar desde hacía tres décadas a una política de
alianzas entre las principales potencias de la época, pasando finalmente a
constituir por una parte, Francia, Inglaterra y Rusia, la llamada Triple
Entente, y por otra, Alemania, Austria-Hungría e Italia, la conocida como
Triple Alianza.
El periodo conocido como el de la “Paz Armada”,
durante el cual las diferentes potencias europeas dedicaron ingentes cantidades
de capital para la adquisición de material bélico y durante el cual se
inventaron y perfeccionaron nuevos tipos y sistemas de armas, había llegado a su
fin.
El 29 de julio la flota austro-húngara del Danubio
bombardeó la capital serbia, Belgrado, que respondió con su artillería. La
guerra había comenzado a materializarse. Rusia anunció ese mismo día la
movilización parcial de su ejército para acudir en defensa de Serbia.
El 1 de agosto Alemania declaró a su vez la guerra a
Rusia y a partir de ahí, el conflicto fue extendiéndose en tiempo y espacio
hasta superar el teatro de operaciones europeo e implicar a más de una
treintena de países, no finalizando hasta cuatro años después, concretamente el
11 de noviembre de 1918.
El papel de Bélgica.
Ya que este artículo tiene como objeto final la
impresionante y magnífica sala que dedica el Museo Real del Ejército y de
Historia Militar de Bruselas a la Primera Guerra Mundial –y muy especialmente
al armamento utilizado por todos los países contendientes- justo es dedicar al
menos unas líneas a nuestra nación anfitriona.
El mismo día que Alemania declaró la guerra a Rusia,
el gobierno belga anunció que mantendría su neutralidad armada en cualquier
conflicto, postura que quedaba garantizada por Francia e Inglaterra.
Sin
embargo de poco le iba a servir ya que al día siguiente, 2 de agosto, Alemania
invadió la también neutral Luxemburgo y lanzó un ultimátum a Bélgica para que
permitiera atravesar su territorio a las tropas germanas sin impedimentos de
ninguna clase, con la intención de prevenir un posible ataque francés.
Un día más tarde, 3 de agosto, el gobierno belga lo
rechazó rotundamente mientras que Francia e Inglaterra le confirmaron su apoyo
armado en caso de sufrir el ataque del ejército alemán.
La respuesta de los
germanos no se hizo esperar y ese mismo día declararon la guerra a Francia,
haciendo lo mismo también con Bélgica a la mañana siguiente e invadiendo a
continuación su territorio, lo cual provocó a su vez la declaración formal de
guerra por parte de Inglaterra, ya que era garante de la soberanía belga.
Desde 1839, nueve años después de la creación de
Bélgica como estado soberano, estaba en vigor un Tratado mediante el que se
garantizaba la neutralidad de dicha nación en caso de un conflicto en el que
estuvieran implicados Alemania, Francia e Inglaterra.
Los alemanes activaron el llamado Plan Schlieffen, ideado
en 1905 y bautizado así en honor a su promotor, un antiguo jefe del Estado
Mayor del II Reich llamado Alfred Graf von Schlieffen.
Dicho plan, pensado para
el caso de que se tuviera que combatir simultáneamente en el frente occidental
y oriental, consistía básicamente en que Alemania cedería inicialmente posiciones
en el este de Prusia Oriental y se retiraría al Bajo Vístula, todo ello en
beneficio del frente oeste para poder dedicar el mayor esfuerzo ofensivo contra
Francia, su principal enemigo de la época.
Según lo planeado, Alemania lanzaría el grueso de sus
fuerzas a través de Bélgica con la pretensión de evitar las fortificaciones
defensivas fronterizas galas –conforme su idea de maniobra- para envolver rápidamente
desde el norte, y con el máximo de medios en su ala derecha, las débiles
posiciones francesas de esa zona, romperlas a continuación, cercar a las tropas
enemigas y destruirlas finalmente.
Nada más alcanzar dicho objetivo, reconcentraría
la mayor parte de sus recursos en el frente oriental y lanzaría una potente
ofensiva sobre Rusia cuya movilización militar era más lenta.
El rey Alberto llamó a valones y flamencos para tomar
las armas y defender Bélgica, llegándose a movilizar 267.000 hombres, aunque
apenas pudieron resistir la poderosa embestida del ejército alemán y su potente
artillería, que en poco tiempo atravesó por la fuerza de las armas buena parte
de su territorio y atacó a los franceses en su propio suelo.
Sin embargo, el Plan Schlieffen, cuyo autor no llegó a
ver su activación ya que había fallecido en 1913, no dio finalmente el fruto
esperado, dada la fuerte resistencia ofrecida por las tropas franco-británicas
en la sangrienta Batalla del Marne que se libró a principios del mes de
septiembre de 1914. Aquello obligó a los alemanes a detener su ofensiva y dio
paso a lo que sería conocida como la terrible guerra de las trincheras.
Bélgica fue escenario a lo largo del conflicto, de
durísimos combates entre ambos bandos, falleciendo en los mismos centenares de
miles de combatientes.
Mención especial merece la ciudad belga de Ypres y su
entorno, que pasó a la historia por ser el primer lugar donde se emplearon
gases tóxicos -22 de abril de 1915- y que sufrió una devastación total siendo
necesaria su completa reconstrucción al finalizar la guerra. Hoy día posee un
interesantísimo museo dedicado a aquella contienda y tiene en sus alrededores
un total de 170 cementerios militares.
La Primera Guerra Mundial supuso al ejército belga
unas 93.000 bajas (14.000 muertos, 45.000 heridos y 34.000 prisioneros y
desaparecidos) además de la vida de más de 30.000 civiles. Si bien se tratan de
unas cifras comparativamente muy pequeñas respecto a las de otros países que
superaron el millón de muertos, revistieron gran importancia para esa pequeña
nación que había pretendido mantenerse neutral.
La importancia del armamento.
Cuando comenzó la contienda todos pensaron que sería
corta y que finalizaría para antes de Navidades. Nada más lejos de la realidad.
El empleo masivo inicial de la infantería fue demencial y pronto se probó
estéril frente al nuevo tipo de armas que con profusión se emplearon en los
frentes, constituyendo prácticamente también el fin de las cargas de la
caballería.
Desde la Guerra Franco-Prusiana de 1870-71, el
armamento había evolucionado mucho y su peso en el combate sería decisivo. Fusiles
de repetición, ametralladoras y artillería pesada, serían las grandes estrellas
en el combate terrestre, junto al mortero, que vería la luz como consecuencia
de la guerra de trincheras. Otros inventos como el gas tóxico y los lanzallamas
fueron también novedosos en dicho conflicto.
Todas las armas fueron mejoradas y el empleo de
algunas de ellas obligó a modificar, a costa de centenares de miles de vidas,
la propia táctica de los ejércitos. Así por ejemplo, en defensiva, la
ametralladora acabó con los ataques de la caballería y los masivos de la
infantería.
La dilatada guerra de trincheras obligó a las
fortificaciones de posiciones y refugios, reforzándolas y protegiéndolas como
nunca había sido necesario hasta entonces.
La artillería, a su vez, multiplicó los calibres hasta
cifras no conocidas antes, aumentó el alcance de los proyectiles y mejoró las
direcciones de tiro, obteniendo con ello una mayor eficacia, pasando a ostentar
un protagonismo trascendental en las batallas.
Otros medios novedosos fueron el carro de combate
–bautizado inicialmente con el nombre de tanque- y el avión, aunque todavía en
esta contienda tendrían una participación y efectividad muy primarias.
La Sala 1914-1918 del Museo.
El Museo Real del Ejército y de Historia Militar de Bruselas
conserva y expone una de las mejores y más completas colecciones europeas de
armamento portátil y uniformes de todos los países contendientes en la Primera
Guerra Mundial que se pueden visitar.
También es de justicia destacar su gran
variedad de armas de apoyo y piezas de artillería y municiones así como la
magnífica restauración que presentan algunos de los carros de combate más
emblemáticos de la contienda.
Desde luego la primera impresión que se lleva el
visitante no puede ser mejor cuando al abandonar la “Sala Histórica”, se
adentra en la “Sala 1914-1918”, tras serle franqueada la entrada por un soldado
alemán que monta guardia en su garita de campaña.
A sus ojos se abre un amplio
espacio repleto de toda clase de material bélico de la época, perfectamente
ordenado, identificado y descrito en los dos principales idiomas oficiales de
Bélgica –francés y neerlandés- sobrevolados por un aeroplano militar germano
que pende colgado del techo.
El armamento portátil, que comprende tanto armas
blancas (espadas, sables y bayonetas) como de fuego (pistolas, revólveres,
carabinas, mosquetones y fusiles) así como el de apoyo (ametralladoras medias y
pesadas, además de morteros) se expone en vitrinas específicas dedicadas en
exclusiva a ello, bien como complemento de los maniquíes que visten la
diferente uniformidad de cada país contendiente en su correspondiente expositor
o bien en manos de los propios protagonistas en alguna de las recreaciones
existentes.
Entre los complementos, pertrechos y demás materiales
de uso bélico destacan tanto los primeros tipos de máscara antigás que tuvieron
que emplear los combatientes ante el novedoso uso de tan mortífera arma química
como los curiosos y pesados protectores corporales y de cabeza –especie de
chalecos y cascos de acero- que portaban aquellos que ocupaban determinados
puestos en las trincheras de vanguardia.
Y por último, no pueden dejarse de mencionar los
cuadros de pintura sobre temática bélica, las banderas y estandartes así como
diversos carteles de propaganda militar difundidos por algunos de los países
contendientes.
Bien sirva, tan sólo a modo de una muy pequeña
representación ante el elevadísimo número de piezas que se exponen, las
fotografías que ilustran estas páginas y sus correspondientes comentarios a pie
de las mismas.
Balance final.
En la Primera Guerra Mundial participaron un total de
32 países, que a su vez se dividieron en dos bandos muy desiguales: 28 por un
lado y 4 por otro.
Entre los primeros destacaron, por orden alfabético,
Bélgica, Canadá, Estados Unidos, Francia, Grecia, Inglaterra, Italia, Japón,
Portugal, Rumania, Rusia y Serbia, mientras que en frente tenían a los Imperios
Alemán, Austro-húngaro, y Otomano así como a Bulgaria.
Lo más terrible de aquella contienda fue el
elevadísimo coste de vidas humanas -realmente impresionante- que llegó a
alcanzar una cifra absolutamente desconocida hasta entonces y que los
historiadores no terminaron de concretar pero que rondaba los doce millones de
muertos.
Pero lo peor de todo fue que la que se conoció como la
“Guerra de todas las Guerras” y la “Guerra que pusieran fin a todas las
Guerras”, no sirvió para que se aprendiera de las terribles consecuencias que
un conflicto de esas características y dimensiones tenía para la Humanidad,
pues apenas dos décadas después comenzaría la Segunda Guerra Mundial, que casi quintuplicaría
el coste de vidas humanas, amén de los cuantiosísimos daños materiales que se
producirían.
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