Artículo
escrito por Jesús Núñez y publicado en "CENTELLES IN EDIT ¡OH!” (Catálogo de la exposición celebrada por el
Ministerio de Cultura en el Centro Rey Juan Carlos I de España en Nueva York
(octubre-diciembre 2011), págs. 87-100.
El original está ilustrado por once fotografías en blanco y negro de Agustí Centelles Ossó (Valencia, 22 de mayo de 1909 - Barcelona, 1 de septiembre de 1985).
El original está ilustrado por once fotografías en blanco y negro de Agustí Centelles Ossó (Valencia, 22 de mayo de 1909 - Barcelona, 1 de septiembre de 1985).
1.- INTRODUCCION.
Entre el 15 de diciembre de 1937 y el 22 de febrero
de 1938, se libró en la ciudad de Teruel y sus inmediaciones, la batalla más
dura que se disputó bajo las más adversas condiciones climatológicas de toda la
Guerra Civil. Alrededor de 100.000 bajas, entre muertos, heridos y
desaparecidos, así lo atestiguan.
Tanto la prensa española de ambos bandos como la
prensa internacional, a través de corresponsales y fotógrafos, siguieron su
curso jornada a jornada como nunca antes lo habían hecho. Aquella fue la crónica
de una batalla despiadada y congelada por un frío extremo para el que nadie
estaba preparado.
El propio general Vicente Rojo Lluch, entonces jefe
del Estado Mayor Central de la República, escribiría desde el exilio -al
finalizar la contienda- en su obra “Alerta
los Pueblos” (Ed. Aniceto López, Buenos Aires, 1939): “Setenta días de lucha, doblemente terribles por la tenacidad que se
desplegó en ambos bandos durante los principales periodos y por la crudísima
inclemencia del tiempo”.
A principios del mes de diciembre de 1937, Teruel era
una pequeña capital de provincia, que apenas contaba con unos 15.000
habitantes, y que se encontraba en un saliente de la zona aragonesa que estaba en
poder de los sublevados desde el inicio del alzamiento militar de julio de 1936.
A pesar de estar rodeada en tres de sus frentes por
las líneas republicanas, casi no había registrado actividad alguna en las últimas
semanas y la guarnición destinada a su defensa era escasa. El general Mariano
Muñoz Castellanos, jefe de la 52 División y del sector de Teruel, había
solicitado reiteradamente el envío de refuerzos dada la escasa entidad y
potencia de fuego con que contaba para defender la ciudad en caso de que se
produjera un ataque republicano. Sin embargo sus peticiones no fueron atendidas
por existir otros escenarios y objetivos de mayor actividad y prioridad.
Tal situación le hizo atractiva y factible al estado
mayor republicano. Este, necesitaba, no sólo aliviar el frente de Madrid, que
llevaba defendiendo tenazmente desde principios de noviembre de 1936, sino
también evitar que el enemigo pudiera lanzar una gran ofensiva que había
comenzado a preparar sobre la misma a través de Guadalajara, tras el derrumbe
republicano del frente del Norte como consecuencia de la caída de Gijón y Avilés.
Dicho propósito formaba parte de un plan estratégico
mucho más ambicioso por parte del general Rojo, mediante el cual quería actuar
también, simultánea y ofensivamente, en el frente de Extremadura, si bien,
finalmente sólo se autorizó por el gobierno ejecutar la parte relativa a
Teruel.
El plan del ejército republicano respecto a dicha
ciudad, era, tras desplazar a la zona, con el mayor secreto posible,
importantes unidades de maniobra, aislarla del resto de la zona rebelde, lanzar
un ataque convergente sobre la misma que permitiera en el menor plazo posible
su ocupación militar, y mantenerla a toda costa frente a las previsibles
contraofensivas del enemigo.
El general Rojo era plenamente consciente de lo
importante y necesario que era alcanzar el éxito en Teruel. No sólo por el
beneficio que ello podía entrañar en el teatro de operaciones y en la moral de
su propio bando con la consiguiente repercusión propagandística, sino también
porque acreditaría la capacidad del nuevo modelo de ejército republicano. Este,
había sido creado con su asesoramiento técnico, tras la llegada del socialista
Indalecio Prieto al ministerio de Defensa Nacional.
El mando republicano contó para todo ello, según
detalla Carlos Engel en su obra “Estrategia
y táctica en la Guerra de España” (Almena, Madrid, 2008) con el XVIII
Cuerpo de Ejército (34 División con las Brigadas Mixtas 3 y 68 así como la 64
División con las Brigadas Mixtas 16, 81 y 83), el XX Cuerpo de Ejército (40
División con las Brigadas Mixtas 82, 84 y 87 así como la 63 División con las
Brigadas Mixtas 218, 219 y 220), el XXII Cuerpo de Ejército (11 División con
las Brigadas Mixtas 1, 9 y 100 así como la 25 División), y una Reserva
compuesta por la 35 División (con las Brigadas Internacionales XI y XV así como
la Brigada Mixta 32), la 39 División, la 47 División (con las Brigadas Mixtas
49 y 69), y la 70 División (con las Brigadas Mixtas 92 y 95). Además
intervinieron la 41 División (con las Brigadas Mixtas 57, 58 y 97) y la 42
División (con las Brigadas Mixtas 59, 61 y 151).
Las fuerzas republicanas citadas sumaban en total
unos 77.000 hombres frente a unos 11.300 de las I, III y IV Brigadas de la 52
División que defendían la ciudad de Teruel y su área de responsabilidad. La
diferencia era evidente y mayor aún en cuanto a capacidad de maniobra y
potencia de fuego se refiere.
2.- LAS FASES DE LA BATALLA.
2.1.- La ofensiva republicana
sobre Teruel.
Al amanecer del 15 de diciembre las unidades
republicanas mandadas por el general Juan Hernandez Saravia, jefe del Ejercito
de Levante, iniciaron la ofensiva bajo un intenso frio y una copiosa nevada. El
vital factor sorpresa se había conseguido.
Enrique Líster Forján con su 11 Division rompió el frente,
infiltrándose entre el río Alfambra y las estribaciones de El Muletón,
penetrando hasta alcanzar y conquistar Concud sin encontrar mucha resistencia,
así como cortando la carretera que unía Teruel con Zaragoza. Por su parte la 25
División, tras un ligera preparación artillera, ocupó la pequeña localidad de
San Blas y alcanzó las alturas de Los Morrones. En cambio la Brigada Mixta 117
que avanzó sobre la zona del cementerio y Vértice Santa Bárbara no pudo cumplir
sus objetivos dada la fuerte resistencia encontrada.
A su vez las Divisiones 34 y 64 atacaron en dirección
a Cerro Perdigón y Primer Vallejo, teniendo como objetivo principal ocupar La
Muela de Teruel y Vértice Pedriza, si bien dada la fuerte resistencia
encontrada sólo pudieron ocupar el Cerro Perdigón.
Al día siguiente prosiguieron su ofensiva y ocuparon
el Primer Vallejo y las pequeñas localidades de Campillo y La Guea. El 17
alcanzaron La Hoz y Vértice Pedriza, enlazando en el cerro de San Blas con la
25 División. Mientras tanto, otras fuerzas fueron ocupando El Castellar,
Castralvo y La Ermita asi como La Muela de Villastar, Vértice Galiana y
Villaespesa.
El 18, después de fuertes combates, la 34 División
consiguió conquistar la posición de La Muela, desde cuyas alturas se dominaba
la ciudad de Teruel, lo cual provocó que los diferentes reductos defensivos se
fueran replegando sobre la capital, incluida la estratégica posición del puerto
de Escandón, que fue ocupado sin apenas resistencia por la 40 División. El dia
20, con el cerco a Teruel ya completado, las tropas republicanas comenzaron a
estrecharlo, continuando la infiltración hacia la ciudad así como para
prepararse a hacer frente a la contraofensiva que previsiblemente lanzarían los
sublevados en auxilio de los sitiados.
2.2.- El asedio a Teruel.
En la ciudad sitiada, tras el repliegue de las
posiciones más próximas, quedaron encerrados, sin contar la población civil,
poco mas de 4.000 hombres bajo el mando del coronel Domingo Rey D’Harcourt, a
quien el 23 de diciembre le fue conferida por el propio general Franco la
responsabilidad de resistir a toda costa: “Desde
ahora queda V. nombrado Comandante de la plaza con toda autoridad. La conducta
heroica de Villareal, Oviedo, Belchite, servirá de ejemplo para esa gloriosa
guarnición. Tened confianza en España, como España confía en vosotros”.
Ya para entonces, el general Franco se había visto
obligado, y por lo tanto decidido, a no continuar sus planes de ataque sobre
Madrid y acudir en auxilio de Teruel, enviando allí las grandes unidades de
maniobra que tenía previsto emplear en aquella operación. Con ello, el general
Rojo había ganado ya su primera batalla.
El mando designado por Franco para ello fue el
general Fidel Dávila Arrondo, jefe del Ejército del Norte, siendo enviados al
frente de Teruel, tres Cuerpos de Ejército: el de Galicia, el de Castilla y el
Marroquí, a cuyo frente se encontraban veteranos y experimentados generales. El
primero estaba liderado por Antonio Aranda Mata, defensor de Oviedo que resistió
90 días a las fuerzas republicanas; el segundo por el bilaulearado general José
Enrique Varela Iglesias, que había liberado el Alcázar de Toledo tras 68 días
de asedio; y el tercero, por Juan Yagüe Blanco, que había conquistado la
capital de Badajoz.
Todas estas grandes unidades, más otras de menor
entidad, y con el trascendental apoyo de la artillería y la aviación, incluida
la Legión Cóndor, que en total suponían más de 100.000 hombres, tuvieron que
desplazarse desde sus asentamientos para encaminarse hacía Teruel, con el propósito
de liberarla del cerco al que estaba siendo sometido por las fuerzas
republicanas.
Mientras tanto el coronel Rey había dispuesto que se
abandonaran todas las posiciones defensivas exteriores y resistir los ataques
de los republicanos desde el interior de la capital, fortificándose en los
edificios más robustos y que reunieran las mejores condiciones de defensa. Todo
ello en espera de poder recibir los auxilios que les enviaran en su ayuda.
Sin embargo dicha estrategia defensiva sería muy
criticada en su propio bando. Un contundente ejemplo de ello fue el testimonio
del general Rafael García-Valiño Marcén, jefe de la 1ª División de Navarra 1ª, que
dejó plasmado en su obra “Guerra de
Liberación Española (1938-1939)”, (Ed. del autor, Madrid, 1949), al tratar
sobre la Batalla de Teruel, en la que participó activamente. En su opinión, sin
perjuicio de reconocer que en conjunto constituyó una resistencia heroica de su
guarnición, fue un error el repliegue de las posiciones exteriores, no
guarnecer el perímetro defensivo en su totalidad y limitarse, en cambio, a
hacerse fuerte en varios edificios de solida construcción, pero inadecuados
para la defensa eficaz de la ciudad con las fuerzas disponibles, que juzgaba
suficientes.
Las fuerzas republicanas aprovecharon la ausencia de
dicho perímetro defensivo para infiltrarse en Teruel por diferentes vías de
penetración y comenzar el ataque y asedio a cada uno de los edificios donde se
habían hecho fuertes la guarnición.
Y así comenzó a librarse una nueva fase de la batalla,
pero en dos escenarios diferentes, uno en el interior de la ciudad en el que
unas unidades republicanas atacaban, intentando ocupar por la fuerza Teruel,
combatiendo en sus calles, y el otro en su exterior, donde otras de sus
unidades se defendían de los ataques de las fuerzas del general Dávila que el
29 de diciembre iniciaron una potente contraofensiva sobre las líneas
republicanas con el propósito de romper el cerco y liberar a los defensores.
El 31 de diciembre las tropas del general Varela llegaron
hasta los arrabales de Teruel, existiendo la convicción entre las filas del
bando sublevado que al día siguiente liberarían por completo la ciudad,
apareciendo incluso, al igual que había pasado con la propaganda republicana,
dicha noticia en los titulares de la prensa propia y en los partes oficiales
como un hecho consumado. De hecho, incluso Franco felicitó esa fecha a Varela,
tal y como quedó reflejado en su “Diario
de Operaciones (1936-1939)” (Ed. Almena, Madrid, 2004): “Recibe mi felicitación por tu brillante
victoria que has logrado con tu Cuerpo de Ejército al liberar Teruel. Felicita
en mi nombre a los Mandos y Tropa a quienes deseo, así como a ti, que sigáis
cosechando triunfos”.
Sin embargo la realidad fue bien diferente. A la
fuerte resistencia de las posiciones republicanas que cercaban la ciudad, se
unió un tremendo temporal de nieve y frío que hizo descender las temperaturas
hasta 18 ºC bajo cero, imposibilitando prácticamente todo movimiento, la
visibilidad, y por supuesto el empleo de la aviación.
Por su parte, entre algunas unidades republicanas que
se encontraban ya en el interior de Teruel, cundió la desmoralización y
abandonaron sus posiciones, sin que el enemigo se percatara de ello, siendo
obligadas a regresar antes de que se apercibiera.
En los días siguientes se fueron haciendo cada vez más
duros los combates que se libraban en el interior de la ciudad, produciéndose
cuantiosas bajas entre las filas de ambos bandos y en la indefensa población
civil. Los defensores se batían hasta la extenuación con la esperanza de ser
liberados por unas fuerzas que sabían muy próximas mientras que los atacantes
empeñaban todos sus medios y arrojo en aplastar hasta el último foco enemigo de
la ciudad.
Edificios emblemáticos como la Comandancia Militar,
el Seminario, el Convento de Santa Clara, el Banco de España, la Iglesia de
Santiago, el Ateneo o la Diputación, se convirtieron en reductos defensivos que
durante muchos días junto a sus noches parecieron dramáticamente inexpugnables,
primero fueron quedando aislados y después fueron cayendo uno a uno tras dejar
un largo reguero de muertos y heridos en ambos bandos.
De esta forma y hasta el 8 de enero de 1938,
transcurrieron la veintena de días más dura y de mayor sufrimiento que padeció
una ciudad durante la Guerra Civil, tanto por las inhumanas condiciones
climatológicas de frio y nieve, como lo despiadado de los combates que se
libraron, calle por calle y casa por casa, quedando todo reducido a escombros.
Fue una lucha sin cuartel y sin descanso que tanto defensores como atacantes
nunca habían conocido hasta entonces y de la que la población civil, que no
pudo ser evacuada, fue rehén y víctima.
2.3.- La conquista de Teruel.
Finalmente, sobre las tres de la tarde del 8 de
enero, el parte de operaciones republicano anunciaba, esta vez de verdad, la
ocupación total de Teruel: “Suprimido el
ultimo foco de rebeldía, la ciudad queda por entero en poder de la Republica”.
En cambio, el parte franquista justificaría su derrota responsabilizando de
ello al coronel Rey D’Harcourt: “… fue
debido a la flaqueza e impericia del citado jefe del sector que anoche pactó la
entrega de su puesto con los rojos”.
Acaba de comenzar la difusión, por el aparato de
propaganda franquista, de la “leyenda
negra” sobre el coronel que no supo ni quiso sacrificar su vida ni salvar
Teruel, pero que en cambio si entregó al enemigo una plaza heroica. Aquella
maldición duraría muchos años y de nada serviría conocerse con el paso del
tiempo que Rey D’Harcourt había sido asesinado durante su cautiverio, poco
antes de finalizar la guerra, junto a otras autoridades civiles, eclesiásticas
y militares de aquella desdichada capital.
Ni siquiera la resolución absolutoria de un tribunal
militar de la posguerra fue suficiente. Aquel injusto estigma que lo sepultó
junto a quienes le acompañaron, perduró durante décadas, siendo siempre
denunciado, incluso décadas después, por sus descendientes, como por ejemplo
hicieron los hermanos Milagros y Fernando Llorens Casani, hijos de uno de los
oficiales defensores de la ciudad, en su obra “Heroes o traidores. Teruel, la verdad se abre camino” (Ed. de los
autores, Jaen, 2005).
Se trataba de la primera –y a la postre la única-
capital de provincia conquistada por el ejercito republicano en toda la
contienda, pero que el gobierno republicano supo explotar propagandisticamente
como una gran victoria, tanto en su propia zona como en el extranjero, abriendo
la ciudad destruida a todos los corresponsales y fotógrafos de guerra que habían
estado cubriendo la batalla.
Tras la rendición, los republicanos evacuaron a la
población civil que todavía permanecía y sobrevivía en la ciudad, pasando a
ocupar su XXII Cuerpo de Ejército la responsabilidad de su defensa. A partir de
ese momento los hombres del general Hernández Saravia se convirtirían en los
sitiados y los del general Dávila en los sitiadores.
2.4.- La contraofensiva y reconquista de
Teruel.
El mismo 8 de enero de 1938 estaba prevista una nueva
contraofensiva que la adversa
climatología de esa jornada impidió llevar a cabo. Retomada el día 17,
tras una potente preparación aérea y artillera, las Divisiones 5, 13 y 150 del
general Aranda iniciaron la contraofensiva con el asalto al Alto de Celadas,
sorprendiendo a la 67 División del XIII Cuerpo de Ejército republicano, en cuyo
refuerzo acudió la 35 División, si bien apenas pudieron retrasar brevemente la
ruptura del frente. El dia 19 la División 5, gracias al apoyo artillero, ocupó
El Muletón, consolidando sus posiciones.
Los republicanos reaccionaron rápidamente, maniobrando
con las 27, 42 y 39 Divisiones del XIII Cuerpo de Ejército, las 46 y 66
Divisiones del XX Cuerpo de Ejército, y los V, XVIII y XIX Cuerpos de Ejército.
Su primera acción de importancia fue intentar el dia 25 cortar las
comunicaciones por carretera y ferrocarril con Zaragoza por su retaguardia
mediante un ataque a Singra si bien a pesar de los duros combates librados no
lo consiguieron.
Tras diez días de combates de desgaste entre ambos
contendientes, el Cuerpo de Ejército Marroquí, precedido de preparación aérea y
artillera, inició un ataque el 5 de febrero y su 4ª División ocupó los vértices
Torrecilla y Monteruelo, mientras la 1ª Division conquistó las poblaciones de
Pancrudo y Alpenes, la 82 División la localidad de Corbatón, y la 5ª División
desbordó el frente en profundidad.
Fue el principio del fin de unas operaciones que
continuadas en los días siguientes y con el trascendental apoyo de la artillería,
terminaron por envolver y cercar completamente Teruel, aun a pesar de los
intentos republicanos por evitarlo, fracasando en sus contraataques.
El 17 de febrero el Cuerpo de Ejército Marroquí cruzó
el rio Alfambra y avanzó hacia el sur por su margen derecha, aislando a la
ciudad desde el norte. Al día siguiente el Cuerpo de Ejército de Galicia del general
Aranda completó la maniobra envolvente, atacando por el flanco sur. El 21
Teruel quedó completamente cercada a pesar de los contraataques republicanos.
Al día siguiente, 22 de febrero, con el trascendental
apoyo de la aviación y artillería, y tras ocupar La Muela por unidades del
Cuerpo de Ejército de Castilla, sus fuerzas entraban con escasa resistencia en
la ciudad, que había sido evacuada en su mayor parte de tropas republicanas.
Teruel había sido reconquistado pero a un coste humano y material, para ambos
bandos, muy elevado.
3-. CONCLUSIONES.
El número de bajas
(muertos, heridos y desaparecidos) que sufrieron ambos bandos fue tremenda y
dramáticamente cuantioso. Si bien las cifras varían según el autor consultado,
suelen girar alredor de las 100.000, entre las cuales no se contabilizan las víctimas
civiles que por una u otra causa, fallecieron como consecuencia de la batalla.
Tomando como referencia más fiable los datos asumidos por Valentín Solano
Sanmiguel en su obra “Guerra Civil Aragón. Teruel” (Ed.
Delsan, Zaragoza, 2006), los sublevados tuvieron unas 43.800 bajas y los
republicanos unas 54.000.
Aunque para ambos bandos la Batalla de Teruel supuso
en su conjunto, un profundo desgaste en cuanto a hombres –por las elevadas pérdidas
humanas- y medios de combate –por el numerosísimo material destruido- tuvo para
cada uno de ellos lecturas muy diferentes.
Para el general Vicente Rojo, tal y como dejó
recogido en su obra citada, fue un éxito tanto estratégico como táctico. Estratégico,
por cuanto las operaciones llevadas a cabo por el ejército republicano,
restaron la iniciativa al enemigo obligándole a subordinar sus planes a los de
aquél; porque provocaron el alejamiento del peligro que la masa de maniobra
enemiga representaba sobre un objetivo capital como Madrid; y porque dieron
tiempo -aunque no lo suficiente- para reorganizar el ejército republicano. Y táctico,
porque la maniobra planeada por el estado mayor republicano para lograr la
rendición de la capital turolense, se desarrolló en sus formas, rigurosamente,
tal y como había sido concebida.
No obstante, y si bien terminaba por asumir y
reconocer también el fracaso táctico que finalmente se produjo por cuanto el
enemigo pudo, una vez asegurada su superioridad, recuperar la ciudad, destacó las
trascendentales repercusiones de índole moral que tuvo la acción republicana
entre sus tropas, además de la innegable propagandística, al tratarse de la única
capital de provincia que pudieron conquistar al enemigo.
En cambio, para el coronel José Manuel Martínez
Bande, en su monografía del Servicio Histórico Militar, “La Batalla de Teruel” (Ed. San Martín, Madrid, 1990), tras destacar
el importante matiz político que ésta tuvo para ambos bandos y reproducir
textualmente el citado análisis del que fuera general jefe del estado mayor
central republicano, concluye afirmando que el éxito momentáneo de Teruel
resultó a la larga demasiado caro para las fuerzas que lo ocuparon.
Sin profundizar en mayores valoraciones, se apoya
para ello en la opinión de dos destacados socialistas de la época. Por una
parte, la del ensayista, periodista y diplomático Antonio Ramos Oliveira, quien
fuera agregado de prensa en la embajada de España en Londres durante la Guerra
Civil, y que lo dejó escrito desde el exilio en su obra “Historia de España” (Compañía General de Ediciones, México, 1952),
donde afirmó que la conquista de Teruel fue un esfuerzo excesivo para el Ejército
de la República así como que sus mejores tropas populares se agotaron y su
mejor material se melló o se perdió.
Y por otra parte, la del también ensayista y
periodista Julián Zugazagoitia Mendieta, que fue ministro republicano de
Gobernación durante la Batalla de Teruel y desempeñó posteriormente la Secretaría
General de Defensa Nacional, el cual terminaría siendo fusilado en Madrid en
1942, tras ser detenido en su exilio parisino por la Gestapo alemana y
entregado a las autoridades franquistas. En su obra “Historia de la guerra en España” (Ed. La Vanguardia, Buenos Aires,
1940), reeditada posteriormente varias veces bajo el título de “Guerra y vicisitudes de los españoles”,
señalaba que el cambio final de manos de Teruel produjo un bache profundo en el
ánimo del hombre de la calle, más que por lo que los periódicos encomiaron su
conquista, por lo que la pérdida suponía como incapacidad de retener y
conservar lo conquistado.
Pero Solano, uno de los historiadores que más en
profundidad ha estudiado dicha batalla, concluye que el mando republicano
consiguió evitar con ello el ataque previsto sobre Madrid y que sus fuerzas
ejecutaron lo planeado de forma perfecta pero que se equivocaron al detenerse
en su ofensiva en las proximidades de Teruel, cuando podían haber continuado
avanzando hacia la retaguardia del enemigo dada la escasa resistencia
encontrada.
Tal y como reconoció en su obra citada el propio
general Garcia-Valiño, la ofensiva republicana ejecutada por sorpresa cuando la
masa de maniobra de los sublevados se hallaba empeñada en las proximidades de
Madrid, habría podido ser verdaderamente peligrosa, “y sólo Dios sabe las consecuencias que hubiera podido acarrear”.
Pero también el mando sublevado cometió errores. El
primero, y más grave, en opinión de Valentin Solano, el haber realizado un
ataque frontal contra posiciones fuertemente fortificadas, que le produjo
numerosas bajas y no le permitió liberar Teruel hasta que optó por ejecutar
maniobras envolventes.
En cambio para Carlos Engel, los errores comenzaron
antes, empezando por calibrar mal las posibilidades de resistencia de una
ciudad sitiada, considerando que los ejemplos del Alcazar de Toledo, Oviedo y
Huesca debían repetirse siempre. Asi mismo, anadiendo el perjuicio que supuso
para sus maniobras las muy adversas condiciones climatologicas, la lentitud en
la movilización de las reservas, sobre todo considerando que, preparadas
para la ofensiva sobre Madrid, no
estaban demasiado alejadas del teatro de operaciones.
Sin embargo, la verdadera consecuencia o resultado más
importante de la Batalla de Teruel será el cambio estratégico respecto a la importancia
y prioridad que tenía para los sublevados el conquistar Madrid. Con sus
principales unidades de maniobra en el valle del Ebro, el teatro de operaciones
de Aragón dejaría de tener un carácter secundario y el objetivo principal ya no
será Madrid, que quedara para el final de la guerra, sino llegar al mar
Mediterráneo a través de dicho valle. Dicho cambio también modificará la
estrategia republicana, y de hecho, seis meses más tarde, el 25 de julio
siguiente, su ejército lanzará nuevamente por sorpresa una nueva ofensiva que
dará lugar a la Batalla del Ebro …
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