Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "DIARIO DE CADIZ" el 12 de octubre de 2007, pág. 25.
El original está ilustrado con una fotografía en blanco y negro.
ALFONSO XIII CONCEDIÓ LA GRAN CRUZ DE LA BENEFICENCIA A LA GUARDIA CIVIL
Decir Guardia Civil es decir Benemérita y decir Benemérita es decir Guardia Civil. Y eso es tan claro y está tan profundamente arraigado en el pueblo español que hasta nuestra Real Academia de la Lengua, así lo reconoce en su diccionario, edición tras edición.
Cuando el 13 de mayo de 1844 Isabel II firmó el real decreto de creación de la Guardia Civil, se daba por fin luz verde –y nunca mejor dicho- al primer modelo policial integral de ámbito estatal, que marcaría un antes y un después en el concepto de la seguridad pública de los españoles.
Su fundador, el duque de Ahumada, tenía muy claro que amén de perseguir a los malhechores, los miembros del nuevo Instituto, de naturaleza militar pero de actividad policial, debían prestar también su ayuda a todo aquel que lo necesitara.
Prueba de ello, sería el articulado de la denominada “Cartilla del Guardia Civil”, aprobado por una real orden de 20 de diciembre de 1845, y de la que se ordenó que se proveyera de ella a todos los miembros del Cuerpo, “para su puntual y cumplida observancia”.
Un breve repaso por algunos de sus artículos, resulta muy ilustrativo y significativo, pudiéndose comenzar por el 6º: “El Guardia Civil …, procurará ser siempre un pronóstico feliz para el afligido, …; el que tenía su casa presa de las llamas, considere el incendio apagado; el que veía su hijo arrastrado por la corriente de las aguas, lo crea salvado, …”.
También el artículo 34 prescribía que “en caso de que ocurra incendio, acudirá inmediatamente al punto donde tenga lugar, cuidando especialísimamente, de proveer a todas las personas que se encuentren en el sitio de la desgracia …”.
El artículo siguiente continuaba con su espíritu benemérito: “en las avenidas de los ríos, huracanes, temblores de tierra, o cualesquiera otra calamidad, prestará cuantos auxilios estén a su alcance, a los que se vieran envueltos en estos males”.
Y así sucesivamente, pues a lo largo de la histórica “Cartilla”, se seguía inculcando al guardia civil su callada andadura en el buen hacer a todo aquél que lo necesitara, debiendo prestar el pronto y debido auxilio, tanto en los caminos, caso de encontrarse carros volcados, caballerizas caídas, viajeros heridos o perdidos, etc., como en caso de incendios, inundaciones y terremotos.
Acciones beneméritas gaditanas.
Si DIARIO DE CADIZ puede considerarse como el notario social e histórico del devenir gaditano desde su fundación en 1867, algo similar puede decirse del Boletín Oficial de la Guardia Civil a nivel corporativo. Este, no se reducía a una mera recopilación de disposiciones y normas legales dictadas por la autoridad competente, sino que además de detallar las vicisitudes profesionales de los guardias civiles, recogía sus hechos más meritorios.
Gracias a sus páginas puede tenerse conocimiento de innumerables acciones relacionadas con la persecución de malhechores y el auxilio de necesitados y víctimas. Cualquier año del boletín que se consulte da cumplida fe de ello, habiéndose escogido como muestra el correspondiente a 1863, cuando la Guardia Civil tras casi veinte años en nuestra provincia tenía ya un extenso despliegue territorial.
Publicado entonces los días 1, 8, 16 y 24 de cada mes, al precio de real y medio la suscripción mensual, tenía una sección dedicada a los servicios más destacados del Cuerpo en todo el territorio nacional.
Así, entre los numerosos hechos beneméritos felicitados y publicados, se pueden leer los protagonizados por las fuerzas de la Guardia Civil gaditana, fieles cumplidores del espíritu y letra del articulado de su “Cartilla”.
Boletín tras boletín, se van sucediendo las meritorias actuaciones de auxilio a la población. De esta forma, entre otras muchas, aparecen cronológicamente recogidas las del teniente Simón de la Torre Abad por su cooperación en la extinción de un voraz incendio que el 10 de marzo devastó un edificio de la capital, las del sargento Segundo Sanz y el guardia Antonio Pérez González por otro hecho similar acaecido en Ubrique, las del cabo 1º José Morales Girón en el horroroso incendio sufrido el 1 de abril en el convento de San Francisco en Arcos de la Frontera, las del cabo 1º José de Mora al incendiarse a finales de mayo la fábrica de jabón de El Bosque, las del sargento Juan Chamizo al ayudar a apagar el fuego de una casa de Sanlúcar de Barrameda, o las del cabo 1º Juan de los Ríos que rescató a tres personas de morir asfixiadas en el interior de una casa de Rota que estaba presa de las llamas. Y así un largo etcétera.
Pero no sólo se destacaban arriesgadas actuaciones en la extinción de pavorosos fuegos, dando así debido cumplimiento al precepto reglamentario de que “el que tenía su casa presa de las llamas, considere el incendio apagado”, sino también en el rescate de náufragos, tal y como realizaron el 24 de marzo en la bahía de Algeciras el capitán Ricardo Rada Martínez y sus guardias respecto a los tripulantes de unos buques encallados, o en el auxilio a carruajes accidentados como fue el caso de los guardias Manuel Polinario y Félix Sánchez el 28 de noviembre en Vejer de la Frontera.
Por último, relativo a ese año de 1863, sobresale un hecho que habla por si sólo del carácter benemérito de aquellos hombres. El sargento Serapio González y el guardia José Oporto, del puesto de Tarifa, se hallaban recorriendo en servicio de a pie, la sierra de Almurada cuando se encontraron viviendo en una choza miserable al vecino Martín Rondón junto a sus tres hijas, una de ellas disminuida psíquica.
Al ver que se alimentaban sólo de hierbas y leche de cabra, vistiendo harapos, no dudaron en entregarles toda la comida que llevaban consigo para aquellos días de correría. Al regresar a la casa-cuartel y contar lo sucedido, los demás guardias y sus esposas, que vivían muy humildemente, recolectaron ropa y enseres haciéndoselos llegar para paliar su maltrecha situación.
La Gran Cruz de la Beneficencia.
Consecuencia de muchísimos hechos como los citados, acontecidos desde los tiempos fundacionales por toda la geografía nacional, y que ya habían dado lugar a que el sentir popular sobrenombrara a la Guardia Civil con el título de “La Benemérita”, fue que Alfonso XIII le concediera, por real decreto de 4 de octubre de 1929, la gran cruz de la Orden de la Beneficencia.
Dicho diploma, cuya reproducción fotográfica ilustra el artículo, se conserva actualmente en el museo que este Cuerpo posee en Madrid y que se encuentra en la misma sala donde se expone la Medalla de Oro de Cádiz y su credencial, que el ayuntamiento capitalino otorgó en el año 2004, por unanimidad, a la Guardia Civil, al cumplirse 160 años de presencia benemérita en la capital.
El rescate de 523 víctimas tras la explosión del almacén de minas submarinas el 18 de agosto de 1947 y la evacuación de decenas de enfermos del hospital capitalino en el incendio sufrido el16 de abril de 1991 fueron buen ejemplo de ello.
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