Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "DIARIO DE CADIZ" el 18 de julio de 2006, págs. 16-17.
El original está ilustrado con tres fotografías en blanco y negro.
Hoy se cumplen setenta años del inicio de la Guerra Civil en la provincia de Cádiz y buena parte del resto de España, una efeméride que no merece celebrarse pero que tampoco debe olvidarse para que nunca vuelva a repetirse.
Si bien la historiografía ha visto multiplicada su producción en los últimos tiempos, principalmente fruto de investigaciones sobre la represión franquista –no olvidemos que el Parlamento acaba de declarar este año como el de la memoria histórica- quedan todavía numerosas asignaturas pendientes o por profundizar.
Una de ellas es la trascendencia que tuvo Cádiz y su provincia en el alzamiento militar del 18 de julio de 1936. Si éste hubiera fracasado aquí probablemente la guerra civil en el resto de España hubiera sido cuestión de pocas semanas.
Podría decirse que la Historia es como una larga cadena sin solución de continuidad en la que cada eslabón está unido a su vez a otro eslabón. Pues bien, lo acontecido en esta provincia es un buen ejemplo de ello.
El gobierno del Frente Popular, tras frustrarse el 19 de abril de 1936 en Madrid un golpe de estado promovido por un grupo de generales entre los que destacaba Varela, no tuvo mejor ocurrencia que confinarlo en Cádiz, la capital de la provincia en la que había nacido y en la que más prestigio y apoyos podía tener de toda España.
Además ello tuvo otra fatal consecuencia para la República. El general Mola tomó el relevo en la dirección de la conspiración e incorporó a dos generales de los que Varela –de convicciones monárquicas- no se fiaba dada sus trayectorias republicanas. Se trataban de Cabanillas y Queipo de Llano, que jugarían un papel esencial en las sublevaciones de Zaragoza y Sevilla respectivamente.
A pesar de la vigilancia policial a que Varela fue sometido y no tener mando alguno, organizó la trama local logrando una serie de adhesiones militares y civiles que si bien no eran numerosas si fueron suficientes, tal y como se demostró poco después.
El 17 de julio siguiente, al iniciarse el alzamiento en Melilla, se ordenó desde Madrid su detención preventiva, pero el gobernador civil Zapico cedió a las presiones del gobernador militar López-Pinto, ante el que protestó Valera alegando su condición militar, por lo que fue ingresado en el penal castrense del castillo de Santa Catalina en vez de la prevista prisión provincial.
De allí fue puesto en libertad al día siguiente cuando lo ordenó la autoridad militar –a pesar de estar preso a disposición de Zapico- cosa que no hubiera podido producirse si lo hubiese estado en la cárcel civil.
La sublevación en Cádiz y provincia.
Una vez libre, Varela se personó sucesivamente en el gobierno militar y en los acuartelamientos de los regimientos de Artillería e Infantería, arengando e impulsando la salida de tropas a la calle para proclamar el estado de guerra y ocupar los edificios oficiales, animando a los indecisos y haciendo arrestar a los desafectos.
Mientras tanto la Guardia Civil y Carabineros se recluyeron en sus cuarteles en espera de que la situación se resolviera en uno u otro sentido. Dado su número y despliegue, si se hubieran opuesto a la rebelión -Varela les había conminado para que no lo hicieran- hubieran contribuido decisivamente a sofocarla, ya que los sublevados sólo contaban en las calles con dos centenares de soldados, una treintena de falangistas, media docena de guardias civiles y algún requeté.
Zapico por su parte disponía únicamente de unos cuarenta guardias de asalto mandados por el capitán Yáñez-Barnuevo y algunos policías con los que se encerró en el gobierno civil junto a un par de centenares de dirigentes políticos y militantes del Frente Popular, atrincherándose un número bastante más reducido en el ayuntamiento, correos y telégrafos así como en las casas del pueblo.
Comenzaron los cercos y los intercambios de disparos entre sitiadores y defensores que se sucedieron durante toda la tarde y noche siguiente. Varela contactó telefónicamente con Ceuta desde donde le enviaron bajo el mando del comandante Oliver un tabor de regulares indígenas en el destructor “Churruca” y la motonave “Ciudad de Algeciras”.
Tras su desembarco al amanecer del día 19, todos los centros de resistencia, empezando por el gobierno civil, se fueron rindiendo o tomando en las siguientes horas, hasta controlar la ciudad. Ello permitió a Varela trasladarse a la capital hispalense donde se entrevistó con Queipo, quien estaba intentando con escasas tropas hacerse con “Sevilla la roja”, bautizada así por la derecha reaccionaria, al igual que Cádiz lo fue como la “Rusia chica”.
Este le ordenó el inmediato envío de parte de las fuerzas desembarcadas esa misma mañana. En cuanto llegaron fueron paseadas en camionetas por toda la ciudad –al igual que una sección de legionarios llegados por avión- haciendo creer que eran muchísimos más y creando un profundo desconcierto. Dicha estratagema, hábilmente exagerada desde la radio por el propio Queipo, contribuyó a neutralizar la reacción de la población sevillana, mientras se entraba a sangre y fuego en algunos barrios como el de Triana.
Tras proclamar el estado de guerra en Cádiz, Lopéz-Pinto ordenó a los comandantes militares de Jerez de la Frontera y Algeciras que hicieran lo mismo en sus respectivas guarniciones. En el puerto de ésta última desembarcó del mercante “Cabo Espartel” a la mañana siguiente, otro tabor de Regulares de Ceuta, mandado por el comandante Amador de los Ríos.
El vicealmirante Gámez declaró a su vez el estado de guerra en San Fernando donde contó con el entusiasta apoyo del contralmirante Ruiz de Atauri, jefe del Arsenal de la Carraca, y del teniente coronel Olivera que fue repuesto al frente de la Infantería de Marina, cuyas fuerzas se encargaron de ocupar seguidamente Puerto Real y Chiclana.
Las tropas africanas desembarcadas en ambos puertos gaditanos, más las de una compañía de la Legión transportadas por el teniente de navío y falangista Mora-Figueroa en unos pesqueros hasta Tarifa, pasaron a constituir el grueso de diversas columnas que marcharon a ocupar aquellas poblaciones de la provincia que no se habían unido a la sublevación, tarea que se concluyó a finales de septiembre.
La casi totalidad del más de centenar y medio de puestos de la Guardia Civil y Carabineros de la provincia, que se mantuvieron en su mayor parte a la expectativa durante la primera jornada, terminaron por adherirse a la sublevación militar, siendo detenidos o fusilados los escasos mandos que no lo hicieron.
Con la ocupación de las localidades comenzó a actuar la brutal y desproporcionada máquina de la represión, oficialmente inaugurada en su faceta más sangrienta el 6 de agosto con los fusilamientos en el castillo de San Sebastián del gobernador Zapico, el teniente coronel de Carabineros Jaso, el capitán de Asalto Yáñez-Barnuevo y el oficial de telégrafos Parrilla.
Hoy día todavía no se ha cuantificado pero los últimos estudios parciales apuntan a que se superará ampliamente la cifra de cuatro mil fusilados y desaparecidos frente a casi un centenar de asesinatos, cometidos en su mayoría en la sierra gaditana por columnas -constituidas principalmente por anarquistas- procedentes de pueblos malagueños limítrofes.
La importancia de Cádiz.
Al quedar desde el primer momento las bahías de Cádiz y Algeciras en poder de los sublevados, quedaron también sus dos estratégicos puertos, especialmente el primero que contaba además con el cercano arsenal de La Carraca, para la reparación de buques de guerra.
Hay que recordar que todos los puertos peninsulares del Mediterráneo permanecieron en manos del gobierno republicano y que si no se hubieran perdido los gaditanos, los rebeldes hubieran contado inicialmente sólo con los de Galicia, siendo el de El Ferrol realmente el único de importancia junto a su correspondiente arsenal.
Al puerto de Algeciras llegaría el 5 de agosto el único convoy naval de importancia que cruzó el Estrecho en los primeros meses, llevando a bordo unos mil seiscientos hombres del Ejército de Africa, mientras que en el de Cádiz, dos días después, se desembarcaban desde el mercante alemán “Usaramo”, 16 aviones, unos 30 cañones antiaéreos, municiones y diverso material de campaña, que rápidamente fueron trasladados por vía férrea a Sevilla.
El puerto se convirtió a partir de entonces en el principal receptor de la trascendental ayuda humana y material que procedía de Alemania y sobre todo de Italia. De no haberse podido contar con Cádiz, y aunque alguna vez hubo la complicidad de Portugal, la mayor parte hubiera tenido que desplazarse hasta El Ferrol, lo cual hubiese supuesto un esfuerzo muy superior en costes, seguridad y tiempo para los italianos.
Al permanecer la mayor parte de los buques de la Armada leales a la República, tras detener o matar a sus oficiales, incluido el “Churruca” nada más abandonar el puerto gaditano, se frustró el seguir transportando por mar más tropas de Marruecos. Por lo tanto hubo que recurrir a crear un puente aéreo desde Tetuán hasta los aeródromos de Sevilla y Cádiz, éste último habilitado en Jerez, para acortar el recorrido.
Gracias a los más de veinte mil hombres y su material enviados a la Península por vía aérea desde Marruecos, los sublevados pudieron ocupar en los meses siguientes las provincias de Cádiz, Huelva y Sevilla así como parte de las de Córdoba, Granada y Málaga.
También nutrieron las columnas que desde Sevilla conquistaron la provincia de Badajoz, liberaron Toledo y cercaron por el sur Madrid, provocando que el gobierno republicano huyera a Valencia. Varela tuvo también gran protagonismo en buena parte de ello –excepto Extremadura- al ser designado jefe de las fuerzas expedicionarias.
Si la sublevación hubiera fracasado en Cádiz, Sevilla no sólo no hubiera recibido desde allí sus vitales refuerzos humanos y logísticos, sino que se hubiese visto atacada por diversas columnas procedentes de esta provincia. Con ello, Queipo difícilmente hubiera podido dominar su capital y mucho menos tener la libertad de acción necesaria para enviar columnas a Huelva, Córdoba, Granada, Málaga, Badajoz, Toledo y con destino final Madrid.
Asimismo el Estrecho hubiera quedado permanentemente bloqueado y Queipo hubiera terminado de sucumbir en pocos días al no poder contar con los aeródromos de Sevilla y Cádiz ni por lo tanto con la proyección de las fuerzas africanas que difícilmente hubieran podido ser enviadas desde Tetuán por vía aérea hasta la lejana zona ocupada por las tropas sublevadas del general Mola, quien por cierto nunca había dado a Cádiz en sus directivas golpistas la importancia que realmente tendría.
Sin Ejército de Africa en la Península en aquellas semanas, la zona rebelde se hubiera visto bastante delimitada y sin muchas posibilidades de expandirse al carecer de los importantes recursos humanos y materiales que se les enviaron desde el sur de España.
Sirva como ejemplo de ello que las columnas de Mola que se encontraban detenidas en las sierras de Guadarrama y Somosierra, transcurridas las primeras semanas, apenas tenían ya munición para sus fusiles. En España había entonces dos fábricas de ese tipo de cartuchería, una en Toledo y otra en Sevilla.
La primera estaba en manos republicanas mientras la segunda en las de Queipo, que gracias a ello pudo enviar inmediatamente dos millones de cartuchos a través de Portugal hasta las líneas de Mola. Dicha cifra aumentaría hasta cincuenta en los meses siguientes y se uniría a la de la vital producción de la fábrica de Artillería que también estaba ubicada en Sevilla.
En la Historia, a veces, si se rompe un eslabón, cambia el rumbo de los acontecimientos. Tal vez hubiera bastado con confinar a Varela muy lejos de Cádiz. ¡Quién sabe!.
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