martes, 30 de diciembre de 2014

LA HISTORIA DESCONOCIDA DE LA GUARDIA CIVIL.


LXXVI Aniversario de la Guerra Civil en Cádiz (1936-2012)

Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "DIARIO DE CADIZ" el 18 de julio de 2012, pág. 27.
El original está ilustrado con una fotografía en blanco y negro.

Han transcurrido más de tres cuartos de siglo desde la sublevación militar del 18 de julio de 1936 y son ya más del centenar, los trabajos de investigación que se han publicado en los últimos años sobre lo acaecido en la provincia de Cádiz.

A pesar de ello, la biblioteca de esta parcela de la historiografía gaditana tiene todavía bastantes estantes vacíos y pendientes de completar. Aunque se ha avanzado y se sigue avanzando mucho, hay numerosas historias por recuperar.

Una de ellas es la de los guardias civiles de la Comandancia de Cádiz, que hasta 1940 fue una sola para toda la provincia y no dos como actualmente, herencia precisamente de la guerra civil, al desaparecer el Cuerpo de Carabineros y tener que asumirse el resguardo fiscal que tenían encomendadas sus dos comandancias gaditanas.

En la mayoría de los estudios realizados sobre la provincia de Cádiz, las referencias que se hacen de la Guardia Civil suelen estar vinculadas a su participación en la represión que siguió y perduró tras el alzamiento militar.

Sin embargo, se desconoce prácticamente todo lo relacionado con las vicisitudes de quienes durantes aquellos críticos y trágicos años constituían, junto a sus familias, pues no se olvide que vivían en casas-cuarteles, la Guardia Civil gaditana.

El 18 de julio de 1936 la Comandancia de Cádiz contaba con una plantilla de 704 hombres, compuesta por 1 teniente coronel, 2 comandantes, 6 capitanes, 10 tenientes, 10 alféreces, 22 brigadas, 25 sargentos, 44 cabos, 53 guardias de 1ª clase, 520 de 2ª, 6 cornetas y 5 trompetas. 
Su jefatura y plana mayor se encontraban ubicadas en la capital, al igual que una de sus cinco compañías, estando el resto desplegadas por toda la provincia y con cabeceras en San Fernando, Algeciras, Villamartín y Jerez, de las que dependían a su vez 20 líneas y 48 puestos.
Su jefe era el teniente coronel Vicente González García. Zamorano de origen, tenía 54 años de edad y era buen conocedor de la provincia ya que había estado destinado de teniente en La Línea de la Concepción, de capitán en Jerez de la Frontera y de comandante en la propia capital gaditana.

Se trataba de un hombre culto que ya en 1928 le concedieron la placa de la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes de Cádiz, siendo muy apreciado y respetado en la sociedad local. De hecho, al ser designado a finales de abril de 1936 para mandar la Comandancia, DIARIO DE CADIZ publicó la noticia en la portada de su edición matutina del 1 de mayo, expresando que “mucho nos alegramos y felicitamos al pundonoroso jefe de la Guardia Civil”.

La trama gaditana de la conspiración no contó en sus planes con él, al igual que le ocurrió a la mayoría de jefes de comandancias de la Guardia Civil, ya que se le presumía su lealtad al gobierno legalmente establecido. Aquello, junto a sus dudas y vacilaciones al producirse la sublevación, estuvo a punto de costarle su detención por los alzados, si bien, como le sucedió también a otros muchos que no eran guardias civiles, terminó por imperar la llamada “lealtad geográfica”, continuando sin novedad al frente de la Comandancia.

Sin embargo, muchos de sus hombres no tuvieron tanta fortuna. La guerra civil fue una tragedia para todos los gaditanos y también para los guardias civiles y sus familias. En su mayoría se trataba de gente muy humilde cuyo salario no llegaba a dos euros mensuales y se encontraba sometida a una muy estricta disciplina.

La sublevación les sorprendió y los primeros momentos fueron de incertidumbre total. Se atacaron varias casas-cuarteles con las familias dentro y más de una veintena de guardias civiles gaditanos resultaron asesinados, fusilados, muertos o heridos en enfrentamientos por uno u otro bando a lo largo de la contienda. Todos fueron objeto de investigación interna, siendo algunos detenidos, juzgados y condenados. Muchos fueron trasladados de puesto y enviados en compañías expedicionarias a los frentes de Andalucía, Aragón, Cataluña, Extremadura, Levante y Madrid.

Cuando finalizó la guerra civil, nada fue igual para ellos y sus familias. Su historia fue una historia silenciosa y silenciada, de la que prácticamente sólo ha trascendido su participación en la represión, una represión que es cierta, pero de la que ellos también fueron víctimas por uno y otro bando.

Cualquiera podría protagonizar un libro. Hay muchas historias personales de todo tipo, como por ejemplo, la del guardia 2º Fernando Núñez Villatoro, del puesto de Jimena de la Frontera, “propagandista de los elementos de izquierdas”, que perteneció a la logia masónica “Fenix nº 66”. Desertó con su pistola a Gibraltar para pasarse a Málaga y continuó en zona republicana hasta que al finalizar la guerra se exilió a Francia y Marruecos. Procesado en rebeldía por el tribunal especial para la represión de la masonería y el comunismo, era todavía en 1966 objeto de investigación policial.

O la historia del capitán Fernando Márquez González, cajero de la Comandancia, “de ideas francamente derechistas”, al que la rebelión le sorprendió resolviendo asuntos contables en la Inspección General de Madrid, integrándose en la nueva Guardia Nacional Republicana. “Salió para el frente de Guadarrama, con mando de Compañía que le fue quitado por no inspirar confianza al gobierno marxista, no tomando parte en hechos de armas de ninguna clase, …, y a partir de aquel día se propuso no prestar servicio alguno a los rojos y refugiado en pensiones y casas particulares, se mantuvo oculto, hasta el 30 de octubre de 1936, que ingresó en la Embajada de Chile, en la que permaneció hasta la liberación de Madrid”.

Fue detenido y juzgado, a pesar de que “el procesado es persona de buenos antecedentes, intachable espíritu militar y de ideología absolutamente afecta al Glorioso Movimiento”. Condenado a la pena de seis meses y un día de prisión correccional, ya “que la prestación de servicios al Ejército rojo hecha es constitutiva de un delito de auxilio a la rebelión militar”, causó baja, pues “jamás podrá ejercer sus funciones con la dignidad y libertad de acción que ante sus compañeros y subordinados exige la jerarquía y muy principalmente los sanos ideales de la Nueva España”.

Y también hay muchas historias colectivas, igualmente desconocidas, como la encabezada por el sargento Rafael Abad de la Vega, comandante de puesto de El Puerto de Santa María, a quien el 18 de julio le sorprendió en Madrid junto a un cabo y nueve de sus guardias, escoltando una conducción de veinte presos desde el penal portuense al de Pamplona. Durante meses sus familias no supieron nada de su suerte. 

No todos pudieron regresar, algunos desertaron o murieron durante la contienda y otros fueron condenados y expulsados de la Guardia Civil, como el propio sargento al ser teniente de la Guardia Nacional Republicana por “lealtad geográfica”.

domingo, 14 de diciembre de 2014

EL DUQUE DE AHUMADA: ORGANIZADOR DE LA GUARDIA CIVIL Y CLAVE DE SU ÉXITO EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA.


Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el núm. 36 correspondiente al mes de mayo de 2012, de la Revista "ATENEA", págs. 80-85.
Los originales están ilustrados por cuatro fotografías en color y cuatro en blanco y negro.

No hay duda de que su enorme personalidad imprimió a la Institución en conjunto y a cada uno de sus hombres en detalle, el trasunto fiel y desnudo de su pensamiento, de su modo de ser, de su capacidad para la renuncia”. 
Palabras del caballero laureado y general de división de la Guardia Civil Enrique Serra Algarra, en el prólogo de la biografía “El Duque de Ahumada”, de Francisco Aguado Sánchez.

Francisco Javier Girón y Ezpeleta, nacido en Pamplona el 11 de marzo de 1803, era el II Duque de Ahumada y V Marqués de Las Amarillas, tratándose del único hijo del matrimonio formado por Pedro Agustín Girón de Las Casas y Concepción Ezpeleta Enrile. 

Su padre, sirviendo bajo las órdenes de su tío, el general Francisco Javier Castaños Aragorri -vencedor de la histórica batalla de Bailén- había alcanzado el generalato y fue condecorado con la Gran Cruz de San Fernando. Precisamente el futuro II Duque de Ahumada, siendo niño, pasó buena parte de la Guerra de la Independencia al cuidado de su abuelo Jerónimo Girón y Moctezuma -antiguo virrey y capitán general de Navarra- en Cádiz, donde fueron testigos del asedio francés y de la proclamación de la Constitución de 1812 que este año celebra su bicentenario.

Expulsado el invasor galo del territorio patrio, su padre era ya mariscal de campo y jefe del 4º Ejército, marchando con él a la capital hispalense. A los doce años de edad Francisco Javier comenzó su carrera en militar, siendo nombrado capitán de la Milicia Provincial nº 28 de Sevilla.

Cinco años después tuvo su bautismo de fuego, cuando combatía a los liberales en la provincia gaditana. Concretamente el 10 de marzo de 1820, fecha en la que Fernando VII pronunció la célebre frase de “marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”.

Fruto de la nueva situación política surgida y la formación de un nuevo gobierno, su padre fue nombrado ministro de la Guerra, marchando Francisco Javier a Madrid como su ayudante personal.

Concienciados del lamentable estado en que se hallaba el orden público en España y lo perjudicial que resultaba para el Ejército desgastarse en operaciones de tipo policial –misión expresamente encomendada en 1814- trabajaron ambos en un ambicioso proyecto: la creación de un nuevo Cuerpo de Seguridad Pública de ámbito nacional denominado Legión de Salvaguardias Nacionales. Su espíritu inspiraría veinticuatro años después el de la Guardia Civil. Presentado el proyecto a las Cortes el 30 de julio, fue rechazado porque, en palabras de un diputado, “era una medida atentadora a la libertad y desorganizadora de la Milicia Nacional”.

Mes y medio después, su padre presentó la dimisión y Francisco Javier cesó en su cargo. Tras no pocas vicisitudes y haber ejercido el mando de diversas unidades, ascendió el 17 de marzo de 1834 a brigadier. Cuatro años más tarde pasó al nuevo Ejército de Reserva de Andalucía, donde se le confirió el mando de la 3ª Brigada, que organizó e instruyó. A su frente, participó en las campañas contra los carlistas bajo las órdenes del general Ramón María Narváez, con quien estableció una estrecha relación profesional y se hizo acreedor de su confianza, cuestión que revestiría trascendental importancia en el futuro.

El 1 de enero de 1839 fue nombrado comandante general de la División de Reserva de dicho Ejército y tras distinguirse brillantemente en diversas operaciones, fue ascendido por méritos de campaña a mariscal de campo. El 17 de mayo de 1842 falleció su padre tras una prolongada enfermedad, convirtiéndose en el II Duque de Ahumada y V Marqués de las Amarillas.

La creación de la Guardia Civil.

La persecución del bandolerismo por el Ejército seguía sin dar resultados satisfactorios, fracasando diversos intentos de crear cuerpos armados que se encargaran de velar por la seguridad pública, tales como el de Celadores Reales en 1823 y el de Salvaguardias Reales en 1833.
Hubo que esperar todavía una década más para que viera la luz un proyecto sólido y con vocación de futuro. El primer paso se dio el 26 de enero de 1844, bajo el gobierno de Luis González Bravo, al crearse por real decreto el Ramo de Protección y Seguridad, no dejando duda alguna respecto a la preocupación del principal problema de la época:El Gobierno ha menester una fuerza siempre disponible para proteger las personas y las propiedades; y en España, donde la necesidad es mayor por efectos de sus guerras y disturbios civiles, no tiene la sociedad ni el Gobierno más apoyo ni escudo que la milicia o el Ejército, inadecuados para llevar este objeto cumplidamente o sin prejuicios”.
El segundo paso de importancia, todavía con González Bravo, se concretó el 28 de marzo de 1844, cuando se dictó un real decreto que disponía la creación del “Cuerpo de Guardias Civiles”, de carácter civil y dependiente del Ministerio de la Gobernación y “con el objeto de proveer al buen orden y a la seguridad pública”. El mérito de tal denominación se debió a la entonces jovencísima Isabel II.
Como director de organización fue comisionado el 15 de abril el Inspector General del Ejército, el Duque de Ahumada, que gozaba de acreditado prestigio para organizar y reformar tropas.
Tan sólo cinco días después remitió a los ministros de Estado y Guerra un documento trascendental en el que expuso con toda claridad y contundencia sus enmiendas y reparos al proyecto que acababa de aprobarse. Desaprobó expresamente la implicación en el servicio, régimen interior, disciplina, ascensos, nombramientos, etc., bajo la libre designación de los jefes políticos de las provincias (figura antecesora de los gobernadores civiles) donde los guardias civiles prestarían sus servicios, la carencia de un inspector general, lo mezquino de sus sueldos, etc., al considerar que todo ello perjudicaría la perdurabilidad del nuevo Cuerpo.
Fue tan convincente en su exposición y motivación que fue autorizado a redactar una nueva propuesta que el propio interesado nominaría como “Bases necesarias para que un General pueda encargarse de la formación de la Guardia Civil”.
Llegados a este punto se produjo un hecho vital para el futuro de la nueva institución que se estaba perfilando. El mariscal de campo Narváez asumió el 3 de mayo el poder y no sólo dispuso la continuidad de su compañero y amigo, el Duque de Ahumada, sino que apoyó de forma determinante su propuesta.
Diez días después se daba el tercer y definitivo paso para la creación del Cuerpo de la Guardia Civil. Conforme al real decreto de 13 de mayo de 1844 el nuevo cuerpo, esta vez de naturaleza militar, quedaba sujeto al “Ministerio de la Guerra en su organización, personal, disciplina, material y percibo de haberes”, mientras que “en su servicio peculiar debe entenderse con las autoridades civiles, y depender por lo tanto del Ministerio de Gobernación”.

Con la idea de desplegarse por toda la geografía española y convertirse en la primera institución del Estado que llegara a todos los ciudadanos, se dispuso inicialmente la creación de 14 Tercios integrados a su vez por 39 Compañías de Infantería y 9 Escuadrones de Caballería, estando compuesta su primera plantilla por 14 jefes, 232 oficiales y 5.769 de tropa.
En el mes de octubre de ese mismo año se aprobaron los reglamentos militar y de servicio, y el 20 de diciembre de 1845, la "Cartilla del Guardia Civil", redactada por el propio Duque de Ahumada y que puede definirse como el auténtico código deontológico del Instituto. Su primer artículo pasaba a convertirse en la cimentación ética del nuevo Cuerpo: “El honor ha de ser la principal divisa del Guardia Civil; debe por consiguiente conservarlo sin mancha. Una vez perdido no se recobra jamás”. La impronta de su articulado fue tal que después de más de siglo y medio, sigue teniendo plena vigencia moral.
La gran eficacia del nuevo Instituto en la erradicación del grave problema del bandolerismo motivó al Gobierno para aumentar su plantilla y potenciar su despliegue, convirtiéndose, tal y como han reconocido prestigiosos historiadores, en un instrumento clave en la construcción del Estado Moderno.

El 7 de noviembre de 1846 el Duque de Ahumada fue promovido al empleo de teniente general, continuando al frente de la Guardia Civil hasta el 1 de agosto de 1854, fecha en la que como consecuencia de “La Vicalvarada” y el regreso al poder del general Espartero, pasó a la situación de cuartel.

Finalizado el “Bienio Progresista” y ocupada nuevamente la presidencia del gobierno por su amigo el general Narváez, éste volvió a confiar en él y lo repuso al frente del Cuerpo, volviendo a dirigirlo por real decreto de 12 de octubre de 1856. Cuando un año más tarde el general Leopoldo O’Donnell ostentó la presidencia, lo mantuvo hasta el 1 de julio de 1858.

Pasado otra vez a la situación de cuartel, fue nombrado el 2 de junio de 1862, también con  O’Donnell, comandante general del Cuerpo de Alabarderos, desempeñando dicho cargo hasta el 15 de julio de 1866. Casi tres años después, falleció en Madrid el 18 de diciembre de 1869, a la edad de 66 años.
Había matrimonio el 6 de enero de 1834 con Nicolasa Aragón Arias Saavedra, de cuyo matrimonio tuvo nueve hijos llamados Pedro (teniente general), Javier, Inés, Agustín (teniente general), Luis (general), Concepción, Sancha, Rodrigo y Rafael (falleció como comandante en Cuba en 1896).

La permanencia del Duque de Ahumada al frente de la Guardia Civil durante la primera década de su existencia fue vital para forjar su perdurabilidad en el tiempo. Sus acertadas disposiciones y el acendrado sentido de la disciplina que le inculcó así como la acreditada eficacia en la implantación del orden y la persecución del bandolerismo que hasta entonces asolaba los caminos de España, convirtieron al nuevo Cuerpo en la institución de seguridad pública más importante y valorada de nuestra Historia.

Transcurridos 168 años de la creación de la Benemérita, sobrenombre con el que fue bautizada por los ciudadanos, la impronta y legado del Duque de Ahumada perduran hoy día en la Guardia Civil, compuesta actualmente por más de 80.000 efectivos desplegados en más de 2.000 instalaciones, manteniéndose la naturaleza militar de la que tan acertadamente le invistió.

Cargos y condecoraciones del II Duque de Ahumada.

- Senador del Reino.
- Vicepresidente del Senado.
- Gentil hombre de Cámara de S.M.
- Cruz de 1ª clase y Placa de 3ª clase de la Real y Militar Orden de San Fernando.
- Cruz y Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.
- Gran Cruz de la Real Orden de Carlos III.
- Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica.
- Cruz de Fidelidad de 1ª clase.
- Legión de Honor de Francia.
- Flor de Lis de Francia.





martes, 9 de diciembre de 2014

LAS FUERZAS REGULARES INDIGENAS: EL MUSEO ESPECIFICO DE CEUTA.


Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 309 correspondiente al mes de marzo de 2008, de la Revista "ARMAS", págs. 60-66.
Los originales están ilustrados por diecisiete fotografías en color y cuatro en blanco y negro.

La extensión de los territorios del Rif, ocupados actualmente por nuestras tropas, exige el mantenimiento en ellas de un núcleo importante de fuerzas para asegurar la tranquilidad del territorio, el desarrollo, a su amparo, del comercio y demás fuentes de riqueza del país. Sometidos a nuestra influencia los habitantes de las Kabilas ocupadas, como consecuencia de la última campaña, parece llegado el momento de ir creando tropas nutridas con los elementos indígenas afectos á España, que sirvan de núcleo para la organización de fuerzas indígenas regulares, con cohesión y disciplina, y capaces de cooperar en las operaciones tácticas con la tropas del Ejército.”

Así comenzaba la Real Orden de 30 de junio de 1911, dimanante del Ministerio de la Guerra, mediante la que se creó lo que llegaría a ser el conjunto de unidades más condecorada del Ejército español: 19 cruces laureadas colectivas de San Fernando, 56 cruces laureadas individuales de San Fernando, 61 medallas militares colectivas y 196 medallas individuales lo acreditan.

En sus filas han servido desde entonces más de 70.000 efectivos, habiendo participado en más de 800 acciones de guerra con un sacrificio, en las Campañas de Marruecos y la Guerra Civil- de más de 6.000 muertos y más de 24.000 heridos.  

Epoca fundacional

La primera de sus unidades se denominó Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla”, con guarnición en el Fuerte de Sidi-Guariach –actual Fuerte de la Purísima Concepción- de dicha plaza, siendo organizada sobre la base de un batallón (tabor) de Infantería, con cuatro compañías y un escuadrón de Caballería. Su primer jefe fue el teniente coronel Dámaso Berenguer Fusté, quien llegaría a ser presidente del gobierno español entre enero de 1930 y febrero de 1931.

Como fuerzas dependientes de la Capitanía general de Melilla se les asignó la misión de prestar el servicio de armas en unión de las fuerzas del Ejército, así como el de guías, intérpretes, confidentes y otras de carácter especial que se le encomendaran cuando fueran necesarias.

El reclutamiento de la tropa debía efectuarse entre los naturales de Marruecos que se presentaran en Melilla, Ceuta y territorios ocupados por el Ejército español en las inmediaciones de las citadas plazas y en todas las poblaciones en las que estuviera organizada la policía marroquí al mando de oficiales españoles, siendo estos los encargados de efectuar la recluta con las debidas garantías. El personal de oficiales, a excepción de los oficiales moros de 2ª clase, sería del Ejercito español y procedente de las armas de Infantería y Caballería, respectivamente.

Antes de proseguir hay que precisar que el motivo de emplear la palabra “Regular” –que tal vez pueda llamar la atención al lector- no era otro que el de designar a aquellas unidades militares que por su carácter permanente se distinguían de otras cuyo carácter era temporal, es decir, que se constituían y se desmovilizaban en función de las necesidades militares.

Los Grupos de Fuerzas Regulares Indígenas

Los brillantes y positivos resultados obtenidos por otras naciones europeas mediante la organización y empleo de este tipo de tropas indígenas así como los excelentes servicios prestados hasta entonces por las fuerzas indígenas que se habían creado en Melilla con carácter de ensayo por Real Decreto de 31 de diciembre de 1909, animó a dar carta de naturaleza al proyecto español.

Así, tres años después de la publicación de la normativa fundacional de 1911, se procedió a la reorganización de las diferentes tropas indígenas que hasta entonces existían, dictándose la Real Orden de 31 de julio de 1914 que comenzaba exponiendo:

La necesidad de utilizar los elementos indígenas afectos a nuestra influencia en Marruecos en la forma compatible con sus aptitudes y la oportunidad del momento ha exigido al principio de nuestra acción en Africa la creación de diferentes clases de fuerzas indígenas con organizaciones variables y circunstanciales. Ensanchada considerablemente nuestra esfera de acción y aumentadas en proporción apreciable las unidades nutridas con personal indígena, es indispensable evitar esta variedad de fuerzas, tendiendo a su unificación en toda la zona del protectorado de España sin más variaciones que las que aconseje la índole especial de los distintos territorios sometidos a nuestra influencia …”.

Conforme se disponía en su artículo 1º, las tropas indígenas existentes o que se organizasen en el futuro en el Protectorado de España en Marruecos, debían ajustarse a uno de los siguientes tipos: Tropas del Majzen, Fuerzas regulares indígenas, Fuerzas de Policía indígena o Fuerzas irregulares auxiliares.

En relación con las Fuerzas regulares indígenas, que es lo que interesa en el presente artículo, se dispuso la creación de cuatro grupos, formado cada uno de ellos por dos tabores (batallones) de Infantería -constituidos a su vez cada uno por tres compañías- y un tabor de Caballería integrado por tres escuadrones.

Aunque inicialmente hubo problemas para cumplimentar lo anteriormente expuesto e incluso dicha reorganización quedó temporalmente en suspenso por otra norma de igual rango hasta que pudiese ser llevada a la práctica en las condiciones debidas, terminó finalmente en ser en los meses siguientes una realidad.

El primero adoptó la denominación oficial de Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla n.º 1 (en 1916 cambiaría su nombre por el de Tetuán), siendo su primer jefe el teniente coronel Leopoldo Ruiz Trillo. El segundo se llamaría Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla n.º 2 y su primer jefe fue el teniente coronel Antonio Espinosa Sánchez. Al tercero se le denominó Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Ceuta n.º 3, designándose como su primer jefe al teniente coronel José Sanjurjo Sacanell. Y al cuarto Grupo, que tomó la denominación de Fuerzas Regulares Indígenas de Larache n.º 4,  se le nombró como primer jefe fue al teniente coronel Federico Berenguer Fusté, hermano de Dámaso.

Habría que esperar hasta el verano de 1922, un año después de los trágicos sucesos que pasarían a la historia como el “Desastre de Annual”, para que se creara un grupo más, que fue denominado Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Alhucemas nº 5, siendo su primer jefe el teniente coronel Rafael de Valenzuela Urzaiz.

Durante la Guerra Civil (1936-1939) los cinco Grupos aumentaron su número de tabores, dando lugar que al finalizar la contienda y tras regresar las unidades expedicionarias que habían estado combatiendo en la Península, se crearan a partir de 1940 otros cinco Grupos más, con guarnición en diferentes puntos de nuestro Protectorado. Una reorganización del Ejército español en 1950 y la independencia concedida seis años después a Marruecos terminaron por motivar su disolución e integración de su personal en los Grupos de la primera época.

En 1985, como consecuencia de la aplicación del Plan Meta, se disuelven los citados Grupos de Regulares, pasando entonces a denominarse Regimiento de Infantería Motorizada (RIMT) Fuerzas Regulares de Infantería Melilla nº 52 con guarnición en Melilla y Regimiento de Infantería Motorizada (RIMT) Fuerzas Regulares de Infantería Ceuta nº 54 con guarnición en Ceuta. Siendo estas nuevas unidades depositarias del historial y banderas de sus antecesoras. Al año siguiente cambió la denominación de ambas unidades por la de “RIMT. Fuerzas Regulares de Melilla nº 52” y “RIMT. Fuerzas Regulares de Ceuta nº 54”.

Una década después, en 1996, como consecuencia del Plan Norte, las denominaciones oficiales cambiaron a “RIL (Regimiento de Infantería Ligera). Regulares de Melilla nº 52” y “RIL. Regulares de Ceuta nº 54”. Por último, en el año 2000, se volvió a cambiar la denominación, siendo desde entonces “Grupo de Regulares de Melilla nº 52” y “Grupo de Regulares de Ceuta nº 54.

Respecto a los tiempos actuales, hay que destacar que los Regulares de Melilla tienen encomendada la misión de guarnecer en la costa africana las islas Chafarinas y los peñones de Alhucemas y de Vélez de la Gomera. Asimismo y dada la partición del Ejército español en las operaciones internacionales de mantenimiento de la paz, tanto los Regulares de Melilla como los de Ceuta han proyectado varios contingentes a Kosovo. De hecho fuerzas de este último Grupo, con su jefe al frente, el coronel José Acevedo Espejo, se encuentran en estas fechas desplegadas en dicho escenario.

Armamento y uniformidad

El emblema de los Regulares está formado por una media luna, denominada de Ramadán, y por dos fusiles cruzados.

Es innegable la vistosidad y elegancia de los uniformes de los Regulares que llenan de admiración al público que presencia su participación en los desfiles institucionales. Las prendas más llamativas las constituyen el gorro moruno de fieltro rojo con forma cilíndrica denominado “tarbuch” así como su capa blanca, que utilizan en actos relevantes.

Otras prendas características son las bolsas de costado, llamadas “skaras”, que portan los gastadores así como sus correajes de fantasía moruna, además e las fajas que ciñen las cinturas de los Regulares, de color azul en el caso de los de Ceuta y roja en el de los de Melilla.

Respecto al armamento, los fusiles máuser modelo 1893 de 7 mm. que portaron los primeros Regulares de Infantería o las carabinas mauser modelo 1895, de igual calibre, en el caso de los de Caballería, poco tienen que ver con los modernos fusiles de asalto HK modelo G-36 de 5’56 mm. que utilizan los Regulares de hoy día, quienes cuentan además con otra clase de armamento como los lanzagranadas de 40 mm., los misiles contracarro Milán de medio alcance y los Tow de largo alcance así como los morteros medios de 81 mm. y los pesados de 120 mm.

El Museo de Ceuta

El Museo específico de Regulares de Ceuta se encuentra ubicado en el interior del acuartelamiento “González-Tablas”, ocupando una superficie de casi 800 metros cuadrados que a finales de los años 20 del pasado siglo era utilizada como almacén-comedor del antiguo Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas nº 3 de Ceuta.

El nombre del citado acuartelamiento se debe a la memoria del teniente coronel Santiago González-Tablas y García Herreros, que falleció en acción de guerra al ser mortalmente herido el 12 de mayo de 1922, cuando se encontraba al frente del citado grupo ceutí.

El actual Grupo de Regulares de Ceuta nº 54 recogió “la Historia, Gloria y Tradiciones” de los Grupos de Regulares de Tetuán nº 1, de Ceuta nº 3 y de Larache nº 4, así como de los Batallones de Cazadores de Africa y de los Regimientos de Infantería Africa nº 53, Ceuta nº 54 y Serrallo nº 60. Ello ha motivado que su bandera sea la más condecorada actualmente del Ejército español ya que porta las corbatas de tres laureadas colectivas del Tetuán nº 1, dos del Ceuta nº 3 y cuatro del Larache nº 4, además de una más. Concedida al extinto Ceuta nº 54.

Para conservar y difundir la gloriosa historia de los Regulares para conocimiento de las generaciones actuales y futuras, tal y como se relata en una gran placa existente a la entrada del museo, su constitución se inició por decisión del coronel Carlos Sánchez Tembleque, siendo impulsado por el de igual empleo, Enrique Cuenca Romero, procediéndose a su inauguración oficial el 21 de noviembre de 1992 por el Comandante general de Ceuta Rafael Bada Requena.

Sus fondos, muy variados e impresionantes, además de magníficamente conservados, se encuentran expuestos al público en las dos plantas del edificio, bautizadas respectivamente  por Sala del General Berenguer, en honor de quien fuera el primer jefe de las Fuerzas Regulares Indígenas, y la Sala del Teniente Varela, como homenaje al bilaureado oficial que obtuvo su doble concesión como recompensa a su valor heroico en dos acciones diferentes, siéndoles impuestas por Alfonso XIII en Sevilla en 1922, cuando pertenecía al Grupo de Larache nº 4, habiendo llegado posteriormente, en el empleo de teniente coronel, a mandar el de Grupo de Ceuta nº 3.

En la primera planta se encuentran los llamados rincones de los Kaides (oficiales moros), de la Nuba (banda formada por instrumentos tradicionales marroquíes), de Tazarut y de la Caballería, mientras que en la segunda están las salas de los laureados y de las banderas.

Aunque es materialmente imposible reproducir fotográficamente en estas páginas una muestra suficientemente representativa de las diversas clases y tipos de los millares de fondos que se conservan en el museo, hay que mencionar que se tratan de armas –además de sus municiones- tales como pistolas, revólveres, fusiles, carabinas, subfusiles, espingardas, morteros, granadas de mano, sables, espadas, machetes, gumías, etc.; de uniformes de muy diferentes épocas empleados por los Regulares así como de todo tipo de efectos y prendas de uniformidad relacionados con los mismos; de banderas, estandartes, instrumentos, condecoraciones, distintivos y divisas; de mobiliario de la época fundacional, retratos de sus principales y más destacados jefes, y cuadros de pinturas que reflejan las actividades y gestas de los Regulares a través de su casi centenaria historia; numerosísima documentación oficial y gráfica de gran valor histórico; y un largo etcétera que debe animar al lector a acercarse a Ceuta para conocer esta hermosa Ciudad Autónoma española y su magnífico Museo específico de Regulares, donde tradición e historia es una unidad indisoluble.

Por último, para quien quiera saber más sobre la historia de tan heroicas unidades, se recomienda expresamente la colección que Almena Ediciones ha iniciado ya con su primer tomo: “Fuerzas Regulares Indígenas. De Melilla a Tetuán (1911-1914). Tiempos de ilusión y de gloria”.

Nota. Se agradece la inestimable colaboración del Museo Específico de Regulares de Ceuta y muy especialmente de su secretario, el sargento 1º Carlos González Rosado.

domingo, 7 de diciembre de 2014

MAGINOT. ARMAS E HISTORIA.

Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 304 correspondiente al mes de octubre de 2007, de la Revista "ARMAS", págs. 22-30.
Los originales están ilustrados por veinte fotografías en color y una en blanco y negro (*). 


On ne passe pas”, es decir, “No se pasa”, o al menos eso era lo que decía la leyenda del emblema francés de una de las casamatas de la “Línea Maginot”, pero … se pasó …
Varias fortificaciones, reconvertidas en museos, repletas de armas y uniformes, nos recuerdan aquella historia.

Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se registró el mayor número de muertos que hasta entonces se había conocido en un conflicto armado: casi nueve millones. La mayor parte de ellos sucumbieron en el teatro de operaciones europeo y en constantes acciones de desgaste que tuvieron por escenario principal las trincheras. Las enormes pérdidas humanas que se sufrieron sólo obtuvieron pobres resultados estratégicos.

Las lecciones aprendidas de aquella guerra fueron asimiladas e interpretadas por las diferentes potencias de distinta manera. En el caso francés se llegó al convencimiento de que frente a las armas automáticas modernas que habían barrido a las fuerzas de infantería con el apoyo del potente fuego de la artillería, había que asumir una postura defensiva, subterránea, fuertemente armada y fortificada.

Ese concepto de guerra defensiva frente a su tradicional enemigo –la vecina Alemania- tuvo su máxima expresión en la denominada “Línea Maginot”, bautizada así en honor a su principal impulsor, André Maginot, ministro de la Guerra francés.

Dicha “Línea” se trataba de un inexpugnable sistema de fortificaciones desplegado sobre unos 400 kilómetros de frontera que se extendía desde el Rhin hasta Bélgica. Realmente no se trataba de un concepto novedoso en la estrategia militar, sino de potenciar al máximo con verdaderas fortalezas uno ya existente, pues ya tras la Guerra Franco-Prusiana de 1870-71, que se saldó con la pérdida para los franceses de la región de Alsacia-Lorena, se había iniciado una progresiva fortificación de la frontera común.

Así, en el caso concreto que nos ocupa, Francia se fue acorazando durante las décadas siguientes con un escudo defensivo –la “Línea Séré de Rivières”- a lo largo de su frontera con Alemania, mientras los germanos, al otro lado, construían también a su vez, fortificaciones poderosas y potentes.

En la “Línea Maginot”, la mayor parte de las fortificaciones que se construyeron constituían, además de fortalezas inexpugnables, verdaderos cuarteles subterráneos, dotados no sólo de las salas y torres de armas con sus polvorines correspondientes, desde las que su guarnición pudiera, durante incluso meses, hacer fuego contra todo enemigo que se aproximara, sino que también disponían de centrales eléctricas autónomas, sistemas propios de ventilación, oficinas, dormitorios, cocinas, almacenes, enfermerías, etc., llegando en algunos casos a existir quirófanos y salas odontológicas.

En cambio, aunque los alemanes construyeron enfrente su propio sistema defensivo de fortificaciones y que sería conocido como la “Línea Sigfrido”, su doctrina fue bien distinta. La “Blitzkrieg” (Guerra Relámpago) tenía por objetivo infligir una derrota total por medio de  una única y poderosa ofensiva, la cual se conseguiría gracias a la velocidad, la potencia de fuego y la movilidad. Había llegado la “era” de los carros de combate frente a la de las trincheras.

Muchas de las fortificaciones de la “Línea Maginot” entraron en combate a partir de mayo de 1940, con motivo de la ofensiva alemana, resistiendo los potentes ataques lanzados por la artillería y la aviación. Sin embargo el ataque principal no fue frontal contra el inexpugnable sistema de fortificaciones, sino que las tropas germanas invadieron Francia tras derrotar Bélgica, llegando en poco tiempo hasta París, ciudad que fue declarada “abierta” para evitar su destrucción.

La “Blitzkrieg” utilizada en la invasión de Polonia, había vuelto a funcionar con éxito. El centro de gravedad del frente occidental se alejó de la frontera franco-alemana y la “Línea Maginot” quedó aislada. Tras la firma del Armisticio el 22 de junio siguiente, mediante el que Alemania pasaba a ocupar dos tercios de Francia, los defensores de las fortificaciones procedieron en los días siguientes a rendirse y entregar sus armas, conforme a las órdenes recibidas desde París. 

El general inglés Alan Brooke al ver por dentro una de aquellas fortalezas escribiría en su diario: “No hay duda de que el concepto de la Línea Maginot es una obra genial, pero sólo da una ilusoria impresión de seguridad, y creo que los franceses habrían hecho mejor empleando el dinero en defensas móviles que sepultarlo en tierra”.

Las fortificaciones-museos.

Estrasburgo es una hermosa ciudad francesa, bañada por el Rhin, que cambió cuatro veces de nacionalidad entre 1870 y 1945. Actualmente es sede del Consejo de Europa, del Parlamento Europeo y del Eurocuerpo, motivo por el cual varios centenares de españoles, civiles y militares, viven con sus familias en ella.

Enclavada en Alsacia, la “Línea Maginot” discurría muy cerca de Estrasburgo, conservándose hoy día en la zona algunas de aquellas ya históricas fortificaciones que han sido reconvertidas en museos que bien seguro, todo lector de “ARMAS” le gustaría visitar.

Atendidas, conservadas y gestionadas, con cariño y esmero, por asociaciones locales privadas, muestran al visitante no sólo como era el funcionamiento de aquellas fortalezas subterráneas y la vida de los soldados que las guarnecían, sino que se exponen toda clase de armas ligeras y pesadas con sus correspondientes municiones, uniformes, insignias, documentos, fotografías, etc., correspondientes a la época y a los diferentes bandos combatientes.

Entre dichas fortificaciones merecen citarse la casamata de infantería de Esch, en Hatten, cuyo interesante contenido ilustra las páginas del presente artículo; el impresionante fuerte de Schoenenbourg, ubicado en la localidad del mismo nombre, que a 30 metros de la superficie permite recorrer 2.500 metros de instalaciones militares subterráneas perfectamente conservadas; el fuerte Casso, sito en Rohrbach-Les-Bitche, construido con 6.000 metros cúbicos de hormigón y 500 toneladas de acero, dotado de 32 armas automáticas y 8 piezas anticarro, capaz de albergar bajo tierra a su guarnición de 173 hombres durante dos meses; y el museo de L’Abri, en Hatten, que por sus características especiales será merecedor de un próximo artículo en “ARMAS”.

Todo este patrimonio se conserva y puede visitarse gracias a la desinteresada dedicación y entrega de los miembros de las citadas asociaciones, que agrupadas cada una de ellas en torno a su casamata o fortificación, en el que depositan además sus colecciones particulares, están afiliadas en la Federación de Asociaciones de la Línea Maginot de Alsacia (FALMA).

Sobreviven gracias a la dedicación y esfuerzo de sus miembros así como a las aportaciones y cuotas de socios y simpatizantes, la venta de entradas, publicaciones y recuerdos a los visitantes, además de algunos donativos y subvenciones. Todo un ejemplo para los españoles. Sin comentarios, …, por el momento.

El único inconveniente para los visitantes, es el calendario establecido de visita, que normalmente queda reducido a los días festivos comprendidos entre los meses de marzo y octubre, pero si se tiene en cuenta la climatología de la zona y que la atención al público es realizada por los socios en sus ratos libres, es comprensible. Para los que quieran saber más y se quieran animar a conocerlas, se recomienda consultar su web www.lignemaginot.com  .

La casamata de Esch.

Próxima a la pequeña localidad alsaciana de Hatten, poco antes de llegar a ella, entre Haguenau y Wissembourg, y tras haber abandonado la autopista A-35, procedente de Estrasburgo, se encuentra el visitante, en el margen derecho de la carretera local, con la casamata de infantería de Esch, enclavada en un extenso recinto cubierto de césped verde esmeradamente cuidado.

Fue construida en 1931 y formaba parte del dispositivo defensivo del sector fortificado de Haguenau, comprendido entre Hochwald y el Rhin. Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, el 1 de septiembre de 1939, dicha casamata estaba guarnecida por 24 hombres (1 oficial, 2 suboficiales y 21 de tropa) del 23º Regimiento de Infantería de “Forteresse” (Fortaleza), teniendo que acudir en apoyo de las casamatas de Aschbach y de Oberroedern, atacadas por los alemanes en mayo de 1940. Con la firma del Armisticio fue rendido el 1 de julio y entregado al enemigo sin que llegaran a entrar en acción sus 2 cañones de 37 mm., sus 4 ametralladoras dobles y sus 6 fusiles ametralladores.

Sin embargo, casi cinco años después, del 7 al 21 de enero de 1945, durante la Operación “Nordwind” fue sucesivamente tomada y retomada por alemanes y norteamericanos, siendo objeto de durísimos combates, de todo lo cual ha quedado evidente testimonio de ello en sus muros, tal y como puede apreciarse en las fotografías. En 1982 la asociación se hizo cargo de la instalación y en 1986, tras su restauración, fue abierta al público.
 
Tras abonar 3 € el visitante puede acceder, cámara fotográfica en ristre, al interior. Este detalle es importante ya que en la mayoría de los museos militares españoles está sorprendentemente prohibida la realización de fotografías. Previamente uno ha podido moverse libremente por el exterior, observando obstáculos antitanque, alambradas, supuestos campos de minas, puestos de ametralladoras y de observación, así como los evidentes impactos de proyectiles de muy variado calibre sobre los recios muros de hormigón de la casamata, que por cierto, está coronada con un imponente carro norteamericano M-4 A3, tipo “Sherman”, al que tal y como advierte un cartel, en francés y alemán, está prohibido subirse.

Una vez en el interior, donde se es amablemente atendido por un miembro de la asociación que lo conserva, hay dos zonas perfectamente diferenciadas. A la izquierda pueden contemplarse las diferentes clases de ametralladoras y fusiles ametralladores que había de dotación así como descubrir las instalaciones y la vida de su guarnición dentro de la casamata, estando recreada incluso por maniquíes que visten los uniformes franceses de entonces. Conforme a los tiempos modernos que se viven, puede accederse a un ordenador en cuya pantalla pueden visionarse la historia de la casamata y numerosas fotografías de época.

El ala derecha sería sin duda alguna la que más haría las delicias de los lectores de “ARMAS”, al poder observarse en las vitrinas, unas esplendidas y muy completas colecciones de armamento portátil alemán, francés y norteamericano: pistolas, carabinas, fusiles, mosquetones, fusiles ametralladores, ametralladoras, lanzagranadas, municiones de toda clase, granadas de mano, bayonetas, dagas, etc., así como una amplia variedad de uniformes, equipos, cascos, máscaras antigás, insignias, condecoraciones, banderas, distintivos, carteles, documentos, fotografías, utensilios y otro largo etc., de lo que las fotografías que ilustran el presente artículo, dan buena fe de ello.

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André Maginot (1877-1932).
Nacido en París el 17 de febrero de 1877, su biografía oficial comienza con sus estudios de Derecho y la realización del servicio militar en el 94º Regimiento de Infantería, de guarnición en Bar-le-Duc, iniciando muy joven su carrera política. En 1903, cuando contaba sólo 26 años de edad, fue nombrado Director de Interior, en el gobierno general de Argelia (entonces colonia francesa), y desde 1910 fue consejero general y diputado por el Departamento (provincia) de Meuse.

En 1913 le confirieron el cargo de subsecretario de estado del Ministerio de la Guerra. El 28 de julio de 1914 con la declaración de guerra de Austria-Hungría a Serbia, comenzaba la “Gran Guerra”, que es como sería conocida la Primera Guerra Mundial. Las declaraciones se extendieron rápidamente entre unos y otros países y así, Alemania lo hizo a Francia el 3 de agosto siguiente.

El presidente francés Raymond Poincaré ordenó la movilización de los reservistas y Maginot, sin ampararse en su cargo, solicitó voluntariamente servir como soldado de 2ª clase en el 44º Regimiento de Infantería Colonial.

Ascendido a cabo, obtuvo el 2 de septiembre siguiente una citación como distinguido, y el 6 de noviembre fue condecorado con la cruz de guerra. Tres días después resultó gravemente herido y fue promovido al empleo de sargento.

Llegó a participar en la defensa de Verdún, terrible experiencia que le marcaría toda su vida y que bien seguro influyó en su decidido apoyo a lo que terminaría siendo conocida como la “Línea Maginot”.

Significar que Verdún, la sempiterna “Puerta de Francia”, asentada sobre un cerro en uno de los meandros del Mosa, fue en 1916, el escenario de las batallas más sangrientas que se libraron entre franceses y alemanes, cifrando algunos historiadores en unos 360.000 las bajas que tuvieron los primeros, y en unos 330.000 las de los segundos.

Tras el Armisticio del 11 de noviembre de 1918, se puso fin a la guerra en el frente occidental. Francia era una de las potencias vencedoras y Alemania era de las perdedoras. Maginot fue recompensado con la Medalla Militar y había acumulado seis citaciones como distinguido, reincorporándose nuevamente a la vida política.

Entre 1922 y 1924 ostentó conjuntamente el Ministerio de la Guerra y el de Pensiones, recayendo sobre él, el hecho histórico de haber organizado la primera ceremonia de homenaje, en 1923, al “Soldado Desconocido”, bajo el Arco del Triunfo en París. Asimismo, se dijo de él que “reorganizó el Ejército francés” hasta sus fundamentos.

En enero de 1930, tras haber desempeñado el cargo de Ministro de Colonias, fue nombrado nuevamente Ministro de la Guerra, sucediendo a Paul Painlevé, quien había preparado un ambicioso proyecto sobre la defensa de las fronteras francesas frente a Alemania pero que fue rechazado.

Maginot hizo suya dicha propuesta y la impulsaría entusiastamente, logrando la aprobación de la primera serie de créditos para financiar la fortificación de una serie de posiciones defensivas situadas a lo largo de las fronteras del nordeste y sudeste.

Sin embargo no llegaría a ver la materialización de su obra ya que el 6 de enero de 1932, falleció por enfermedad. No obstante la línea defensiva sería bautizada con su apellido como homenaje póstumo.