LXXVI
Aniversario de la Guerra Civil en Cádiz (1936-2012)
Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "DIARIO DE CADIZ" el 18 de julio de 2012, pág. 27.
El original está ilustrado con una fotografía en blanco y negro.
Han transcurrido más de tres
cuartos de siglo desde la sublevación militar del 18 de julio de 1936 y son ya
más del centenar, los trabajos de investigación que se han publicado en los
últimos años sobre lo acaecido en la provincia de Cádiz.
A pesar de ello, la biblioteca de
esta parcela de la historiografía gaditana tiene todavía bastantes estantes
vacíos y pendientes de completar. Aunque se ha avanzado y se sigue avanzando
mucho, hay numerosas historias por recuperar.
Una de ellas es la de los
guardias civiles de la Comandancia de Cádiz, que hasta 1940 fue una sola para
toda la provincia y no dos como actualmente, herencia precisamente de la guerra
civil, al desaparecer el Cuerpo de Carabineros y tener que asumirse el
resguardo fiscal que tenían encomendadas sus dos comandancias gaditanas.
En la mayoría de los estudios
realizados sobre la provincia de Cádiz, las referencias que se hacen de la
Guardia Civil suelen estar vinculadas a su participación en la represión que
siguió y perduró tras el alzamiento militar.
Sin embargo, se desconoce
prácticamente todo lo relacionado con las vicisitudes de quienes durantes
aquellos críticos y trágicos años constituían, junto a sus familias, pues no se
olvide que vivían en casas-cuarteles, la Guardia Civil gaditana.
El 18 de julio de 1936 la
Comandancia de Cádiz contaba con una plantilla de 704 hombres, compuesta por 1
teniente coronel, 2 comandantes, 6 capitanes, 10 tenientes, 10 alféreces, 22
brigadas, 25 sargentos, 44 cabos, 53 guardias de 1ª clase, 520 de 2ª, 6
cornetas y 5 trompetas.
Su jefatura y plana mayor se encontraban
ubicadas en la capital, al igual que una de sus cinco compañías, estando el
resto desplegadas por toda la provincia y con cabeceras en San Fernando,
Algeciras, Villamartín y Jerez, de las que dependían a su vez 20 líneas y 48
puestos.
Su jefe era el teniente
coronel Vicente González García. Zamorano de origen, tenía 54 años de edad y
era buen conocedor de la provincia ya que había estado destinado de teniente en
La Línea de la Concepción, de capitán en Jerez de la Frontera y de comandante
en la propia capital gaditana.
Se trataba de un hombre
culto que ya en 1928 le concedieron la placa de la Real Academia
Hispano-Americana de Ciencias y Artes de Cádiz, siendo muy apreciado y
respetado en la sociedad local. De hecho, al ser designado a finales de abril
de 1936 para mandar la Comandancia, DIARIO DE CADIZ publicó la noticia en la
portada de su edición matutina del 1 de mayo, expresando que “mucho nos alegramos y felicitamos al
pundonoroso jefe de la Guardia Civil”.
La trama gaditana de la
conspiración no contó en sus planes con él, al igual que le ocurrió a la
mayoría de jefes de comandancias de la Guardia Civil, ya que se le presumía su
lealtad al gobierno legalmente establecido. Aquello, junto a sus dudas y
vacilaciones al producirse la sublevación, estuvo a punto de costarle su
detención por los alzados, si bien, como le sucedió también a otros muchos que
no eran guardias civiles, terminó por imperar la llamada “lealtad geográfica”, continuando sin novedad al frente de la
Comandancia.
Sin embargo, muchos de
sus hombres no tuvieron tanta fortuna. La guerra civil fue una tragedia para
todos los gaditanos y también para los guardias civiles y sus familias. En su
mayoría se trataba de gente muy humilde cuyo salario no llegaba a dos euros
mensuales y se encontraba sometida a una muy estricta disciplina.
La sublevación les
sorprendió y los primeros momentos fueron de incertidumbre total. Se atacaron
varias casas-cuarteles con las familias dentro y más de una veintena de
guardias civiles gaditanos resultaron asesinados, fusilados, muertos o heridos
en enfrentamientos por uno u otro bando a lo largo de la contienda. Todos
fueron objeto de investigación interna, siendo algunos detenidos, juzgados y
condenados. Muchos fueron trasladados de puesto y enviados en compañías
expedicionarias a los frentes de Andalucía, Aragón, Cataluña, Extremadura,
Levante y Madrid.
Cuando finalizó la
guerra civil, nada fue igual para ellos y sus familias. Su historia fue una
historia silenciosa y silenciada, de la que prácticamente sólo ha trascendido
su participación en la represión, una represión que es cierta, pero de la que
ellos también fueron víctimas por uno y otro bando.
Cualquiera podría
protagonizar un libro. Hay muchas historias personales de todo tipo, como por
ejemplo, la del guardia 2º Fernando Núñez Villatoro, del puesto de Jimena de la
Frontera, “propagandista de los elementos
de izquierdas”, que perteneció a la logia masónica “Fenix nº 66”. Desertó
con su pistola a Gibraltar para pasarse a Málaga y continuó en zona republicana
hasta que al finalizar la guerra se exilió a Francia y Marruecos. Procesado en
rebeldía por el tribunal especial para la represión de la masonería y el
comunismo, era todavía en 1966 objeto de investigación policial.
O la historia del
capitán Fernando Márquez González, cajero de la Comandancia, “de ideas francamente derechistas”, al
que la rebelión le sorprendió resolviendo asuntos contables en la Inspección
General de Madrid, integrándose en la nueva Guardia Nacional Republicana. “Salió
para el frente de Guadarrama, con mando de Compañía que le fue quitado por no
inspirar confianza al gobierno marxista, no tomando parte en hechos de armas de
ninguna clase, …, y a partir de aquel día se propuso no prestar servicio alguno
a los rojos y refugiado en pensiones y casas particulares, se mantuvo oculto,
hasta el 30 de octubre de 1936, que ingresó en la Embajada de Chile, en la que
permaneció hasta la liberación de Madrid”.
Fue detenido y juzgado, a pesar de que “el
procesado es persona de buenos antecedentes, intachable espíritu militar y de
ideología absolutamente afecta al Glorioso Movimiento”. Condenado a la pena de seis meses y un día de
prisión correccional, ya “que la
prestación de servicios al Ejército rojo hecha es constitutiva de un delito de
auxilio a la rebelión militar”, causó baja, pues “jamás podrá ejercer sus
funciones con la dignidad y libertad de acción que ante sus compañeros y
subordinados exige la jerarquía y muy principalmente los sanos ideales de la
Nueva España”.
Y también hay muchas historias colectivas,
igualmente desconocidas, como la encabezada por el sargento Rafael Abad de la
Vega, comandante de puesto de El Puerto de Santa María, a quien el 18 de julio
le sorprendió en Madrid junto a un cabo y nueve de sus guardias, escoltando una
conducción de veinte presos desde el penal portuense al de Pamplona. Durante
meses sus familias no supieron nada de su suerte.
No todos pudieron regresar,
algunos desertaron o murieron durante la contienda y otros fueron condenados y
expulsados de la Guardia Civil, como el propio sargento al ser teniente de la
Guardia Nacional Republicana por “lealtad geográfica”.
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