Prólogo de Jesús Núñez a la novela "CASA CUARTEL DE LA GUARDIA CIVIL. HISTORIA DE UN GUARDIA CIVIL" de Miguel Gilaranz Martínez, págs. 9-14.
Editada y distribuida por AMAZON.
2ª Edición: Agosto 2020.
ISBN: 9781799186823
La novela puede adquirirse a través del siguiente enlace:
Sinopsis: "La novela está ambientada en los años cuarenta. El agente de la Guardia Civil Agustín Lucena cumple servicio en la Casa Cuartel de la Guardia Civil de la Torre del Puerco de Chiclana de la Frontera en Cádiz, un lugar alejado de la población, donde el Guardia, fiel a la "Cartilla del Duque de Ahumada" y motivado por su valor y espíritu de sacrificio, se adentrará en el corazón del Parque Natural de los Alcornocales para intentar detener al mayor contrabandista de la época; el "Sevillita". En paralelo, su hijo Santiago de doce años, se debate ante la duda de convertirse en un "polilla" y seguir los pasos de su padre como agente de la Benemérita."
P R Ó L O G O
Prologar una obra es siempre una responsabilidad. Y si encima uno no es el autor de la misma, es todavía mucha más responsabilidad la que se afronta y se asume.
Eso fue lo primero que pensé cuando Miguel Gilaranz, encontrándonos en la antigua casa-cuartel de la Guardia Civil en La Barrosa, escenario principal de esta historia, me propuso prologar su libro.
El segundo de mis pensamientos fue aquella parte del famoso verso de Pedro Calderón de la Barca, que además de poeta e insigne escritor de las letras españolas y universales también fue militar: “ni pedir ni rehusar”.
Hacía apenas unos minutos que acababa de conocer al autor de la obra y sin aviso previo ya me lo había solicitado. La Barrosa, Chiclana de la Frontera, Casa Cuartel, Guardia Civil, …, era imposible negarse a ello.
Y era imposible, primero por ser el jefe de la Comandancia donde se encontraba ubicado el antiguo Puesto de La Barrosa, levantado junto a la histórica Torre del Puerco. Y segundo, porque tras llevar más de tres décadas como historiador poniendo en valor a carabineros y guardias civiles, no podía dejar de hacerlo una vez más.
La casa-cuartel protagonista de esta obra se halla en el término municipal de Chiclana de la Frontera. Hace ya más de 175 años, concretamente un 8 de enero de 1845, el jefe político de la provincia de Cádiz, figura antecesora del gobernador civil y del subdelegado del gobierno, llamado Manuel Lassala Solera, escribía lo siguiente a los alcaldes de las localidades donde se iban a establecer los primeros puestos del benemérito Instituto creado por real decreto de 13 de mayo anterior: “La Guardia Civil es el brazo de protección y seguridad que el Gobierno ofrece al hombre honrado, y lo es de persecución y de temor para el delincuente y de mal vivir”.
Cuanta verdad encerraban aquellas premonitorias palabras. En ese mismo texto se describía el despliegue territorial de aquellos primeros puestos y las misiones iniciales a desempeñar. En la parte que afecta a la historia de nuestro libro, la 3ª Sección de la primera Compañía de la Guardia Civil que se estableció en la provincia de Cádiz, se instalaría en la localidad de Medina Sidonia.
La primera misión encomendada fue extender la vigilancia hasta los pinares de Chiclana de la Frontera, que por aquel entonces cubrían la mayor parte del término municipal, así como continuarla hacia los de Conil de la Frontera y Vejer de la Frontera.
En poco tiempo dicha sección completó su despliegue territorial y quedó integrada por los puestos de Chiclana de la Frontera, Conil de la Frontera, Vejer de la Frontera, Alcalá de los Gazules y Medina Sidonia.
Aquellos primeros guardias civiles, en espíritu de servicio y sacrificio, no diferían mucho de los protagonistas de la novela de Miguel Gilaranz. Eran hombres de condición modesta, forjados en una recia disciplina y un acendrado amor a la profesión. El honor, tal y como rezaba el artículo 1º de la “Cartilla del Guardia Civil”, era su principal divisa, razón por la cual debían conservarlo sin mancha, ya que una vez perdido no se recobraba jamás.
Redactada por el propio Duque de Ahumada en la finca familiar de “El Rosalejo”, sita en el término municipal gaditano de Villamartín, se convirtió desde el mismo momento de su aprobación, por real orden de 20 de diciembre de 1845, en el mejor código deontológico que jamás haya podido tener una institución de seguridad pública.
Sin embargo, aquellos primeros guardias civiles no estaban solos en Chiclana de la Frontera como en cambio si lo estaban los de la novela, fiel reflejo del tiempo en que discurre su historia.
Compartían espacio con otro Instituto que también sería benemérito, el de Carabineros del Reino. Sucesores del Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras, se había creado por real decreto de 9 de marzo de 1829, “para la seguridad y vigilancia de las costas y fronteras, hacer la guerra al contrabando, prevenir sus invasiones y reprimir a los contrabandistas, y para afianzar con respetable fuerza a favor de la industria y comercio nacionales, la protección y fomento que procuran las leyes de Aduanas”.
Es decir, que mientras los guardias civiles de Chiclana de la Frontera se dedicaban a velar por el orden y la ley, principalmente en materia de lo que hoy día se denomina seguridad ciudadana, los carabineros perseguían el contrabando que intentaba ser alijado en sus costas, siendo la playa de La Barrosa una de sus principales.
No obstante, ello no constituía inconveniente alguno para que llegado el momento, intercambiaran sus papeles, pues tal y como disponía la real orden de 4 de enero de 1845, “la Guardia Civil, en el curso ordinario de su servicio, debe perseguir con el mayor celo, vigilancia, actividad y sobre todo pureza, cuantos fraudes se cometan contra las Reales órdenes vigentes, relativas al contrabando.”
Y como la principal acción perversa del contrabandista para alcanzar impunemente su ilícito fin, era corromper a quien tenía la responsabilidad de perseguirle, se continuaba advirtiendo que “la menor sospecha de soborno” sería castigada “del modo más público, ejemplar y severo posible”.
Así que carabineros y guardias civiles, desde el principio, coincidieron más de una vez en la extensa playa de La Barrosa con ocasión de algún alijo de contrabando. Otra razón más por la que concurrieron en su orilla fue el carácter benemérito de ambos que en el caso de los hombres del Duque de Ahumada quedó registrado en la crónica relatada en el “Mentor del Guardia Civil”, antecesor histórico del actual boletín oficial del Cuerpo, correspondiente al 1º de mayo de 1857.
Resultó que el 31 de marzo anterior, el cabo Solís, comandante de puesto de Chiclana de la Frontera, que podía haber sido perfectamente el cabo Chacón de la novela de Miguel Gilaranz, tuvo conocimiento de que había naufragado en la playa de La Barrosa una embarcación portuguesa llamada “San José”.
Inmediatamente dispuso que el guardia Rodríguez, que también podía haber encarnado perfectamente el guardia Lucena, protagonista de esta obra, en unión de una pareja de servicio, acudiera a prestar auxilio en el escenario de la tragedia.
Presentados al comandante militar de matrícula, que como autoridad naval se había personado en lugar de los hechos, les ordenó que patrullasen por la playa por si la mar arrojaba algunos restos del naufragio. Y así fue, practicándolo durante toda la noche hasta el amanecer, pudiendo rescatar del agua cinco cadáveres de la infortunada tripulación.
La Ley de 15 de marzo de 1940 puso punto final al Cuerpo de Carabineros cuyo personal, funciones y acuartelamientos pasaron a ser asumidos por el de la Guardia Civil. De esta forma, la casa-cuartel de Carabineros en La Barrosa, construida en 1907, pasó a reconvertirse en la de la Guardia Civil, escenario principal de esta novela,
Mi más sincero agradecimiento a Miguel Gilaranz por dedicar esta obra, honesta, profunda y sencilla a aquellos guardias civiles que nos precedieron, así como mi mayor deseo de que quien disfrute con su lectura, conozca algo más sobre su vida y la de sus sufridas familias.
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