Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado el 14 de agosto de 2022" en "DIARIO DE CÁDIZ", pág. 28 y "DIARIO DE JEREZ", pág. 22.
El original está ilustrado con una fotografía en blanco y negro.
“El Guardia Civil procurará ser siempre un pronóstico feliz para el aflijido”. Así reza el artículo 6º de la “Cartilla del Guardia Civil”, aprobada por real orden de 20 de diciembre de 1845, redactada por el II duque de Ahumada.
Ese carácter benemérito, mucho más que humanitario, ya que su cumplimiento entrañaba habitualmente el riesgo de sacrificar la propia vida en auxilio del necesitado, fue reconocido por el pueblo español a la Guardia Civil desde su creación.
El reconocimiento institucional llegó con el real decreto de 4 de octubre de 1929. Alfonso XIII concedió “la Gran Cruz de la Orden civil de Beneficencia, con distintivo negro y blanco, al Instituto de la Guardia Civil, por los innumerables actos y servicios abnegados, humanitarios y heroicos que los individuos pertenecientes al mismo han realizado con motivo de incendios, inundaciones y salvamento de náufragos.”
En esa fecha, tal y como recordaba entonces la “Revista Técnica de la Guardia Civil”, habían ingresado ya en dicha Orden, 3 coroneles, 3 tenientes coroneles, 7 comandantes, 13 capitanes, 12 tenientes, 13 alféreces, 62 clases de 1ª categoría y 460 de 2ª. Es decir, 573 guardias civiles.
Desde la creación del Cuerpo en 1844 hasta la actualidad, han sido millares de ocasiones en los que sus componentes han acreditado su carácter benemérito. Uno de esos hechos, rescatado del olvido, gracias a la infatigable labor del escritor y documentalista Miguel Gilaranz Martínez, fue el siniestro aéreo acaecido en Chiclana de la Frontera el lunes 9 de agosto de 1976.
Pasado ya mediodía de esa trágica fecha, un avión de transporte del Ala 35 del Ejército del Aire, que prestaba servicio de “estafeta” entre la base madrileña de Getafe y la canaria de Gando, tuvo que realizar un aterrizaje forzoso en la finca “Las Laderas”.
El aparato que transportaba una treintena de miembros y familiares del Ejército del Aire, incluidos mujeres y niños, había sufrido el incendio de uno de sus cuatro motores, tras hacer escala en la base sevillana de Morón de la Frontera. Gracias a la pericia de su piloto, comandante Ramón Morell Sarrión, se evitó que la tragedia que aconteció seguidamente hubiera sido aún mucho mayor de lo que desgraciadamente fue.
Mención especial merece el brigada mecánico Agustín Gonzalo Ciruelo. Cuando el Douglas DC4 inició la maniobra y los pilotos se aferraron a los mandos para intentar dominar el cuatrimotor, dicho suboficial, tal y como el coronel del Ejército del Aire Adolfo Roldán Villén recordó hace un par de años en un artículo sobre la aeronaútica en Cádiz, publicado en la revista “Aeroplano”, renunció a atarse los atalajes para así poder manejar las manecillas del motor. Tras el siniestro, malherido, estuvo auxiliando a sus compañeros.
Lamentablemente hubo doce muertos entre hombres, mujeres y niños así como dieciséis heridos de diversa consideración, algunos de ellos muy graves. Entre los fallecidos, además del capitán Juan Manuel Martínez-Pardo Casanova, teniente Evaristo Pila Balanza y sargento José Campos Campos, se encontraba también el brigada Ciruelo. Se le concedió a título póstumo, la “Medalla Aérea” el 25 de agosto de 1978, entregada a su viuda por el rey y el ascenso de teniente honorario el 15 de agosto de 1980.
El Ejército del Aire reconoceria también al resto de víctimas militares del avión T.4-352-11 (denominación militar española). Entre ellas, al comandante Monrell (25 de mayo de 1977) y al teniente Miguel Pujals Pena (22 de junio de 1977), con la “Medalla de Sufrimientos por la Patria”, con cinta de color verde claro, al haber resultado heridos graves, tardando varios meses en curarse.
Dado que el accidente sucedió a plena luz del día y que al realizarse el aterrizaje forzoso se originó un importante incendio, no sólo del aparato sino en la propia finca, fue rápidamente visualizado y alertados los servicios de auxilio y emergencia existentes entonces, contándose con el inestimable apoyo de la Armada de la base de Rota así como de numerosos paisanos.
En esa trágica fecha mandaba el 24º Tercio de la Guardia Civil, cuya cabecera estaba ubicada en la capital gaditana, el coronel Rafael Serrano Valls. Como teniente coronel mayor se encontraba Ángel Marín Zamora y el comandante ayudante era Rufino Mohedas Gómez. Éste se había incorporado recientemente con ocasión de la vacante dejada por Casimiro Plaza Céspedes que había marchado destinado a Madrid.
Dicho Tercio estaba integrado por la 241ª Comandancia de Cádiz, a cuyo frente se encontraba desde hacía una década, el teniente coronel Teodoro Castro Cano; y la 242ª Comandancia de Algeciras, mandada, también desde hacía una década, por el teniente coronel Manuel Lafuente Martín.
El 2º jefe de la Comandancia de Cádiz era Javier González de Lara Urbina. Al frente de la Compañía de San Fernando estaba el capitán Damián Ruiz Gallardo, de la cual dependía la Línea de Chiclana de la Frontera, cuyo jefe era el teniente Rafael Pineda Hernández. El puesto de la residencia estaba mandado por el brigada José Rodríguez Pérez.
Cuando la noticia del siniestro llegó a la casa-cuartel de Chiclana, sita entonces en el número 10 de la calle Rivero (hoy día denominada Arroyuelo), donde estaba ubicada la cabecera de la línea y el puesto citados, todos los guardias civiles que se encontraban allí, estuvieran o no de servicio, a excepción del que estaba “de puertas”, se montaron en toda clase de vehículos disponibles y marcharon inmediatamente al lugar del accidente.
Las parejas de servicio de dicho puesto y de los limítrofes de Medina Sidonia, San Fernando y Vejer de la Frontera fueron igualmente enviadas allí. El primero en llegar al avión, todavía ardiendo, y prestar auxilio, fue el entonces guardia 2º, hoy sargento 1º retirado, Agustín Lucena Butrón, que ese día se encontraba libre de servicio y al enterarse se dirigió allí en su moto “Montesa”. A pesar de que los vehículos del Cuerpo habían salido con anterioridad, al ser buen conocedor de los carriles y el terreno consiguió llegar antes.
Otro de los primeros en llegar, junto al teniente Pineda, en un Dyane 6 oficial, fue el guardia 2º José Morán González, que acudió con su mono de trabajo como mecánico. También llegaron el sargento 1º Miguel Lorenzo de la Higuera, el cabo 1º José Carballo Álvarez que estaba concentrado en Vejér de la Frontera, y muchos más guardias civiles de los puestos citados. Dirigidos in situ por el comandante González de Lara no comenzaron a ser relevados hasta el amanecer del día siguiente. Lo más duro fue los cuatro niños fallecidos.
Finalmente, como siempre sucede en la Milicia, en unos pocos se reconocieron los méritos de muchos. El 8 de octubre de 1976, “en atención a los méritos y circunstancias” que concurrían en el teniente coronel Castro, cabo 1º Carballo y los guardias 2º Morán y Lucena, se les concedía por el ministro del Aire, Carlos Franco Iribarnegaray, la “Cruz del Mérito Aeronáutico, con distintivo blanco”, de 1ª clase al jefe de la comandancia gaditana, y de 4ª clase al resto. La orden de concesión no pudo publicarse en el “Boletín Oficial del Ministerio del Aire” en fecha más señalada para la Benemérita: el 12 de octubre, festividad de su Patrona, la Virgen del Pilar.
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