domingo, 30 de noviembre de 2014

LA FAMILIA ARANGUREN Y LOS COLEGIOS DE LA GUARDIA CIVIL.



Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "LAS 40 FANEGAS", Revista de la Asociación Pro-Huérfanos de la Guardia Civil, núm. 5 (I-2012), de mayo de 2012, págs. 73-78.

El original está ilustrado con cuatro fotografías en color y seis en blanco y negro.
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Por los Colegios de la Guardia Civil han pasado millares de hombres y mujeres. En unos casos como profesores y cuadros de mando, en otros como instructores o personal de apoyo, y en su gran mayoría, como alumnos.
Sus vicisitudes han contribuido a escribir incontables páginas de historia. Gloriosas en ocasiones, trágicas en otras, y anónimas en su mayoría. No tuvieron afán de protagonismo y el que se vieron obligados a ejercer, fue como consecuencia de las circunstancias y el cumplimiento de su deber.
Un ejemplo es el de la Familia Aranguren. Su historia contiene páginas de gloria y de tragedia que culmina con la muerte de los cuatro varones –padre y tres hijos- envuelta en el dolor y anonimato de sus mujeres –madre, hermanas y esposas- así como de sus huérfanos y huérfanas.
El padre fue director del Colegio de Guardias Jóvenes, subdirector del Colegio de Huérfanos y vocal de la Junta directiva de la Asociación de Huérfanos de la Guardia Civil, mientras que sus tres hijos varones fueron alumnos del Colegio “Infanta María Teresa”, ubicado en la madrileña finca de las 40 fanegas, que da nombre a esta Revista.
Los Aranguren.
El cabeza de familia era el general de brigada José Aranguren Roldán, quien tras finalizar la Guerra Civil, fue fusilado. Procedente de una familia de tradición católica y militar, contrajo matrimonio el 20 de enero de 1901 con la joven María de la O de Ponte y de la Peña, natural de Ponce (Puerto Rico), con quien tuvo tres hijos, José, Juan y Carlos; y tres hijas, María de la O, Matilde y Dolores.
José y Juan, tras prepararse en el Colegio “Infanta María Teresa”, ingresaron en la Academia de Infantería de Toledo. El primero fallecería como consecuencia de las graves secuelas que le originó una herida en la cabeza durante las campañas de Marruecos cuando era oficial de Regulares. El segundo encontraría la muerte siendo oficial de la Guardia Civil, cuando mandaba una unidad del Ejército, combatiendo en la Guerra Civil.
Carlos, que había intentado ingresar en la Academia General Militar de Zaragoza, y fue guardia civil, terminaría también falleciendo como consecuencia de las secuelas de las graves heridas sufridas durante la Guerra Civil, siendo alférez provisional de Infantería.
El padre.
Nacido en la localidad coruñesa de El Ferrol el 8 de abril de 1875, fue el primogénito del matrimonio formado por José Aranguren Pérez de la Quintana, comandante de Artillería retirado y, Matilde Roldán García.
Pronto quedó huérfano de padre teniendo que ayudar a su madre en el cuidado de sus hermanos Carlos, Matilde y Dolores. Finalizados sus estudios de bachillerato con 15 años de edad y deseoso de continuar la tradición militar, preparó su ingreso en la Academia General Militar –ubicada entonces en Toledo- en el Colegio Militar de Lugo, el cual, junto a los de Granada, Trujillo y Zaragoza, se había creado, al considerarse muy conveniente “que los que pretendan dedicarse a la honrosa carrera de las armas, adquieran, desde sus primeros años, los hábitos de orden y disciplina y el sentimiento del deber, que pueden inculcarse en un establecimiento de enseñanza militarmente organizado, donde a la par que reciban la instrucción necesaria y se habitúen al estudio y al trabajo, se penetren del espíritu de caballerosidad que debe existir en la distinguida corporación  en que han de ingresar”.
Con 16 años de edad ingresó en la Academia, donde recibió las enseñanzas comunes a Infantería, Caballería, Artillería, Ingenieros y Administración Militar. Al finalizar el segundo curso optó por Infantería, continuando en Toledo un año más hasta obtener en julio de 1894, el empleo de segundo teniente (asimilado al empleo actual de alférez).
Destinado al destacamento ferrolano del Regimiento de Infantería Luzón nº 54, permaneció poco tiempo allí, ya que solicitó enseguida su pase al Cuerpo de la Guardia Civil. Por Real Orden de 12 de octubre de 1895 se le concedió el ingreso cuando contaba 20 años de edad. Dos semanas después fue destinado a la Comandancia de Cádiz, iniciando las prácticas reglamentarias de seis meses, que todo oficial de nueva incorporación debía realizar. A partir de ese momento y durante los siguientes cuarenta años prestaría servicio en numerosas y diferentes unidades del Instituto.
Como segundo teniente en las Comandancias de Orense, (Líneas de la capital y de Trives) y de La Coruña (Líneas de Ordenes, de Carballo, Ferrol y de Arzúa). Como primer teniente (equivalente al actual empleo de teniente) en las Comandancias de Cuenca (Línea de Cañete) y de La Coruña (Sección de Caballería y Línea de la capital). Como capitán en las Comandancias de Oviedo (Compañía de la capital), Burgos (Compañía de Aranda de Duero) y Lugo (Compañía de Monforte) así como en el 6º Tercio de La Coruña como ayudante secretario del coronel jefe. Como comandante en la Comandancia de La Coruña como segundo jefe. Como teniente coronel fue ayudante de campo del teniente general Ricardo Burguete Lana, director general de la Guardia Civil, y ostentó el mando de las Comandancias de Caballería del 10º Tercio en Oviedo y del 14º Tercio en Madrid, así como las territoriales de Lugo, Marruecos, Ceuta y La Coruña.
Al ascender al empleo de coronel fue nombrado en junio de 1929, director del Colegio de Guardias Jóvenes, uno de los destinos de mayor prestigio. Dicho centro tenía por objeto primordial “dar instrucción a los hijos del personal del benemérito Instituto muertos en acto de servicio o como consecuencia de él o bien que hubieran fallecido estando en situación de servicio activo o retirado, así como de los fallecidos que hubieran causado baja por inutilidad adquirida durante el servicio”. Entonces estaba dividido en dos secciones: la de Madrid, denominada “Infanta María Teresa”, donde se cursaban enseñanzas apropiadas para carreras, profesiones y oficios; y la de Valdemoro, llamada del “Duque de Ahumada”, donde se les daba a los jóvenes la instrucción primaria elemental y la militar más completa para ingresar en el Cuerpo como guardias a los 19 años o como voluntarios en un cuerpo del Ejército, aprender oficios y ampliar los estudios profesionales para salir del Colegio en condiciones de ascender a cabos del Instituto a los tres años de prácticas en puesto.
En aquella época el cargo de director del Colegio de Guardias Jóvenes tenía anexados los de subdirector del Colegio de Huérfanos y de subdirector de la Academia Especial de suboficiales y sargentos para alféreces de la Guardia Civil.
Cuando la monarquía de Alfonso XIII estaba agonizando, fue nombrado -por Real Decreto de 6 de marzo de 1931- jefe superior de Policía de Barcelona, motivo por el cual cesó en la dirección del Colegio de Guardias Jóvenes y demás responsabilidades. La prensa local publicó que se trataba de una “persona culta y de brillante historial militar”.
Sin embargo, apenas tuvo tiempo de ejercer ya que el 28 de marzo fue nombrado jefe superior de Policía de Madrid. La prensa lamentó dicho traslado: “ha causado sentimiento entre sus amistades, superiores y subordinados, pues en el poco tiempo que lleva en Barcelona se ha captado las simpatías de cuantos le han tratado, por su caballerosidad y amable trato”.
Incorporado a Madrid, tras los violentos sucesos de la Facultad de Medicina de San Carlos, en los que resultaron muertos un guardia civil y un estudiante, le tocó asumir las más delicadas responsabilidades en las casi tres semanas que ostentó el cargo.
El 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República y cuatro días después cesaba tras presentar su dimisión. Reincorporado a la Guardia Civil, fue destinado para el mando del 6º Tercio de La Coruña. Tras la sublevación frustrada del 10 de agosto de 1932, encabezada por su compañero de promoción, el general Sanjurjo, se suprimió la Dirección General, dependiente del Ministerio de la Guerra y se creó la Inspección General en el Ministerio de Gobernación.
Nombrado nuevo inspector general, el general de brigada (Artillería) Cecilio Bedia de la Cavallería, lo destinó como jefe de la secretaría militar. Un año más tarde le fue conferido el mando del Primer Tercio de Madrid.
Durante los tres años siguientes ejerció dicha jefatura, siendo además vocal de la Junta directiva de la Asociación de Huérfanos de la Guardia Civil, participando activamente en sus sesiones tal y como lo acreditan las correspondientes actas.
Por Decreto de 27 de marzo de 1936 y “en consideración a los servicios y circunstancias que concurren en el Coronel de la Guardia Civil, número 1 de la escala de su clase”, fue promovido al empleo de general de brigada. Con tal motivo, la “Revista Técnica de la Guardia Civil” ilustró su portada con su retrato y publicó que “las dotes de inteligencia, bondad, carácter para el mando y demás virtudes que caracterizan al General Aranguren, despertaron en todas partes la estimación de sus superiores y el respeto cariñoso de sus subordinados. Esta es la razón del júbilo que unos y otros sintieron al conocer el ascenso del veterano Jefe”.
Definido como “culto, bizarro y entusiasta”, se recogieron también las palabras que pronunció en el acto de imposición de faja, y que resultarían trágicamente premonitorias: “Rememorando sus primeras etapas en la carrera militar, manifestó que había ingresado a los veinte años de edad, con las ilusiones propias de la juventud, y que ahora, después de cuarenta de servicio en el Instituto y rebasados los sesenta, aquellas ilusiones, realizadas y colmadas habían exaltado su amor a la Corporación en tal grado que su mayor anhelo será vivir y morir dentro de la sacrosanta disciplina que es el norte de la Guardia Civil para bien de la Patria y la República”.
Seguidamente fue nombrado jefe de la 5ª Zona, con residencia en Barcelona, la cual estaba integrada por el 3º Tercio, bajo el mando del coronel Francisco Brotons Gómez, y el 19º Tercio, cuyo jefe era el coronel Antonio Escobar Huerta. El primero tenía por demarcación las cuatro provincias catalanas, mientras que al segundo sólo le competía la Ciudad Condal.
También fue designado representante del Gobierno de la República en el Comité Permanente de la Junta de Seguridad de Cataluña. Hay que precisar que por Decreto de 8 de diciembre de 1933, se había implantado el acuerdo que transfería “la Guardia Civil al servicio de la Generalidad de Cataluña”, pasando la misma a depender directamente para la prestación del servicio, del consejero de gobernación, a quien “únicamente le corresponde el dictar las órdenes para disponer el servicio de estas fuerzas”.
El 17 de julio se inició en Melilla el alzamiento militar y el inspector general de la Guardia Civil, general de brigada (Caballería) Sebastián Pozas Perea, dictó una orden circular, previniendo de la sublevación de algunas fuerzas del Ejército en Africa, declarándolas facciosas, y exhortando para que todas las órdenes que se impartieran desde la Inspección General se cumplieran “con absoluta lealtad el precepto reglamentario de permanecer siempre fieles a su deber, por el honor de la institución”.
Aranguren, tras reunirse con sus dos coroneles y los tres tenientes coroneles jefes de comandancia con residencia en Barcelona, decidió mantenerse leal al gobierno de la República y a la Generalidad de la que dependían.
A partir de este momento su historia se funde con la de la Guerra Civil que se prolongaría durante casi tres años. La rebelión militar fracasó en Barcelona y fue nombrado jefe de la 4ª División orgánica del Ejército, compatibilizándolo con la 5ª Zona de la Guardia Civil, reconvertida al mes siguiente en Guardia Nacional Republicana, hasta que fue cesado tras los trágicos sucesos de mayo de 1937 provocados por los anarquistas.
Poco después fue designado para mandar la 3ª División orgánica en Valencia, y al desaparecer ésta, fue nombrado comandante general de Valencia. El 30 de marzo de 1939 la ciudad fue ocupada por las tropas franquistas, habiendo huido la mayoría de autoridades civiles y militares republicanas. Sin embargo, él no quiso hacerlo y decidió quedarse para asumir las responsabilidades que le exigieran. Su conciencia estaba tranquila y consideraba haber cumplido con su deber.
Se refugió temporalmente en el consulado de Panamá al objeto de evitar la acción de los exaltados, donde el 4 de abril fue detenido por fuerzas del Cuerpo. Seguidamente fue conducido a Barcelona, procesado y sometido a consejo de guerra, siendo condenado a la pena de muerte por el delito “de adhesión a la rebelión militar”. Desoídas las peticiones de clemencia, incluida la de la Nunciatura Apostólica en España, en nombre del Papa Pío XII, fue fusilado el día 21. Tenía 64 años de edad y lo ejecutaron sentado en una silla como consecuencia de las lesiones de una caída del caballo.
Los hijos varones.
Sus dos hijos mayores, José y Juan, decidieron continuar la tradición familiar, marchando a la sección madrileña del Colegio de la Guardia Civil, donde prepararon los exámenes de oposición. En 1921 José, con 19 años de edad, ingresó en la Academia de Infantería de Toledo y dos años después, le siguió Juan, de 18 años de edad.
El primero de ellos fue destinado en mayo de 1924 como alférez al Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Tetuán nº 1, unidad que siempre combatía en “extrema vanguardia”, asumiendo los mayores riesgos y número de bajas. El Protectorado de España en Marruecos se había convertido en un extenso y complicado teatro de operaciones.
Cuando llevaba apenas destinado tres meses, resultó gravemente herido en la cabeza durante una operación en Xauen, siendo evacuado a la Península. Hospitalizado hasta mediados de febrero del año siguiente, se reincorporó a su unidad, pero un mes más tarde resultó nuevamente herido, esta vez en la pierna cuando había salido a repeler con su sección una agresión enemiga. Fue evacuado a Tetuán y posteriormente a la Península, donde permaneció ingresado hasta mayo.
Falleció el 28 de agosto de 1934, debido a las secuelas que arrastraba desde hacía diez años cuando fue gravemente herido en la cabeza. La noticia causó gran conmoción en el Cuerpo, donde era conocido y apreciado, no sólo por ser quien era su padre, sino también por haber sido uno de los alumnos más “estudiosos, conscientes y serios” del Colegio “Infanta María Teresa”, tal y como escribió el teniente coronel Modesto de Lara Molina, antiguo profesor suyo, en el artículo Los héroes y los mártires procedentes de los Colegios de la Guardia Civil”, publicado en la Revista Técnica de la Guardia Civil, de octubre de 1934.
Respecto a Juan, tras ser oficial de Regulares, solicitó su pase a la Guardia Civil. El 18 de julio de 1936 era el teniente jefe de la Línea de Mondoñedo, en la Comandancia de Lugo. Voluntario para ocupar los puestos de mayor riesgo y fatiga -sin dejar de pertenecer al Cuerpo- pasó habilitado como capitán, al Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Tetuán nº 1 y posteriormente al Batallón 267 de Batallón de Cazadores de San Fernando nº 1, donde tras ser citado como distinguido en diversos combates, resultó muerto el 2 de abril de 1938 en la defensa de la posición de “El Puntal” (Guadalajara). Fue ascendido póstumamente a capitán por méritos de guerra.

Y finalmente, su hijo Carlos, que había ingresado el 1º de enero de 1928 en el Cuerpo como guardia 2º, y que se había preparado también en el “Infanta María Teresa” para presentarse a la recién creada Academia General Militar de Zaragoza, si bien no obtuvo plaza. 

Cinco años después se licenció pero al estallar la Guerra Civil se presentó en la Comandancia de La Coruña y marchó como falangista a combatir en el frente, resultando herido de bala el 19 de septiembre en el sector de Barbastro (Huesca).

El 15 de octubre fue dado de alta y el 22 de enero de 1937, tras realizar el curso correspondiente, obtuvo el empleo de alférez provisional de Infantería y el 8 de mayo, destinado en el Regimiento de Infantería Zamora nº 29, resultó gravemente herido por metralla en el sector de Bermeo (Vizcaya). Finalizada la contienda continuó en el Ejército, llegando a capitán. 

El 26 de febrero de 1947 ingresó en el “Benemérito Cuerpo de Mutilados de Guerra por la Patria”, falleciendo el 24 de septiembre siguiente, como consecuencia de las secuelas sufridas.



LA EXPLOSIÓN DE CÁDIZ: UNA CATÁSTROFE ANUNCIADA.

Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "DIARIO DE CADIZ" el 18 de agosto de 2008, págs. 10 y 11.
El original está ilustrado con cinco fotografías en blanco y negro.

VARIOS MANDOS DE LA MARINA AVISARON DEL PELIGRO.

El 18 de agosto de 1947 Cádiz sufrió la mayor tragedia –Guerra Civil aparte- que se padeció en España durante siglo XX. Aquella noche se produjo una terrible explosión en uno de los almacenes de minas de la Base de Defensas Submarinas y el cielo se tiñó de rojo, quedando una parte de la ciudad completamente devastada.

Más de centenar y medio de muertos, sin contar los desaparecidos, casi cinco mil heridos de diversa consideración y centenares de edificaciones destruidas, fue el balance de una catástrofe que marcó a tres generaciones de gaditanos: ancianos, adultos y niños de aquel caluroso verano de 1947. ¿Quién de nosotros no ha escuchado a sus mayores contar su testimonio de tan luctuoso hecho?.

Hoy día, un sencillo monumento, ubicado frente al actual Instituto Hidrográfico de la Armada, entonces Base de Defensas Submarinas y antigua Fábrica de Torpedos, recuerda a las víctimas de aquella tragedia. Han transcurrido ya seis décadas y se siguen desconociendo las causas que motivaron la terrible explosión.

¿Accidente o sabotaje?. Aunque existen diversos indicios en uno y otro sentido, generando la consiguiente polémica, nunca se ha podido probar ni una ni otra teoría. Por un lado está el mal acondicionamiento y estado de las minas almacenadas junto al sofocante calor que se padeció aquella jornada. Y por otra parte aparecen una serie de extrañas actividades y hechos sospechosos nunca explicados que se dieron poco antes y después de la explosión.

Las autoridades de la época nunca habrían reconocido su negligencia ni su vulnerabilidad en un atentado de esa envergadura a una instalación militar. Aquel año de 1947 fue el de mayor actividad de la guerrilla antifranquista y según un informe policial confidencial de entonces, un grupo formado por personal adiestrado –seguramente con experiencia de guerra en el maquis francés- cruzó la frontera para perpetrar dicho ataque. Sin embargo, nadie sería capaz de asumir la autoría de una catástrofe como ésta, donde la mayoría de las víctimas pertenecían a las clases sociales más desprotegidas.

Fuera accidente o sabotaje, lo único cierto de verdad es que hubo por parte de las autoridades de la época, una manifiesta y persistente negligencia cuya responsabilidad nunca fue exigida ni depurada.

Dado que el suceso tuvo su origen en una instalación de la Marina, las culpas se orientaron desde algunos sectores contra ella por mantener en el interior de la ciudad dichas minas. Hoy día incluso algunos historiadores e investigadores han apuntado en tal dirección.

El hecho de que se adujera que la documentación elaborada entonces por la Armada para aclarar lo sucedido, hubiera desaparecido en un extraño incendio sufrido en sus archivos en 1976, no contribuyó precisamente a mejorar la idea que se pudiera tener al respecto.

Sin embargo, parece ser que transcurridas seis décadas de la catástrofe y tres del incendio, dicha documentación, o al menos parte de ella, no debió ser destruida por el fuego, tal y como lo acreditan los documentos inéditos que hoy ilustran estas líneas.

Durante muchos años aquellos mandos de la Marina, que por conducto reglamentario habían denunciado reiteradamente el grave peligro existente o que actuaron heroicamente tras la catástrofe, callaron disciplinadamente todo lo que sabían y, conforme a lo que creyeron su deber, se llevaron sus secretos a la tumba.

Pero algunos de sus herederos –con edades ya avanzadas- no han querido que un día esos papeles se puedan perder para siempre. Su amor a la Marina y el respeto a la memoria de sus mayores, han motivado que estos documentos –de indudable valor histórico- comiencen a ver la luz.

Con ellos se acredita que la Armada fue persistentemente avisando, desde al menos cuatro años antes, del gran peligro que se corría, así como de las medidas que se intentaron adoptar para que ello no sucediera. Los informes salieron de Cádiz y llegaron a Madrid, donde la desidia y la negligencia de las más altas autoridades de entonces, contribuyeron a que fuera posible semejante tragedia.

A pesar de que tanto la jurisdicción ordinaria como la militar incoaron sendos procedimientos, nadie fue procesado ni sentado en el banquillo para que se le juzgara para depurar sus responsabilidades civiles y penales por tan manifiesta y persistente negligencia.

Los documentos secretos.

La Marina era plenamente consciente de la gravedad de la situación y propuso todo lo que estuvo en su mano para sacar las minas de Cádiz, reproduciéndose a continuación algunos testimonios inéditos de los varios que se poseen.

El primero, fechado el 17 de diciembre de 1943, se debe al comandante general del arsenal de La Carraca, vicealmirante Fausto Escrigas–cuyo hijo ostentando también dicho nombre y empleo sería vilmente asesinado por la banda terrorista ETA en 1985- remitió al capitán general del Departamento de Cádiz, un anteproyecto para el traslado provisional de esas minas, a la finca “Rancho de Bola”, situada cerca de la azucarera del Portal, todo ello en espera de su traslado definitivo al cerro de San Cristóbal.

Dicho expediente contenía un minucioso informe del capitán de navío Pascual Cervera, cuyo fin era que “con toda urgencia, se pudiera quitar el peligro de tanto explosivo situado dentro del casco de la Ciudad”.

El último, fechado el 15 de julio de 1947, casi un mes antes de la catástrofe, donde el capitán de fragata Miguel García Agulló, en su condición de jefe de la Base de Defensas Submarinas de Cádiz, hizo constar en las conclusiones de un extenso informe que:

El Jefe que suscribe se cree en el deber de hacer resaltar la imperiosa necesidad de trasladar en el menor tiempo posible el lugar de almacenamiento de las minas. Su situación actual, dentro del casco de la población, aún guardando en su vigilancia las mayores de las precauciones, es una constante preocupación para el Mando, y más si se tiene en cuenta como expuse en escrito de 4 de diciembre de 1946 al hacerme cargo de estos servicios, que los pabellones donde se almacenan no están aislados”.

Como medida preventiva García Agulló propuso levantar al menos a su alrededor un pequeño muro –que nunca se hizo- reconociendo no obstante que “el riesgo de las aproximadamente 300 Tm. de trilita almacenada seguiría existiendo”.

Durante cuatro años la Marina denunció el peligro existente sin que fuera oída y cuando aconteció la catástrofe fue la primera en encabezar la larga nómina de víctimas de aquella trágica noche.

Coronel Ristori, un héroe sin reconocer

La catástrofe del 18 de agosto de 1947 motivó el comportamiento heroico de muchos miembros de la Marina que desde las instalaciones de tierra en Cádiz y San Fernando así como desde los buques fondeados en esas aguas, acudieron inmediatamente para auxiliar a las víctimas.

Uno de ellos fue el entonces teniente coronel de Infantería de Marina Antonio Ristori Fernández, cuya gesta fue reconocida por el propio alcalde de la Ciudad, Francisco Sánchez Cossío. Este, en escrito fechado diez días después de la explosión, pidió para aquél una “alta recompensa que premie sus servicios heroicos y humanitarios que tanto contribuyeron a evitar mayores daños y a mitigar esta catástrofe”.

Dado que en 1982 varios componentes de la Armada fueron nombrados hijos adoptivos de Cádiz, como agradecimiento a su heroísmo de aquella noche, pero había sido olvidado Ristori ya que había fallecido tres años antes, surgió en el 2005 una iniciativa tras publicarse en DIARIO DE CADIZ los detalles de su gesta, para que también fuera nombrado, a título póstumo, hijo adoptivo.

Tras tres años de espera, el ayuntamiento comunicó el pasado día 14 al promotor de la iniciativa que dicha propuesta será por fin aprobada en la próxima comisión de honores y distinciones que se convoque.


sábado, 29 de noviembre de 2014

EL TENIENTE ARTAL, EL HOMBRE QUE SE NEGÓ A INCENDIAR CASAS VIEJAS. UNA MISTERIOSA DESAPARICIÓN AL INICIO DE LA GUERRA CIVIL.

Artículos escritos por Tano Ramos (primera parte) y Jesús Núñez (segunda parte), y publicados en "DIARIO DE CÁDIZ" el 9 de enero de 2011, págs. 24 y 25.

Los originales están ilustrados con cuatro fotografías en blanco y negro.   

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Por Tano Ramos

Desobedeció a su amigo Rojas y no admitió silenciar el crimen.

"Fuerza aquí: guardias civiles, 25; de Asalto, 12. No se necesita más fuerza. El pueblo tranquilo, salvo la casa indicada, en la que no se sabe cuántos puede haber, siguiendo cercada".


Fernández Artal envió un telefonema con ese mensaje a Cádiz, al gobernador civil, la noche del 11 de enero de 1933. Tenía controlada la situación en Casas Viejas. Por la mañana, los anarquistas habían asaltado el cuartel de la Guardia Civil y habían herido mortalmente a dos guardias (murieron después) pero la llegada al pueblo de un grupo de agentes (que mataron a un vecino) y luego la de Artal con más hombres había dispersado a los revoltosos.


Artal comenzó por la tarde a buscar a los atacantes del cuartel y dio con uno, con Manuel Quijada. Con una gran paliza, consiguió que señalase a otros y el hombre lo condujo entonces hasta la choza de los Seisdedos. Cuando llegaron, Quijada, que iba esposado y maltrecho, se escapó y entró en la choza. Se fueron tras él dos guardias de asalto, entraron en la casa y desde dentro, Perico Seisdedos disparó y mató a un agente. El cadáver quedó dentro de la choza. El segundo guardia reculó, se parapetó en la corraleta y se quedó allí, entre dos fuegos. Artal creyó que éste estaba muerto y al otro lo dio por desaparecido. Así comenzó el asedio a la choza de Seisdedos.

Artal pidió a los de dentro de la choza que se entregasen pero le respondieron con disparos: habían acordado no rendirse. Entonces anocheció y el teniente envió ese telefonema en el que pedía granadas pero no refuerzos y más tarde decidió esperar a que amaneciese para continuar con el ataque. Antes supo que el agente que daba por muerto estaba vivo.

El pueblo estaba pues tranquilo, la situación controlada, la revuelta dominada. Artal se hallaba en la fonda del pueblo, descansando.

Fue entonces cuando llegó a Casas Viejas el capitán Rojas. Traigo órdenes de cargarme a todo el que coja, le dijo Rojas a su amigo Artal cuando éste lo puso al tanto de la situación. Mira, Manolo, eso no se puede hacer y no se hace, replicó el teniente. Ahí empezó la bronca. A ti te toca obedecer, zanjó Rojas, que tomó el mando, desautorizó a Artal y ordenó atacar la choza.

Los guardias ametrallaron la choza pero no conseguían tomarla. A los de dentro los ayudaban varios vecinos que, ocultos en las chumberas, disparaban contra los guardias. Rojas decidió entonces incendiar la casa. Envolvieron piedras con algodones impregnados de gasolina, les pegaron fuego y los arrojaron sobre el tejado de paja. La choza empezó a arder. Entonces salieron una joven y un niño: María Silva, La Libertaria, y Manuel García, de 13 años. Echaron a correr y escaparon. No disparéis, que es un niño, dijeron algunos guardias al ver a Manuel; corra, corra, le dijo al niño Fidel Madras, el guardia que aún permanecía guarecido junto a la choza. Al poco salieron otras dos personas: Manuela Lago, de 17 años, y Francisco García, de 18. Pero esta vez sonó la ametralladora y ambos cayeron al suelo muertos.

A cargo de esa ametralladora estaba el teniente Artal. Cuando se dio cuenta de que había matado a una mujer y a un joven, se puso a gritar y a reprocharle a Rojas que no le hubiese avisado de que no eran hombres armados quienes abandonaban la choza. Rojas le recordó de nuevo quién tenía allí el mando y Artal se tragó su ira.

La choza ardió. Antes de comenzar el fuego ya habían muerto dentro el anciano Seisdedos y su hijo Perico. El incendio acabó con la vida de otras cuatro personas: Paco Cruz (también hijo de Seisdedos), Manuela Franco, Manuel Quijada y Jerónimo Silva.

Serían las tres de la madrugada. El pueblo enmudeció de nuevo. Se quedó como cuando horas antes llegó Artal. La mayor parte de los vecinos que aún no habían huido al monte lo hicieron entonces. Sólo unos pocos se quedaron en sus casas, con las mujeres, los ancianos y los niños. Los guardias pasaron por la fonda y comieron y bebieron. A la salida del sol, Rojas ordenó registrar casas y detener a cuanto hombre fuese hallado en ellas. Una patrulla vio a uno asomado tras una puerta. Era el anciano Barberán. Los guardias se cuidaban ahora de entrar en una casa. Le gritaron que saliese. Dejadme, que yo no soy de ideas, contestó. Una bala atravesó la puerta y le partió el corazón.

Así fueron detenidos catorce vecinos de Casas Viejas y, al poco, doce de ellos cayeron asesinados en la corraleta de la choza de Seisdedos, junto a los escombros humeantes. Dos se salvaron porque los dejó escapar el guardia civil Juan Gutiérrez cuando cayó en la cuenta de lo que iba a ocurrirles. Artal contó luego que ni la Guardia Civil ni nadie señalaba las casas registradas, que las patrullas entraban en todas las que encontraban al paso. Si había hombres, los detenían. A quien se cogió, se le fusiló, precisó el teniente. También le dijo Artal al juez que si hubiese sospechado que los detenidos iban a ser fusilados, no hubiese detenido a nadie aunque perdiese la carrera por ello.

Los fusilamientos le parecieron poco escarmiento al capitán Rojas. Le entregó un mechero a Artal y le ordenó que pegase fuego a las casas y chozas de la parte alta del pueblo. Artal se negó. Acabamos de registrarlas y allí sólo quedan mujeres y niños, objetó. Rojas insistió en que las quemase. Entonces Artal pidió ayuda al delegado del gobernador, que andaba por allí, y entre los dos evitaron la catástrofe. Convencieron a Rojas y éste acabó por revocar la orden.

Artal y Rojas se fueron aquella mañana de Casas Viejas. La noche anterior, cuando Artal decidió esperar al día siguiente para atacar la choza de Seisdedos, los Sucesos sumaban cuatro muertos (tres guardias y un vecino del pueblo). Horas después, tras tomar el mando Rojas, había 21 fallecidos más.

Artal pasó más de un mes sumido en un caos, según él mismo relató, agobiado por los remordimientos. El 3 de marzo acabó por revelar los fusilamientos en una declaración formal en la Dirección General de Seguridad. Hasta entonces silenció oficialmente lo que había hecho su amigo Rojas, tal como éste le pidió, y sólo se lo fue contando a algunos compañeros de la Guardia de Asalto que se sacudían ese crimen molesto en cuanto se quedaban a solas con la obligación de denunciarlo.

A Artal y a Rojas los unía una buena amistad. Pero cuando Rojas se enteró de que su amigo había contado la verdad, reaccionó diciendo que en Casas Viejas se había comportado como un cobarde, que tuvo que reprenderlo allí varias veces. Artal reaccionó a su vez proporcionándole al juez instructor más detalles sobre lo sucedido. Hasta le habló de la frialdad con la que Rojas disparó su pistola contra los detenidos esposados y ordenó a sus hombres que hiciesen fuego.

Luego todo cambió. Un año después, en el primer juicio a Rojas, Artal no respaldó la insostenible versión de su amigo, pero tergiversó hechos en su ayuda y pintó un cuadro de peligros que buscaba justificar una respuesta violenta. Por ejemplo, contó que cuando él llegó con sus hombres a Casas Viejas, se detuvo a la entrada del pueblo, hizo un disparo al aire y le contestaron con fuego cerrado. Era mentira. Un año antes había relatado que al llegar con 12 guardias de asalto y 6 guardias civiles se topó con un pueblo en silencio. Un silencio tan grande, dijo, que nada que no fuese ver la carretera cortada daba idea de lo que sucedía. Disparó al aire, sí, y le respondieron con disparos; pero también al aire; y con un silbato: eran los guardias civiles que llegaron antes que él. No hubo, pues, fuego cerrado enemigo sino una entrada sin combate en una población enmudecida.

En el juicio, en la Audiencia de Cádiz, Artal contó que ante la resistencia que después encontró en la choza de Seisdedos, pidió al gobernador civil que le enviase refuerzos. Era mentira. Envió un mensaje a Cádiz. Pero decía que no necesitaba más hombres.

Dispuesto a auxiliar a su amigo, Artal no mencionó en el juicio el episodio de la orden de pegar fuego al pueblo y llegó a negar algo que él y hasta el propio Rojas habían desvelado: que tras matar a diez de los detenidos, el capitán agarró a otros dos, los empujó a la corraleta repleta de hombres cosidos a balazos, y disparó de nuevo.

El caso es que Artal descargó su conciencia en 1933. Pero un año después y en 1935, en los juicios a Rojas, le echó un cable a su amigo en la Audiencia de Cádiz.

Rojas quedó libre en marzo de 1936 y al poco comenzó la guerra, que puso a los dos amigos en zonas distintas. Los periódicos madrileños contaron en agosto que el "tristemente célebre" capitán Rojas estaba con los rebeldes en Granada. Artal andaba precisamente por el peligroso Madrid de las delaciones, las detenciones arbitrarias y los paseos. Desapareció. Hiciese lo que hiciese en el pueblo gaditano, también él era célebre. Era Artal el de Casas Viejas.


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Por Jesús Núñez

El Ejército republicano dejó anotado que Artal se pasó al enemigo cuando se hallaba en el frente de Toledo pero ningún bando dio noticia oficial alguna de su paradero.

Cuando el 11 de enero de 1933 el joven teniente de infantería Gregorio Fernández Artal, destinado entonces en el Cuerpo de Seguridad (antecedente histórico de la Policía Armada y de la Policía Nacional), se dirigía al frente de sus hombres hacia Casas Viejas, cuya casa-cuartel de la Guardia Civil había sido atacada por revolucionarios que habían proclamado el comunismo libertario, poco podía sospechar de los terribles sucesos en los que se vería envuelto ni el triste y misterioso final que el destino le tenía reservado.

Esclarecer que fue de él era una tarea muy difícil que por el momento no ha tenido éxito. Aunque se conservan sus expedientes en el Archivo General Militar de Segovia y en el Archivo General del Ministerio del Interior en Madrid, faltan muchos documentos.

Nacido el 12 de marzo de 1906 en la casa-cuartel de la Guardia Civil de la pequeña localidad turolense de Pancrudo, era uno de los cinco hijos de su comandante de puesto, el sargento Gregorio Fernández Sabio y de Prudencia Artal Palacios.

Con ocho años de edad, dirigió una instancia al director general de la Benemérita solicitando el ingreso en el Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro. A los dieciséis lo volvió a solicitar y fue aceptado, teniendo aprobado ya el ingreso en la Academia de Infantería de Toledo, pero los escasos recursos económicos familiares no le permitieron entonces sufragar los costes del acceso directo.

Finalmente, el 8 de septiembre de 1925 pudo ingresar como cadete en dicho centro, donde permaneció tres años hasta que obtuvo su despacho de alférez, siendo destinado al Regimiento de Infantería Gerona nº 22, donde le sorprendería, ya como teniente, la proclamación de la Segunda República. Tras breves destinos en el Regimiento de Infantería nº 42 y en el Batallón de Cazadores de Africa nº 6, pidió en julio de 1932 su ingreso en la Guardia Civil.

Dada la numerosa lista de espera que había entonces de oficiales del Ejército que querían pasar a la Benemérita, también solicitó el Cuerpo de Seguridad, donde ingresó al mes siguiente y fue destinado a las secciones de vanguardia y asalto, dada su estatura de 1'75 metros, muy elevada para la época. No obstante, no desistió de su sueño de ser oficial de la Guardia Civil y pudo por fin examinarse y aprobar, quedando inscrito el 27 de diciembre de 1934 en la escala de aspirantes.

Sin embargo, no tuvo vacante en su turno de lista, que mejoró al reconocérsele el concepto de "valor acreditado", hasta el 3 de julio de 1936, dos semanas antes de estallar la Guerra Civil. Poco antes, tras casi cuatro años destinado en Madrid en el Cuerpo de Seguridad, había pasado al Batallón de Cazadores Las Navas nº 2, de guarnición en Larache, si bien no llegó a incorporarse.

Tras fracasar la sublevación militar en Madrid, fue comisionado el 28 de julio al 4º Tercio capitalino y diez días después ascendido a capitán pero el 11 de septiembre quedó disponible forzoso hasta que la comisión depuradora del comité central de la Guardia Nacional Republicana (nueva denominación de la Guardia Civil a partir del 30 de agosto) decidió seis días más tarde su continuación en el Cuerpo.

A partir de aquí todo es confuso. El 2 de octubre, el auditor de guerra de la 1ª División Orgánica comunicó "que se encuentra peleando en el frente de la Sierra con las fuerzas leales" y debía comparecer ante el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 5 de Madrid, al objeto de notificársele el auto de procesamiento y recibirle declaración en el sumario 319-36 por el delito de insulto a la autoridad, incoado contra él y otras personas y posiblemente relacionado con los graves incidentes acontecidos tras el entierro del diputado José Calvo Sotelo, asesinado el 13 de julio.

Sin embargo, nunca compareció. El 23 de octubre se informó al ministerio de la Guerra que dicho oficial, "que se encontraba en el frente de Toledo al mando de una compañía de esta Guardia Nacional Republicana, ha desertado al enemigo". Consecuente con ello, el 17 de diciembre se decretó su baja definitiva en el servicio activo "sin perjuicio de lo que en su día resulte de la información que al efecto se instruye", en cumplimiento del decreto de 26 de julio de 1936, "sobre cesantía de todos los empleados que hubieran tenido participación en el movimiento subversivo o fueran notoriamente enemigos del régimen republicano". Se ignora cual debió ser la conclusión final de dicho informe ya que no se localizó.

El misterio es que nunca llegó a alcanzar las líneas enemigas que mandaba entonces el general Varela, quien acababa de liberar el Alcázar toledano, ni su nombre figura en los numerosos listados de pasados y prisioneros que obran en su archivo gaditano ni en ningún otro.

¿Realmente intentó pasarse y alguien del bando republicano lo mató para evitarlo o alguien del otro bando lo confundió con un enemigo? Es raro que posteriormente no fuera identificado su cadáver por alguno de los dos bandos. También pudo ser reconocido entre las entonces convulsas filas republicanas por su vinculación con los sucesos de Casas Viejas o el sumario citado y alguien decidiera vengarse sin dejar rastro. El caso es que nunca más se supo de él.

Finalizada la guerra y dada su condición de "desaparecido", no podía ser inscrito su fallecimiento en el registro civil, por lo que el 3 de octubre de 1942, su madre solicitó al director general de la Guardia Civil un certificado sobre su situación, "no teniendo noticia oficial ni concreta sobre el paradero de su citado hijo Gregorio desde el mes de septiembre del año 1936, en que, según referencias particulares, se pasó a la Zona Nacional por encontrarse a la iniciación del Glorioso Alzamiento Nacional en Madrid".

Consecuente con ello, se certificó el 24 de octubre que su situación continuaba siendo la de "desaparecido". El 4 de febrero de 1943, el director general de la Guardia Civil ordenó la instrucción de una información "en averiguación de las causas que motivaron el fallecimiento del teniente". Su ascenso a capitán nunca fue reconocido por los vencedores.

El 5 de mayo siguiente fue remitido el informe, que tampoco se ha localizado. Debió limitarse a declarar su muerte para que la madre pudiera percibir la pequeña pensión que entonces se concedía.

Pero ni después de "desaparecido" y "fallecido" se libró de ser depurado, ya que al inicio de la sublevación militar, permaneció leal al Gobierno republicano. Así, el 23 de noviembre de 1943, el Juzgado número 3 del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo solicitó al inspector general de la Policía Armada y de Tráfico información sobre su situación militar y paradero.

Y apenas dos semanas después, el general subsecretario del ministerio del Ejército remitió un escrito "reservado" al director general de la Guardia Civil solicitando su situación actual, ya que se le estaba instruyendo expediente "como incurso en la Ley de 1 de marzo de 1940", promulgada para la represión del comunismo y la masonería.

Casi ocho décadas después de los sucesos de Casas Viejas su muerte sigue sin esclarecer y sus restos, como los de otros muchos españoles de entonces, deben yacer en alguna tumba o fosa sin nombre.

EL 1 DE ABRIL DE 1939 NO TRAJO LA PAZ SINO LA VICTORIA.


70 ANIVERSARIO DEL FIN DE LA GUERRA CIVIL (1939-2009).

Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "DIARIO DE CADIZ" el 1 de abril de 2009, págs. 12-13. 

El original está ilustrado con cuatro fotografías en blanco y negro.


CADIZ VIVIÓ AQUELLA JORNADA PREPARANDO LA SEMANA SANTA.


El “Cuartel General del Generalísimo” acababa de difundir su último parte oficial de guerra: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. ¡La Guerra ha terminado!. Burgos, 1 de Abril de 1939. Año de la Victoria. El Generalísimo Franco.”  

Toda la prensa de la época, que estaba sometida a un férreo control y a una estricta censura, venía publicando diaria y obligadamente en portada los partes oficiales que se emitían, lo reprodujo con grandes titulares. La guerra efectivamente había terminado.  

Y era verdad. La República había perdido la incívica contienda que durante casi tres años había desangrado España, pero con ello no llegaba la paz sino como muy claro concluía el parte, llegaba la victoria. 

De hecho, al día siguiente, los periódicos publicaban que Ramón Serrano Suñer, ministro de Gobernación, había ordenado que “consumada la obra de liberación de España”, debía hacerse constar que la fecha de los documentos y comunicaciones oficiales de las corporaciones locales, fuera seguida de la expresión “Año de la Victoria”, sustituyendo a la de “III Año Triunfal” que hasta esa fecha se venía utilizando. 

La sangrienta y trágica Guerra Civil que se había iniciado como consecuencia del fracaso de la sublevación militar del 18 de julio de 1936, había tenido hasta entonces un doble escenario: el del frente y el de la retaguardia. 

En el primero, ambos bandos, gubernamental y sublevado, combatieron sin cuartel para derrotar al adversario, arrastrando toda la destrucción y horror que conlleva un conflicto bélico de esa naturaleza. 

En el segundo, imperó el terror y la represión contra quien se fue considerado partidario o simpatizante de la causa enemiga. No hubo piedad ni contemplación y en ambos bandos se cometieron numerosas barbaridades y asesinatos sin justificación de ninguna clase. 

Sin embargo con la llegada de la victoria, los vencedores no tuvieron benevolencia y la represión no cesó sino que durante varios años más se continuó encarcelando o fusilando a muchos de los perdedores, sufriéndose depuraciones y sanciones de todo tipo, amén de la marginación social y política de la época por haber sido “rojo” o familiar de uno de ellos.  

Cádiz y el 1 de abril de 1939.  

En la edición de la tarde de DIARIO DE CADIZ aquel 1 de abril, todavía no se reproducían los titulares del parte oficial de guerra. 

La atención informativa se centraba en la llegada de los buques de la Escuadra Nacional al puerto de Cartagena, el clamor de los fieles de San Fernando durante el desfile procesional de la Virgen del Carmen, el recorrido previsto para Semana Santa de las hermandades gaditanas, y la reproducción del texto del telegrama enviado por el Papa Pío XII a Franco: “Levantando nuestro corazón al Señor, agradeciendo sinceramente con V.E. victoria cruzada católica España, hacemos votos para que este queridísimo país, alcanzada la paz, consiga con S.E. su antigua posición tradicional que tan grande la hicieron”, así como la respuesta de éste, donde se hacía constar la “intensa emoción me ha producido paternal telegrama S.S. por maravillosa victoria de nuestras armas que en heroica cruzada han luchado contra enemigos de la religión, de la cultura y de la civilización cristiana”. 

Hubo que esperar a la edición de la mañana del día siguiente, 2 de abril, con la transcripción del último parte oficial de guerra y una fotografía de gran tamaño del general Franco, el “invicto Caudillo nacional, forjador de la victoria, contra los enemigos de la Patria”, mientras que en la esquina inferior derecha se reproducía otra del general Queipo de Llano, conocido como el virrey de Andalucía, si bien de menores dimensiones.
  
La imagen del nuevo jefe de Estado aparecía flanqueado por dos artículos muy premonitorios: uno, ensalzando las virtudes de quien había sido llamado a dirigir los destinos de la nueva España y el otro, relacionado con aspectos religiosos, habida cuenta de la inmediatez de la Semana Santa que comenzaba. 

Las otras noticias que se destacaban en su portada eran el hallazgo de cuatrocientos mil kilos de explosivos que los “rojos” tenían destinados a la voladura de los principales edificios oficiales de Madrid así como el anuncio del reconocimiento de “jure” del gobierno del general Franco, por parte de los de Estados Unidos, Suecia y Holanda.  

Ya en páginas interiores se detallaba la celebración del triunfo de las armas nacionales que había hecho en Cádiz el Centro Cultural del Ejército y la Armada, con la masiva participación de sus socios, constituyendo prácticamente la única alusión de alegría local al respecto. En cambio si se refería a una “imponente manifestación de júbilo con motivo de la entrada en Madrid” que se había llevado a cabo en La Línea de la Concepción, donde se habían engalanado los edificios con banderas y colgaduras así como dados vivas a España y a Franco.  

El resto de noticias gaditanas entran dentro de la normalidad y rutina de la época, dándose así cuenta del nombramiento de superior de la residencia de los Padres Paules al padre Vicente Martínez; el recorrido procesional que haría esa tarde la Venerable Orden Tercera de Servitas de Nuestra Señora de los Dolores por la calles de nuestra ciudad; la no salida de la procesión el lunes santo de de la procesión de la Venerable Archicofradía de nuestro Padre Jesús del Ecce Homo; el traslado procesional en San Fernando de la Virgen del Carmen desde la Iglesia Mayor hasta su templo tradicional; y la publicación de los nombres y cantidades de los donativos que los vecinos de Cádiz iban voluntariamente entregando en el gobierno civil para “poblaciones se vayan liberando”. 

Del resto de España, se destacaba la crónica dedicada al pregón de Semana Santa en Sevilla que había dicho “el ilustre charlista” Federico García Sanchiz, el cual había concluido expresando el regocijo que sería para la capital hispalense si el general Franco viniera a acompañar a la Virgen de las Reyes en su salida procesional. A la finalización del pregón, las bandas de música presentes, interpretaron el “Oriamendi”, el “Cara al Sol” y el himno nacional.
  
Como nota de curiosidad, decir que junto a la crónica de dicho pregón y la noticia de que se había celebrado en los estudios de Radio Nacional, la última misa dominical retransmitida con idea de que llegara a todos los fieles que hasta entonces se encontraban en poblaciones de la “zona roja”, se anunciaba con la figura de una escultural señora, el maravilloso producto de las “Pilulas Orientales” que, bajo el reclamo de “Senos desarrollados, reconstituidos, hermoseados y fortificados”, garantizaba el desarrollo y la firmeza del pecho femenino sin perjudicar la salud. Evidentemente la férrea censura de la época debía hacer algunas concesiones.  

El resto de las noticias corresponden al ámbito internacional, orientadas principalmente hacia aquellos países que manifiestamente habían apoyado desde el principio al bando sublevado, mientras que las relativas, por ejemplo, a Inglaterra o Francia quedaban relegadas a un segundo plano.  
De esta forma grandes titulares ilustraban sobre el último discurso patriótico pronunciado en Alemania por su canciller, Adolfo Hitler, con motivo de su visita a los astilleros de Wilhelmahaven y asistir a la botadura de un acorazado gemelo del “Bismarck”, que también había sido botado recientemente. Por supuesto no falta en titulares la felicitación del ministro germano de Asuntos Exteriores, Von Ribbentrop, al gobierno de Franco, por “la liberación de Madrid y el triunfo definitivo sobre los opresores de España”.
  
También se podía leer en las páginas de DIARIO DE CADIZ un escueto despacho de Berlín, haciéndose eco de nuevos ataques sufridos por ciudadanos alemanes residentes en Polonia. Un tema recurrente de la política germana de la época que tendría gravísimas consecuencias muy poco más tarde.  

El mundo todavía no sabía que tan sólo seis meses después comenzaría la peor guerra de todas las guerras conocidas en la historia de la Humanidad: la Segunda Guerra Mundial, con sus más de cincuenta millones de muertos y cuya principal responsable de su inicio, sería la incontenible ambición de quien entonces polarizaba la atención de todos los medios de comunicación de la época.  

Mussolini, el Duce italiano, también tenía su espacio y la crónica relataba su vuelta a Roma, tras una excusión hecha a Calabria, envuelta por el calor de las masas cuando visitaba una futura fábrica de aviones y motores. 

Pero todo aquello no era igual ni tenía el mismo significado para todos gaditanos. Es cierto que muchas se alegraron del final de la guerra, pero para otras tantas, fue una jornada más de amargura, desesperación y tristeza. Eran los que habían perdido la guerra, pero no la habían perdido ese 1 de abril de 1939. La habían perdido apenas iniciada la sublevación militar del 18 de julio.  

En menos de tres meses la provincia gaditana fue dominada por completo y la mayor parte de ella, prácticamente en la primera semana. No llegó al centenar los muertos que se causaron, asesinatos incluidos, entre quienes simpatizaron con el alzamiento, pero sin embargo quienes se opusieron al mismo o se sospechó de su adversidad fueron objeto de una brutal represión que ha fecha de hoy todavía no está cuantificada, siendo Cádiz una de las pocas provincias que se encuentran en esa situación de asignatura pendiente. 

La labor de investigadores e historiadores que en los últimos años está trabajando sobre ello arroja ya una incompleta nómina que supera la cifra de cuatro mil muertos y todavía quedan localidades por estudiar. Entre ellos hay de todo, en su mayoría civiles, que eran políticos, funcionarios, empleados, médicos, profesores, obreros, campesinos, etc. pero también toda clase de servidores del Estado, como por ejemplo miembros del Ejército, la Marina, la Guardia Civil, Carabineros y Policía, que terminaron siendo fusilados por sus compañeros de armas.  

En definitiva, hombres, mujeres y casi niños, en algunos casos, que realmente no habían cometido crimen alguno que pudiera ser castigado con la pérdida de la vida. Para estas familias gaditanas aquel 1 de abril no fue una jornada de paz sino de la victoria de quienes les habían arrebatado a sus seres más queridos casi tres años antes. 

Muchos de ellos, setenta años después, se sigue ignorando donde están sus cuerpos, como el presidente de la Diputación de Cádiz, los alcaldes de Puerto Real y El Puerto de Santa María, …, y así un largo etcétera.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

LA POLÉMICA DEL GENERAL VARELA.

Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "LA VOZ DE CADIZ" el 21 de noviembre de 2008, pág. 24. 
El original está ilustrado con un dibujo en blanco y negro.
   
Este no parece ser el año del bilaureado general Varela. Primero está la cuestión de su estatua ecuestre en San Fernando, y de lo que por cierto, en contra del público parecer de algún columnista habitual, hay que precisar que el insigne militar isleño si montaba a caballo.

Luego ha sido la reciente publicación de las memorias del general Queipo de Llano, correspondientes al periodo de nuestra trágica guerra civil, donde se le acusa poco más que de debilidad y cobardía.

Y por último, ha sido la orden del juez Garzón, disponiendo que la policía se presentara en el registro civil de San Fernando y le llevara el certificado de defunción, al objeto de poder acordar la extinción de sus supuestas responsabilidades penales en el sumario de las fosas de los represaliados republicanos.

Respecto al primero de los temas hay que reconocer que es el que divide más corazones gaditanos, si bien es verdad, que con mayor inclinación a favor de los defensores de su figura histórica, pues parece ser que son más numerosos o al menos se les nota más.

San Fernando –la ciudad que le vio nacer- le debe mucho a quien ya en 1923 fue nombrado por absoluta unanimidad de la corporación municipal, su hijo predilecto. De hecho, casi una década antes de que comenzara la guerra civil, ya se publicaba diariamente en la prensa isleña, la relación -con nombres y apellidos- de quienes voluntariamente realizaban su aportación económica para levantar a Varela un monumento.

El bilaureado militar fue firme protector de todo lo isleño. Y prueba de ello es la documentación que se conserva en el archivo histórico municipal de Cádiz, relativa a sus acciones benefactoras y protectoras, entre otras, de instituciones tan propias como el Centro Obrero, el Círculo de Artes y Oficios, e incluso el Club Deportivo San Fernando.

De esto último, es muy probable que quienes se suben a la estatua ecuestre para celebrar los triunfos futboleros locales, ignoren los múltiples apoyos económicos y logísticos que desinteresadamente le prestó, amén de sus intercesiones ante el presidente de la federación nacional, que por aquel entonces era el general Moscardó, al objeto de evitar que descendiera de categoría deportiva.

Por otra parte, pueden parecer sorprendentes las acusaciones de Queipo de Llano, salvo que se conozca la catadura de dicho personaje. Cuando en el 36 se sublevó en Sevilla, rindió el edificio del gobierno civil a cañonazos, criticando muy duramente en sus memorias que Varela no hiciera lo mismo cuando cercó el de Cádiz. Además deploró que dejara salir, a mitad del asedio, a todos aquellos que quisieran abandonarlo, entre los que por cierto había algunas mujeres y niños.

Queipo y Varela nunca se pudieron ver pero parece ser que a uno le importaba bastante menos que al otro causar víctimas colaterales, incluso aunque éstas se trataran de personas no combatientes. Queipo no era sevillano y Varela si era gaditano. De uno se conoce que llenó el cementerio hispalense de muertos y del otro, se sabe que tuvieron que esperar a que se marchara de Cádiz para que la represión diera suelta a sus bajos instintos y los alrededores de la plaza de toros, los fosos de Puertatierra y el castillo de San Sebastián, se tiñeran de sangre.

Más serio parecía el intento de implicación judicial de Garzón. Los muertos que llenan desde hace siete décadas las fosas anónimas del horror que supuso nuestra guerra civil, merecen un trato y reposo dignos, que entre unos y otros, parece que no se quiere dar.

Varela se sublevó en el 36 contra el gobierno legítimo de la República y como tal puede ser acusado y tildado de golpista, con toda la carga que ello implica, pero flaco favor se hace a la verdad, si se intenta implicar a quien ni autorizó, ni mandó, ni permitió fusilamientos y paseos nocturnos –asesinatos- sin retorno.

El bilaureado militar isleño, con sus luces y sus sombras, fallecido en 1951, es un personaje que sólo a la historia, y desde la perspectiva que da el tiempo, corresponde juzgar. Alfonso XIII le impuso personalmente las laureadas y Varela hizo lo propio con Franco, lo cual no fue óbice para que éste, a pesar de nombrarlo ministro del Ejército, lo terminara cesando, y que el isleño, a su vez, entregara poco después, una carta suscrita por los generales monárquicos que pedían la restauración.

A fecha de hoy, todavía se ignora el futuro de la estatua ecuestre, cuyo escultor, por cierto, es el afamado internacionalmente Aniceto Marinas, autor también del monumento a las Cortes de Cádiz, entre otras muchas obras de reconocido prestigio. Las memorias de Queipo de Llano hablan por si solas y que quien las lea, que juzgue por si mismo. Y respecto a Garzón, acaba de archivar su causa penal. 

Que la justicia y la historia sigan sus caminos ...