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miércoles, 12 de febrero de 2014

GUARDIA CIVIL. BANDOLERISMO EN CÁDIZ: 50 AÑOS DE UN SECUESTRO SINGULAR.

Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en la Sección "Historia del Crimen" de la Revista profesional "GUARDIA CIVIL", núm. 666, correspondiente al mes de octubre de 1999, págs. 82-85. 
El original está ilustrado por dos fotografías en color, tres fotografías en blanco y negro y dos mapas en color.
  

En la mañana del 3 de mayo de 1949 una partida de "bandoleros" asaltaba a los viajeros de un vehículo que circulaba por la serranía de Cádiz. Entre las víctimas se encontraban la esposa y el hijo de quien consideraban su peor enemigo: el teniente coronel Roger Oliete Navarro, jefe de la comandancia gaditana y que con el paso del tiempo sería Subdirector General de la Guardia Civil.

Introducción.

En la década de los 40 y principios de los 50 la Guardia Civil libró una larga, dura y callada guerra contra un enemigo nada convencional. Unos lo bautizaron con el nombre de maquis a semejanza del movimiento de resistencia francesa surgido ante la invasión alemana durante la segunda guerra mundial. Otros lo llamaron simplemente bandoleros como consecuencia directa de los actos criminales que protagonizaron.

El propio teniente general Camilo Alonso Vega, en su discurso de despedida pronunciado el 29 de mayo de 1955 tras haber sido director general de Cuerpo durante más de una década lo definió como un problema nacional de gran trascendencia. Gracias al sacrificio y abnegación de los guardias civiles de aquella época se pudo salvar la delicada situación que llegó a crearse.

Durante el periodo 1943-1952 quedaron en el camino para siempre 257 de nuestros hombres y 370 más resultaron heridos de diversa consideración como consecuencia de los 1.286 choques armados que se mantuvieron contra los bandoleros.

A ellos hay que unirles otros 50 muertos y 78 heridos más pertenecientes a las Fuerzas Armadas y de Orden Público (27 muertos y 39 heridos del Ejército, 12 muertos y 21 heridos del Cuerpo General de Policía y 11 muertos y 18 heridos del de la Policía Armada y de Tráfico).

El "bandolerismo" de nuestra posguerra civil desaparecería definitivamente con la muerte el 3 de marzo de 1965 del ultimo de sus integrantes. Atrás dejaron un largo reguero de sangre y sufrimiento: 953 asesinatos, 845 secuestros, 538 sabotajes y 5.963 atracos.

Hoy día aquello que fue para la Guardia Civil una guerra silenciosa y silenciada se viene presentando en algunos foros y en recientes publicaciones de forma muy distinta. Sin entrar en connotaciones ni manipulaciones de clase alguna ahí están los datos de la eficacia del Cuerpo relativos al periodo citado ante el mayor problema de seguridad ciudadana que se ha registrado en el siglo XX. Estos obran, al igual que los anteriores, en nuestro Servicio de Estudios Históricos gracias a la labor recopiladora que dirigió en su día el entonces teniente coronel y hoy general de brigada en la reserva Francisco Aguado Sánchez.

En total resultaron 2.173 "bandoleros" muertos en enfrentamientos armados, 2.841 detenidos y 546 que se presentaron voluntariamente en nuestras casas cuarteles. También se procedió al arresto de 19.444 de sus cómplices.

La historia que hoy vamos a contar es sólo una más de las de aquella época. Sin embargo el hecho de que por un lado apenas existiera constancia documental de ella en los archivos del Cuerpo y sobre todo a que se pudiera disponer por primera vez, 50 años después, con el testimonio vivo y directo de una de las víctimas, es por lo que junto a la identidad de sus protagonistas la hace verdaderamente singular.

El teniente coronel Oliete.



Camilo Alonso Vega, director general de la Guardia Civil, designó expresamente en el mes de julio de 1944 al entonces jefe de la 6ª Comandancia Móvil (Sevilla), teniente coronel Roger Oliete Navarro, para mandar la denominada 237ª Comandancia de Cádiz.

Se trataba de un militar de gran prestigio y valor sobradamente acreditado que había resultado herido en combate en seis ocasiones. Desde su participación con 22 años como alférez de Infantería en el desembarco de Alhucemas en 1925 se había destacado constantemente por su heroico comportamiento en las campañas de Marruecos.

A principios de 1930, casi recién incorporado como profesor a la Academia General Militar de Zaragoza tras haber sido escogido por su director, el entonces joven general Francisco Franco Bahamonde, le sería concedido el ingreso en la Guardia Civil que había peticionado durante su estancia en el Protectorado de Marruecos. En aquella época existía una lista de espera con más de quinientos oficiales del Ejército que tenían solicitado su pase a nuestro Cuerpo.

Como teniente de la Guardia Civil estaría destinado en las comandancias de Lérida (jefe de la línea de Seo de Urgel), Zaragoza (jefe de las líneas de Zuera, Morera y Zaragoza capital) y de Marruecos (jefe de las líneas de Had-de-Ruadi, Beni-Adifa, Tagsut, Targuist y Jinenut), destacando una vez más por su profesionalidad, celo y amor al servicio.

Pero su mayor prestigio le provenía de haber mandado como capitán durante la guerra civil la compañía de "La Calavera". Esta se trataba de una unidad expedicionaria de la Guardia Civil que combatió como fuerza de choque en la primera línea del frente de Teruel con un valor heroico y realmente temerario. La mayor parte de sus componentes resultaron muertos o heridos en combate.

Durante ese periodo el propio capitán Oliete sería herido en dos ocasiones. Una de ellas de gran gravedad al recibir el impacto de una bala enemiga en la cabeza. Al terminar la contienda además de serle concedidas numerosas condecoraciones por su valor acreditado sería ascendido al empleo de comandante por méritos de guerra.

Una vez incorporado a su nuevo destino en Cádiz, su principal misión sería la persecución del bandolerismo de la sierra. A tal fin sería concentrado por un radiograma de la dirección general del Cuerpo de fecha 20 de diciembre de 1945 en la localidad gaditana de Medina-Sidonia. 

Allí establecería su puesto de mando hasta que se dictó la orden de su desconcentración el día 26 de enero de 1948. Durante ese largo periodo de tiempo dejaría en el acuartelamiento de la capital, sito entonces en la calle Zaragoza, al comandante José Arias Garín como encargado del despacho.

Pocas cosas le alejarían de su dirección en la persecución de las partidas de bandoleros. Una de ellas sería la tragedia que asoló la ciudad de Cádiz en la noche del 18 de agosto de 1947. La explosión de un almacén de minas en la base de defensas submarinas de la Armada que destrozaría gran parte de la capital causando cerca de doscientos muertos y casi cinco mil heridos de diversa consideración.

Fue la mayor catástrofe de la posguerra civil y la Guardia Civil desempeñaría una importante labor humanitaria aquella misma noche y en los días siguientes.

En agosto de 1952, tras haber erradicado el bandolerismo en su demarcación, ascendería al empleo de coronel. Con el paso del tiempo alcanzaría el de general de división y sería subdirector general de Cuerpo desde septiembre de 1961 hasta noviembre de 1966.

Fallecería en Algodonales (Cádiz) el 20 de febrero de 1977 a los setenta y cuatro años de edad. Una sencilla lápida de mármol blanco cubre desde entonces su nicho en el cementerio de aquella villa.

La comandancia gaditana en 1949.



El organigrama de la 237ª comandancia de 1949 difería bastante de la 407ª de 1999. En aquella época dependía del 37º Tercio de Málaga y éste a su vez de la 1ª Zona de Sevilla. Al comienzo de la guerra civil la Guardia Civil contaba en la provincia de Cádiz con 5 compañías territoriales (Cádiz, San Fernando, Jerez de la Frontera, Villamartín y Algeciras).

La absorción del Cuerpo de Carabineros por la ley de 15 de marzo de 1940 implicaría consecuentemente la de sus dos comandancias gaditanas (10ª y 11ª), dando origen desde entonces a las actuales de Cádiz y Algeciras.

Asimismo las misiones primordiales de persecución del bandolerismo en la sierra y del contrabando en la costa motivaría elevar el número de compañías en la provincia hasta 18.

De ellas 12 pertenecerían a la comandancia de Cádiz (1ª y 12ª en la capital y su puerto, 2ª en San Fernando, 3ª en Medina Sidonia, 4ª en El Puerto de Santa María, 5ª en Sanlucar de Barrameda, 6ª en Jerez de la Frontera, 7ª en Villamartín, 8ª en Olvera, 9ª en Ubrique, 10ª en Vejer de la Frontera y 11ª en Jimena de la Frontera) y 6 a la nueva de Algeciras (2 en la ciudad y su puerto, Guadiaro, La Línea de la Concepción, San Roque y Tarifa). 

La provincia de Cádiz se convertiría desde entonces en una de las que contaría con mayor número de compañías respecto a las del resto del territorio nacional.

El secuestro.



Era la mañana del 3 de mayo de 1949 cuando José Merencio Troya, un rico terrateniente de Algodonales, se dirigía en su vehículo marca Ford, color verde, a una de sus fincas. Le acompañaban su hermana Flora, su sobrina Isabel Sánchez de Alva Merencio, el hijo de ésta -llamado Gonzalo- y una niñera cuyo nombre era Pepa, natural de la población sevillana de Lebrija. Conducía su chofer, Manuel Madroñal Gómez, también vecino de Algodonales.

Habían salido temprano de la casa en que vivía Merencio y que estaba situada en el mismo centro de la villa. Tenían la intención de ir a la finca " El Canchal " situada a pocos kilómetros de aquella por la carretera de Arcos de la Frontera. Lo que parecía que iba a ser un tranquilo día campestre se vio inesperadamente truncado cuando al llegar a una curva próxima a la finca fueron sorprendidos y encañonados por una partida de bandoleros.

Su objetivo era secuestrar al rico hacendado y exigir un fuerte rescate a cambio de su libertad. Lo que no esperaban era encontrarse con tanta gente y mucho menos aunque eso lo ignoraban, con la joven esposa y el entonces único hijo del teniente coronel Oliete.

Isabel Sánchez de Alva había contraído matrimonio canónico en Jerez de la Frontera el 12 de septiembre de 1947 con el teniente coronel Oliete. Dicha ceremonia tenía que haberse celebrado el mes anterior pero la tragedia de la explosión de Cádiz y la obligada presencia en la dirección de las tareas de rescate de quien iba a ser su marido obligó a retrasarla. El 20 de marzo de 1949 había nacido el primer hijo del matrimonio, Gonzalo, por lo que el día del secuestro tenía apenas un mes y medio de edad.

El dueño de "El Canchal ", que era de recia fortaleza física y sereno temple, ordenó a su chofer que se detuviera. Comprendió enseguida lo que estaba pasando y lo que querían los asaltantes. Huir o intentar arrollarlos hubiese sido una trágica locura. Su único temor, que nunca demostró, era que supieran quien era su sobrina y el niño que lo acompañaban.

El jefe de la partida le confirmó inmediatamente sus pensamientos: querían un millón de pesetas a cambio de respetar su vida. El chofer debía regresar a Algodonales y sin avisar a la Guardia Civil tenía que volver con el rescate mientras los demás se quedaban en calidad de rehenes. Si eran traicionados los matarían a todos.

Merencio tras ver que sólo querían su dinero y que no sabían la verdadera identidad de sus familiares convenció a los secuestradores para que se fueran sólo con él al interior de la finca mientras que el resto de los rehenes se quedaban a la vista bajo unos arboles.

La separación fue sin apenas mediar palabra alguna pero profundamente angustiosa. Merencio temía por la vida de los suyos y estos por la de él, pues no era la primera vez que los bandoleros habían matado a sus víctimas sin importarles su sexo o edad. 

De hecho el 25 de marzo de 1941 una partida había asesinado brutalmente en la dehesa de la presa de " Los hurones ", término de Jerez de la Frontera, al guarda de campo Francisco Montes de Oca Faden, a su esposa Josefa Carrillo Cózar y al hijo de ambos, llamado Antonio, de tan sólo once meses de edad. Los mataron en venganza por creer que dicho guarda había denunciado la presencia de bandoleros en la zona.

El pago del rescate.



La petición inicial fue rebajada hasta 250.000 pesetas ya que los secuestradores se convencieron de que no era posible disponer de más cantidad en metálico en tan sólo unas horas. De todas formas aquella cifra era por sí sola toda una fortuna para la época.

Merencio no regateó pero les hizo ver que tenía invertida la mayor parte de su dinero en las fincas. De hecho cuando uno de los secuestradores le presionó para conseguir más dinero mencionándole el valor de los mulos que tenía allí, le contestó que se los podían llevar cuando quisieran pero que aquello no era dinero contante y sonante.

Envió a su chofer para que regresara a Algodonales y solicitara la rápida y discreta gestión del dinero a sus vecinos y amigos Antonio Cortés y Diego Galiano. Su intención era además que estos entretuvieran en el pueblo de la forma que fuera al propio teniente coronel Oliete quien tenía previsto dirigirse hacia la finca aquella misma tarde tras haber estado de servicio en la zona limítrofe con la serranía de Ronda. De presentarse allí podría ocurrir una tragedia.

A la tarde regresó el chofer con el dinero. Los secuestradores cumplieron su palabra y tras contar los billetes uno a uno se marcharon por donde vinieron sin saber de verdad a quienes habían tenido en sus manos. Cuando las fuerzas de la 8ª compañía de la Guardia Civil iniciaron su persecución no los encontraron. La sierra los había escondido.

Tres meses después, el 3 de agosto, otra partida de bandoleros asesinaba de un tiro en la cabeza a un niño que tenían secuestrado en la zona próxima de Algar y en el que la Guardia Civil había impedido el pago del rescate. Se llamaba Antonio Sánchez Regordan y tenía tan sólo catorce años. Lo mataron mientras dormía. A sus padres les enviaron sus zapatos con indicación del lugar en donde podían recoger el cadáver.

Por lo tanto no es difícil imaginar cual hubiese sido el trágico final de la esposa y el hijo del entonces teniente coronel Oliete si los bandoleros hubieran conocido sus verdaderas identidades. Hoy, 50 años después, Isabel Sánchez de Alva Merencio sigue viviendo y disfrutando de su familia. 

Además de su hijo Gonzalo tuvo posteriormente una hija que se llama Margarita y otro hijo de nombre Roger que le han dado seis nietas (Margarita, Rocío, Isabela, María, Ana y Cristina) y tres nietos (Gonzalo, José Ignacio y Roger). Alguno de ellos se ha enterado hace muy poco de esta historia.

El final de los secuestradores.



Las partidas de bandoleros de la sierra de Cádiz tuvieron un mal final. Unos murieron en enfrentamientos con la Guardia Civil, muchos serían detenidos e incluso alguno de ellos por buques de la Armada cuando intentaban huir hacia la costa africana.

Varios conseguirían refugiarse en Tánger, Casablanca o Rabat. Otros se entregarían voluntariamente y colaborarían con la Guardia Civil en la detención de sus antiguos compañeros. Por último unos pocos, tras cambiar de zona y de identidad se integrarían con el paso del tiempo en la sociedad abandonando definitivamente sus actividades delictivas.

La provincia de Cádiz no fue una de las más castigadas por el bandolerismo pero también tuvo que pagar su triste tributo de sangre y dolor. Hizo su aparición a principios de 1940 y desapareció con la llegada de 1951. En este periodo se contabilizaron un total de 22 asesinatos, 71 secuestros, 9 sabotajes y 129 atracos.

Como consecuencia de los 53 enfrentamientos armados que se mantuvieron en la provincia contra los bandoleros, el Cuerpo de la Guardia Civil tuvo 3 muertos y 5 heridos, el de Carabineros 2 heridos y el Ejército 1 muerto y 2 heridos. Los bandoleros tuvieron por su parte 74 muertos, 2 heridos, 55 detenidos y otros 12 que se entregaron voluntariamente. Además de ello 490 de sus cómplices fueron arrestados.

Los integrantes y finales de los secuestradores de la partida protagonista de esta historia fueron los siguientes: Luis Veas Rodríguez, alias "Julio el del tren", murió en Algeciras el 9 de agosto de 1949; Juan Núñez Pérez, alias "Luis", murió en la localidad malagueña de Montejaque el 20 de octubre de 1949; y Juan Toledo Martínez, alias "Caracoles", murió el 18 de diciembre de 1950 en la localidad malagueña de Algotacín. Todos ellos lo fueron en enfrentamientos con fuerzas de la Guardia Civil.

El cuarto de los bandoleros, Manuel Martínez Casas, alias "Gazapo", fue detenido el 14 de agosto de 1949 por fuerzas del Cuerpo en Algeciras cuando intentaba embarcar hacia Marruecos y tras ser condenado a la pena de muerte por un consejo de guerra fue fusilado en Sevilla.

En este secuestro participaron dos cómplices que también tuvieron un trágico final al enfrentarse con fuerzas de la Guardia Civil. Estos eran Juan Martín Menacho, alias "Chinchín" y Antonio Acebedo Palma, alias "Palomo", que resultaron muertos en la localidad gaditana de Zahara de la Sierra los días 17 y 21 de noviembre de 1950 respectivamente.

Por último mencionar que el principal cabecilla de los bandoleros de la provincia de Cádiz, que comandaba la autodenominada "Agrupación de Guerrilleros Fermín Galán", a la que pertenecía la partida protagonista, moriría también por aquellas fechas en un enfrentamiento con fuerzas del Cuerpo. 

Concretamente el 30 de diciembre de 1949 en las proximidades de Medina Sidonia. Se llamaba Bernabé López Calle y era un ex-guardia civil de la Comandancia de Málaga que había alcanzado el grado de comandante en el ejército republicano durante la Guerra Civil.

Hoy, 50 años después, en la Sierra de Cádiz se siguen contando historias de civiles y bandoleros.

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