LXXVIII Aniversario Guerra Civil (1936-2014) en Cádiz.
Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el "DIARIO DE CADIZ" del 18 de julio de 2014, pág. 23.
El original está ilustrado con una fotografía en blanco y negro.
Las obras y trabajos de investigación publicados por
diferentes historiadores e investigadores sobre la guerra civil en la provincia
de Cádiz supera ya el medio centenar en los últimos años, lo cual ha supuesto
una trascendental aportación para conocer la trágica realidad que supuso
aquella sinrazón.
Prácticamente se han abordado todas las temáticas,
desde los aspectos políticos hasta los militares, pasando por la prensa,
cinematografía, enseñanza, carnaval, etc., y muy singularmente la penosa
cuestión de la represión, asignatura que desgraciadamente todavía no se ha
cerrado en muchas familias gaditanas que siguen desconociendo donde descansan
sus seres queridos.
Sin embargo hay dos aspectos humanos, y no son los
únicos pendientes, que apenas han sido tratados en la historiografía gaditana.
Uno de ellos es el de los miembros de una misma familia, especialmente padres,
hermanos e hijos, que estuvieron combatiendo en bandos enfrentados. Y el otro,
verdadero ejemplo de sincera reconciliación, es el de los matrimonios entre los
hijos de combatientes de una y otra zona, e incluso de quienes fueron
asesinados o represaliados.
Aunque muchos gaditanos conocen algún caso, más
cercano o más lejano, nunca fueron temas de los que se hablara abiertamente en
las familias. Esas historias se evitaron contar durante muchos años, pues el
dolor a veces no tiene caducidad y era mejor no mentarlas, si bien jamás fueron
olvidadas.
Pero también es cierto, que el conocimiento de las
mismas, máxime cuando ya se va camino de cumplir ocho décadas de aquella
sinrazón, fortalece el convencimiento de la irracionalidad que supuso la mayor
tragedia de España en el siglo XX.
Desde el ámbito sociológico, uno de modelos de mayor
cohesión y convivencia familiar en aquella época era la de los guardias
civiles, pues buena parte de ellos vivían en casas-cuarteles. Incluso en un
porcentaje importante habían nacido y criado en ellas, siguiendo después los
pasos de sus padres e ingresando en el benemérito Cuerpo.
La tradicional lealtad de la Guardia Civil al poder
legalmente constituido se fracturó por primera y única vez aquel 18 de julio de
1936, como se fracturó España entera. Y lo que intentó ser un alzamiento
militar para dar un golpe de estado degeneró, tras fracasar, en una cruenta
guerra civil que dividió inicialmente, más geográfica que ideológicamente, a
los españoles.
En la Benemérita gaditana, las sentencias de los
consejos de guerra sumarísimos y los expedientes personales que se conservan en
los archivos históricos del Cuerpo, contienen numerosos ejemplos de ello.
Tanto de padres, hijos y hermanos miembros del Cuerpo
que se vieron obligados por las circunstancias a servir en bandos enfrentados
por razón de la llamada “lealtad geográfica”, como de aquellos que habían
contraído o contrajeron matrimonio, aún a pesar de la restrictiva normativa
dispuesta al respecto.
Tal vez, el más trágico del casi medio centenar de
casos constatados, sea el de los guardias civiles de Ubrique. Su jefe de línea,
el alférez Marceliano Ceballos González, fue sentenciado a muerte el 21 de
agosto de 1936 como autor del delito de rebelión militar y fusilado dos días
después en el castillo de San Sebastián.
Diez días antes del inicio de la sublevación había fallecido
su esposa María Cano Barroso, con quien llevaba casado veintiséis años. El 9 de
julio se dio de baja médica para el servicio por enfermedad, no
restableciéndose hasta el día 16, fecha en la que se reincorporó al mando de su
unidad. Desde luego su estado anímico no debía ser el mejor ante una
sublevación militar iniciada menos de cuarenta y ocho horas después.
En el testimonio de su sentencia puede leerse que al
ser, “el más antiguo de cuantos se encontraban en Ubrique
en las fechas de autos, resultaba obligado a declarar el estado de guerra y
todavía en mayor grado a no tolerar la oposición armada a que se hizo a las
fuerzas liberadoras”. El no hacerlo le costó la vida.
En cambio, su hijo Guillermo, cabo de la Guardia
Civil destinado en la Comandancia de Huelva, procedente de la de Cádiz, y que
llegaría a alcanzar con los años el empleo de comandante, “se sumó al Glorioso Movimiento Nacional desde los primeros momentos”,
según consta en su expediente.
Finalizada la guerra civil, su hermana María, de 25
años de edad, soltera, de profesión sus labores, en cuyo pabellón de la
casa-cuartel de Coto Doñana habitaba, elevó una patética instancia al inspector
general del Cuerpo, dando cuenta de su angustiosa situación:
“Que el día 23
de Agosto de 1936, falleció mi padre que Dios lo tenga en su Santa Gloria,
siendo Alférez del Instituto que V.E. y tan dignamente de la Comandancia de
Cádiz, y mi madre el día 7 de julio del mismo año, siendo por lo tanto huérfana
de padre y madre, y sin sostén de ninguna clase, teniendo además la recurrente
a su amparo una abuela con 88 años, imposibilitada para trabajar, sin que hasta
la fecha a pesar de hallarse instruyéndose el oportuno expediente de pensión de
viudedad y orfandad a la que cree tener derecho como huérfana hija de Oficial
por el Juez Militar Eventual de Huelva Don Lino Moreno, haya cobrado un céntimo
y según me informan creo hay disposiciones dictadas por el digno Gobierno
Nacional que con tanto acierto dirige nuestro Caudillo para bien de nuestra
España, para que por los Jefes de Cuerpo sean pagadas las correspondientes
pensiones a los huérfanos y viudas desde la fecha de su fallecimiento y
mensualmente hasta que sea resuelto el expediente, ...”.
Y también otro triste caso, esta vez de hermanos, que
quedaron, por “lealtad geográfica” en bandos enfrentados dentro de la provincia
gaditana, tuvo también su escenario principal en la misma población de la
sierra.
Se trata de los hermanos Manuel y Juan Casillas
Aguilera, ambos sargentos de la Guardia Civil, comandantes de los puestos de
Ubrique y Chiclana de la Frontera, respectivamente.
Mientras Juan, quien “adhiriéndose al Glorioso Movimiento Nacional desde el primer momento”,
alcanzaría con el paso de los años el empleo de comandante, su hermano Manuel,
quien “cooperó a la actitud y a la posición adoptada por el
Jefe de su Línea”, junto al cabo Francisco Martín
Ripollet, comandante del puesto de Carabineros en Ubrique, fueron condenados a
la pena de reclusión perpetua con sus accesorias legales:
“Por tener mando directo y
personal sobre las fuerzas de sus respectivos Institutos ya que además como
queda dicho no se asumió el mando local de estado de guerra por quien
correspondía y aunque tuviesen dependencia o subordinación con respecto al
Alférez Don Marceliano Ceballos deben considerarse según criterio de sana
interpretación militar como culpables del delito de rebelión militar en
concepto de autores, estimándoseles como circunstancia notoriamente atenuante
la relación jerárquica antes apuntada”.
Y así hasta casi medio centenar de historias más
repartidas por muchas casas-cuarteles de la provincia gaditana. Todos ellos
fueron guardias civiles, de casi todos los empleos, que hasta aquel 18 de julio
de 1936, ajenos a cualquier ideología política, tenían hojas de servicios
intachables al servicio de España y sus ciudadanos.
La sinrazón de una guerra civil y la “lealtad
geográfica” marcaron en muchos casos sus vidas, ante la impotencia de sus
padres, hermanos e hijos que sirviendo en el bando triunfante, no pudieron
hacer nada por impedirlo.