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sábado, 28 de febrero de 2015

LA PRIMERA CASA-CUARTEL DE LA GUARDIA CIVIL EN CÁDIZ.


Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "DIARIO DE CADIZ" el 12 de octubre de 2014, pág. 20.
El original está ilustrado por dos fotografías en blanco y negro.

Creado el Cuerpo de la Guardia Civil por real decreto de 13 de mayo de 1844, se procedió a atender aspectos tan vitales para iniciar su andadura, como eran la recluta, selección, instrucción, organización y despliegue de sus primeros hombres y las unidades territoriales en las que serían encuadrados.
Transcurridos seis meses, se dispuso por real orden circular de 25 de noviembre siguiente, la distribución del personal en los diferentes Tercios, “para que marche a cada Provincia la fuerza que en aquella le está asignada”.
El Tercer Tercio, con cabecera en Sevilla, comprendía las provincias de Cádiz, Córdoba, Huelva y Sevilla, estando compuesto por tres compañías de infantería y un escuadrón de caballería.
Una de las tres compañías de infantería, integrada a su vez por cuatro secciones, fue inicialmente asignada a la provincia de Cádiz, pero ya antes de que iniciara su despliegue y entrara en servicio, se consideró que dicha fuerza no era la adecuada para prestar servicio en una provincia tan complicada como ya era la gaditana, especialmente en la zona del Campo de Gibraltar, donde se proveyó más conveniente emplear la caballería.
Por tal motivo, se dictó una nueva real orden circular de 20 de diciembre siguiente, mediante la que se sustituyó en la provincia de Cádiz, una sección de infantería, que pasó a incrementar la fuerza de la provincia de Córdoba, por otra de caballería, que a su vez fue detraída de la de Sevilla.
Al frente de ellos había sido designado el primer capitán de la Guardia Civil José María de Cisneros Lanuza, que si bien sus orígenes eran extremeños, buena parte de su vida militar había transcurrido en la provincia gaditana, habiéndose distinguido en diversas acciones de guerra, con ocasión de los sitios de la ciudad de San Fernando y el castillo de Sancti Petri en 1823.
Hasta bien entrado el mes de diciembre, el capitán Cisneros permaneció en el campamento sevillano de Alcalá de Guadaira, instruyendo al personal de su unidad, que pasó a constituir la 3ª Compañía del Tercer Tercio. Una vez recibidos los uniformes y el armamento, se inició la marcha hacia la capital gaditana.
Tras varios días de camino, acompañados de sus familias, atravesaron las murallas de Puerta de Tierra y entraron por fin en Cádiz, donde su llegada no pasó nada desapercibida, tal y como dejó constancia la prensa local de la época.
El jefe superior político de la provincia, Manuel Lassala Solera, pasó el 6 de enero la primera revista a la fuerza del nuevo Cuerpo que había llegado a la capital a finales del mes anterior.
Dos días después, jornada anterior al inicio del despliegue y primeros servicios que comenzó a prestar la Guardia Civil en la provincia gaditana, dirigió un escrito a los alcaldes de las poblaciones en las que se iban a instalar las primeras casas-cuarteles, así como en aquellas localidades, en las que empezarían a ejercer su vigilancia.
Dicho escrito tuvo gran difusión, ya que no sólo fue reproducido en el Boletín Oficial de la Provincia y por la prensa local, sino incluso también por la propia Gaceta de Madrid, siendo a nivel nacional, la primera noticia que se divulgó en dicho medio sobre el primer despliegue territorial de una unidad provincial de la Guardia Civil.
Comenzaba diciendo que, “habiendo llegado a esta ciudad parte de la guardia civil de infantería destinada a esta provincia, sale en el día de mañana a desempeñar su importante servicio según y en el modo que al pie se indica.”
A continuación de dicho escrito, se detallaba la distribución orgánica y despliegue territorial inicial de las tres secciones de infantería y la de caballería por la provincia.
La 1ª Sección de infantería pasó a establecerse en la capital, prestando su servicio en la misma y extendiendo su acción hasta la ciudad de San Fernando.
Por aquel entonces, la capital gaditana acababa de quedar dividida, “para mejor servicio del público”, en dos distritos de seguridad pública. El primero integrado por los barrios de Extramuros, Merced, Pópulo, Escuelas y Correo, mientras que el segundo, lo estaba por los de San Francisco y San Carlos, Cortes, Constitución y Hércules, Hospicio, Palma y Libertad.
El escrito de Manuel Lassala finalizaba dirigiéndose a los ayuntamientos de Cádiz, Jerez de la Frontera y Medina Sidonia para que proporcionaran la oportuna casa-cuartel para el alojamiento de las citadas secciones de infantería.
Ello era debido a que el artículo 19 del real decreto fundacional de 13 de mayo de 1844, establecía que los ayuntamientos de los poblaciones a que se destinasen puestos fijos de la Guardia Civil, debían proporcionarles casas cuarteles en que vivir con sus familias, si las tuvieran, dándoseles por el Estado el correspondiente utensilio.
Tal y como quedó reflejado en la prensa local, y concretamente en El Comercio, en su edición correspondiente al 16 de enero de 1845, la primera casa cuartel que se ubicó en la capital gaditana fue en unos locales que formaban parte del Convento de San Francisco y de la Academia de Bellas Artes.
Parece ser que la cesión inicial lo fue con carácter provisional y a instancias del citado jefe superior político, hasta que se encontrara un edificio más acorde con las necesidades operativas y logísticas, pero como solía ocurrir, dadas las que serían las tradicionales restricciones, o mejor dicho, carencias presupuestarias, lo temporal devino en permanente.
Allí se adecuaron tanto las dependencias oficiales como las cuadras para los caballos y varios pabellones para las familias, entre ellos el del jefe de la Guardia Civil en la provincia, que pocos años después ya sería denominada Comandancia, nombre que hoy día se sigue manteniendo.
Aunque el edificio estuvo ocupado de forma permanente durante más de ocho décadas siguientes por la Benemérita capitalina, la documentación de ese largo periodo la fue situando en la calle Calvario (hasta 1868), la plaza Mina (hasta 1885) y desde entonces hasta su desalojo, en el año 1929, en el número 1 de la calle Antonio López, fruto todo ello de sucesivas remodelaciones y cambios de denominación del callejero.
El mal estado de habitabilidad de la casa-cuartel, la falta de mantenimiento por carencia de presupuestos acordes para ello, así como las constantes presiones que se venían ejerciendo desde hacía más de una década por parte del ayuntamiento capitalino y el ministerio de Instrucción Pública, al objeto de ceder el edificio para ampliación del Museo Provincial de Bellas Artes y sobre todo de la Escuela de Artes, Oficios e Industrias, terminaron por motivar finalmente su definitivo desalojo.
No obstante, y aún a pesar de que en los últimos años se habían dictado diversas órdenes para ello, nuncan se podían cumplimentar ya que no se encontraba otro edificio acorde para el realojo, hasta que en febrero de 1929, pudo por fin alquilarse el ubicado en el número 5 de la calle Conde O’Reylli.
Hay que precisar que desde años antes y dado el aumento de plantilla que había venido experimentando la Guardia Civil en la capital gaditana, había sido necesario que se fueran arrendando otros inmuebles para instalar más dependencias oficiales y alojar a más familias, tales como los edificios sitos en el número 14 de la calle Fermín Salvaochea y número 1 de la calle Barrocal, ubicándose en esta última la jefatura de la Comandancia.
A la Guardia Civil gaditana le quedaban todavía muchos años de diseminación por el callejero de la ciudad.


viernes, 27 de febrero de 2015

SEMBLANZA DEL TENIENTE MARCIAL SÁNCHEZ-BARCAIZTEGUI GIL DE SOLA (1903-1937).


Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en El CORNETÍN, núm. 48, correspondiente al mes de marzo de 2015, págs. 26-27.

Muchos han leído la carta* que el Fundador de La Legión escribió en 1926 al entonces Caballero Cadete de Infantería, Marcial Sánchez-Barcaiztegui Gil de Sola, respondiéndole a su petición de destino en tan gloriosa y heroica Unidad, tan pronto obtuviera su despacho de oficial.
Pero sin embargo, no son muchos lo que conocen cuales fueron sus vicisitudes desde que salió de la Academia de Toledo hasta que encontró la muerte, siendo teniente de la Guardia Civil, como consecuencia de las heridas sufridas en combate vistiendo la camisa legionaria al frente de la 16ª Compañía de la IV Bandera.
Posiblemente Millán Astray tampoco lo supo y mucho menos quien escribe estas líneas hasta que me crucé con su vida –y su muerte- durante dos investigaciones de carácter histórico. Una cuando escribí el libro sobre el Diario de Operaciones del bilaureado General José Enrique Varela Iglesias durante la Guerra Civil Española; y la otra cuando investigaba diversa documentación para mi tesis doctoral sobre la Comandancia de la Guardia Civil de Cádiz en la citada Contienda.
Marcial Sánchez-Barcaiztegui Gil de Sola había nacido el 4 de septiembre de 1903 en la ciudad coruñesa de Ferrol. Siendo hijo del comandante de Infantería Marcial Sánchez-Barcaiztegui y Gereda, ingresó el 28 de septiembre de 1923 como alumno de la Academia de Infantería de Toledo.
Como se trata tan sólo de una breve semblanza y no de su biografía, que bien la merecería, me centraré sólo en algunos de los aspectos más relevantes de su vida castrense.
Su hoja de servicios relata que tras haber estado destinado en su deseado Tercio de Extranjeros, los gravísimos sucesos revolucionarios de principios de octubre de 1934 le sorprendieron como teniente en el Regimiento de Infantería núm. 10, de guarnición en Barcelona, habiendo participado al frente de su sección, según consta textualmente, “en el asalto al Ayuntamiento y Generalidad de Cataluña, sufriendo y contestando al fuego de los rebeldes que causaron a las fuerzas asaltantes tres muertos y trece heridos”.
Ya para entonces hacía tiempo que había solicitado su ingreso en el Cuerpo de la Guardia Civil, obteniéndolo en dicho empleo el 19 de octubre de 1934, es decir, muy pocos días después de haberse sofocado la rebelión independentista catalana.
Destinado en la Comandancia del benemérito Instituto en Marruecos, ejerció el mando de la Línea de Sidi Ifni, siendo felicitado el 25 de mayo de 1936 por el Inspector General de la Guardia Civil por haber donado sangre por dos veces consecutivas para el teniente coronel de Infantería Benigno Martínez Portillo, delegado gubernativo de Ifni el cual se encontraba gravemente enfermo, sin que con ello lograra finalmente salvarse su vida.
Por Orden del Ministerio de la Gobernación, de 22 de junio de 1936, fue destinado a la Comandancia de la Guardia Civil de Cádiz, siéndole asignado cinco días más tarde por el coronel jefe del 16º Tercio de Málaga, el mando de la Línea de Olvera, de la cual dependían los Puestos de Olvera, Torre-Alháquime, Alcalá del Valle y Setenil de las Bodegas.
 Sin embargo no llegó a incorporarse a la misma ya que desde el día 24 de dicho mes se encontraba ingresado en el hospital militar de Tetuán como consecuencia de las secuelas de un accidente que había sufrido el año anterior en acto de servicio.
El 18 de julio le sorprendió todavía hospitalizado y según consta en su hoja de servicios, abandonó ese mismo día el centro sanitario y se unió a las fuerzas del Ejército, como cuadro de mando de una de las columnas que marcharon a la Península.
Comenzó participando en diversas operaciones llevadas a cabo en las provincias de Córdoba y Badajoz, incorporándose el 6 de agosto al 2º Tabor de Regulares de Tetuán para cubrir la baja de un teniente de Infantería fallecido en combate en Los Santos de Maimona.
El día 25 de dicho mes, sin dejar de pertenecer a la Guardia Civil, pasó a mandar la 16ª Compañía de la IV Bandera del Tercio de Extranjeros con la que combatió en el frente de Madrid, siendo el 24 de octubre siguiente habilitado para el empleo de capitán al frente la citada unidad legionaria.
Herido gravemente en combate durante la Batalla del Jarama, falleció el 13 de febrero de 1937,  según consta en una relación nominal de bajas suscrita el 26 de abril siguiente por el coronel de Infantería Eduardo Sáenz de Buruaga.
Bien seguro que si Millán Astray llegó a conocer la historia de aquel joven cadete que le escribió en 1926, se debió sentir muy orgulloso de él.

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* Texto de la carta:

Ceuta, 18 de marzo de 1926.

Señor Caballero Alumno de la Academia de Infantería Don Marcial Sánchez Barcaiztegui Gil de Sola.

Caballero Alumno:

Acaban de entregarme la carta que me envías solicitando ingreso en la gloriosa Legión, para cuando salgas de oficial, e invocando como título para ello; tu noble apellido, la sangre que corre por tus venas y tus entusiasmos militares; no es pequeño el ofrecimiento; tu apellido es símbolo de españolismo probado por guerreros que lo llevaron e hicieron ilustre; tu sangre es garantía de que cuando llegue el momento hervirá con todo el ardor necesario para derramarla gozoso; tus entusiasmos serán resortes preciosos para sufrir contento las penalidades de la vida de campaña y para encontrar en el tropiezo con las balas la satisfacción que borra los dolores físicos; pero para que vengas a la Legión son aún necesarias más condiciones, y esas condiciones las proporcionarán con la esplendidez ya legendaria en los infantes españoles, ahí, en esa santa casa, donde recibimos las bases fundamentales de nuestro espíritu militar.

Habrás de rendir culto al HONOR, culto que te obligará a que tu conducta en todos los órdenes, militares y civiles, sea pura e inmaculada, depurada en sus conceptos, siempre inclinada al bien, evitando siempre los falsos pasos, las conductas dudosas y las compañías perniciosas.

Culto al VALOR, que te sobrepongas a las flaquezas humanas y al instinto de conservación, para ofrendar con gusto tu vida y mirar a la muerte cara a cara; pero este valor ha de ser sereno, tranquilo, ecuánime, Sin exaltaciones, ni depresiones, sin desprecio al enemigo si fura poco, sin temerle cuando sea mucho, y sin que este valor sirva para emplearlo en las discusiones con los compañeros ni en las peleas con los paisanos.

Culto a la CORTESÍA, para que tus actos se rijan siempre por la exquisitez de los caballeros Españoles; dulce en el trato, afable con todos, respetuoso para con los superiores, galante con las damas, singularmente amante y entusiasta del soldado, al que has de cuidar constantemente, vigilándole, encauzándole y atendiéndole con fraternal cariño cuando se encuentre enfermo o herido, o cuando su espíritu decaiga por tristezas o recuerdos de su vida ciudadana.

Culto AL REY, como Jefe Supremo del Ejército, como encarnación de la institución que rige a España, con reverencia, admiración y adhesión hasta la muerte a Alfonso XIII de Borbón, modelo de soldados y caballeros, cuya alma entusiasta ha probado repetidas veces ante la metralla su valor de soldado, y cuyos entusiasmos y cuyos alientos para sus vasallos le hacen que reúna todas las condiciones que necesita el Rey y el caudillo.

Y, como final, culto a la PATRIA, altar en donde has de ofrendar cuanto seas, cuanto poseas, cuanto puedas valer, y como compendio y suma de los ofrecimientos, entregar en ese santo altar tu vida, con la seguridad también de que si mueres por ella, serás amorosamente recogido por los brazos de Dios, y pasaras a la INMORTALIDAD, como todos aquellos soldados que hacen grande a su Patria con la ofrenda generosa de sus vidas.

Dichos los fundamentos, quedan solo los detalles, que también son convenientes para que tu vida militar se desarrolle dentro de la sana alegría que debe presidir los actos de la vida de los que son felices: OPTIMISMO, que te lleve a pensar siempre bien, que disipe las tinieblas de tu espíritu en los momentos de angustia o de duda, que te haga olvidar las fatigas, que evite el que te fijes en la cantidad del alimento cuando este sea escaso, o en la dureza del lecho cuando éste sea sólo la madre tierra, que te haga mirar con serenidad y sin horror las tragedias de la guerra, que en los momentos de abatimiento haga surgir la copla o el chiste oportuno, y que cuando los hombres te miren a los ojos, porque las circunstancias no sean favorables, encuentren en el brillo de los tuyos una esperanza fundada de que tu a1ma está bien templada, y siempre piensas en la victoria; exagerada corrección en el MANEJO DE LOS CAUDALES que te confien como administrador de tus soldados; interés exagerado por la ALIMENTACIÓN DE TU TROPA; igual interés por su HIGIENE; y como compendio, el cuidado constante de su ESPÍRlTU y de su MORAL, para mantenerlos a ellos también siempre contentos, gozosos y afanosos de ser empleados en las ocasiones de peligro, para emular las hazañas de los antiguos infantes, para dar esplendor a la INFANTERÍA de ahora y para ceñir nuevos laureles a la bandera de su Cuerpo.

Si a todo eso estás dispuesto, si haces así profesión y fe de cumplirlo, si a ello unes el juramento sagrado de ser fiel y leal a tus compañeros, entendiendo por espíritu de compañerismo el de ayuda, el de sostén, el de amparo, el de buen consejo, el de favor, el de disimulo de sus faltas, el de encauzar a los descarriados, el de ayudarles con tus medios económicos, el de inyectarles tu elevada moral cuando la suya decaiga, y sin que nunca traduzcas el espíritu de compañerismo en la reunión de varios para castigar a uno que delinquió -aún siendo obligación que impone la salvaguardia del honor militar, y que todos debemos estar dispuestos a cumplirla, pero ocultando serenamente las lágrimas de nuestros ojos y los dolores de nuestro corazón-, porque esa manifestación jamás será de compañerismo, sino de sacrificio para mantener incólume el esplendor del honor militar.

Piensa en lo que escribo, cultiva tu espíritu leyendo las obras del arte militar y estudiando con fe y ahínco los reglamentos que has de manejar para conducir tus soldados a la victoria, cuida de tu cuerpo para que esté fuerte y vigoroso, y no dejes de pensar en que el cumplimiento exacto de tus deberes religiosos es también necesario para mantener la conciencia tranquila y el alma libre de pecado.

Millán Astray



jueves, 26 de febrero de 2015

SEIS DÉCADAS CON LA EXPIRACIÓN.


Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "DIARIO DE CADIZ" el 22 de febrero de 2015, pág. 16.
El original está ilustrado por una fotografía en blanco y negro.

El benemérito Instituto es Hermano Mayor Honorario Perpetuo de la Cofradía.



El 22 de febrero de 1955 la junta de gobierno de la Muy Ilustre y Venerable Cofradía de Penitencia del Santísimo Cristo de la Expiración y Nuestra Señora María Santísima de la Victoria, establecida entonces canónicamente en la iglesia parroquial de San Lorenzo Mártir, acordó por unanimidad, nombrar y elegir Hermano Mayor Honorario Perpetuo, a la 237ª Comandancia de la Guardia Civil de Cádiz, “en la persona de su Ilmo. Sr. Teniente Coronel Primer Jefe de la misma, en atención a los excepcionales méritos que en ella concurren”.

Y en prueba de ello se extendió el 4 de marzo siguiente el correspondiente título de honor que fue firmado y rubricado por todos los miembros de dicha junta de gobierno, siendo autorizado su aceptación por el teniente general Camilo Aloso Vega, director general del benemérito Instituto entre el 24 de julio de 1943 y el 30 de mayo de 1955.

Francisco Jiménez-Alfaro Gutiérrez, cura párroco de San Lorenzo y perteneciente a una familia muy vinculada a la Milicia en general y a la Guardia Civil en particular, era el presidente nato de dicha junta de gobierno; Pedro Bravo Sobrado, canónigo de la catedral, el director espiritual; Luis Arroyo Crespo, el prioste perpetuo; José Guillén Moreno, el subprioste; Julián Adrada Toledo, el mayordomo primero; Fernando Díaz Rubio, el fiscal primero; Luis Arroyo Díaz, el secretario; Manuel Hermida Domínguez, el fiscal segundo; Joaquín Menéndez Vega, el mayordomo segundo y Alfonso Solano Álvarez de Valcárcel, el secretario segundo. Los consiliarios eran José Rodríguez Landeira, Manuel de la Fuente Carneiro, Joaquín Bustelo Moreno, Antonio Llaves Villanueva, Manuel Garreta, Manuel García Mata y José Moreno de la Torre.

Como jefe de la 237ª Comandancia estaba entonces el teniente coronel Ángel Fernández Montes de Oca, natural de Alcalá de los Gazules y que llevaba al frente de la misma desde el 10 de noviembre de 1952. No sólo era buen conocedor de la provincia por sus destinos anteriores como teniente jefe de las Líneas de Ubrique y Medina Sidonia, sino que sobre todo lo era de la ciudad de Cádiz. Había ejercido también en ella el mando de la Línea de la capital y en especial, durante siete años, ostentando ya el empleo de capitán, la jefatura de la 5ª Compañía que tenía fijada su cabecera en la misma.

La Cofradía, que tras varios años de intensa labor le fue concedido dicho título el 15 de abril de 1944 por decreto del obispo de la diócesis, Tomás Gutiérrez Díez, había venido padeciendo en los últimos tiempos una precaria situación económica hasta casi perder sus actividades en el culto externo, limitándose prácticamente al interno.

A partir de 1954, con la inclusión en la junta de gobierno de algunos hermanos que le dieron un decisivo impulso y la valiosa ayuda del benemérito Instituto de la Guardia Civil, se consiguió no sólo salvarla de su más que probable extinción sino ir remontándola hasta situarla en una destacada posición dentro de la Semana Mayor gaditana.

Dicha ayuda lo fue en todos los órdenes, tanto desde la activa participación de representaciones uniformadas del Cuerpo en los actos externos de la cofradía, y muy especialmente en los desfiles procesionales, hasta los de carácter económico, aportándose importantes cantidades para sufragar adquisiciones y contribuir al sostenimiento de actividades.

A su vez la Cofradía tuvo dentro de los altos mandos de la Guardia Civil a una serie de valedores excepcionales, destacando entre todos ellos el teniente general Eduardo Saenz de Buruaga y Polanco, director general entre el 8 de febrero de 1957 y el 23 de abril de 1959. En varias ocasiones se desplazó expresamente desde Madrid para asistir a los actos procesionales y se convirtió, junto a su esposa Eloisa Requejo, en profundo devoto de la bendita y milagrosa titular María Santísima de la Victoria.

La presencia de piquetes de la Guardia Civil, escoltando al Santísimo Cristo de la Expiración y a María Santísima de la Victoria, siempre estuvo acompañada de una nutrida representación de cuadros de mandos de la Comandancia de Cádiz así como en determinadas ocasiones de diferentes directores y subdirectores generales del benemérito Instituto.

También, cuando las circunstancias lo permitieron, los desfiles procesionales fueron acompañados de fuerza a caballo y banda de tambores y cornetas, tanto de la propia Comandancia cuando existía aquella, como del Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro con su correspondiente escuadra de gastadores.

La Cofradía, en cuyo escudo oficial figura el emblema de la Guardia Civil y que siempre se ha sentido orgullosa de su presencia como Hermano Mayor Honorario Perpetuo, quiso en correspondencia a los favores recibidos, donar una enseña nacional a la 237ª Comandancia con ocasión de la inauguración del acuartelamiento de San Severiano, acaecida el 31 de julio de 1958.

Así, casi un mes después, 25 de septiembre, se elevó la correspondiente solicitud de autorización al director general del Cuerpo. Aceptada la misma, la solemne ceremonia de entrega se llevó a cabo en el patio de armas de dicha casa-cuartel el siguiente Domingo de Resurección, 29 de marzo.

Presidió los actos, en representación del director general, el general de brigada Roger Oliete Navarro, jefe de la 1ª Zona de la Guardia Civil, con cabecera en Sevilla y que años atrás había sido también jefe de la Comandancia de Cádiz. Era también hermano mayor honorario y fue acompañado de su esposa Isabel Sánchez de Alva y Merencio, fallecida el pasado 30 de junio, a los 93 años de edad y que siempre se supo ganar el cariño de todos los que tuvimos la suerte de conocerla y tratarla.

El jefe de la Comandancia era, tras el ascenso a coronel de Fernández Montes de Oca el 22 de junio de 1955, el teniente coronel José Vivancos Crespo, natural de Chipiona, quien se había hecho cargo del mando de la misma el 7 de julio siguiente.

La ceremonia de entrega de la enseña nacional se realizó ante numerosas autoridades civiles y militares de la ciudad, así como de la propia Guardia Civil, destacando los coroneles Miguel Morales de Lafuente, jefe de estado mayor de la dirección general y Buenaventura Cano Portal, jefe del 37º Tercio con cabecera en Málaga y del que dependía la Comandancia de Cádiz, así como el teniente coronel Juan Salom Sánchez, jefe de la 337ª Comandancia de Algeciras.

Tambien asistió toda la junta de gobierno y los hermanos mayores y priostes del resto de cofradías de Cádiz, siendo la madrina de la bandera, María Teresa de la Cruz Gurri, presidenta de la junta de camareras de la Virgen de la Victoria y cotitular de la Cofradía de la Expiración, a quien la Guardia Civil le regaló una medalla de oro en cuyas caras llevaba grabadas las imágenes de la Virgen del Pilar, patrona del Cuerpo, y el escudo de dicha Cofradía.

Hoy se cumplen sesenta años de ese hermanamiento que sigue en pleno vigor, tal y como lo siguen acreditando el actual jefe de la Comandancia de Cádiz, coronel Alfonso Rodríguez Castillo, y el hermano mayor Vicente Rodríguez Fernández, dándose además la feliz circunstancia de que el capellán castrense de aquella, es el director espiritual de ésta, César Sarmiento González. Todo ello con un emocionado recuerdo a quien durante tantos años fuera su hermano mayor, Manuel Montero Gómez, verdadero devoto de la Guardia Civil, fallecido el pasado 25 de diciembre a los 60 años de edad.


domingo, 22 de febrero de 2015

GADITANOS QUE MURIERON LEJOS DE SU TIERRA: LA HISTORIA DEL CAPITAN DE NAVÍO HORACIO PEREZ.


Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "DIARIO DE CADIZ" el 18 de julio de 2009, pág. 14.
El original está ilustrado por una fotografía en blanco y negro.

Fue Jefe del Estado Mayor de la Flota Republicana
y lo fusilaron en Valencia el 17 de abril de 1939.

A pesar de que han transcurrido ya setenta años desde que finalizó nuestra trágica Guerra Civil todavía quedan muchas historias por contar y por descubrir. No se trata de remover la llama de viejos y caducos rencores que hoy día sólo puede arder en corazones mezquinos, sino de dar voz a los que no tuvieron la oportunidad siquiera de ser recordados.

La historia siempre está llena de asignaturas pendientes y una de ellas, cuando se habla de nuestra incívica contienda, es la de los oficiales de la Armada que no se sublevaron contra la República. Fueron una minoría respecto a sus compañeros y sus razones para no unirse a ellos fueron a veces tan diversas como contradictorias, pero el caso es que no lo hicieron.

La oficialidad de la Marina pagó un alto tributo en la Guerra Civil. Algunas de las páginas más vergonzosas de la República, y que más desprestigio internacional le causó, están escritas con la sangre de la brutal represión inicial que derramaron en buques y bases republicanas. Eso fue verdad y constituye una realidad histórica que no se puede cuestionar.

Sin embargo poco se sabe y menos se ha investigado y escrito sobre la terrible represión, y no sólo inicial, que también sufrieron los marinos que no quisieron unirse a sus compañeros sublevados contra la República.

Sus nombres apenas son recogidos en los libros de historia sobre la Guerra Civil. Muchos de ellos no tienen quien les recuerde y su memoria, como la del resto de perdedores, quedó proscrita para las siguientes generaciones.

Tal es el caso de Horacio Pérez Pérez, nacido en San Fernando, con muchos años de destino en la misma e hijo de una conocida familia isleña de la época. La sublevación militar del 18 de julio de 1936 le sorprendió como capitán de corbeta en Madrid donde se encontraba pasando unos días de descanso tras haber realizado un curso en la Escuela de Guerra Naval.

En cambio a su hermano Virgilio, también capitán de corbeta, le sorprendió en San Fernando donde estaba destinado como jefe de la estación de radio de la base naval de Cádiz. Detenido tras iniciarse la rebelión y encarcelado a continuación, fue asesinado finalmente el 28 de agosto siguiente, sin juicio previo alguno, en las proximidades de La Carraca, junto al de igual empleo, Francisco Biondi Onrubia, el comandante de Intendencia Antonio García Moles, el comandante Manuel Sancha Morales y el capitán Enrique Paz Pinacho, estos dos últimos de Infantería de Marina. Sus tristes vicisitudes ya fueron relatadas en DIARIO DE CADIZ de 18 de julio de 2005.

En cambio la historia de Horacio había permanecido sumida en las tinieblas del olvido durante setenta años. Sin embargo, ahora, tras una minuciosa investigación que iniciada en Cádiz finalizó en tierras levantinas, ha podido ser rescatada, gracias a los expedientes que se conservan en los archivos del Registro Civil de Paterna y del Juzgado Togado Militar Territorial nº 13 de Valencia.

El 8 de abril de 1939 Horacio fue juzgado por el Consejo de Guerra Permanente nº 1 de Valencia bajo la paradójica acusación de ser autor de un delito de rebelión militar. La sentencia fue describiendo todas sus culpas que terminaron justificando, tras una farsa de juicio, su condena a muerte.

Observó “una actitud pasiva en relación con el alzamiento”, el 22 de agosto de 1936 se presentó “en el Ministerio de Marina haciendo acatamiento al llamado Gobierno rojo”, prestó seguidamente sus servicios en la Sección de Personal y después como secretario técnico del subsecretario del ministerio hasta que el 19 de septiembre comenzó a asumir responsabilidades de mayor trascendencia.

Primero desempeñó una comisión encargada de reparar y poner en marcha los aparatos de tiro de varios barcos, y después fue “Jefe de Información del Estado Mayor de la Flota roja y Jefe de Estado Mayor de la misma, cuyo cargo desempeñaba al tener lugar el combate del Cabo de Palos en que fue hundido el crucero nacional Baleares”.

Tampoco se le perdonó que cuando tuvo que realizar varias navegaciones en fechas diferentes por aguas extranjeras como comandante circunstancial de los buques de guerra “José Luis Díez” y “Almirante Antequera”, estando en los puertos ingleses y franceses, “no trató de pasar a Zona Nacional, ni de ponerse en contacto con nuestras Autoridades, ni de realizar el menor acto a favor de nuestra causa, siendo de advertir que tanto durante su permanencia en la zona roja como en la escuadra y en territorio extranjero tuvo completa libertad sin estar sometido a medidas extraordinarias de vigilancia ni haber sufrido coacción concreta en ningún caso”.

El hecho de que no le constaran antecedentes políticos ni hubiera pertenecido nunca a un partido político, en nada le ayudó y en cambio si le perjudicó que, mientras “estuvo sirviendo al Gobierno rojo llegó a ser habilitado el empleo de Capitán de Navío y fue además recompensado con la Placa del Valor por haber tomado parte como Jefe de Estado Mayor de la Flota roja en el combate del Cabo de Palos”.

Finalmente el tribunal militar, decidió condenarlo a la pena de muerte, considerando que “también concurre como agravante su destacada perversidad puesta de manifiesto no sólo dada la naturaleza de los destacados servicios prestados a los rojos, sino también por el hecho de haber estado en varias ocasiones distintas en territorio extranjero disfrutando de plena libertad sin haberse puesto a disposición de las Autoridades Nacionales hasta que fue hecho prisionero por las fuerzas nacionales”.

El auditor de guerra del Ejército de Ocupación de Levante aprobó ese mismo día la sentencia que declaró firme a expensas de recibirse el enterado del asesor jurídico del “Cuartel General del Generalísimo”. El 13 de abril se remitió desde Burgos el temido telegrama: “S.E. el Jefe de Estado se da por enterado de la pena impuesta al capitán de corbeta Don Horacio Pérez Pérez”.

Cuatro días después fue conducido desde Valencia hasta Paterna y fusilado al amanecer. Aunque en el registro civil de dicha ciudad se localizó la inscripción de su muerte, la búsqueda de su tumba en el cementerio municipal fue infructuosa no quedando tampoco constancia de ello en los libros de enterramientos que se conservan en el archivo local. Como en otros tantos casos sus restos se debieron perder en alguna fosa común.

Horacio, al igual que otros muchos gaditanos que en 1936 salieron de su tierra, nunca volvió a ella.


sábado, 21 de febrero de 2015

LA SALA HISTÓRICA DEL TERCIO DE ARMADA (y II).


Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 329 correspondiente al mes de noviembre de 2009, de la Revista "ARMAS", págs. 76-82.

El original está ilustrado por treinta y dos fotografías en color y dos en blanco y negro.


UNO DE LOS CUERPOS MÁS GLORIOSOS.

Finalizamos en estas páginas el recorrido iniciado en nuestro número anterior por esta interesante Sala que recoge cientos de fondos de gran valor histórico y relacionados con la Infantería de Marina Española, entre ellos una buena cantidad de armas empleadas a lo largo de los años.

En este segundo capítulo comentaremos diferentes aspectos relacionados con la Infantería de Marina, desde su organización, cometidos, instalaciones, etc.

La Infantería de Marina hoy

Actualmente dicho Cuerpo proporciona Fuerzas de Desembarco para cumplir los cometidos que le son propios. Estos van desde las acciones ofensivas y asalto en fuerza, de refuerzo, de reserva operacional o estratégica, a las que se enmarcan dentro de la gestión de crisis y prevención de conflictos como de presencia o disuasión, así como las que se realizan en el campo de las misiones de apoyo a la paz y misiones humanitarias. También proporciona unidades para la dotación de buques y para la seguridad de personas e instalaciones navales.

La Fuerza de Infantería de Marina está compuesta por el Mando (Comandante General y Comandancia General como órgano auxiliar que forma parte del Cuartel General de la Armada), el Tercio de Armada (TEAR) y la Fuerza de Protección de la Armada (FUPRO). En ella se integran, además, la Junta Táctica de la Infantería de Marina (JUTIM) y el Centro de Valoración y Apoyo a la Calificación para el Combate de la Fuerza de Infantería de Marina (CEVACIM).

El cargo de Comandante General lo desempeña un general de división del Cuerpo y depende directamente del Almirante Jefe del Estado Mayor de la Armada (AJEMA), ante quien es responsable de alistar, adiestrar y evaluar los medios y unidades de la Fuerza de Infantería de Marina, así como generar y sancionar la doctrina específica de empleo de sus medios.

El Tercio de Armada, o TEAR, como es más conocido en la gaditana localidad de San Fernando, está mandado por un general de brigada y se articula en la Brigada de Infantería de Marina y la Unidad de Base.

La primera de ellas, conocida por las siglas de BRIMAR, constituye la parte de la Fuerza de Infantería de Marina con adiestramiento y capacidad de asalto anfibio así como de combate terrestre y tiene naturaleza expedicionaria. 

En base a ella se forman las organizaciones operativas que constituirán la Fuerza de Desembarco de nuestra Fuerza Anfibia. Está compuesta por una Unidad de Cuartel General, dos batallones de desembarco, un Batallón Mecanizado de Desembarco, un Grupo de Artillería de Desembarco, una Unidad de Operaciones Especiales, un Grupo de Apoyo de Servicios de Combate y un Grupo de Armas Especiales.

La Unidad de Base, ubicada también en la histórica e isleña población militar de San Carlos en San Fernando, está mandada por un coronel y tiene como misión prestar a la BRIMAR servicios de aprovisionamiento y económico administrativo, mantenimiento, sanidad e infraestructura que le permitan mantener en todo momento el máximo nivel de operatividad.

En cambio, la Fuerza de Protección constituye la parte de la Fuerza de Infantería de Marina dedicada a proporcionar protección y seguridad física a bases, instalaciones, centros, organismos y personas de la Armada. 

Mandada también por un general de brigada del Cuerpo, está compuesta por: Tercio del Norte, con base en Ferrol (La Coruña); Tercio del Sur, en San Fernando (Cádiz); Tercio de Levante, en Cartagena (Murcia); Agrupación de Madrid; y Unidad de Seguridad de Canarias, con base en Las Palmas de Gran Canaria.

En materia de enseñanza e instrucción, hay que decir que independientemente de que los oficiales se forman en la Escuela Naval Militar, sita en Marín (Pontevedra) y los suboficiales en la Escuela de San Fernando (Cádiz), está la Escuela de Infantería de Marina “General Albacete y Fuster”, bautizada así en memoria del héroe de las Guerras Carlistas y ubicada en Cartagena (Murcia), donde se forma a la tropa recién incorporada al Cuerpo y donde se realizan los cursos de perfeccionamiento y especialización para oficiales, suboficiales y tropa.

Asimismo se dispone del Campo de Adiestramiento de la Sierra del Retín, en las proximidades de Barbate (Cádiz), donde se experimentan y practican las técnicas de asalto anfibio y de combate terrestre, amén de ser empleado como campo de maniobras en ejercicios de ámbito nacional e internacional.

Por último, citar que, además de lo ya expuesto, la Infantería de Marina dispone de la Compañía “Mar Océano” integrada en el Regimiento de la Guardia Real de S. M. el Rey, de guarnición en El Pardo (Madrid) y de una sección permanentemente embarcada en el Portaaviones “Príncipe de Asturias”, buque insignia de nuestra Flota en la Base Naval de Rota (Cádiz).

La Sala Histórica.

Ubicada en el antiguo “Cuartel de Batallones” de la histórica ciudad militar de San Carlos, a las afueras de la que antaño fue conocida por la Real Isla de León, hoy San Fernando en honor a Fernando VII, se encuentra la Sala Histórica del Tercio de Armada, que tanto por sus dimensiones como por la variedad y cantidad de fondos que expone, bien puede considerarse un verdadero museo.

Su acceso es a través del imponente y majestuoso patio de armas, entre cuyos robustos muros y arcadas parece todavía escucharse las voces marciales que durante más de dos siglos han mandado los movimientos de orden cerrado de miles y miles de infantes de marina.

Una placa situada en la pared, nada más acceder a su interior, recuerda que este santuario de la Historia de la Infantería de Marina, fue visitado el 7 de mayo de 2002 por el Rey Juan Carlos I, siendo entonces general jefe del TEAR, Rafael Baena Solla.

Para aquel entonces, y con motivo del 465 aniversario del Cuerpo, su comandante general, el general de división Francisco González Muñoz, la había inaugurado apenas dos meses antes, concretamente el 26 de febrero, con el objeto de ofrecer al visitante un recorrido completo por la historia de la Infantería de Marina desde su creación en 1537 hasta nuestros días.

Con tan noble propósito se comenzó a conservar y exponer el armamento, uniformes, condecoraciones, equipos, material y recuerdos que el Cuerpo ha utilizado en las diferentes etapas de su ya dilatada historia y cuyo reportaje fotográfico que ilustra estas líneas pretende ser un animoso ejemplo que invite al lector a visitarlo personalmente.

Asimismo se ha venido organizando una sección de documentación en donde se conservan todos sus documentos originales o copias que se han podido recuperar, fotografías, libros, reglamentos, manuales, etc., que bien seguro satisfará las expectativas de historiadores, investigadores y apasionados de este Cuerpo.

Desde entonces, tanto las diferentes unidades de Infantería de Marina como particulares, han colaborado mediante la donación o cesión temporal de diferentes piezas que hoy día pueden contemplarse, estando abierto a nuevas contribuciones que contribuyan a perpetuar y difundir la historia de uno de los cuerpos más gloriosos de nuestras Fuerzas Armadas.

Nota. Se agradece la trascendental colaboración del Comandante de Infantería de Marina José María Gómez López y al equipo que comanda de dicha Sala Histórica, sin cuya ayuda no hubiera sido posible éste artículo.

LA SALA HISTÓRICA DEL TERCIO DE ARMADA (I).


Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 327 correspondiente al mes de septiembre de 2009, de la Revista "ARMAS", págs. 76-82.

El original está ilustrado por veintisiete fotografías en color y dos en blanco y negro.


INFANTES DE MARINA: “VALIENTES POR TIERRA Y POR MAR”.


La Infantería de Marina española es la más antigua del Mundo remontándose sus orígenes al año 1537, durante el reinado de Carlos I, constituyendo hoy día un moderno y prestigioso Cuerpo de Tropas y una eficaz Fuerza de la Armada, a la que aporta su carácter expedicionario y singularidad operativa.

Resumir su gloriosa historia en un artículo resulta muy difícil, si bien la Sala Histórica del Tercio de Armada que abordamos –y nunca mejor dicho- en este número de ARMAS, es sin duda alguna el mejor botón de muestra que podemos presentar al lector.

A lo largo de estos casi cinco siglo de historia, el infante de marina –el insigne escritor Miguel de Cervantes, autor de la obra universal “El Quijote” lo fue en la Batalla de Lepanto- ha estado presente en todos los escenarios bélicos donde los intereses españoles debían ser defendidos, demostrando su arrojo, disciplina y valentía, haciendo acreedor al Cuerpo de lemas como "valiente por tierra y por mar", y de títulos como “El lnvencible”, dado al Tercio de Armada en el siglo XVIII, así como de privilegios como el que se le concedió por Real Orden de 1886 de “ocupar en campaña el puesto de mayor peligro, el de extrema vanguardia en los avances y de extrema retaguardia en la retirada”.

Fieles testimonios de ello pueden encontrarse en los campos de batalla de Flandes, Sicilia, Cerdeña, Talón, Milán, Cochinchina y Filipinas, Méjico, Cuba, Santo Domingo, Buenos Aires y Cartagena de Indias, Marruecos, Orán, Guinea, el Sáhara, Gibraltar, Ferrol, Bailén, Ocaña, San Pedro Abanto, Tolosa, la Muela de Sarrión y Cantavieja, así como en combates navales como los de Lepanto, Islas Terceras, San Vicente, Trafalgar, Cavite y Santiago de Cuba.

Al igual que ocurre con los diferentes espacios temáticos en que ha tenido que dividirse la Sala Histórica del Tercio de Armada, esos casi cinco siglos de historia bien pueden dividirse en cinco etapas o épocas.

Primera época (1537-1717).

Está dedicada a la “Infantería de la Armada”, creada por Carlos I en 1537, al asignar de forma permanente a las escuadras de Galeras del Mediterráneo las “Compañías Viejas del Mar de Nápoles”. Sin embargo, sería con su hijo, Felipe II, cuando surgiría el concepto actual de Fuerza de Desembarco, es decir, proyección del poder naval sobre la costa, por medio de fuerzas que, partiendo desde las naves, fueran capaces de abordarlas sin menoscabo de su capacidad de combate en tierra.

A esta época pertenecen los famosos e históricos Tercios Nuevo de la Mar de Nápoles, de la Armada del Mar Océano, de Galeras de Sicilia, Viejo del Mar Océano y de Infantería Napolitana. Hubo que esperar al reinado de Felipe V, sobre el año 1704, para que dichos Tercios se convirtieran en los Regimientos de Bajeles, Armada, Mar de Nápoles y de Marina de Sicilia, parte de los cuales pasarían posteriormente al Ejército mientras que el resto continuó en la Armada, constituyendo el "Cuerpo de Batallones de Marina".

Entre las acciones más destacadas de esta época se encuentran la expedición de Argel en el año 1541, la histórica y victoriosa Batalla naval de Lepanto en 1571, la expedición de Túnez en 1573, la conquista de las Terceras y Azores en 1582, la expedición a Inglaterra en 1599 y la expedición a San Salvador y Brasil en 1625.

Segunda época (1717-1827).

Protagonizada por el “Cuerpo de Batallones de Marina” y que fue organizado en 1717 por el Ministro de Marina e Indias José Patiño, llegando a tener 12 batallones. Los primeros en constituirse fueron los denominados: Armada, Bajeles, Marina, Océano, Mediterráneo y Barlovento.

Su misión se centró en la "Guarnición de los Buques", en los que predominaban los fuegos de fusilería durante el abordaje, además de formar parte de las dotaciones de artillería y de realizar desembarcos, formando parte de las "Columnas de Desembarco", constituidas por la suma de las guarniciones de los buques que intervenían en la acción.

Durante esta época, que abarca más de un siglo, su actuación fue decisiva en múltiples ocasiones, pudiéndose citar entre otras: la conquista de Cerdeña en 1717, la conquista de Nápoles y Sicilia en 1732, la expedición a Pensacola (Florida) en 1770, la defensa de La Habana en 1762, la expedición a Argel en 1775, el desembarco en Tolón en 1793, la defensa de Ferrol en 1800 y la reconquista de Buenos Aires en 1806.

Durante nuestra Guerra de la Independencia (1808-1814) contra el invasor francés, de la que ahora se viene conmemorando su bicentenario, estas fuerzas de Infantería de Marina se distinguieron en las batallas de Bailén, Ocaña, Talavera, Fuente Frías y Tolosa.

Tercera época (1827-1931).

Pertenece al “Real Cuerpo de Infantería de Marina”.  Las necesidades de las guerras carlistas, cantonales y ultramarinas, dieron a la Infantería de Marina un carácter de Fuerza Expedicionaria casi permanente. Las campañas de Cochinchina (1858), Méjico (1862), Africa (1859) así como las de Cuba y Filipinas (1898) fueron los escenarios de los Batallones Expedicionarios, alguno de los cuales llegó a permanecer hasta diez años seguidos en los territorios de Ultramar.

Sería precisamente en esta época donde tuvo lugar una de las actuaciones más gloriosas del Cuerpo de Infantería de Marina. Se trata de la acción de San Pedro Abanto, acontecida el 27 de marzo de 1874 durante las terceras guerras carlistas. 

En ella, el Segundo Batallón del Primer Regimiento de Infantería de Marina, al mando del teniente coronel Joaquín Albacete Fuster (que hoy día da nombre a la escuela de Cartagena), asaltó las trincheras enemigas a "paso de ataque" con sus oficiales al frente de las compañías, rompió el cerco de Bilbao y llegó hasta Murrieta en una heroica y brillante carga a la bayoneta.

Posteriormente con la llegada del siglo XX, las Campañas de Marruecos y demás sucesos que acontecieron en el Norte de África, sin olvidar su desconocido papel en Guinea, la Infantería de Marina volvería a escribir páginas de gloria en la historia militar española, distinguiéndose en acciones como las del desembarco y ocupación de Tánger en 1906, el desembarco en Larache en 1911, los combates de Bu-Maiza  en 1912, los de T'Zaletza  en 1913, el Fondak  en 1919), Kudia Rapta y el desfiladero de Afarmun  en 1920, así como los de Verda y Dar-Mestad en 1921.

En 1925 tuvo lugar el histórico y decisivo desembarco de Alhucemas, que supuso el principio del fin de las Campañas de Marruecos, recogida en los anales militares como una brillante operación de desembarco anfibio en la que un batallón expedicionario de Infantería de Marina se constituyó en vanguardia de la columna del general Fernández Pérez.

Sin embargo dicho éxito no pudo evitar un largo periodo de cuestionamiento sobre la utilidad de este tipo de fuerzas en los ejércitos. Ello fue debido fundamentalmente al llamado "desastre de Gallípoli" de 1915, durante la Primera Guerra Mundial, donde las fuerzas aliadas sucumbieron durante meses ante las turcas que prácticamente las fijaron y masacraron en sus zonas de desembarco.

La entidad de este fracaso militar, realmente debido a una compleja serie de razones que nunca se estudiaron convenientemente, para obtener las oportunas lecciones aprendidas, conllevó que se abandonara por casi todas las potencias, la táctica del asalto anfibio, no volviéndose realmente a recuperar hasta la Segunda Guerra Mundial.

Cuarta época (1931-1957).

Corresponde al “Cuerpo de Infantería de Marina, que tras la proclamación de la Segunda República, había perdido el título de “Real” que hasta entonces había ostentado. 

El comienzo del periodo es difícil, pues todavía se está bajo la influencia del estigma de Gallípoli y la mayoría de las Infanterías de Marina del mundo se encontraban en crisis, no siendo la española una excepción. De hecho el mismo año 1931 había sido declarada a extinguir por el nuevo gobierno republicano.

Nuestra trágica Guerra Civil (1936-1939) reactivó a la Infantería de Marina, si bien no se produjo durante la misma, desembarco anfibio alguno. Las unidades en ambos bandos combatieron activamente, bien como unidades terrestres o embarcadas en los buques de superficie. Finalizada la contienda, la actividad de la Infantería de Marina se limitó, fundamentalmente, a guarnición de bases navales y dotaciones de buques.

La Segunda Guerra Mundial puso de manifiesto nuevamente la importancia de la “Guerra Anfibia”, el avance tecnológico de los medios y las lecciones aprendidas, con retraso, de fracasos como el de Gallípoli, posibilitaron los nuevos procedimientos para realizar el asalto anfibio, constituyendo el Desembarco de Normandía de 1944 su máxima expresión.  

Durante esta época, las Unidades de Infantería de Marina recuperaron su antigua denominación de Tercios, bautizándose así los de Ferrol, Cartagena, Cádiz y Baleares, mientras que recibieron el nombre de Agrupaciones, las Fuerzas de la Jurisdicción Central (Madrid) y de la Base Naval de Canarias.

Quinta época (1957-2009).

Esta época, que bien puede denominarse la "actual", se inició en 1957, recuperando la Infantería de Marina la tradicional misión de Fuerza de Desembarco que antaño había tenido. Ese mismo año se creó el llamado “Grupo Especial” en la localidad gaditana de San Fernando, embrión del Tercio Armada, que integraba unidades del Tercio Sur, Escuela de Aplicación y Grupo de Apoyo, además de unidades que se incorporaron de los restantes Tercios de Levante, Norte y Baleares, bajo el mando de un general de brigada.

Una década después, mediante un Decreto de mayo de 1968, se le asignó como misión principal "llevar a cabo acciones militares en la costa, iniciadas en la mar, con arreglo a los planes redactados por el mando”, correspondiéndole además contribuir a la defensa y seguridad de las instalaciones navales, formar parte de dotaciones de buques y asistir a las autoridades marítimas cuando el ejercicio de su autoridad lo requiriera.

El devenir de nuestra propia historia hizo que la Infantería de Marina volviera a formar parte de la misma y escribir nuevamente algunas de sus páginas. 

Así ocurrió en las operaciones de Ifni y Sáhara, durante la poco recordada Campaña de 1957-1958, donde estableció la primera cabeza de playa en la zona de operaciones o su desembarco en 1969 en la antigua colonia de Guinea, para proteger la arriesgada evacuación de ciudadanos españoles que todavía residían allí y que fueron forzados por los nuevos gobernantes a marcharse de allí en circunstancias dramáticas.

En dicho año la Infantería de Marina experimentó nuevamente una importante reestructuración y recuperó su tradicional designación de  "Tercio de Armada", potenciando su gran capacidad y adiestramiento en el combate en tierra al mismo tiempo que el del dominio de la compleja técnica de las operaciones anfibias, razón principal de un Cuerpo que ha de ser capaz de vivir en la mar para combatir en tierra.

En 1975 unidades de Infantería de Marina pertenecientes al Tercio de Armada fueron embarcadas en buques del Grupa Delta de la Flota para proceder a su desembarco en el Sáhara Occidental, todavía bajo soberanía española, pero la evolución de los acontecimientos políticos hicieron finalmente innecesaria su intervención.

Durante las décadas siguientes la Armada Española fue objeto de diversos programas de modernización y la Infantería de Marina estuvo incluida en buena parte de los mismos, adaptándose a los nuevos escenarios estratégicos y participando activamente a partir de 1996 con unidades en las Operaciones de Mantenimiento de la Paz en Bosnia-Herzegovina y posteriormente en Haití.

Ese mismo año se inició un proceso de renovación orgánica que se puso en marcha junto con un programa de renovación de armamento, material y equipo, todo lo cual supuso la modernización de nuestra Fuerza Anfibia, que se vio potenciada con la total profesionalización de las Fuerzas Armadas.


(continuará)