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domingo, 19 de julio de 2015

UN GADITANO DESCONOCIDO: EL OTRO GENERAL SANJURJO.

LXXIX Aniversario Guerra Civil (1936-2015).


Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "DIARIO DE CADIZ" el 18 de julio de 2015, pág. 12.

El original está ilustrado por una fotografía en blanco y negro.

Fue el último Inspector General republicano de la Guardia Civil

Falleció en 1938 en Barcelona de septicemia

Es sobradamente conocido que el general Sanjurjo fue quien un caluroso 18 de julio de 1936 encabezó la sublevación militar contra la República.
Pero hubo otro general Sanjurjo que no lo hizo sino que la defendió. Los dos se llamaban José y coincidieron un año como cadetes en Toledo, ya que eran de promociones seguidas, cuando la Academia General Militar se ubicaba en el Alcázar.
Y los dos estuvieron al frente de la Guardia Civil en momentos claves de la historia de la Benemérita y de España. Uno fue el primer director general en la Segunda República y otro fue el último.
El primero se llamaba José Sanjurjo Sacanell y nació en Pamplona mientras que el segundo se llamaba José Sanjurjo Rodríguez de Arias y nació en Cádiz. Los dos murieron durante la Guerra Civil. El primero el 20 de julio de 1936, cuando acababa de despegar su avión de Portugal y el otro, de una septicemia el 3 de noviembre de 1938 en la localidad barcelonesa de Begas.
Pero esta no es la historia de un desencuentro entre dos generales apellidados Sanjurjo, sino la historia de un gaditano que al igual que otros muchos repartidos por toda la geografía española, tuvo que elegir entre lo que le dictaba su corazón o le exigía su deber.
Nuestro protagonista nació el 14 de octubre de 1874 en el seno de una familia numerosa de tradición militar, profundamente católica y amante de las ciencias y las letras. Sus padres eran Rodrigo Sanjurjo Izquierdo y María Josefa Rodríguez de Arias González de la Torre. José era el mayor de sus hermanos que se llamaban Joaquín, Jacobo y Rosa.
Su progenitor, natural de Sevilla era profesor del instituto provincial de Cádiz, el “Columela”, aunque entonces no se llamaba así. Licenciado en derecho y doctor en ciencias, fue un prestigioso catedrático de física y matemáticas que posteriormente impartió la docencia en el instituto provincial de Sevilla, hoy San Isidoro, y en los de Madrid, Cardenal Cisneros y San Isidro.
Tenía dos tíos, hermanos de su padre, que eran jefes del Ejército, José de infantería y Fernando de caballería. De gran vocación militar ingresó en 1892 en la academia toledana, marchando seguidamente a Valladolid para ser oficial de caballería pero el último curso solicitó cambiar a infantería y regresó al alcázar. 
Entre los libros que tuvo que estudiar en la Academia General Militar hubo uno escrito sobre física por su padre y que había resultado premiado en concurso para tal fin en 1891. Su progenitor fue destacado autor de varias obras sobre física, álgebra, aritmética y geometría, además de colaborador de la “Revista Sevillana”, de ciencias, arte y literatura.
En 1895 obtuvo con el número 20 su ansiado despacho de segundo teniente (alférez) de infantería junto a 259 compañeros más, siendo destinado al Regimiento de Infantería Saboya nº 6 si bien permaneció poco tiempo ya que obtuvo el ingreso en la Guardia Civil.
Muy por detrás suyo en la promoción salieron otros que también fueron generales en la Guerra Civil: Eduardo López de Ochoa Portuondo y Leopoldo de Saro Marín, asesinados por las turbas revolucionarias el 17 y 19 de agosto de 1936 en Madrid; Manuel Romerales Quintero, fusilado por los sublevados el 28 de agosto de 1936 en Melilla; y Andrés Saliquet Zumeta, que se sublevó contra la República en Valladolid y que era el gobernador militar de Cádiz cuando se proclamó.
En 1897 contrajo matrimonio en Madrid con María del Rosario de Acuña Armijo, nacida en la localidad jienense de Linares e hija de quien fuera alcalde de Andújar en varias ocasiones, con quien tuvo cinco hijos llamados Rosario, Rosa María, Rodrigo, María del Carmen y María Josefa.
Tras una brillante carrera militar desarrollada en las provincias de Burgos, Córdoba, Lugo, Madrid, Málaga, Pontevedra y Salamanca, estuvo destinado varios años en el Cuerpo de Seguridad (antecedente histórico de la Policía Nacional), regresando a la Benemérita como coronel jefe del 12º Tercio de Burgos y 20º Tercio de Guadalajara.
Ascendido a general de brigada el 21 de mayo de 1936 le fue asignado el mando de la 4ª Zona de la Guardia Civil, con residencia en la capital de la República, teniendo a su cargo las provincias de Ávila, Badajoz, Cáceres, Cuenca, Madrid, Salamanca, Toledo y Zamora.
Con dicho motivo la fotografía suya que ilustra este artículo fue la portada de la Revista Técnica de la Guardia Civil en su último número de julio de 1936. En sus primeras páginas se relataba el emotivo acto de imposición de la faja de general, costeada por la oficialidad de Guadalajara, Soria y Teruel. Le fue ceñida por el gobernador civil de la residencia, Miguel de Benavides Shelly, y el teniente coronel jefe de la misma, Ricardo Ferrari Ayora, que sería fusilado el 21 de septiembre siguiente por sublevarse.
Cuando el 18 de julio de 1936 se extendió la sublevación, nuestro protagonista se presentó inmediatamente ante su inspector general, el general de brigada de caballería Sebastián Pozas Perea, máximo responsable de la Guardia Civil esa aciaga jornada.
Cooperó lealmente con él para evitar que la Benemérita se sumara a la sublevación. No lo consiguieron. La Guardia Civil como el resto de España, se dividió en dos. Cuando el día 20 se confirmó que el golpe había fracasado, Sanjurjo era ya el nuevo inspector general de la Benemérita republicana. La tarde anterior Pozas había sido nombrado ministro de la Gobernación.
El corazón del Sanjurjo gaditano poco tenía que ver con la ideología del Frente Popular. Su hermano Jacobo, siendo comandante de infantería se acogió en 1931 a la ley Azaña para no jurar lealtad a la República, al igual que hicieron sus sobrinos Francisco y Jacobo, jóvenes tenientes de artillería. Los tres reingresaron en 1936 para combatir junto a los sublevados.
Tuvo que ser difícil como ferviente católico y hombre de ideas muy conservadoras tomar la decisión que tomó pero cumplió con lo que consideró su deber. Un deber que debió ser mortificante pues varios de sus subordinados directos fueron encarcelados o fusilados.
Pero la República no fue agradecida con la Guardia Civil que permaneció leal a su lado para defenderla y que fue en un porcentaje ligeramente superior al que se adhirió a la sublevación. 
Por Decreto de 29 de agosto de 1936 la reconvirtió en la Guardia Nacional Republicana y cinco meses después la disolvió al integrar lo que quedaba de ella junto a la policía gubernativa y el invento de las milicias de retaguardia en el nuevo Cuerpo de Seguridad.
El 19 de octubre de 1937 se dispuso su cese como inspector general de la GNR al pasar a depender sus secciones y negociados de la nueva institución, quedando a las órdenes del ministro de la gobernación.
Ya sin responsabilidad alguna abandonó Valencia, donde había fallecido su esposa, y siguió en su éxodo al gobierno hasta Barcelona donde poco después falleció de enfermedad en una localidad cercana.
Curiosamente los otros dos generales que habían estado también en la GNR, José Aranguren Roldán y Antonio Escobar Huertas fueron fusilados en Barcelona al terminar la contienda, Posiblemente el mismo fin que hubiera tenido el Sanjurjo gaditano por que a la Guardia Civil no se le perdonó en ninguno de los dos bandos.