Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "DIARIO DE CÁDIZ", el 10 de enero de 2023, pág. 22.
El original está ilustrado con una fotografía en blanco y negro.
El miércoles 11 y el jueves 12 de enero de 2023 se conmemoran el noventa aniversario de los trágicos sucesos de Casas Viejas. No hay un hecho en la historiografía gaditana que haya motivado tanta producción como aquél.
Desde 1933 se ha escrito mucho con pasión, sin perjuicio de algunos que lo han hecho también con parcialidad o desde la tergiversación. Pero hay dos obras que son de obligada lectura para quienes quieran conocer del asunto en profundidad y sacar sus propias conclusiones.
Ninguno de sus dos autores, al escribirlas, tenían la misma opinión ni por lo tanto terminaron redactando el mismo colofón, pero la lectura de ambas resulta no solo necesaria, sino imprescindible para saber qué sucedió y por qué sucedió. Y ello se debe a dos razones muy importantes: la primera que ambos autores son dos personas honestas y la honestidad a la hora de escribir siempre es esencial; y la segunda, es que ambos buscaron e investigaron, con rigor y sincero ahínco, no solo la verdad de los hechos, sino también sus causas y sus consecuencias así como las microhistorias de sus protagonistas. Desvelaron pasajes inéditos y arrojaron luz en otros que permanecían oscuros.
Me estoy refiriendo, por orden de publicación, al periodista Tano Ramos y “El caso Casas Viejas: Crónica de una insidia (1933-1936)”, editada 2012 por Tusquets y galardonada con el XXIV Premio Comillas; y al profesor Salustiano Gutiérrez Baena con “Los Sucesos de Casas Viejas: crónica de una derrota”, editada en 2017 por Beceuve. Lamentablemente “Salus” nos dejó hace poco más de dos años.
Hoy, afortunadamente, aquella “aldea del crimen”, como entonces la denominó el insigne novelista Ramón J. Sender, Premio Nacional de Literatura en 1935 y Premio Planeta en 1969, no tiene nada que ver con la actual Benalup-Casas Viejas, municipio independiente de Medina Sidonia desde 1991.
Lo sucedido hace noventa años se sigue conmemorando y rememorando, que no es lo mismo que celebrarlo, porque las tragedias nunca se deben festejar. Aunque fue un hecho inicialmente de ámbito local tuvo rápidamente una gran repercusión nacional, pasando a constituir uno de los principales asuntos de interés para la prensa de la época y por lo tanto para la vida política del país. Llegó a tener su propio peso específico en las elecciones generales celebradas el 19 de noviembre de ese mismo año.
Supondrían el fin del bienio republicano-socialista (1931-1933), tras una potente campaña abstencionista de los anarquistas y el error estratégico de las izquierdas al concurrir separadamente; y el principio del bienio radical-cedista (1933-1935), al participar en coalición todo el amplio espectro de las derechas.
Centrándonos en los hechos acaecidos en Casas Viejas es innegable que su origen fue fruto de la injusticia social y la explotación económica que se venía arrastrando y padeciendo desde hacía siglos. Pero también es cierto que aquella tragedia comenzó con una revuelta armada e ilegal contra el orden y la ley vigentes, cuestión importante que suele obviarse.
La primera violencia y acto de ilegalidad que se ejerció al amanecer del miércoles 11 de enero de 1933 fue el ataque, a tiro limpio, contra la casa-cuartel de la Guardia Civil. Allí residían los agentes de la autoridad que bajo mandato del gobierno de la República tenían encomendada la misión de velar por la legalidad constitucional aprobada por las Cortes constituyentes el 9 de diciembre de 1931.
Curiosamente, este acto de disparar masivamente contra la casa-cuartel, es el de todos los acaecidos en los trágicos hechos de Casas Viejas, al que menos importancia se le suele dar por quienes escriben sobre aquellos sucesos. Durante la Segunda República numerosas casas-cuarteles de la Guardia Civil fueron atacadas y eso tiene poco de convivencia democrática. En este caso, el comunismo libertario había sido proclamado unilateralmente por un grupo de revolucionarios armados y sí o sí, había que imponerlo por la fuerza de las escopetas. Quien se opusiera a ello debía ser abatido por el fuego de las mismas.
Los componentes del puesto de la Guardia Civil, un sargento y tres guardias, representaban entonces la legalidad constitucional republicana. Pero eso preocupaba muy poco a quienes en número muy superior dispararon sobre ellos y sus familiares, pues no debe olvidarse que dentro de la casa-cuartel había mujeres y menores. Esto no pareció importarles mucho a los atacantes. Afortunadamente, desde el interior pudieron romper a golpes la endeble pared que les separaba del edificio contiguo y refugiarse las familias en éste.
Mientras tanto, el ataque continuó hasta la llegada, sobre la una y media de la tarde, de refuerzos de la Guardia Civil procedentes de Medina Sidonia. Tras intenso tiroteo se produjo la desbandada de los agresores. El sargento comandante de puesto, Manuel García Álvarez, y uno de los guardias, Román García Chuecos, habían resultado mortalmente heridos por los disparos de los rebeldes, falleciendo poco después, así como resultando heridos leves los otros dos guardias. También hubo que lamentar durante el tiroteo la muerte de un vecino y dos más heridos, todos ajenos al ataque, por disparos de quienes habían acudido en auxilio de los asediados.
Lo que sucedió seguidamente es sobradamente conocido. Sobre las dos de la tarde llegaron más refuerzos, esta vez en su mayoría pertenecientes a las Secciones de Asalto del Cuerpo de Seguridad (antecedente histórico de la Policía Nacional) bajo el mando de un teniente, Gregorio Fernández Artal, procedentes de San Fernando, donde se hallaban concentrados en previsión de incidentes por una huelga declarada de ámbito nacional.
Comenzaron registros y detenciones hasta llegar al famoso casarón de “Seisdedos”, Francisco Cruz Gutiérrez, donde se atrincheraron con él algunos parientes y vecinos. La mayoría, incluido el patriarca, no había participado en el ataque.
Se intentó entrar y detenerlos. Respondieron a tiros y cayó muerto el guardia de seguridad Ignacio Martín Díaz, resultando otro herido. Comenzó el cerco y el intercambio de disparos. Sobre las ocho de la tarde llegó otro refuerzo de guardias civiles y dos horas más tarde el delegado gubernativo con un pequeño grupo de guardias civiles y de seguridad que portaban una ametralladora y granadas de mano. Continuó el tiroteo y dos cabos de seguridad resultaron heridos por disparos de escopeta.
De madrugada llegó el fatídico capitán Manuel Rojas Feigenspan al frente de un nutrido grupo de fuerzas de Asalto del Cuerpo de Seguridad, destinadas en Madrid y enviadas a Jerez de la Frontera por la huelga citada. Ordenó la barbarie de quemar el casarón con sus defensores dentro. Dos personas escaparon y ocho perecieron. La mayoría no había participado en el ataque al acuartelamiento.
Horas mas tarde Rojas ordenó nuevos registros y detenciones, practicándose catorce más, resultando muerto otro vecino ajeno al ataque. Sólo dos detenidos estuvieron en él. Doce de ellos, cuando estaban engrilletados ante el casarón, fueron despiadadamente asesinados por los guardias de seguridad a tiros iniciados por Rojas. Éste sería condenado inicialmente a 21 años de prisión, siéndole posteriormente rebajada sensiblemente la pena. Los otros dos detenidos se salvaron gracias al guardia civil Juan Gutiérrez López que los libertó presintiendo lo que iba a suceder.
Han transcurrido ya noventa años de toda aquella barbarie. ¡Ojala nunca se hubiera producido un caso Casas Viejas ni derrota alguna!.
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