Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en Diario de Cádiz, el 22 de mayo de 2011, pág. 32.
El original está ilustrado con una fotografía en blanco y negro.
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El original está ilustrado con una fotografía en blanco y negro.
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El pasado 6 de noviembre falleció en Cádiz, a los 92 años de edad,
Porfirio Hidalgo Rodríguez, un teniente retirado de la Guardia Civil, cuya
memoria se ha rescatado gracias a un ameno cuaderno autobiográfico de relatos
encontrado por su hijo Miguel, donde cuenta sus vivencias más interesantes en
la Benemerita gaditana.
Zamorano de nacimiento, llegó a nuestra provincia en junio de 1941 tras
ingresar en dicho Cuerpo. Atrás quedaba la dura experiencia de la guerra civil
en la que se había visto obligado a participar como soldado en los frentes de
Madrid y Extremadura al ser movilizada su quinta.
A partir de entonces y durante los siguientes 70 años, su vida discurriría
en la provincia de Cádiz, donde contraería matrimonio en 1943 con la joven de
Rota, Regla Sordo Martínez, y donde nacerían sus tres hijos, Mª Luz, Miguel y
Gloria.
Su trayectoria profesional le llevó a recorrer durante tres décadas la
geografía gaditana. Como guardia civil estuvo destinado en los puestos de El
Puerto de Santa Maria (1941) y de Medina Sidonia (1943); como cabo en los de
Alcalá de los Gazules (1947), Olvera (1952) y El Bosque (1954); como sargento
en el de Villamartin (1959); como brigada en los de Sanlucar de Barrameda
(1962) y Arcos de la Frontera (1964); y como teniente en Olvera (1966) y en la
Agrupación Temporal Militar para servicios civiles en Cadiz (1969) hasta que en
1971 se retiró por cumplir la edad reglamentaria, viviendo los cuarenta años
siguientes en la capital gaditana.
Entre sus interesantes relatos, valgan los siguientes como botones de
muestra. El primero aconteció en 1941 cuando Porfirio iba de servicio con el
guardia civil Barreira en uno de los barcos que unía diariamente Cádiz con El
Puerto de Santa Maria. Estaban próximos a la costa, cuando el casco de la nave,
que iba llena de pasajeros, chocó contra el ancla de una dragadora abriendo una
enorme vía de agua y comenzó a hundirse, dando bandazos y provocando escenas de
pánico. La sirena empezó a sonar y los dos guardias a disparar al aire con sus
pistolas para llamar la atención en tierra firme. Afortunadamente el barco
encalló y dos pesqueros acudieron a su rescate sin que hubiera victimas, ya que
muchos pasajeros no sabían nadar.
El segundo data de 1948, cuando se encontraba en Alcalá de los Gazules y
se incorporó el brigada Manuel Barea como comandante del puesto. Eran tiempos
en los que la Guardia Civil libraba en los montes una guerra, silenciosa y
silenciada, contra la guerrilla antifranquista. Su jefe en la provincia de Cádiz
era precisamente un antiguo guardia civil, Bernabé, más conocido como
“comandante Abril”, al que DIARIO DE CADIZ, ha dedicado ya más de un articulo.
El brigada había estado destinado antes de la guerra como guardia junto a
Bernabé. Una noche contó que estando en la serranía de Ronda, una pareja de
servicio detuvo a una mujer a la que habían intervenido varios kilos de café de
contrabando de Gibraltar. Al ordenar que instruyeran el correspondiente acta,
la reconoció como la esposa de su antiguo compañero Bernabé, tras el cual
estaban todos los guardias civiles. La llevó a su domicilio en la casa-cuartel
donde su esposa la abrazó emocionadamente. Las separaba una guerra civil y las
unía la amistad de antaño. Se quedó a cenar y dormir alli mientras el brigada
pidió a la pareja que al tratarse de la mujer de un antiguo compañero que
estaba pasando mucha necesidad, rompieran el acta instruida y devolvieran el
café aprehendido. Aquello pudo haberles costado la expulsión del Cuerpo a los
tres y muy posiblemente el encarcelamiento al brigada, pero lo hicieron. Días después
un cabrero entregó en el acuartelamiento una nota donde el propio Bernabé daba
las gracias.
El tercer relato se desarrolló en 1955 en El Bosque, donde el dueño del
único estanco denunció que le habían sustraído 500 pesetas que por aquel
entonces era el sueldo mensual de un guardia civil. Como sospechoso fue
detenido un joven del pueblo al que ya habían sorprendido llevándose un saco de
aceitunas de un olivar y que esa misma mañana había estado en el estanco. Como
el detenido insistía en su inocencia, Porfirio siguió investigando,
consiguiendo detener finalmente al verdadero culpable, que era un joven de buena
reputación de la localidad.
La cuarta historia data de 1959 en Villamartin, donde el propietario de
una finca denunció que el esposo de la hija del encargado había encontrado
enterrada una vasija dorada. La escondieron en su dormitorio dentro de un cántaro
para intentar venderla cuando él regresara de Francia tres meses después ya que
tenía que ir a trabajar allí. Cuatro días después de marcharse, la esposa
encontró el cántaro roto y la valiosa vasija desaparecida. Realizada la
inspección ocular, Porfirio no encontró ninguna huella de ladrones pero al
reconstruir los trozos del cántaro, comprobó que era imposible que hubieran
podido meter la vasija en su interior. La mujer terminó confesando que todo se
lo había inventado porque echaba de menos a su esposo y pensó que así la Guardia
Civil se lo traería enseguida para que declarase como testigo.
Y el quinto y último relato de este articulo, que no de las memorias del
teniente Porfirio, ocurrió en Arcos de la Frontera en 1963, donde hubo riesgo
que se produjera una grave alteración del orden publico. Con motivo de la feria
anual, el ayuntamiento había instalado una plaza portátil para una novillada,
vendiéndose todas las entradas. Sin embargo, el alcalde poco antes del inicio,
confesó que la ganadería contratada no iba a traer los novillos ya que se
habían peleado por el precio final. Como solución había decidido mandar un
camión a la Finca Posadas para traerse seis novillos y evitar protestas. Pero
la realidad es que al llegar a la plaza el camión, sólo había en sus jaulas
seis becerros que era lo único que encontraron. Los altercados iban a ser
seguros pero una providencial y torrencial lluvia permitió al alcalde suspender
la corrida y devolver el dinero de las entradas sin que el público se enterase
ni la cosa pasara a mayores.
Y así finalizamos estas memorias que son más
amplias pues por no faltar hubo hasta un descarrilamiento del tren Madrid-Cádiz
en febrero de 1966, en el que viajaba Porfirio y donde hubo varios muertos y
heridos, aunque eso es ya otra historia.
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