Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 22 correspondiente al mes de marzo de 2014, del Boletín "Stabat Mater", págs. 34-35, de la Venerable Hermandad y Antigua Cofradía de Penitencia de Nuestra Señora de la Soledad, Santísimo Cristo de la Redención descendido de la Cruz en su Traslado al Sepulcro y San Juan Evangelista, en San Fernando (Cádiz).
El original está ilustrado por una fotografía en blanco y negro.
Cuando recibí la
petición de escribir un breve artículo sobre tan ilustre personaje para el
Boletín de la Hermandad, tengo que confesar que sentí una gran responsabilidad
y lo consideré todo un honor que agradezco muy sinceramente a la Junta.
Responsabilidad
por lo que entraña intentar enriquecer el conocimiento de los miembros de la
Hermandad sobre el titular de las dos Cruces Laureadas de San Fernando que cada
Viernes Santo luce Nuestra Señora de la Soledad.
Y honor por lo
que de reconocimiento tiene por parte de la Junta al ser depositario de tan
preciadas condecoraciones castrenses en nombre de su hija, Casilda Varela de
Ampuero, y de su nieto y actual III Marqués de Varela de San Fernando, José
Enrique Varela Urquijo.
Dado el breve
espacio disponible en el Boletín y la magnitud de la impresionante biografía de
nuestro protagonista, que llegó a ser Ministro del Ejército y ha dado lugar
incluso a tesis doctorales y voluminosos libros, me centraré en aquellas vicisitudes
que puedan ser de mayor interés para los hermanos de la Soledad.
El bilaureado
General Varela, cuya figura ecuestre preside nuestra plaza del Rey, desde 1946
como Hijo Predilecto de San Fernando, título otorgado por el Ayuntamiento el 13
de junio de 1923, nació en nuestra ciudad el 17 de abril de 1891.
Su padre se llamaba
Juan Varela Pérez y era sargento de la banda de cornetas del Primer Regimiento
de Infantería de Marina y su madre era Carmen Iglesias Pérez, teniendo tres
hermanas llamadas Ángeles, Elena y Carmen.
Bautizado en la
Iglesia Castrense de San Francisco, celebró su primera comunión en las
Carmelitas de la Caridad, cursando la mayor parte de sus estudios en el Colegio
de los Hermanos de la Doctrina.
Desde niño quiso
ingresar en la Academia de Infantería, pero la modesta situación económica familiar
se lo impidió cuando contaba 14 años de edad. Por ello, primero fue educando de corneta en la banda de su padre
y posteriormente soldado, cabo y sargento de dicho Cuerpo, pudiendo por fin
ingresar, en 1912, cuando contaba ya 20 años de edad, como cadete en el Alcázar
de Toledo.
Tres años más
tarde obtuvo el despacho de Segundo Teniente siendo destinado a Melilla, donde
pronto pasó a una de las unidades más combativas en primera línea: el Grupo de
Fuerzas Regulares Indígenas nº 4 de Larache.
Enseguida
recibió su bautismo de fuego y pocos meses después le fue concedida su primera
condecoración de campaña. Ascendido en 1917 a Primer Teniente continuó en Regulares,
tomando parte en cuantas operaciones se realizaron.
Dos años después sufrió la
primera de sus seis heridas de guerra en Marruecos. Recibió un disparo que le
atravesó el brazo izquierdo, negándose a ser evacuado al hospital, al rescatar
al frente de su sección el cuerpo de un cabo español y su fusil que estaban
siendo llevados por el enemigo.
El teniente
Varela continuó persiguiendo en todo momento los puestos de mayor riesgo y
fatiga, que bien pronto y de forma inigualable, le hicieron acreedor a las dos
Cruces Laureadas de San Fernando, las cuales solían concederse a título póstumo,
pues no era habitual sobrevivir a la acción recompensada. De hecho fue el único
en lucirlas en la categoría de oficial.
La primera la
ganó el 20 de septiembre de 1920 al mando de una sección de veinte hombres atacando
la cueva de Ruman (Larache) donde el enemigo se había hecho inexpugnable.
Cuando la conquistaron sólo quedaban en pie Varela y cuatro de los suyos.
Poco después
acreditaba nuevamente su extraordinario valor y heroísmo con motivo de la
defensa de la meseta de Abdama, acontecida el 12 de mayo de 1921. Aquel día, de
los 87 hombres que componían su compañía fueron baja 4 oficiales y 50 de tropa,
manteniéndose en la posición al mando del resto de la fuerza sin perder un
palmo de terreno aún a pesar de los fortísimos ataques lanzados por el enemigo.
Ascendido en 1921
a Capitán por méritos de guerra, el propio Rey Alfonso XIII le impuso las dos
Laureadas en Sevilla el 15 de octubre del año siguiente, tras un solemne acto
de entrega de una bandera a su Grupo de Regulares. Dicha enseña fue concedida como
premio al heroísmo de dicha unidad, que hasta entonces había sufrido 140 bajas
de jefes y oficiales así como más de 1.500 de tropa.
Fruto del
entusiasmo popular y el ensalzamiento de la prensa, se fueron rindiendo uno
tras otro numerosos homenajes al bilaureado oficial que se convirtió en el
héroe de España.
Procedía de una
familia muy modesta, se le consideraba miembro del pueblo llano y por méritos
propios a golpe de valor y bizarría había destacado entre todos. Su
generosidad, simpatía y locuacidad gaditana, hacían la delicia de propios y
extraños.
Sin embargo todo
ello no deslumbró a Varela, cuya sencillez fue siempre una de sus mejores
virtudes, llegando incluso a declinar cortésmente el Ducado de Rumán y el
Marquesado de Abdama que le ofreció Alfonso XIII tras los actos de Sevilla.
El
Rey, lejos de ofenderse resaltó semejante muestra de modestia y lo nombró, ya
sin derecho a réplica, Gentilhombre de Cámara y dispuso además su ingreso en la
Real Maestranza de Caballería de Sevilla.
Asimismo, por
iniciativa popular de los vecinos de San Fernando, se le regaló una lujosa
espada-sable, damasquinada en oro y con el escudo de la ciudad grabado en su
cazoleta.
En su hoja y flanqueada entre dos laureadas se grabó con letras de
oro: "Los ciudadanos de San Fernando
al heroico Capitán Excmo. Sr. D. José Enrique Varela Iglesias". El
cuidado estuche de madera noble que lo contenía tenía la siguiente dedicatoria:
"Al heroico hijo de San Fernando,
Excmo. Sr. D. José Enrique Varela Iglesias, Capitán del Ejército Español".
Aquellos fueron
los primeros pasos de una de las más brillantes trayectorias militares
españolas del siglo XX. Finalmente, lo que no pudieron las balas, lo logró una
cruel enfermedad.
El 24 de marzo de 1951, cuando todavía no había cumplido los
60 años de edad, siendo Alto Comisario de España en Marruecos, falleció de un
largo y silencioso proceso de leucemia en Tánger.
Su cuerpo fue
trasladado a Tetuán, residencia de la Alta Comisaría, y seguidamente a Ceuta
para desde allí, en un buque de guerra español, hasta Cádiz.
El día 27 fue enterrado
con la única mortaja del hábito de la Orden Terciaria Franciscana, a la que
pertenecía -pues siempre fue hombre de profundas y católicas convicciones- en
su ciudad natal, siéndole rendidos honores de Capitán General, en medio de un
impresionante duelo popular como nunca antes se había conocido en San Fernando.
El mismo 24 se
dictó un decreto de la Jefatura del Estado, concediéndole el empleo de Capitán
General del Ejército, ya que "Justo
es de quien en vida tanto dio y honró a su Patria, ésta le rinda el máximo
homenaje elevándole la suprema categoría en el Ejército".
También se
le concedió para si y sus descendientes el título de Marqués de Varela de San
Fernando, que actualmente ostenta su nieto José Enrique.
Han transcurrido
desde entonces más de 60 años y su figura -al margen de connotaciones demagógicas-
sigue siendo una de las más brillantes de la Historia Militar española y de la
de su ciudad natal.
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