Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 319 correspondiente al mes de enero de 2009, de la Revista "ARMAS", págs. 82-89.
El original está ilustrado por veintiocho fotografías en color.
Expuestos en el número anterior de
ARMAS, los fondos que se conservan de nuestra Guerra Civil (1936-1939), nuevamente
es el “Forum europeo de los Conflictos
contemporáneos” del Museo Real del Ejército y de Historia Militar de
Bélgica, el protagonista de estas páginas, si bien esta vez, dedicado al gran espacio
referido a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Al igual que cuando en ARMAS nº 317
se trató el contenido de la sala de dicho museo referente a la Primera Guerra
Mundial (1914-1918), la historia –en casi todos sus aspectos- vuelve a
repetirse.
El territorio belga fue otra vez invadido y ocupado rápidamente por
las tropas alemanas, pasando a constituir, sobre todo en el periodo de su
reconquista por los Aliados, escenario de alguna de las batallas más
importantes que se libraron en el teatro de operaciones europeo.
Por tal motivo es lógico, tanto el
interés de los belgas por dicho periodo de su historia reciente como la gran
cantidad y variedad de armamento, uniformes y pertrechos de esa época que se
exponen en su museo.
Muy buena parte de todo ello se trata del mismo que fue
utilizado por ambos bandos contendientes y que fue recuperado, de una u otra
forma, para conocimiento y disfrute del público en general así como de los
aficionados a la historia y al armamento militar en particular.
Bélgica y la II Guerra Mundial.
El conflicto dio comienzo el 1 de
septiembre de 1939 con la invasión de Polonia por parte de Alemania. Al tener
aquella nación firmado meses antes un pacto de mutua defensa con Francia e
Inglaterra, vista la política expansionista germana, se dio un ultimátum de dos
días para retirarse.
Transcurrido dicho plazo, sin que se cumpliera, Inglaterra,
Australia, y Nueva Zelanda declararon formalmente la guerra a Alemania, haciendo
seguidamente lo mismo Francia, Canadá y Sudáfrica.
De poco sirvió ello, ya que el 8 de
septiembre las tropas alemanas alcanzaban Varsovia y el día 17 de ese mes,
Polonia era atacada por sorpresa por la Unión Soviética como consecuencia de
una cláusula secreta del “Pacto de no
agresión” o también conocido como “Pacto Ribbentrop-Molotov” (ministros de asuntos exteriores germano y
ruso respectivamente) que había firmado con Alemania el día 23 del mes anterior.
Atacadas por dos frentes, el 6 de
octubre las últimas unidades polacas se rendían. Tras la conquista de este país
y la llegada del invierno de 1939–1940, apenas se produjeron enfrentamientos en
la zona occidental del teatro de operaciones europeo, dando lugar a un periodo
que sería conocido como la “guerra de
broma” (“drôle de guerre” o
“ Sitzkrieg”), tal y como fue bautizada por la prensa de la
época.
En cambio en la
zona oriental, los rusos atacaron Finlandia el 30 de noviembre, que si bien no llegó
a ser conquistada dada la fuerte resistencia ofrecida, si se vio obligada a
firmar un tratado de paz y ceder diversas a la Unión Soviética diversas zonas
fronterizas estratégicas.
A su vez Alemania,
con la llegada de la primavera de 1940, comenzó nuevamente a movilizar sus
ejércitos, iniciando a partir del 9 de abril la invasión de Dinamarca y
Noruega. La primera fue conquistada enseguida y la segunda, a pesar de la ayuda
británica, terminó también por ser derrotada y ocupada.
Mientras tanto
Bélgica, al igual que otros países europeos, se había declarado neutral desde
el comienzo de la invasión de Polonia, intentando permanecer al margen del
conflicto que acababa de producirse.
De hecho, a pesar
de haber sufrido la invasión alemana y sus terribles secuelas durante la
Primera Guerra Mundial, así como haber recibido en compensación algunos puestos
estratégicos y un mandato sobre parte de las antiguas colonias germanas en
Africa, que podrían haber hecho que se inclinara a favor de los Aliados, no
mostró beligerancia ni hostilidad alguna frente a su antiguo enemigo, llegando
a existir incluso, corrientes de simpatía.
Pero la realidad
era que el conflicto no había hecho más que empezar. Poco después, Alemania
terminó por lanzar su ofensiva en el frente occidental, concretamente el 10 de
mayo de 1940, comenzando la invasión de Bélgica, Luxemburgo, Holanda y Francia.
La “blitzkrieg” o “guerra relámpago” materializada por las
tropas germanas alcanzó su máxima expresión en las semanas siguientes.
Holanda fue
prácticamente arrollada y Bélgica, poco más de dos semanas después,
concretamente el 27 de mayo, solicitaba el armisticio, por decisión unilateral
del rey Leopoldo III, que no contó con la opinión del gobierno presidido por Paul-Henri
Spaak.
El ejército belga, que inicialmente y a pesar de su manifiesta
inferioridad en recursos humanos y materiales frente al poderoso adversario, se
había resistido al avance alemán, terminó por rendirse a estos. Mientras tanto
el monarca, comandante en jefe del ejército, quedaba recluido en su palacio de
Laeken.
Bélgica fue
rápidamente y ya sin resistencia alguna, ocupada por el ejército germano. Atrás
quedaban hechos de armas que han pasado a formar parte de los libros de
historia como la del fuerte belga de Eben Emael, que tenía fama de inexpugnable
y que estaba ubicado cerca de la ciudad holandesa de Maastrich.
Sus restos
pueden visitarse hoy día así como un interesante museo de armas, uniformes y
pertrechos de la época. En su interior murieron buena parte de los defensores
como consecuencia del intrépido y sorpresivo ataque de paracaidistas alemanes
que aterrizaron sobre él, abordo de aviones planeadores y la estudiada utilización
de potentes “cargas huecas” explosivas
contra los recios muros y cúpulas de hormigón de la fortaleza, no sirviendo
para nada los numerosos cañones y ametralladoras con que estaba dotada. Y todo
aquello ocurrió apenas 24 horas iniciada la invasión.
Finalmente, restos
del ejército belga que no quisieron entregar las armas, junto a tropas
expedicionarias británicas que habían sido enviadas en apoyo de sus aliados,
así como unidades del ejército francés, derrotadas, perseguidas y acorraladas
por las fuerzas acorazadas alemanas en las playas francesas de Dunquerke,
terminarían por ser evacuadas a Inglaterra “in
extremis”, en un número aproximado de 340.000 efectivos.
Hoy día todavía no
están claras las razones por las cuales Hitler ordenó detener a pocos
kilómetros el avance de su ejército sobre dicho punto y permitir la evacuación
de tan importante número de soldados que terminarían volviendo a ser empleados
contra él.
Entretanto, aunque
una parte de la población belga comulgaba con la actitud de su rey, la mayor
parte se encontraba en desacuerdo, formándose un gobierno en el exilio, primero
en Francia, y tras ser invadida ésta por Alemania y capitular el 22 de junio,
tuvo que huir a Inglaterra, desde donde pidió la abdicación del monarca tachado
de traidor.
Ajeno a ello, en el
mes de noviembre, Leopoldo III se reunió con Hitler consiguiendo algunas
mejoras para la población y la liberación de unos 50.000 soldados belgas que se
encontraban prisioneros, lo cual lejos de ser considerado un intercesión
humanitaria del monarca en favor de sus tropas cautivas fue considerado por los
opositores a la presencia alemana como un inequívoco signo más de
colaboracionismo con el invasor.
Los belgas
terminaron por dividirse. Mientras la mayoría no tenía más remedio que soportar
la ocupación germana, adquirieron protagonismo dos sectores bien diferentes y
enfrentados.
Uno, manifiestamente favorable a los alemanes, estuvo representado
por la mayoría de los militantes y simpatizantes del Partido Rexista, de
ideología profundamente anticomunista, liderado por Leon Degrell (tras la
guerra huiría a España donde permaneció hasta su muerte en Málaga en 1994), mientras
que el otro sector estaría encarnado por la “Resistencia”, que aglutinaría a ciudadanos belgas de diversas
ideologías, si bien los comunistas tendrían un peso específico, a los que unía
su espíritu de liberación nacional y de lucha contra el invasor extranjero.
Durante la
contienda, Bélgica sufrió numerosos ataques aéreos de los Aliados que causaron
numerosas víctimas entre la población civil.
En otoño de 1944 comenzó la
reconquista del territorio belga, si bien dicho país sería escenario todavía de
numerosos combates, siendo una de las más importantes batallas del escenario
occidental europeo, la de Las Ardenas, librada en el mes de diciembre. Vestigio
de aquello es hoy día el interesante museo ubicado en la localidad belga de La
Gleize y que ya fue objeto de un artículo en ARMAS nº 313.
Antes de la total
liberación del país, con el repliegue de las tropas germanas, Leopoldo III, que
había sido forzadamente evacuado, primero a Alemania y después a Austria,
terminando por pasar a Suiza, nunca más volvería a ser aceptado por la mayoría
de los belgas, que no perdonarían su colaboracionismo con el invasor germano, terminando
por verse obligado –tras un periodo de exilio- a abdicar en 1951 en beneficio
de su hijo Balduino.
Más de cinco años después de su
comienzo, concretamente el 2 de mayo de 1945, finalizaba, tras la rendición de
Alemania, el conflicto mundial en el teatro de operaciones europeo (algunas
unidades germanas lo harían algunos días más tarde), prolongándose todavía la
guerra en el teatro asiático hasta el 2 de septiembre siguiente, fecha en la
que finalmente se rindió Japón (algunas unidades niponas se rendirían días
después).
Atrás quedaba la contienda más
brutal que hasta el momento ha conocido la Humanidad, con más de setenta países
participantes, de una u otra manera, así como más de cincuenta millones de
muertos.
El Museo de Bruselas.
La gran cantidad de armamento,
uniformes, vehículos, pertrechos y efectos relativos a la Segunda Guerra
Mundial que se exponen en el recinto museístico de Bruselas es imposible de ser
reseñado, siquiera fotográficamente en estas páginas, si bien sirven de pequeña
muestra las imágenes que las ilustran.
Todos esos fondos se hayan
expuestos en la llamada sala “Halle
Bordiau”, denominada así en honor de su arquitecto, el belga Gédéon
Bordiau, y cuya altura interior llega a alcanzar los 35 metros, llamando la
atención las construcciones arqueadas y los rosetones de las ventanas.
En su interior se pueden distinguir
perfectamente diversos espacios o zonas, diferenciándose los dedicados a la propia
experiencia y vicisitudes belgas, de los del resto de países contendientes.
Así
entre los primeros se encuentran varias salas, con sus correspondientes
vitrinas, recreaciones y dioramas, referentes a la ocupación alemana de
Bélgica, la vida cotidiana de su población con sus restricciones y carencias,
la actuación del movimiento de “resistencia”
contra el invasor, la colaboración de los rexistas de Degrell y la tragedia de
la deportación de los judios belgas y los campos de concentración a los que
fueron enviados.
Otra parte muy importante está
dedicada al ejército alemán y al resto de países contendientes, incluido por
supuesto el propio belga. Destaca la gran variedad de armamento portátil (alguno
muy poco conocido), uniformes, pertrechos y efectos que que exponen en cada
vitrina, perfectamente clasificada por países, y que como es habitual en todo
el museo, se halla perfectamente identificado y explicado, tanto en francés
como en neederlandés, las dos principales lenguas oficiales de Bélgica.
También es de destacar la colección
de piezas de artillería de campaña y antiaérea, morteros y otras armas de
apoyo, así como ametralladoras pesadas y vehículos militares que el visitante
puede contemplar, llegando a formar parte, con frecuencia, de recreaciones y
diaromas, de tamaño real y gran veracidad, que escenifican momentos de la vida
en campaña y de los combates que entonces se libraban.
Por último, mencionar también la
gran cantidad de planos, carteles, pasquines, periódicos, revistas, documentos,
efectos, utensilios, etc., correspondientes a aquella época, que también se
conservan allí y que sirven para ambientar y satisfacer el conocimiento o la
curiosidad de cuantos visitan esa zona del museo.
En definitiva, los numerosos fondos
de la Segunda Guerra Mundial que se exponen en el Museo de Bruselas, pueden
enmarcarse en el grupo de las colecciones más interesantes y mejor conservadas que
existen en la Europa continental y que desde luego bien merecen su visita por
los aficionados y estudiosos de la historia de dicho conflicto.
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