Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 318 correspondiente al mes de diciembre de 2008, de la Revista "ARMAS", págs. 66-70.
El original está ilustrado por diecisiete fotografías en color.
El estallido de la
Guerra Civil española en julio de 1936 causó una profunda conmoción en una
Europa que estaba viviendo importantes cambios políticos y sociales, no exentos
de peligrosas tensiones. Aunque algunos ya entonces lo vaticinaban, y la
mayoría intentaba evitarlo, se estaba caminando hacia un nuevo conflicto en el
teatro europeo que comenzaría apenas tres años después, concretamente el 1 de
septiembre de 1939.
En cada país hubo
opiniones y reacciones diferentes, no sólo de carácter gubernamental y
diplomático, sino también entre sus habitantes, teniendo gran influencia el
tipo de sistema político que imperase (monarquía o república), su régimen
(democracia o dictadura) e incluso las creencias religiosas que se profesaran.
Uno de esos países,
en donde se produjeron fuertes controversias de muy diverso tipo, fue Bélgica,
un país democrático y monárquico cuyo jefe de estado era el rey Leopoldo III.
La postura oficial en los primeros meses del gobierno belga, presidido por Paul
van Zeeland, fue similar a la de la mayoría de las naciones europeas, es decir,
continuar manteniendo relaciones oficiales con el gobierno republicano español
y sumarse a las medidas de no intervención que propuso su vecino francés, para
evitar la exportación a dicho territorio de toda clase de armas y material de
guerra.
La decisión y la situación no eran fáciles.
Bélgica tenía entonces intereses comerciales muy importantes en España, que estaban
repartidos en diversas empresas ubicadas en las zonas ocupadas por ambos
bandos, y que según el historiador Francisco Olaya Morales, en su obra “La intervención extranjera en la Guerra
Civil” (Ediciones Madre Tierra, 1990), alcanzaban oficialmente el valor de
450 millones de francos belgas de la época, aunque realidad era más. Por todo
ello convenía mantenerse neutral hasta que la balanza se inclinara en uno u
otro sentido.
Sin embargo la realidad y el “ambiente” era otro bien diferente,
habiendo llegado a afirmar, por quien fuera nombrado en septiembre de 1936,
embajador de la República española en Bruselas, Angel Ossorio Gallardo, en sus
memorias (Editorial Tebas, 1975), que la Casa real, la aristocracia, el alto clero
y el ministro de asuntos exteriores belga, eran hostiles a los republicanos.
Frente a esa postura, similar a la mantenida
por buena parte de la población católica y conservadora belga, simpatizante de
los sublevados, surgió entre las izquierdas del país una corriente de manifiesta
simpatía y apoyo a la causa republicana, cuya máxima expresión fue la marcha a
España, de voluntarios que pasaron a integrarse en las Brigadas Internacionales
junto a los voluntarios franceses en los batallones “Commune de Paris”, “André
Marty” y “Louise Michel”.
Al tenso clima de obligada neutralidad hubo
que sumar un grave suceso que estuvo a punto de desencadenar la ruptura de
relaciones diplomáticas entre España y Bélgica y que, a la larga, supuso un
gran deterioro de la imagen internacional del gobierno de la República. Se
trató del asesinato del Barón Jacques de Borchgrave, agregado diplomático de la
embajada belga en Madrid, cuyo cadáver apareció el 28 de diciembre de 1936 en
una fosa común de Fuencarral.
Al parecer la causa de ello, según relata la
profesora Marina Casanova Gómez en su trabajo “Las relaciones diplomáticas hispano-belgas durante la guerra civil
española: el caso del barón de Borchgrave” (UNED, 1992), fue por infiltrarse entre los brigadistas belgas que defendían la capital
madrileña y haber organizado una deserción masiva de los mismos. La noticia del
crimen motivó una campaña de prensa en Bélgica que conmocionó a su sociedad y
se produjeron graves tensiones y cruces de acusaciones entre ambos gobiernos.
Un ejemplo de la división de opiniones y
sentimientos que dividieron a la sociedad belga respecto a la Guerra Civil
española es el libro titulado “Croisade
pour l’Occident”, publicado en Bruselas en 1938 por Paul Neuray, director
del diario conservador y católico “La
Nation Belge”, enfrentado al diario comunista “La Voix du
Peuple”, desde el que, por contra, se criticaba con dureza la política de
neutralidad mantenida por el gobierno su país.
Paul Neuray terminaba dicha obra
lamentándose de que “la Bélgica oficial
no conoce a la España nacional mientras que la gran mayoría de los belgas la ha
reconocido desde hace mucho tiempo” así como que “el único gobierno español digno de ese nombre es el del general Franco.
Bélgica debe reconocerlo y dar una vez más, a otras naciones, ejemplo de buen
juicio e inteligencia política”.
El Museo de Bruselas.
En la inmensa Sala “Foro europeo de los Conflictos
contemporáneos” del Real Museo del Ejército y de Historia Militar de
Bruselas, existe una pequeña zona dedicada a la Guerra Civil Española (1936-1939),
compuesta por dos vitrinas y tres paneles. En las dos primeras se exponen
armas, uniformes, cascos, medallas, planos, etc., utilizados por ambos bandos
contendientes mientras que en los últimos se ilustra al visitante, en francés y
neerlandés, sobre la visión belga de dicho conflicto, en el que como ya se ha citado,
también combatieron voluntarios de dicho país.
Dado el interés por
saber como hoy día se recuerda y muestra en Bélgica la más trágica de nuestras
guerras civiles, bien vale la pena reproducir, una vez traducido, el texto de
dichos paneles.
El primero de
ellos, sirve de introducción para intentar explicar al visitante lo que fue aquella
contienda mientras que los otros dos prueban a hacer lo mismo respecto a los
dos bandos combatientes. Se esté o no deacuerdo con su contenido, es así como
el Museo de Bruselas cuenta nuestra historia, si bien hay que significar la
existencia de diversos errores, tanto en fechas como en algunas de las cifras
que se facilitan.
“La guerra civil española. Después de ocho
años de dictadura militar (Primo de Rivera), España se convierte en 1930 en una
república gobernada por una coalición moderada. Después de las elecciones de
1936, los partidos de izquierda y extrema izquierda se alían para formar un
gobierno de frente popular (Frente Popular). Esta victoria, en pleno periodo de
agitación social, provoca la reacción de los hacendados y propietarios apoyados
por una parte del ejército y de los grupos de extrema derecha. Juntos dan un
golpe de estado que abre la vía a una larga guerra civil (de julio de 1936 a
febrero de 1939) oponiéndose los Nacionalistas (de derechas) a los Republicanos
(o gubernamentales). La fuerte impronta ideológica del conflicto conduce a su
internacionalización. Ello servirá de laboratorio de experimentación a los
beligerantes de la Segunda Guerra mundial. Los Republicanos, apoyados por los
sindicatos, los trabajadores agrícolas y los autonomistas vacos y catalanes,
reciben relativamente poca ayuda. Stalin les proporcionó no obstante instructores,
carros y aviones. Por otro lado, varias docenas de millares de voluntarios,
sobre todo comunistas, venidos de 54 países diferentes, se organizan en
“brigadas internacionales”. Los Nacionalistas, por el contrario, reciben la
ayuda de tropas bien equipadas de Hitler (legión Cóndor) y de numerosos
refuerzos en efectivos y en material de Mussolini. Los países democráticos no
quieren que el conflicto se extienda. Sin embargo, antes de la instauración del
comité de no intervención (el 5 de septiembre de 1936) Francia entregará toda
clase de material a los Republicanos. Los numerosos enfrentamientos, bombardeos
aéreos y masacres colectivas causan la muerte de más de 600.000 hombres y el
exilio de más de 300.000 personas. Finalmente, Francisco Franco, general de las
tropas nacionalistas, se apoya en el clero y la aristocracia, conquista el
conjunto del país e instaura un régimen autoritario corporativo. Permanecerá en
su puesto hasta su muerte en 1975.”
La vitrina “republicana”.
El siguiente panel
está situado junto a la vitrina dedicada al bando republicano, en el que se
exponen un banderín utilizado por las Brigadas Internacionales, un mapa del
frente de Madrid perteneciente al VII Cuerpo de Ejército, un par de cascos de
origen soviético y checoslovaco utilizados en el ejército popular, unos
apósitos enviados por el cuerpo de sanidad belga al gobierno republicano, un
par de fotografías de la época y cinco pistolas.
Tres de ellas son
del 7’65 mm browning, correspondientes a las marcas Royal, Star y Llama, junto
a dos pistolas Astra, una del modelo 300 de 9 mm. corto y otra, modelo 901, de
7’63 mm. y dispositivo ametrallador.
Respecto al panel titulado
“Los Republicanos y sus aliados” su texto explicativo es el siguiente: “Los Republicanos son los partidarios del
gobierno del frente popular, llegados al poder tras las elecciones de 1936.
Como consecuencia del golpe de estado Nacionalista el ejército se divide. Sólo
la marina permanece mayoritariamente fiel a la república. Además, las milicias
republicanas se constituyen en determinadas provincias españolas. A menudo mal
equipadas, sufrieron una falta de entrenamiento y de conocimientos tácticos y
estratégicos limitados. Muy pronto esas milicias pudieron contar con la entrega
de material soviético (carros y aviones), mejicano, y al final de la guerra,
francés, así como con el apoyo de las brigadas internacionales (35.000 hombres
en total, controlados por la Komintern) que agruparon entre sus filas
intelectuales, aventureros, militantes comunistas o simples obreros. La mayor
vulnerabilidad del ejército republicano durante la guerra de España, reside en
la falta de coordinación entre los poderes provinciales y el poder central,
reflejo de disensiones políticas importantes.”
La vitrina “nacionalista”.
En su interior se
expone una cruz funeraria de una tumba de un soldado italiano desconocido
perteneciente a la Brigada “Flechas
Azules”, un casco de la legión portuguesa, un banderín conmemorativo de la
Legión Cóndor, una fotografía de la guardia mora de Franco, un uniforme completo
con casco incluido de un sargento del 21º Regimiento de Infantería, tres
condecoraciones diversas, una caricatura de Mussolini, así como una carabina
máuser modelo 1916 de 7 mm.
El panel que lo
ilustra se titula “Los Nacionalistas”
y su texto es el siguiente: “Los
Nacionalistas españoles se reclutan principalmente entre los monárquicos, los
católicos conservadores así como entre diversos grupos de extrema derecha
(falange fascista). Pueden contar igualmente con el apoyo masivo del ejército y
de algunos voluntarios extranjeros. Los Nacionalistas forman un grupo
fuertemente jerarquizado y potente. Desde el principio del conflicto una figura
emerge: el general Francisco Franco, futuro Caudillo (guía). Los Nacionalistas
recibieron una ayuda importante de Alemania, Italia y Portugal. Mussolini envió
cargamentos de armas y “voluntarios”cuyo número llegó hasta 70.000 hombres, así
como numerosos buques de guerra. Hitler, envía a España la “legión Cóndor”,
formada por alrededor de 20.000 hombres, acompañados de carros, aviones y de
una cantidad importante de material. Este espera ver la guerra eternizarse a
fin de desviar la atención de otros países sobre sus verdaderas intenciones. Es
más, el conflicto le servirá de campo de entrenamiento para probar nuevas armas
y nuevas tácticas. Así el bombardeo aéreo de grandes poblaciones civiles como Guernica
que se convierte en el símbolo de la acción terrorista organizada por los
alemanes.”
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