Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 272 correspondiente al mes de febrero de 2005, de la Revista "ARMAS", págs. 64-70.
Los originales están ilustrados por trece fotografías en color y cuatro en blanco y negro.
El 30 de agosto de 1939 la Unión Española de Explosivos emitía un informe confidencial para el general Varela, Ministro del Ejército, que comenzaba así: “La crisis internacional nos obliga a exponer la situación creada en lo que afecta a las fabricaciones de pólvoras y explosivos militares que nos están encomendadas, …”.
Dos días después, tropas alemanas invadían Polonia. La 2ª Guerra Mundial acaba de comenzar ...
España había sufrido una fraticida guerra civil de casi tres años de duración y el tenso ambiente que se respiraba al otro lado de los Pirineos estaba a punto de estallar como consecuencia de la firme política expansionista germana ante la debilidad de las democracias liberales europeas.
La situación económica e industrial española era caótica, lo cual dificultaba los intentos de reorganización armamentística que se habían diseñado desde el madrileño palacio de Buenavista, sede del Ministerio del Ejército. Las restricciones de todo tipo que se padecían desde la finalización de la contienda y sus consecuencias, fueron reflejadas desde el principio del mencionado informe: “Ha sido absoluta la prohibición de importar materias primas, que lleva como inmediata consecuencia a parar el 10 de septiembre las fabricaciones de pólvoras de Guerra que están en curso”.
Evidentemente la declaraciones el inicio de la contienda mundial distanció mucho más dicha fecha. La U.E.E. había previsto una alternativa consistente en la adquisición de “mineral Jelly”, un producto derivado de petróleos y de muy difícil sustitución, cuya composición en la pólvora debía ser al menos del 5%. España carecía del mismo pero si se podían obtener 100 toneladas, serían suficientes para producir 2.000 toneladas de pólvoras de cañón, que era la cantidad de reserva necesaria en los estudios realizados.
El informe, a pesar de la delicada situación del exterior, intentaba mantener una esperanzadora pero posibilidad de mejora ya que “si por fortuna tiene solución el problema internacional, la situación de acopios que se señala, tenderá a mejorar, …”. Sin embargo la situación no mejoró.
Respecto a la Trilita, el informe reconocía que si bien se estaba en esas fechas en disposición de producir 400 toneladas, “consideramos esta cifra como muy pequeña para las necesidades del Ejército y la Marina”. Otro material de singular importancia era el Tolueno, que “es de todos los productos empleados en fabricaciones de guerra, el primero que deja de exportarse ante el anuncio de la guerra, es el más estimable y la Nación que lo posea, estará tanto más preparada, cuanto más tenga de él”. España disponía de muy escasas reservas y su producción era mínima.
La Sociedad Unión Española de Explosivos, con las fábricas vizcaína de Galdácano así como la ovetense de Manjoya, “está atenta a estos problemas, que tanto afectan a la defensa, y hace lo necesario en la medida de sus fuerzas por acopiar materias primeras, y más tendría si no existieran las obligadas restricciones en la adquisición de las divisas necesarias”.
El importe de las materias primeras (tolueno, nitrato de sosa y de amoniaco, acetona y algodón linters) que se disponían a fecha 30 de agosto de 1939 ascendía tan sólo a 4.500.000 pesetas y según los detallados estados de producción de explosivos y pólvoras de primeras materias que se adjuntaban al informe, la cuantía para adquirir los productos necesarios para uno o dos años de fabricación, debía de ser de 13 millones de pesetas en divisas para el primer periodo o de 29 millones en el segundo caso.
La U.E.E. se ofrecía a reintegrar en su caso dichos anticipos, con los créditos pendientes de percibir del Estado por suministros al Ejército. Si la propuesta era aceptada “el Estado podría contar con 3.285 Tns. de Trilita y 2.555 Tns. de pólvora en un año, o bien, con 6.570 y 5.110 Tns. de uno u otro producto, si la previsión alcanzara a dos años de fabricación continua”.
En el primer caso el coste total de producción de ambas sustancias superaría, según las cotizaciones del momento en el mercado, la cantidad de 75 millones de pesetas mientras que en el segundo caso la cifra se elevaría hasta casi los 152 millones, es decir, unas cantidades muy respetables para la época.
Y todo ello considerando dichas necesidades en tiempo de paz ya que tal y como finalizaba el informe, “evidentemente serían escasas en caso de guerra”. En definitiva, si España a muy duras penas podía cubrir en estas materias sus previsiones durante la posguerra civil, era difícilmente pensable que pudiera afrontar en este ámbito, salvo importantes ayudas del exterior, su participación en una nueva contienda bélica de la envergadura de la que comenzaría apenas 48 horas después de redactarse el mencionado informe.
A modo de curiosidad mencionar que otras sustancias de interés como la tetralita, la dimetilanilina, el siliciuro de calcio o la bentonita, cuyas cantidades y necesidades quedaban recogidas en el reiterado informe, no suponían una especial preocupación en cuanto a su adquisición. Asimismo se hacía referencia a la producción de una nueva pólvora de cuadradillos, que se encontraba en periodo de ensayo.
Producción de fábricas militares y civiles.
Otro informe de significativa trascendencia era el de “Producción de Fábricas Militares y Civiles y existencias de pólvoras y explosivos en parques y maestranzas”, que si bien no consta en el mismo su fecha de emisión ni identifica su productor, parece elaborado por la Dirección General de Industria y Material del Ministerio del Ejército en el segundo semestre de 1939.
En ese momento las fábricas militares de pólvoras y explosivos en funcionamiento en España, se encontraban ubicadas en Granada, Murcia y Valladolid, bajo control y responsabilidad directa del Ejército, mientras que las fabricas civiles de Galdácano y Manjoya pertenecían a la U.E.E., bajo supervisión militar.
El informe, minucioso y con numerosos estadillos, está dividido en varios apartados. El primero trata sobre la capacidad mensual máxima de producción de pólvoras y explosivos (pólvora negra, nitrocelulosa, nitroglicerina, trilita, tetralita, amonal y dinamita). Así las capacidades máximas podían elevarse, caso necesario, hasta 75 toneladas de pólvora nitrecelulosa y 180 de trilita en Granada, hasta 180 toneladas de pólvora nitrecelulosa en Murcia, hasta 60 toneladas de trilita en Manjoya, hasta 405 toneladas de trilita en Galdácano y hasta 1.200 toneladas de amonal en Valladolid, “cuando la producción de aluminio en polvo lo permita”.
Otro apartado de significativo interés que constataba las carencias españolas eran las relaciones de necesidades de primeras materias para alcanzar la máxima producción de pólvoras y explosivos, con expresión de las cantidades concretas. Las de producción nacional nula eran las de nitratos amónico-potásico-sódico, acetona, vaselina, dimetilanina y estabilizantes mientras que se producían las de algodón, glicerina, difenilamina y toluol, aunque tal y como reconocía el informe, en cantidades insuficientes.
Otras sustancias necesarias para la fabricación de material de guerra –bajo control de la Jefatura de Material de Artillería, Armamento y Municiones- cuya capacidad de producción española era nula o insufiente eran las de chatarra de cobre e hierro, niquel, ferromanganeso, ferromolibdeno, ferrovanadio, cobalto, alumino, cobre, cobre y zinc electrolítico, estaño, widia, cromo, magnesita, piedras esmeril, carburos metálicos, vidrio óptico, celuloide transparente, amianto, caucho, crisoles de grafito, alambre de acero inoxidable, bismuto metal, cloruro de magnesio, acero amarillo y acero plata, cuyas cantidades se recogen también minuciosamente en otro de los apartados del extenso informe.
La situación real no podía ser más desalentadora aunque el informe no omite ninguna alternativa, pues “existen en España minerales más o menos pobres que si se pusieran en explotación bastarían en tiempo de guerra para compensar los déficits que existen actualmente”. Asimismo se contemplaban nuevas vías de suministro ya que “la instalación de la Real Compañía Asturiana de Minas, tendrá una capacidad de producción de zinc electrolítico de 6.000 Tm., al año, pero en el primer año no espera producir más que 4.000 Tm.”.
En el informe se detallaban qué materiales y en qué empresas y paises concretos se podían adquirir cada uno de ellos, tales como Alemania, Bélgica, Cuba, Estados Unidos, Francia, Holanda, Inglaterra, Italia, Portugal y Suecia. El inicio de la 2ª Guerra Mundial cerraría por razones obvias el acceso a todos estos mercados e incluso en el caso de las naciones amigas de ese momento –Alemania, Italia y Portugal- cuyas prioridades no contemplaban precisamente las nuestras.
Respecto a las municiones y artificios la capacidad de producción máxima diaria de las fábricas militares era de 4.400 granadas de obús/cañón, 5.500 espoletas, 6.000 estopines, 2.000 vainas de cañón, 300 granadas de morteros, 3.000 granadas de mano Laffitte, 2.500.000 cartuchos de 7 mm. y 7’92 mm., y 500.000 cartuchos de pistola. La capacidad máxima diaria de producción de la industria civil era de 29.580 granadas de obús/cañón, 48.760 espoletas, 31.669 estopines, 17.414 granadas de morteros y 36.183 granadas de mano Laffitte,. ¿Todo ello era suficiente para abastecer y reponer al Ejército sus consumos diarios si se entraba en el nuevo conflicto mundial?. Pues la respuesta es que en buena parte de los casos la situación sería bastante crítica.
Existencias en Parques y Maestranzas.
Cada tipo de munición necesita como carga de proyección una clase de pólvora diferente que varía en función del arma –obús, cañón, mortero, fusil y pistola- que se trate. Ello implica que además de una gran variedad de pólvoras, se disponga de las reservas necesarias así como de la suficiente capacidad de producción para atender satisfactoriamente las peticiones de dotación, consumo y reposición.
La Guerra Civil había motivado que a su finalización el Ejército tuviera una gran variedad de piezas de artillería de campaña que alcanzaba la cifra de 30 modelos diferentes (obuses de 240 mm., 210 mm., 155/13, 11/43; y cañones de 155 mm, 155 mm. ruso, 150 mm., 149/35, 149/12, 127 mm., 115 mm., 107 mm., 105/28, 105/11/22, 105 Krupp, 100/17, 80 mm., 77 mm., 77/24/32, 76 mm., 75/28, 75/27, 75/18, 75/13, 75 mm., 75 Ansaldo, 70/16, 65/17, 45 mm. y 20 mm.).
El número de cargas de proyección existentes en parques y maestranzas difería mucho en función de cada modelo, pues si bien por ejemplo, para los cañones de 75/27 alcanzaba en todo el territorio la cantidad de 1.261.916 cargas, para los cañones de 115 mm. o para los obuses de 240 mm. sólo se disponían de 139 y 369 cargas respectivamente. Para buena parte de las piezas sólo se dísponían de cargas para unos cuantos días o semanas en caso de guerra.
Respecto a las pólvoras, sus existencias se contabilizaban por kilogramos y se encuadraban en cuatro grandes clases: pólvoras negras, de pistola, de fusil y de cañón/obús. Las primeras correspondían a las filiaciónes 8, 9 y 10 con un total de 144.398 kgs.; para pistola se empleaba la de filiación 41 con 15.755 kgs.; y para fusiles había 296.494 kgs. para los de 7 mm. y 168.507 kgs. para los de 7’92 mm. Mayor complejidad entrañaban los 1.556.158 kgs. para los diferentes modelos de obús y cañón ya que las pólvoras no eran polivalentes y pertenecían a las clases A; B; C S P-2; E; F; J; K; L; LL; U.S.-3; U.S.-5; X 12.12.1,2; Y 10.10.1; 15.15.1,5; 20.20.2; 30.30.3; 35.35.3,5; así como de las filiaciones 35, 37 y 38.
Respecto a los explosivos se disponían en total de 3.956.964 kgs., entre explosivo C.M. (carga de granadas de mano y mortero), trilita (carga de granadas de artillería y bombas de aviación), tetralita (carga de multiplicadores y artificios), nitramita 80/20 (carga de granadas de mano y mortero), explosivo F.E. 3 (carga de granadas de artillería), amonal (carga de bombas de aviación), amatol (carga de granadas de artillería) y dinamitas (carga de destrucciones).
(Continuará)