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martes, 19 de septiembre de 2017

ANTECEDENTES HISTORICOS DE LA IV ZONA DE LA GUARDIA CIVIL DE ANDALUCIA


Artículo escrito por Jesús Núñez el 18 de junio de 2008 con motivo de los actos preparatorios de la  ceremonia de entrega de la Enseña Nacional a la IV Zona de la Guardia Civil de Andalucía, donada por el Real Círculo de Labradores y Propietarios de Sevilla, que tuvo lugar en la Plaza de España en la capital hispalense el 7 de octubre de 2008.

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   Desde los tiempos fundacionales del benemérito Instituto de la Guardia Civil, el despliegue territorial se articuló en Tercios que a su vez estaban integrados por dos o más Comandancias. 

   Los Jefes de Tercio dependían directamente del Director General, por cuyo conducto recibían las órdenes oportunas y elevaban las correspondientes novedades. 

     Durante varias décadas no hubo más generales en la Guardia Civil que el propio Director y poco más tarde, el llamado General Secretario, que se trataba de un general de brigada en sus orígenes y posteriormente de un general de división, siendo éste el antecedente histórico de la figura del Subdirector General.

Hasta ya bien entrada la segunda década del siglo XX, no se promovieron más coroneles de la Guardia Civil al empleo de general de brigada, ya que la propia orgánica del Cuerpo ni los contemplaba ni asignaba funciones. 

     Sin embargo en 1918 se consideró que dado el vasto despliegue territorial del Instituto, era conveniente que el Director General contara con varios generales de brigada, que bajo sus órdenes directas, realizaran labores de inspección sobre las unidades que puntualmente se les ordenase. Inicialmente sólo hubo dos generales de brigada a los que se encomendó tal actividad, teniendo fijada su residencia oficial en Madrid.

Pero al poco y dados los continuos desplazamientos y el tiempo que se invertía en ello, se pensó en la posibilidad de descentralizarlos geográficamente y que dichos generales inspectores pudieran residir en otras capitales desde las que pudieran atender mejor las funciones encomendadas.

Y así, a propuesta del Director General, se dictó la Real Orden Circular de 4 de octubre de 1919, con “el fin de imprimir unidad de acción a las disposiciones del mismo en determinadas regiones o zonas de carácter similar en cuanto al servicio de dicho Instituto se refiere, el Rey (q.D.g.) ha tenido a bien resolver que los Generales inspectores a las órdenes del Director general residan en lo sucesivo en las capitales que puedan considerarse como centros de las expresadas zonas, trasladando desde luego su residencia a Sevilla el General de brigada D. Eduardo Lobo Alanís, para atender a las incidencias de las regiones primera, segunda, tercera, Canarias y África”.

Dichas regiones eran las correspondientes a la división territorial militar de la época, comprendiendo las siguientes provincias: Primera Región Militar de Madrid (Madrid, Toledo, Ciudad Real, Badajoz, Cuenca y Jaén), Segunda Región Militar de Sevilla (Sevilla, Cádiz, Córdoba, Huelva, Granada y Málaga) y Tercera Región Militar de Valencia (Valencia, Murcia, Alicante, Albacete y Almería).

Pronto se observó que dos generales inspectores eran insuficientes para tan magna labor y se decidió elevar su número a cuatro. Como consecuencia de ello se propuso dividir el despliegue territorial del Cuerpo en cuatro Zonas, perfectamente delimitadas y ya con tal denominación oficial por primera vez en el Instituto, pudiéndose afirmar que la Real Orden Circular de 20 de Mayo de 1926, publicada en el Boletín Oficial de la Guardia Civil  núm. 17 de 10 de Junio de 1926, es el antecedente histórico de la creación de las actuales Zonas de la Guardia Civil, que inicialmente se adaptaron al despliegue territorial militar y hoy día al despliegue de las Comunidades Autónomas.

Conforme se establecía en dicha Real Orden Circular, “S. M. el Rey (q. D. g.) se ha servido disponer” que las fuerzas de la Guardia Civil residentes en la Península, fueran divididas en cuatro Zonas, de cuya inspección se harían cargo otros tantos generales de brigada del Cuerpo.

La Segunda Zona fue asignada al General de Brigada Benito Pardo González, fijándose su residencia oficial en Sevilla, quien como premio a sus méritos, ascendería al empleo de General de División y sería Subdirector General del Cuerpo (1931-1932).

Dicha Zona estaba compuesta, conforme se disponía en la citada ROC, por los Tercios 4º de Sevilla (Comandancias de Sevilla, Huelva y de Caballería), 8º de Granada (Comandancias de Granada y Almería), 15º de Murcia (Comandancias de Murcia y Alicante), 16º de Málaga (Comandancias de Málaga y Cádiz), 18º de Córdoba (Comandancias de Córdoba, Ciudad Real y Caballería) y 23º de Jaén (Comandancias de Jaén, Albacete y Caballería) así como las Comandancias de Marruecos y Canarias.
  
La implicación de la Guardia Civil de Sevilla en el intento de sublevación militar del 10 de agosto de 1932, encabezado por el Teniente General José Sanjurjo Sacanell, antiguo Director General del Cuerpo, motivaría, entre otras medidas, que la cabecera de la Zona fuera trasladada a Córdoba, si bien al finalizar la Guerra Civil, volvería a Sevilla nuevamente, donde permanece en la actualidad, limitada a las ocho provincias que hoy día integran la Comunidad Autónoma de Andalucía.



Fuentes de donde se ha obtenido la información: Diario Oficial del Ministerio de la Guerra (1919), Anuario Militar de España (1920), Colección Legislativa del Ejército (1923), Boletín Oficial de la Guardia Civil (1926) y Gaceta de Madrid (1931).

domingo, 3 de septiembre de 2017

LA GUARDIA CIVIL DURANTE LA SEGUNDA REPÚBLICA (1931-1936).

Introducción de Jesús Núñez publicada (pág. 13) en el libro "CUADERNOS DE UNIFORMES. II REPÚBLICA ESPAÑOLA (1931-1936). LA GUARDIA CIVIL" cuyo autor es Francisco Camas Sánchez.

http://jesusnarcisonunezcalvo.blogspot.com.es/2017/05/blog-post.html

http://jesusnarcisonunezcalvo.blogspot.com.es/2016/12/cuadernos-de-uniformes-ii-republica.html


Cuando el 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República, el benemérito Instituto de la Guardia Civil, que contaba entonces con una plantilla de 27.487 efectivos, constituía el principal cuerpo de seguridad pública del Estado, tanto en entidad numérica como despliegue territorial.

Es por ello, que su posicionamiento era fundamental para conseguir “la instauración pacífica de la República con tranquilidad y con fuerza”, tal y como escribió en sus Memorias, su primer presidente, Niceto Alcalá-Zamora Torres.

Y ello quedó demostrado, según siguió relatando, al entrar aquel histórico día en el ministerio de la Gobernación, sito en la madrileña Puerta del Sol: En el portal la Guardia Civil nos presentó armas; todo había acabado en paz y éramos ya más que la revolución triunfante, su gobierno reconocido y servido por la fuerza armada regular”.

Desde esa fecha y durante los cinco años siguientes, la Guardia Civil vivió y padeció uno de los periodos más complicados y controvertidos de su historia, siendo objeto de toda clase de ataques y agresiones por quienes querían violentar la legalidad, llegándose a exigir incluso su disolución.

También experimentó diversas reorganizaciones siendo la más importante de ellas, la surgida tras la frustrada sublevación militar encabezada el 10 de agosto de 1932 por el teniente general José Sanjurjo Sacanell, que se encontraba al frente del Instituto de Carabineros y que anteriormente lo había estado del de la Guardia Civil.

A pesar de que apenas fue secundado, se pretendió disminuir su plantilla, se disolvieron algunas unidades, se reorganizaron otras y su Dirección General se reconvirtió en Inspección General, pasando a depender del Ministerio de la Gobernación, en vez del de la Guerra como hasta entonces venía sucediendo.

Sin embargo, frente a aquella excepción, la mayoría de los gobiernos de la República no sólo quisieron mantener el principal instrumento policial que tenían para velar por el orden público, sino que aumentaron sus efectivos en un 25 %, alcanzando una plantilla de 34.391 hombres. Igualmente mejoraron sus condiciones de servicio, económicas, acuartelamientos, armamento y medios materiales, destacando los de comunicación y movilidad.

También fortalecieron su moral, destacando la concesión de enseña nacional a una veintena de Comandancias y sobre todo, con la única concesión que hubo de la Corbata de la Orden de la República. Fue por Decreto de 11 de febrero de 1935, “para premiar como recompensa colectiva los innumerables actos heroicos llevados a cabo por el personal del mismo y los relevantes servicios de carácter cívico y humanitario que ha rendido a España y a la República en el cumplimiento de sus deberes”.

Todo ello fue el justo reconocimiento a unos hombres, que con sus familias en las casas-cuarteles, sufrieron la extrema violencia en uno de los periodos más convulsos de la Historia de España y que tuvo su mayor exponente en la llamada Revolución de Octubre de 1934, resultando muertos 111 de sus miembros y heridos otros 182.


Si los tradicionales pilares de honor, valor, lealtad y disciplina, inculcados por el duque de Ahumada fueron vitales para la Guardia Civil desde su creación en 1844, más se acreditaron durante la Segunda República.

sábado, 2 de septiembre de 2017

LEGIÓN ESPAÑOLA DE VOLUNTARIOS EN RUSIA.

Recensión escrita por Jesús Núñez y publicada en la Revista profesional "GUARDIA CIVIL" núm. 851, correspondiente al mes de marzo de 2015, pág. 110.

El original está ilustrado por una fotografía en color.

La editorial Actas acaba de publicar, en una cuidada edición de gran formato, un más que magnífico libro sobre la última unidad del Ejército español que combatió en Europa durante la Segunda Guerra Mundial: la Legión Española de Voluntarios, creada tras decidirse por acuerdo del consejo de ministros de 24 de de septiembre de 1943, la repatriación de la División Española de Voluntarios que estaba en el frente ruso, combatiendo encuadrada en el Ejército alemán.

De la mano de dos de los más expertos investigadores en la materia, Manuel Pérez Rubio y Antonio Prieto Barrio (capitán de Ingenieros del Ejército), el lector podrá conocer a lo largo de 461 páginas ilustradas por una privilegiada e inédita colección fotográfica en su mayor parte, de época y actual, los pormenores de dicha unidad militar española.

Su prólogo y epílogo se deben a otros dos grandes especialistas, como son Pablo Sagarra Renedo, y el general de brigada de Infantería retirado Salvador Fontenla Ballesta, ambos autores de varios libros al igual que los primeros.

La obra puede decirse que está estructurada en tres partes. La primera sigue un orden cronológico y se parte de la situación existente en 1943 en el frente ruso y la repatriación de la División Española de Voluntarios, para pasar a relatar la organización de la nueva unidad, su constitución, reclutamiento, composición, normativa, orgánica y toda clase de vicisitudes con atención especial a los duros periodos de combate, finalizando con su repatriación.

La segunda parte trata sobre los aspectos relativos al personal que la integraba, el despliegue sanitario y la red hospitalaria, la asistencia religiosa, los desertores, los prisioneros y los caídos, finalizando con la semblanza de cuatro de sus componentes.

Y la tercera está dedicada a la reproducción de documentación oficial de gran interés, la militaria relacionada con dicha unidad, y nueve anexos dedicados a hemeroteca, banderas y guiones, el servicio de correos, instalaciones militares alemanas utilizadas, armamento, vehículos y material, la instrucción general mediante la que se constituía, los diarios de operaciones de unidades y toponimia.

Hay que resaltar que en dicha obra se detallan, además, con gran minuciosidad y rigurosidad, los uniformes, insignias, distintivos, documentos, condecoraciones y armamento utilizados por los cerca de 2.300 efectivos que la integraban.

También se hace referencia al casi medio centenar de miembros de la Guardia Civil, encuadrados en la Legión Española de Voluntarios, al objeto de cumplir funciones de policía militar o gendarmería de campaña. 

En sus páginas se detalla como quedó estructurada esta pequeña unidad del Cuerpo en una jefatura, sección de vanguardia y otra de retaguardia así como su plantilla oficial y el estado real de la fuerza, amén de quienes fueron sus respectivos cuadros de mando: el capitán Ángel Ramos Patiño, los tenientes Eustasio Llorente Sainz y Lorenzo Gómez Benítez, y los brigadas José Luis Domínguez Pelayo y Salvador Ruiz Pascual.

Pero tal y como cuentan los autores no fueron los únicos miembros del Cuerpo pues, si bien no formaban parte de la plantilla de la Legión Española de Voluntarios, hubo además un destacamento de la Guardia Civil en París y otro en Hendaya, siendo los de éste, los últimos militares españoles en regresar a territorio nacional tras la repatriación de aquella en abril y mayo de 1944.

En definitiva se trata de una obra, rigurosa, bien elaborada y muy bien documentada, que no solamente no defraudará en ninguno de sus aspectos al lector, sino que ampliará en mucho sus conocimientos por muy aficionado y estudioso que se sea de esa parcela de la historia militar española, en la cual nuestra Guardia Civil también escribió su propia página.


Título: LEGIÓN ESPAÑOLA DE VOLUNTARIOS EN RUSIA.
Editorial: Actas.
Páginas: 461.

Precio: 41’60 €.