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miércoles, 10 de diciembre de 2025

LA HARKA VARELA (1924-1926). Primera parte.

 

Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en  "SERGA",  núm. 17, mayo-junio de 2002, págs. 2-17.


El original está ilustrado con 15 fotografías en blanco y negro.



Uno de los aspectos más desconocidos de la vida del bizarreado General Varela es aquella parte de su vida pasada en Marruecos al frente de una harka. El carisma de su comandante hizo que fuera conocida como la "Harka Varela".



El bilaureado capitán general José Enrique Varela Iglesias, desde que obtuvo el empleo de segundo teniente en 1915 hasta su fallecimiento en 1951, además de dirigir la Alta Comisaría de España en Marruecos y el Ministerio del Ejército, ejerció el mando de numerosas unidades. Sin embargo, posiblemente la unidad que más llevo en su corazón fue la más singular, romántica, atípica y según sus propias palabras “la más bonita", que por méritos propios adoptó su apellido: la Harka Varela.

 

La historia de tan combativa unidad bien merecería todo un libro que recogiera sus heroicas vicisitudes. La prensa de la época publicó sobre ella decenas de titulares y numerosos artículos sobre sus gestas y el hombre que tan gallardamente la dirigió: el entonces comandante Varela, quien sobre su pecho ostentaba dos Cruces Laureadas de San Fernando ganadas revólver en mano frente al enemigo.

 

Ahora y gracias a la generosidad de sus descendientes se ha podido acceder a los inéditos archivos privados del bilaureado general, esmeradamente organizados a lo largo de varios años en dos centenares de voluminosas carpetas por el archivero Francisco Macarro Gómez bajo la ilusión y dirección de quien fuera su viuda, Casilda de Ampuero y Gandarias, Marquesa de Varela de San Fernando.

 

Merced al contenido de tres de esas carpetas ("Comandante Harka Varela" - "Harka Alhucemas" - "Informaciones y Partes de la Harka"), es posible conocer en profundidad a tan singular unidad, no sólo ya por los valiosos e interesantes documentos originales, entre los que se incluyen el diario de operaciones y numerosos escritos oficiales, que en total superan el millar, sino también por la inédita colección fotográfica particular que ilustra éste artículo. 

 

Concepto y origen de la Harka

 

El vocablo árabe “harka”, en plural “harket”, venía a significar tanto agrupación militar como contingente guerrero, que se constituía temporalmente en determinadas regiones del imperio marroquí, cuando se veían amenazadas por algún peligro o para acudir a las campañas.

 

En las tribus “naibs”, que estaban exentas de nutrir el ejército regular cherifiano, la “Harka” era el contingente de hombres y caballos que aquellas facilitaban para auxiliar a las Mehal-las del sultán, durante las operaciones de guerra. Al finalizar la campaña se disolvían inmediatamente y volvían a reintegrarse a sus tribus.


Es por ello que en la segunda mitad de 1924, dadas las restricciones del gobierno para el envío y empleo de tropas peninsulares en la zona de operaciones, el general de división José Sanjurjo Sacanell, comandante general de Melilla, decidió muy acertadamente utilizando el Mazhjen Jalifiano, contar entre sus fuerzas con otras nativas que pudieran enfrentarse a las de la cabila de Beni Urriagel y sus limítrofes, lideradas por el rebelde Abd-el Krim, autoproclamado “Señor del Rif” y “Sultán del Rif”.

 

Su hombre escogido fue el prestigioso emir Abdelmalek Ben Abdelkader Ben Mehidin, irreconciliable enemigo del cabecilla rifeño y cuya fama le venía por ser hijo del príncipe Abdelkader, quien había combatido valerosamente en 1844 a los franceses en la célebre batalla argelina de Jaly.


Como consecuencia de ello el emir había sido expulsado por los franceses de su territorio, siendo acogido en Melilla, donde el general Sanjurjo le autorizó a constituir una harka en Beni Tuzin cuyo adjunto fue uno de sus hijos llamado Hassan. La ya denominada “Harka de Abdelmalek”, cuyo embrión fue su propia cabila de Gueanaia, fue creciendo hasta llegar a alcanzar la cifra de 1.433 aguerridos hombres que fueron encuadrados en varios “rebaas” o grupos formados por elementos afines en vecindad o lazos familiares al respectivo caid, lo cual garantizaba un elemento mayor de cohesión entre ellos y una mayor seguridad de no verse traicionados en las arriesgadas operaciones que llevaban a cabo.

 

El general Sanjurjo les proporcionó un núcleo de caballería indígena experimentada en combatir en zona montañosa procedente de la Garbía, en la región de Larache, que desembarcó en el puerto de Melilla el 11 de julio de 1924 junto al teniente de Caballería Juan Hernández Menor.

 

Al mismo tiempo se nombró como jefe administrativo de la Harka al laureado comandante de Infantería José Valdés Martel, dejando al emir y a su hijo el mando militar de la misma al objeto de que pudieran dirigir el combate a su peculiar estilo indígena. No obstante para perfeccionar las cuestiones tácticas de los harkeños e inculcarles la tan necesaria disciplina militar se destinaron en calidad de instructores a los capitanes de Infantería Agustín Muñoz Grandes y Miguel Rodríguez Bescansa así como el de Artillería Luis Martí Alonso, quienes también se encargaban de controlar el armamento, municiones y ganado entregado por el Ejército español.

 

Varela, observador aéreo

 

Mientras tanto por aquel entonces el bilaureado comandante Varela se encontraba destinado en el aeródromo de Tahuima, aconteciendo en aquel periodo un significativo hecho, concretamente el 7 de agosto de 1924, que marcó su vinculación con la que próximamente sería su Harka.


Pocos meses antes, el 3 de diciembre de 1923, se había convocado un curso de observadores de aeroplano y Varela, llevado como siempre por su espíritu de aventura y riesgo, se presentó en el aeródromo madrileño de Cuatro Vientos superando los exámenes correspondientes y las pruebas de vuelo.

 

El 4 de febrero del año siguiente cesó en su destino de Regulares y el 1 de abril fue destinado a la Escuela de Tiro y Bombardeo Aéreo de Los Alcázares, desde donde tras finalizar sus prácticas tanto allí como en el aeródromo sevillano de Tablada, marchó el 16 de mayo para Melilla al objeto de incorporarse al aeródromo de Tahuima como observador en la escuadrilla Breguet de bombardeo.

 

Entre tanto la real orden de 12 de marzo de 1924, le ascendió “por méritos y servicios de campaña en nuestra Zona de Protectorado en Marruecos” al empleo de comandante, con la antigüedad de 31 de julio de 1922.

 

El 19 de mayo recibió su bautismo de fuego en el aire durante las operaciones de bombardeo que se realizaron sobre Axdir. Desde entonces y hasta el 6 de octubre participó en numerosas acciones aéreas de bombardeo y apoyo a las fuerzas terrestres españolas que poco a poco iban recobrando el terreno conquistado por  Abd-el Krim tras el “Desastre” de Annual acontecido en el verano de 1921.

 

Pero volviendo al 7 de agosto, los aparatos destacados en el aeródromo de Tahuima, despegaron aquella mañana muy temprano con la misión de acompañar a una columna terrestre que tenía la misión de avanzar sobre Midar y proteger después la retirada a Ben Tieb. 

 

Apenas media hora después estaban sobrevolando el techo de Azib de Midar y Varela podía desde el aire comprobar como las operaciones marchaban satisfactoriamente. Los aviones habían empezado a bombardear los riscos que dominaban el poblado y desde donde acechaban los rebeldes. El ataque aéreo les hacía retroceder y las fuerzas terrestres iniciaban su persecución.


El comandante Varela desde su privilegiada situación estaba siendo testigo de ello cuando observó a través de sus gemelos como la harka amiga en su explotación del éxito durante el avance sobre el poblado de Beni Buyari llegaba a confundirse con el enemigo rifeño. Descendido su aparato hasta una altura de unos cincuenta metros, reconoció enseguida por su gran barba blanca y el rosario que portaba en sus manos, a su líder el emir Abdelmalek, que cabalgaba al frente de sus hombres.

 

Sin embargo cuando la persecución se encontraba en su apogeo el jefe de la Harka cayó mortalmente herido de un disparo enemigo en Tauriat Tiasagut. Ello frenó e hizo vacilar a sus guerreros que empezaron a amagar un desordenado retroceso. Los rifeños rebeldes que se habían apercibido de lo acontecido pasaron al contraataque y se lanzaron sobre los que hasta entonces habían sido sus perseguidores, causándoles numerosas bajas.

 

            Varela, consciente de la tragedia que se avecinaba, voló hacia Drius, en donde el general Sanjurjo había instalado su puesto de mando y le informó personalmente de lo que estaba sucediendo. La reacción no se hizo esperar. Se ordenó la inmediata salida de una columna en apoyo de la harka amiga y que los aviones repostasen combustible, bombas y munición para sus ametralladoras.

 

La llegada de los aparatos no pudo ser más proverbial. Los harkeños estaban sitiados por los rebeldes y contabilizaban ya cerca de 500 bajas. Las bombas lanzadas con singular puntería empezaron a hacer su efecto y el cerco rifeño fue obligado a levantarse y comenzar a replegarse. El avión de Varela fue el que más bajo descendió durante los bombardeos intentando con ello elevar la moral de los indígenas amigos.

 

Una vez lanzadas todas las bombas el avión de Varela regresó a Drius, volviendo a informar de la marcha de los acontecimientos al general Sanjurjo. Este le ordenó que municionara y continuara el bombardeo de los rebeldes que se estaban concentrando en Sidi Messud, debiendo hacerse cargo provisionalmente a continuación del mando de dicha harka.

 

Varela, designado jefe de la Harka

 

La muerte de su emir para los indígenas había supuesto un golpe moral muy fuerte y Sanjurjo, perfecto conocedor de la idiosincrasia indígena, sabía que el mejor remedio para evitar su abandono era enviarles al jefe con mayor prestigio de sus fuerzas: el bilaureado comandante Varela.

 

La escuadrilla tras cumplir su nueva misión de bombardeó regresó a Tahuima y Varela esa misma noche se incorporó al campamento harkeño, teniendo que dormir en la única tienda de campaña que había montada, convertida en cámara mortuoria en donde precisamente reposaban los restos del emir.

 

Las autoridades españolas rindieron altos honores al cadáver del valeroso Abdelmalek, muerto de bala enemiga a media mañana del musulmán 6 de moharran de 1343, equivalente al 7 de agosto de 1924. Su cuerpo fue conducido en un torpedero de la Armada hasta Ceuta y desde allí hasta la Zauia de Sidi Mohamed Harrak, próxima a Tetuán, en donde fue enterrado por sus familiares.

 

Durante la semana siguiente Varela se encargó de reorganizar provisionalmente, en la medida de lo posible, la maltrecha Harka. La admiración y respeto que levantó entre aquellos aguerridos hombres que habían perdido a su jefe en combate, fueron fundamentales para que no decidieran abandonar su lucha al lado de los españoles. El general Sanjurjo había acertado plenamente al enviarles al mejor de sus hombres.

 

El 15 de agosto la Harka recibió la orden de levantar su campamento ambulante y trasladarse a Drius al objeto de descansar y poder ser reorganizada más en profundidad. Varela entonces fue reclamado para incorporarse urgentemente a Tahuima ya que al día siguiente era necesario para participar en las operaciones de apoyo aéreo a una columna que operaba entre Arfa y Tifarauin, con el objetivo de levantar el cerco que los rifeños habían puesto a la primera posición.


Entonces el laureado comandante Valdés se hizo cargo provisionalmente del mando militar de la Harka que recibió orden de trasladarse hasta la zona de Tetuán al objeto de continuar allí su reorganización e instruir a la nueva recluta. Sin embargo por segunda vez en corto tiempo la desgracia se volvió a cernir sobre dicha unidad sufriendo numerosas perdidas cuando acudían en socorro de la posición de Buharrás, contándose entre los muertos el propio comandante Valdés y el capitán Martí cuando combatían al frente de sus harqueños.

 

Unos días antes, a finales del mes de septiembre el general Sanjurjo, decidido a dotar a aquella unidad un jefe de gran prestigio y eficacia, ofreció a Varela el mando de la Harka, que aceptó lleno de entusiasmo. Tal y como afirmó un compañero de aquella época, el ya después coronel de Infantería Gumersindo Manso Fernández Serrano, “el cometido de observador de aeroplano, no podía satisfacer las naturales ansias de mando de un joven comandante de Infantería dos veces laureado”. 

 

Así el 30 de septiembre de 1924 el general Sanjurjo elevó al alto comisario y general en jefe del Ejército de Marruecos, Luis Aizpuru Mondéjar, la siguiente propuesta:

 

Independientemente de dar a V.E. detalles organización Tabor y Mía Mehal-la nº 6 a base askaris actual Harka Abdelmalek, y como según mis noticias, (proporcionadas especialmente por Comandante Valdés) Capitán Rodríguez Bescansa no tiene, por su juventud y falta de experiencia, aptitudes bastantes para quedar de jefe primero de dicha Harka, y como de conversaciones que he tenido con el Comandante Varela, de Aviación, este Jefe no tendría inconveniente el ponerse al frente de expresada Harka mientras se lleve a cabo dicha organización, y como estimo que la presencia de este Jefe es muy conveniente por su práctica y conocimiento de fuerzas moras y política, ruego a V.E. me autorice a ello y en caso de aprobarlo interese su baja en Aviación y alta en Servicio Protectorado”.

 

La respuesta del general Aizpuru no se hizo esperar y el 4 de octubre remitió un telegrama con el siguiente texto: “En vista de razones expuestas por V.E. en telegrama 30 mes último que considero muy acertadas, le autorizo para que Comandante José Varela se ponga al frente de la Harka de Abdelmalek”.

 

A su vez el general Sanjurjo el mismo día 4 de octubre se lo trasladó al bilaureado comandante añadiéndole que “esperando de V.S. se sirva ponerse inmediatamente al frente de las expresadas fuerzas y proceda desde luego a organizar con las mismas un Tabor de Infantería y una Mía de Caballería, en cuya labor será auxiliado por el Capitán de la Intervención de Tafersit Don Francisco Alonso, por el del mismo empleo Don José Rodríguez Bescansa y Teniente de la Harka Juan Hernández Menor, significándole que se ha interesado de aquella autoridad el destino a dichas unidades de los Oficiales que han de integrar el cuadro de las mismas y que en esta fecha doy conocimiento de lo que se dispone al Jefe de las Fuerzas Aéreas de este Territorio”.

 

Al día siguiente Varela se despidió de su destino en Aviación y en la tarde del 6 de octubre se trasladó en avión hasta el campamento de Azib de Midar, presentándose ante los que iban a ser sus hombres durante los dos próximos años, siendo recibido con gran júbilo y satisfacción.

 

Reorganización de la Harka

 

El 7 de octubre el bilaureado comandante Varela, de 33 años de edad, procedió a la toma de mando oficial de la Harka y puesto inmediatamente a reorganizarla lo primero que hizo fue cambiar el asentamiento de las tiendas de campaña hasta un lugar más resguardado de los fuegos enemigos. 

 

La plantilla de la Harka se fijó inicialmente en 850 hombres organizados en seis “mías” (compañías) de infantería, y una de caballería (escuadrón) con 120 caballos, además de una plana mayor. Al frente de cada una de ellas puso a un “caid” (capitán) que a su vez contaba con tres “mokaddemin” (sargentos) y seis “maunín” (cabos). Al mando de la plana mayor, compuesta por los 10 hombres restantes estaba el “caid rajá” o “caid tabor”(comandante).

 

Dado el elevado número de bajas en combate que había tenido la Harka en las fechas anteriores, se procedió a captar, y nunca mejor dicho, a un heterogéneo grupo de nativos que comprendía desde antiguos jefes de cabila hasta fakires pasando por desertores de las filas rebeldes de Abd-el Krim, santones, curanderos, encantadores de serpientes, etc., a los que la propaganda hábilmente realizada en aduares y zocos les había ofrecido una buena "muna" o paga, buen trato y una participación en los botines de guerra. Todos ellos fueron mezclados en las diferentes mías, sin distinción de cabila de procedencia. 

 

En función del empleo militar asignado se establecieron los haberes correspondientes. Así el sueldo anual del caid rajá se fijó en 6.200 pesetas; el de los caides en 4.400 pesetas; el de los mokaddemin en 2.007'50 pesetas; el de los mauním en 1.460 pesetas; y para los harqueños un total de 1.369 o 1.278 pesetas, según fueran de primera o de segunda clase. Todo ello independientemente de sus correspondientes raciones de pan.

 

Los primeros caides que nombró Varela fueron Sid Mizian Ben Chaib, de Metalza; Ben Naser Al-lal Mehand, de Midar; Si Hamadi Ben Abdel-lah, de Beni Tuzin; Si Ben Naser Ben Mizzian, de Beni Tuzin; Si el Hach Hammú Bu-Sfía, de Quebdana; Si Haddad Ben Chelal, de Ulad Chaib; y Si Ben Aisa Si Hammú el Kelay. 

 

Todos ellos eran gente dura y audaz, de probada lealtad a España y con gran prestigio entre los indígenas de la región oriental del Protectorado. De hecho tres de ellos morirían en acciones de guerra en Alhucemas, al frente sus mías, mientras que otros dos fallecerían como consecuencia de enfermedades contraídas durante la campaña. 

 

No obstante Varela necesitaba oficiales españoles de su absoluta confianza y curtidos en el mando de tropa indígena, reclamando para ello a algunos de los que había conocido durante su permanencia en Regulares, si bien hay que significar que el nativo de la Harka era bien diferente del de aquellas tropas. El harkeño se negaba a vestir cualquier prenda uniformada, tenía sus propias costumbres y exteriormente no se diferenciaba en nada de los rebeldes rifeños. De hecho tal y como escribía el propio Varela en una carta de fecha 1 de octubre “van como los moros enemigos; bien es verdad que lo han sido hasta hace unos meses.

 

Los primeros oficiales españoles en incorporarse a la Harka de Varela fueron el capitán de Infantería Simón Lapatza de Valenzuela que acababa de ascender por méritos de guerra, el capitán laureado en 1921 de Sanidad Antonio Vázquez de Bernabéu, el teniente de Infantería Joaquín Esponera Valero de Bernabé y el teniente de Ingenieros José Cistué de Castro. 

 

Posteriormente, el 1 de marzo de 1925 y a petición expresa del propio Varela, se incorporaron el capitán Benito Cardeñosa Carrozas y los tenientes Manuel Rodríguez Rivero, Rafael Tejero Saurina y Julián García Pumariño Menéndez, todos ellos de Infantería.

 

El distintivo de la Harka

 

El bilaureado comandante Varela no se preocupó sólo desde el primer momento de reorganizar la maltrecha Harka y de instruirla militarmente desde su campamento de Midar para convertirla en una eficaz unidad guerrillera, sino también de elevar su moral de combate hasta el punto de hacerla creer invencible. 

 

Para esto último nada mejor que adoptar el mejor talismán, que les protegiera de los demonios y demás genios del mal, algo muy importante a tener en cuenta dado el carácter supersticioso de aquellos indígenas y que su nuevo jefe conocía muy bien desde sus anteriores destinos en Regulares.

 

Entre los amuletos y talismanes más utilizados por entonces estaba la “Mano de Fátima”, que las madres colgaban del cuello de sus hijos al nacer para librarles de enfermedades, maldiciones, males de ojo, traiciones, peligros, etc., estando considerado entre los indígenas como un símbolo de buena suerte y siendo bastante habitual encontrarla incluso pintada en sus puertas y habitaciones.

 

Por ello Varela decidió incorporarla al guión de la Harka como símbolo de la “baraca” o buena suerte, añadiendo dos hachas cruzadas y en su base la Media Luna, estando todo ello bajo la corona real  española. El nuevo distintivo fue rápido y satisfactoriamente aceptado entre todos los harkeños, siendo para ellos signo de la buena suerte, la audacia, la intrepidez y el éxito.

 

La Sección de Chacales

 

A pesar de encontrarse paralizadas las operaciones ofensivas de las fuerzas españolas en la región oriental del Rif, Varela quiso desde el primer momento imprimir un carácter guerrillero a su Harka en la que los golpes de mano, las emboscadas, las sorpresas y las razzias, fueran sus tarjetas de visita. 

 

Sometidos aquellos aguerridos hombres a un constante adiestramiento nocturno y a una dura instrucción militar, se encontraron pronto con un problema difícil de resolver en principio. Se trataba de la alerta dada por los perros que tenían los rifeños rebeldes en sus campamentos y cuyos ladridos les prevenían de la llegada, por silenciosa que fuera, de intrusos.

 

Para vencer dicho obstáculo se terminó por utilizar una vieja pero eficaz artimaña indígena. Esta consistía en matar, antes de iniciar los ataques nocturnos, a unos cuantos chacales de los que abundaban por aquellos tiempos en la zona y que solían merodear en manadas por las noches los campamentos y poblados en busca de comida o alguna presa fácil. 


A continuación un grupo de harkeños se desnudaba por completo y untaba su cuerpo con el sebo de los animales mientras que otro se cubría con sus pieles, todo ello con el objeto de que al estar impregnados por el olor de los chacales, los perros no desconfiaran de su presencia al acercarse sigilosamente. Una vez próximos a su objetivo, se lanzaba una granada de mano a modo de señal convenida para iniciar ya por todos el sorpresivo ataque que siempre era liderado por el propio Varela que solía vestir una chilaba montañosa.

 

Estos hombres, que actuaban realmente a modo de descubierta y avanzaban siempre en primer lugar como si fueran patrullas de exploración e infiltración, recibieron bien pronto en la Harka Varela el sobrenombre de “Sección de Chacales”. Gracias a su actuación se propiciaron numerosos y eficaces éxitos que no sólo lograban causar bajas al enemigo o un botín de ganado y enseres sino también sembrar el miedo y la constante intranquilidad al enemigo, siendo dicho factor psicológico lo que realmente más le interesaba al comandante Varela.

 

Botines y raptos

 

Es posible que llame la atención del lector que fuerzas indígenas bajo dirección militar española volvieran al amanecer de sus ataques nocturnos cargados de sillas, mantas, teteras, bandejas, ganado y cualquier otra cosa que les apeteciera tomar como botín al enemigo. Además regresaban a su campamento cantando y gritando como si aquello fuera más una de sus romerías que la vuelta ordenada y disciplinada de una operación militar. 

 

Pero también es cierto que aquello formaba parte de la propia idiosincrasia de los harqueños y uno de los múltiples atractivos que tenía aquel tipo de guerrear para aquellos hombres. Los indígenas que formaban parte de tan peculiar unidad, nada regular por cierto, mantenían una vinculación muy especial con la causa española que en ningún momento era de sumisión, motivo por el cual el mando militar de la misma por un europeo implicaba gozar de su absoluto respeto y admiración, lo cual sólo era posible si quien lo ostentaba era un hombre valeroso y dotado de un elevado espíritu del sentido de la justicia.

 

Evidentemente el bilaureado comandante Varela cumplía más que sobradamente dicho perfil y encarnaba como un molde aquel complicado papel. Aunque particularmente algunas de las costumbres  de sus hombres no fueron compartidas por él ni eran de su agrado, también era plenamente consciente que no se encontraba al mando de su antigua compañía de Regulares, plenamente integrada en el Ejército español y por lo tanto sometida a su régimen disciplinario e interior vigente en la época.

 

La Harka era una heterogénea y aguerrida unidad mercenaria indígena que además de sus propios intereses de índole principalmente económica, compartía con los españoles una profunda animadversión contra Abd-el Krim y sus hombres. Por ello cortar de raíz aquellas acciones y castigar a sus responsables hubiese sido absolutamente contraproducente.

 

No obstante si hubo una antigua práctica habitual de aquellos indígenas a la que Varela manifestó su rotunda disconformidad y que finalmente consiguió desterrar de una forma muy singular. Se trataba del rapto de mujeres para negociar posteriormente el pago de su rescate, costumbre por otra parte tan normal como las anteriores entre sus enemigos rifeños.

 

La ocasión del bilaureado militar se presentó en febrero de 1925 cuando tras una razzia a un poblado de la cabila de Metalza, sus hombres habían capturado un grupo de prisioneros entre los que se encontraba una joven y agraciada indígena llamada Sahara, la cual fue conducida ante su presencia a modo de regalo.  

 

Varela que por un lado no quería ofender a sus guerreros por el valioso presente entregado evidentemente no podía ni quería tomar posesión de la misma. Por ello tras agradecerles sinceramente tan peculiar ofrenda hacia su persona ordenó que fuese preparada una tienda para ella sola, se le diera bien de comer y se pusiera una guardia alrededor de la misma al objeto de impedir la entrada a los curiosos. A continuación envió a un jinete a Melilla para que adquiriera un lujoso conjunto de ropa femenina compuesto por un caftan, una chilaba, un jaique y unas babuchas.

 

Regresado el emisario al día siguiente con dichas prendas, le fueron entregadas a la cautiva para que se vistiera con ellas siendo traslada seguidamente a la casa de una familia indígena de la confianza del comandante Varela. Pocos días después mandó que fuera traída a su presencia, creyendo entonces todo el mundo que había llegado el momento de tomarla y hacerla suya.


Sin embargo la realidad fue muy distinta y el golpe de efecto planeado por Varela alcanzó el objetivo deseado. Al serle llevada ante él, la joven se arrojó a sus pies comenzando a besárselos obteniendo por pública respuesta que a partir de ese momento era libre para volver a su poblado y que  contara a los miembros de su cabila como trataba España a sus prisioneros. 

 

Tras tan generosa actitud del bilaureado comandante aquella mujer fue montada a caballo y escoltada por un grupo de harqueños de la absoluta confianza de Varela fue llevada hasta las inmediaciones de su poblado, portando entre sus ropas una carta personal dirigida a los jefes de la cabila de Metalza.

            

Dicha carta, de la que se conserva una copia traducida al castellano en el gaditano “Archivo del General Varela” decía textualmente lo siguiente:

 

            “El Comandante Varela a los jefes enemigos de Metalza: Burrahail Musa Kaluri, Chaib Tuzani Buhiani, Ahmed Acodak Buker, Buthatala Ahmed Abdal-lah Buhiani y Mohamed Si Al-lal.

 

 - Midar, 12 de febrero de 1925.

 

 - Dios sobre todo.- Dios es uno.- La paz de Dios.- 

 

Yo, el jefe de la Harka de Midar, Comandante Varela, os saludo a todos y os digo que la mujer Sahara, que he cogido cuando el otro día fui con mi Harka por vuestro terreno y la hice prisionera, además de vuestro ganado y hombres que cogí, he puesto en libertad a ella y la hago conducir para que vuelva a casa de sus padres, para que veáis vosotros como se porta el Gobierno con la gente, aún cuando sean enemigos.

 

Además os digo que cuantas cosas justas pidáis al Gobierno se os concederán. Esta mujer vuestra, mientras la he tenido prisionera, ha estado en la casa de un hombre bueno, bien tratada y no se le ha hecho nada malo; pero ya veis vuestra fuerza cuando hemos paseado por vuestro propio terreno.

 

El Gobierno tiene deseos de que seáis buenos musulmanes y no quiere ningún mal para vuestra gente. Pensad bien sobre esto que es la verdad, y además, yo, el Jefe de la Harka, no tengo más que una palabra y os castigaré con dureza a todos, invitándoos antes a venir por aquí si queréis avisarme, que no os pasará nada a nadie; hablaréis conmigo y si queréis volver al campo enemigo os dejaré libertad; pero yo pienso que estáis mejor al lado del Gobierno, como cuando fuisteis antes amigos de España.

 

Yo os daré terreno para sembrar y casa para vivir. El Gobierno sólo hace favor a los que son sus amigos; el Gobierno es grande y llegará el día en que por la fuerza os cogerá prisioneros.


Y os saluda a todos. Y la paz. Firmado, Comandante Varela”.

 

Dicha acción surtió un doble efecto. Por un lado la joven Sahara se convirtió con sus relatos sobre las vicisitudes vividas durante su cautiverio en la mejor propagandista del bilaureado comandante, al que bautizó con el sobre nombre de “N’serani mezian y aafrit” (el cristiano bueno y valiente), que no sólo la había respetado y colmado de atenciones, sino que había obligado a sus aguerridos hombres a que hiciesen lo mismo. 

 

Dado que inicialmente no fue creída en la cabila que su honra no hubiese sido profanada, dada además su belleza, fue reconocida por varias comadres del poblado que tras examinarla confirmaron su virginidad, lo cual tras darse a conocer entre aquellas gentes, aumentó el respeto que ya tenían hacia la figura de Varela.

 

Por otro lado el valeroso jefe de la Harka con dicha actitud no sólo desaprobó sin ofender, acciones de aquella naturaleza, sino que empezó a hacer reflexionar a sus hombres sobre la inconveniencia de raptar a mujeres y niños, inculcándoles en cambio la idea de que debían ser tratados generosamente como muestra de su gallardo comportamiento.

 

Complot para asesinar a Varela

 

Dado que el prestigio del bilaureado comandante iba creciendo en progresión aritmética tanto entre sus harkeños que sentían verdadera devoción por quien les lideraba como entre sus enemigos que reconocían su respeto y una extraña mezcla de admiración y temor, el propio Abd-el Krim llegó a considerarlo como un peligroso enemigo personal con el que tenía que acabar.

 

Los poblados rebeldes más próximos al campamento harqueño de Midar eran los más sensibles al “efecto Varela” y el cabecilla rifeño era consciente de que cada vez más su autoridad en esa zona se veía cuestionada ante las constantes razzias dirigidas personalmente por aquel europeo que parecía ser inmune a la muerte. Por ello y con el objeto de levantar la moral de los suyos y demostrarles que todos los infieles, incluido Varela, eran mortales, decidió organizar un complot para acabar con su vida durante una de las habituales incursiones de la Harka.

 

El plan de Abd-el Krim consistía en infiltrar a algunos de sus hombres en la Harka de Varela y darle muerte durante una de las razzias de tal forma que pareciese que había sido el enemigo quien había acabado con su vida durante el combate. Evidentemente la muerte del bilaureado comandante hubiera tenido un innegable efecto psicológico tanto entre sus harqueños como entre sus enemigos.

 

Consecuente con ello el cabecilla rifeño seleccionó media docena de voluntarios para tan arriesgada misión quienes se presentaron en el campamento de Midar para solicitar el “aman”  o perdón, renegando de la causa rebelde y solicitando alistarse en la Harka, algo por otra parte nada extraño ya que una parte de sus integrantes habían tenido un origen similar. De hecho así sucedió y fueron admitidos para engrosar sus filas.

 

Sin embargo con lo que no contaba Abd-el Krim era que Varela junto al gran prestigio y admiración que levantaba entre propios y extraños, tenía una eficaz red de confidentes que se desvivían por tenerle informado de cuanto acontecía en el territorio. El valeroso militar lejos de amilanarse por dicha noticia y aún a pesar de serle facilitada incluso la identidad de quienes se habían infiltrado en su Harka para asesinarle, siguió desarrollando sus actividades con absoluta normalidad.

 

Por contra y sin tomar medida alguna contra los traidores procedió a su vez a disponer que algunos de sus más fieles guerreros se ganaran la confianza de los infiltrados. De esta forma llegó a tener conocimiento de la noche en que los juramentados se decidirían a cumplir su misión. Varela pudo entonces o incluso antes si hubiera querido, haber ordenado su detención, pero sabía como perfecto conocedor de la idiosincrasia nativa, que con dicha acción sólo conjuraba el peligro del momento ya que pronto acudirían otros que no serían tan confiados como los primeros. Varela tenía que hacerlo a su manera.

 

¡Y así fue!. La noche elegida para asesinarlo, sin prevenir a sus oficiales del peligro que le acechaba, ordenó la incursión de su “sección de chacales” en un poblado enemigo buscando seguidamente un lugar resguardado junto a unas rocas para descansar tal y como era su costumbre, antes de iniciarse el ataque.

 

Una vez elegido su temporal refugio seleccionó personalmente, como también solía habitualmente hacerlo, a los encargados de velar esas dos cortas horas de sueño que solían preceder aquellas acciones nocturnas así como de despertarle para el momento del ataque una vez recibida la señal de sus “chacales”.

 

Entre la decena de escogidos para velar su descanso estaban precisamente los seis juramentados, a los que en el momento de designarlos miró uno a uno fijamente a sus ojos, dándoles a entender claramente que sabía cuales eran sus criminales intenciones, pero que no les tenía miedo alguno. Una vez hecho eso les dio la espalda y procedió a tumbarse tranquilamente en el suelo liado en su chilaba adoptando una cómoda postura para dormirse.

 

Los esbirros de Abd-el Krim, ante semejante prueba de valor y serenidad escalofriante, se miraron sobrecogidos los unos a los otros sin cruzar palabra. Ninguno de ellos durante las dos horas que precedieron a la señal de los “chacales” ni durante el posterior ataque hizo ademán alguno siquiera de apuntar su fusil contra el bilaureado militar. 

 

Varela aquella noche no sólo no fue asesinado sino que se ganó e incorporó definitivamente a su Harka a aquellos seis hombres. A raíz de lo sucedido el cabecilla rebelde llegó a ofrecer por el jefe de la Harka hasta veinte mil duros de la época, toda una fortuna, pero fue inútil no teniendo nunca que pagarlos.


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