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viernes, 14 de octubre de 2022

ESPAÑA Y LOS CONFLICTOS AFRICANOS DEL SIGLO XX. DEL BARRANCO DEL LOBO A LA MARCHA VERDE.

Texto de la Conferencia impartida por Jesús Núñez el 6 de julio de 2021 durante el Ciclo "ÁFRICA EN LA MEMORIA", celebrado en el salón de actos del Museo del Patrimonio Municipal de Málaga.


Dicha conferencia volvió a ser impartida el 28 de enero de 2022 durante la repetición de dicho ciclo en el salón de actos de la Real Academia de Nobles Artes de Antequera (Málaga).


 

1.- PRESENTACIÓN.


En primer lugar agradecer muy sinceramente al organizador y coordinador del presente ciclo de conferencias, el doctor y teniente coronel del Ejército de Tierra Pedro Luís Pérez Fría, por cursar invitación de participación a la Academia de las Ciencias y las Artes Militares, a la cual tengo hoy el honor de representar en Málaga. 


Igualmente extiendo mi felicitación al Área de Cultura del Ayuntamiento de Málaga por apoyar este tipo de iniciativas pues no todas las administraciones tienen siempre la debida y necesaria sensibilidad.


Facilita la labor de exponer un tema tan interesante pero a la vez tan arduo, complejo y extenso como el presente que, de las tres conferencias que han precedido a la presente, dos de ellas hayan tenido por objeto “Las Guerras de África en el Siglo XIX; de Castillejos a Cabrerizas Altas” y “El Protectorado de Marruecos (1912-1956)”, impartidas por el profesor José Manuel Cuenca Toribio y el doctor Emilio de Diego García, respectivamente.


Todo ello constituye una magnifica introducción y ambientación para hablarles de lo acaecido en esos territorios y otros africanos donde también se proyectó la acción exterior española durante el periodo del siglo XX, objeto de la presente exposición.


Hacer un recorrido, con su correspondiente introducción, desde el Barranco del Lobo (1909) hasta la Marcha Verde (1975), pasando por las Campañas de Marruecos (1909-1927), con especial referencia al Desastre de Annual (1921) y el desembarco de Alhucemas (1925): la ocupación de Ifni (1934); la ocupación de Tánger (1940-1945); la complicada situación del Protectorado de España en Marruecos al finalizar la Segunda Guerra Mundial (1945); la Guerra de Ifni (1957-1958); la crisis de Guinea (1968-1969); y las acciones del Frente Polisario (1975), exige hacer un verdadero esfuerzo de síntesis, pues cada uno de esos periodos, que complementan siete décadas, daría tranquilamente para un seminario de varias jornadas.


Es por ello que mi propósito no es entrar constantemente en profundidades y detalles que seguramente serían de sumo interés para los expertos y los aficionados a este espacio de nuestra Historia Militar. Existe ya suficiente bibliografía especializada en la mayor parte de los periodos mencionados para satisfacer la necesidad de conocimiento o de curiosidad por parte de cualquier persona presente en esta conferencia. Bien es cierto que algunos de esos periodos concretos están prácticamente huérfanos en nuestra historiografía, o la existente es manifiestamente mejorable, pero tampoco es objeto de la presente exposición abordarlos con minuciosidad. Razones fácilmente entendibles de tiempo y espacio lo impiden, razón por la cual lo dejaremos para mejor ocasión, si ésta se presenta en el futuro.


No obstante lo anterior, sí que considero necesario realizar una introducción más extensa en relación a los orígenes de la presencia y acción militar española en Marruecos, pero abordada principalmente desde una fuente inusual en la historiografía española como es el análisis de prensa francesa relativa al periodo previo a los sucesos del Barranco del Lobo en 1909. 


No es posible entender las claves de España en Marruecos si se desconocen las claves de Francia en Marruecos. España fue a Marruecos porque Francia quería estar en Marruecos. Ni el Reino Unido ni otras potencias europeas querían que Francia controlase todo el Marruecos ni la zona norte que daba al Estrecho de Gibraltar, llave de paso estratégica entre el Mar Mediterráneo y el Océano Atlántico. De no haber sido así, España hubiera continuado en el norte de África sólo con sus plazas de Melilla y Ceuta, cuya soberanía nacional se remonta a los años 1497 y 1640, respectivamente, prueba indiscutible e inequívoca de su españolidad.


El medio de prensa elegido para ello es “Le Petit Journal”, fundado en 1863 y desaparecido en 1944, considerado uno de los cuatro periódicos franceses más importantes de la primera década del siglo XX, junto a sus competidores “Le Petit Parisien”, “Le Matin” y “Le Journal”.


Volviendo al cuerpo de la conferencia, mi propósito principal es guiarles por ese recorrido apasionante de siete décadas, realizar una síntesis adecuada de cada periodo abordado, extendiéndome más en el primero, y compartir con ustedes algunas de las claves y reflexiones que pudieran resultar más de interés. 


Lamentablemente, y es una triste realidad, la Sociedad Española vive desde hace ya bastantes años de espaldas a lo acontecido en los escenarios y periodos citados cuando precisamente algunos de esos tiempos constituyeron entonces una prioridad informativa nacional, sin perjuicio de tener un peso específico muy importante en la vida social y política nacional. También es de significar y fácil de contrastar que las generaciones más jóvenes son las que menos interés muestran por ello, permaneciendo ajenas a lo que centró la atención e incluso la vida, en algunos casos, de sus antepasados, y cuyo conocimiento es importante para afrontar con firmeza y seguridad el futuro.

 

2.- INTRODUCCIÓN.


No es posible entender lo sucedido en las primeras décadas de presencia militar española en lo que terminaría siendo el Protectorado de Marruecos, sin exponer aunque sea brevemente, la situación de partida y los primeros acontecimientos que marcarían una larga etapa de nuestra presencia e historia en el norte de África.


Como bien es sabido la Conferencia de Algeciras de 1906 supuso principalmente, además de otras cuestiones, el reparto colonial del Sultánato de Marruecos, que se materializaría tras el Tratado de Fez de 1912 con la creación de los Protectorados francés y español. No se va a profundizar sobre ello pues ya fue abordado suficientemente en una conferencia anterior, pero sí se debe mencionar, pues constituye referencia obligada al hablar del Barranco del Lobo y ser punto de partida para explicar la situación que fue origen de aquellos sucesos y los siguientes.


Como bien es conocido España no se había recuperado del impacto social, político y económico que supuso el llamado “Desastre” de 1898 con la pérdida de las colonias de Ultramar (Cuba, Puerto Rico y Filipinas). Para algunos miembros del gobierno español estaba muy claro que participar en dicho reparto colonial era una buena oportunidad para nuestra proyección comercial en el norte del continente africano.


Muy ilustrativa al respecto, pues no deja duda sobre la primacía del interés económico, es la no muy conocida “Memoria”, fechada el 20 de septiembre de 1906, que presentó el titular de Fomento, Manuel García Prieto, al Consejo de Ministros, presidido por el capitán general del Ejército José López Domínguez. Comenzaba: “Próxima la fecha en que han de comenzar a ser ejecutivos los acuerdos de la Conferencia de Algeciras, y habiendo al mismo tiempo de operarse una honda transformación en nuestras ciudades del litoral marroquí, como consecuencia del traslado de los penados, parece propicia esta ocasión para emprender la obra de convertir Ceuta y Melilla en plazas comerciales, que sirvan de base y apoyo a una expansión a la actividad española en el interior de Marruecos.” El extenso texto concluía: “Obra nacional, del más acendrado patriotismo sería lograr el éxito de nuestra expansión comercial en Marruecos, con la que España, además de ver acrecida su riqueza y aumentado su tráfico, cumpliría una de las más grandes misiones que su historia le señala. Los olvidos de ayer deben servir precisamente de estímulo á nuestro ánimo para recuperar el tiempo perdido.”[1]


Frente a esa visión optimista, algún medio de prensa nacional expresaba al día siguiente de concluir la Conferencia de Algeciras, su preocupación por las dificultades que podrían surguir: “Ha elegido torpemente Europa el momento de tratar los asuntos marroquíes, momento en el que la autoridad de Abd-el-Azis es discutida y negada de una parte considerable de sus súbditos. El sultán no posee más territorios que los que ocupan sus tropas. Poderosas tribus, y en Marruecos no hay más que tribus, niegan la obediencia al sultán. Pretender que ahora, cuando el fanatismo se muestra tan vivamente excitado en el imperio, se cumplan unos acuerdos con Europa, que intervienen y mediatizan a Marruecos, es empeñarse en echar leña al fuego. El pretendiente al trono, enemigo de los europeos, representante de los odios centenarios contra los cristianos, sus costumbres y su influencia, aprovechará sin duda alguna a favor de su causa cualquier acto del sultán encaminado a desposeerse de alguna facultad, a ceder en parte su autoridad imperial a los extranjeros infieles.” Concluiría con una reflexión premonitoria: “No vale Marruecos la sangre y el oro que habría de costar una guerra”.[2]


Es cierto que analizar y juzgar los hechos varias décadas después de producirse, es mucho más sencillo que anticiparse a los mismos pero visto lo acaecido durante el periodo 1909-1927 así como el coste humano, económico, social y político que supuso para España, tal vez hubiera sido mejor no haber participado en el reparto colonial establecido en la Conferencia de Algeciras y continuado tras el Tratado de Fez de 1912. También es cierto que todo ello no fue una decisión exclusiva ni unilateral española pues estaban en juego los intereses de otras naciones que contaban con nuestra presencia en el escenario marroquí. 


Evidentemente cada cual tendrá su propia y legítima opinión al respecto y no es una respuesta de blanco o negro sino de un amplio abanico de grises. Es cierto que se escribieron muchas páginas de gloria para la Historia Militar de España pero también no es menos verdad que también hay muchas páginas de dolor y luto que nunca hubieran debido escribirse. Todo ello ahí queda para la reflexión de cada uno.


En cambio, quien siempre lo tuvo más claro y le resultó más rentable fue a Francia que diseñó su propia hoja de ruta. Comenzó en la zona que le había correspondido, o mejor dicho, se había autoadjudicado en el reparto colonial, con una penetración definida como “pacífica” o “cívica”. Mientras España no tuvo opción y se le asignó la zona más complicada, compleja y menos productiva de Marruecos, Francia resultó privilegiada y por supuesto con una extensión territorial mucho mayor.


Acordada en la Conferencia de Algeciras inició su proyección en el ámbito sanitario, de la enseñanza, de las redes de comunicación terrestre/marítima, etc.


Esta presencia extranjera no fue bien vista ni aceptada por un importante sector de la población marroquí, contraria a la presencia europea. Esa hostilidad, cada vez más manifiesta en los musulmanes más radicales, terminaría por propiciar en 1907 dos incidentes muy graves que serían aprovechados por el gobierno francés, contraviniendo los acuerdos de la Conferencia de Algeciras.


El primero fue el asesinato por lapidación de un médico francés llamado Émile Mauchamp acaecido el 23 de marzo en Marrakech. Dirigía un centro de asistencia sanitaria gracias al apoyo económico del gobierno francés, enmarcado dentro de su política de proyección en Marruecos. La prensa francesa lo definió como un pionero de la civilización europea.[3]


Su muerte, exaltada por la prensa como la de un héroe, sería aprovechada como pretexto por el gobierno francés para ordenar al general de brigada Hubert Lyautey, comandante de Orán (Argelia), cruzar con sus tropas la frontera y ocupar el 29 de ese mes, la ciudad marroquí de Uchda. Muy próxima al límite fronterizo, se encuentra a unos 116 km -en línea recta- de la ciudad española de Melilla.[4]


El segundo suceso, de mucho mayor gravedad y entidad, acaeció el 30 de julio siguiente, siendo asesinados 8 europeos (5 franceses, 2 españoles y 1 italiano) que trabajan en las obras del puerto de Casablanca. La prensa francesa, tras recordar el asesinato del médico en Marrakech, difundió que la masacre era consecuencia directa de la “guerra santa” que los musulmanes radicales habían declarado a los europeos así como que las tropas del sultán de Marruecos no eran capaces de garantizar la seguridad de los aterrorizados extranjeros allí residentes.[5]


La reacción francesa no se hizo esperar. Los días siguientes su prensa informó de lo sucedido y de que los europeos en Casablanca se habían refugiado en consulados y buques extranjeros atracados en el puerto ante la inanición de las fuerzas marroquíes, por lo que se enviaban buques de guerra con tropas.[6]


Por su parte la prensa española también lo difundió, si bien no con tanto apasionamiento como la francesa, haciendo referencia que desde dicha nación se exigían inmediatas y contundentes medidas de represalia militar.[7]


Tanto los gobiernos de Francia como España enviaron los buques de guerra con el fin de proteger, como primera medida de urgencia, sus respectivos consulados y a sus compatriotas allí residentes.[8]


Llegados a la zona dos navíos franceses y uno español, fue necesario hacer uso de su artillería para apoyar el desembarco de las tropas, combatiéndose por toda la ciudad, liderándose la represalia por las fuerzas francesas. La prensa de ambos países lo publicaron en detalle, cifrándose por centenares los marroquíes muertos.[9]


Es interesante la reflexión publicada en un importante medio de la prensa española, frente a la opinión mayoritaria de la francesa. Mientras España quería desarrollar su acción en el marco de lo acordado en la Conferencia de Algeciras, Francia tenía su propia hoja de ruta cuyo trazado no era el aprobado: “El Gobierno –que en esto sigue la corriente de la opinión pública española- no va a buscar aventuras, sino a cumplir los deberes que tiene contraídos con Francia, a la que debe leal aquiescencia, con el Sultán, que hace cuanto puede por demostrar sus amistad, y con las demás Potencias, que en primer término acordaron la integridad del Imperio y la soberanía de su monarca”.[10]


Seguidamente, en dicho artículo, tras apoyar la acción de fuerza franco-hispana en Casablanca, se hacía mención expresa de que, “no por eso se habría atacado la soberanía del Sultán ni al pacto de Algeciras”. A continuación se hacía especial hincapié en que la máxima autoridad marroquí debía seguir contando con el auxilio y apoyo de de todas las potencias europeas, representadas por Francia y España. 


Finalmente, es de sumo interés su conclusión sobre la posibilidad de proseguir las acciones bélicas, más allá de la represalia puntual por los trágicos sucesos de Casablanca: “Enzarzarse en una lucha irregular con las kábilas no conduce a ningún fin. Sería una guerra de escaramuzas, sin el incentivo siquiera de una gloria. No estamos para aventuras ni guerras; pero si nos viéramos a ello obligados sería algo peor que una locura; una necedad empezaría de ese modo.”


Antes de los sucesos relatados de 1907, e incluso de la Conferencia de Algeciras, había un sector importante de la población marroquí que estaba en contra de la presencia europea. Lo acontecido en Casablanca no sólo fue prueba de ello sino también de que la radicalización se estaba extendiendo, degenerando en brutal y sangrienta violencia, por supuesto, sin respeto ni acatamiento alguno a la autoridad del sultán que permitía y se beneficiaba de dicha presencia extranjera.

 

3.- EL BARRANCO DEL LOBO (1909). 


3.1.- Situación.


Tras los antecedentes relatados comienza a exponerse el principio de un largo periodo bélico que abarcaría prácticamente dos décadas. Es por ello que es conveniente profundizar más en esta primera parte, pues ello facilitará con mayor agilidad la comprensión de lo que sucedería en los años siguientes.


Llegado a este punto tengo que recomendar la lectura de una interesante obra que a pesar de contar con veinte años de antigüedad ha sido reeditada en sucesivas ocasiones por Almena Ediciones, titulada “Las Campañas de Marruecos (1909-1927)” y coordinada por Antonio Carrasco. 


Muchos de los presentes la conocerán pues sigue constituyendo uno de las libros de obligada lectura sobre dicho periodo. No lo digo por ser autor de dos de sus capítulos, dedicados a la Marina de Guerra y su Infantería de Marina así como a la Guardia Civil, ya que ambos temas no son objeto específico de la presente conferencia. Lo afirmo por los dos magníficos capítulos del profesor Roberto Muñoz Bolaños sobre la Campaña de 1909 y las Operaciones Militares durante el periodo 1910-1918, así como por otro gran historiador especializado en la materia como es José Luis de Mesa Gutiérrez, autor del capítulo dedicado al periodo 1909-1927.


Entrando ya en situación hay que comenzar diciendo que en enero de 1909 reinaba la tranquilidad en el denominado “Campo exterior” de Melilla y su entorno marroquí. Ello se debía principalmente a una buena política de acuerdos y relaciones con un singular cabecilla marroquí, antiguo secretario del jalifa de Fez, llamado Yilali Ben Salem Zerhouni el Iusfi, conocido también como Bu Hamara (“el de la burra” por ir montado en ese animal en sus apariciones iniciales) y sobre todo entre los españoles como “El Rogui”. Éste se había hecho pasar ante las kábilas rifeñas por un hermano mayor del sultán Abd-el-Aziz, al que disputaría el trono. La mejor definición sobre él la publicó la prensa española tras la Conferencia de Algeciras: “Su papel consiste en reemplazar al Maghzen fuera del dominio del Maghzen; allí donde la autoridad del Sultán termina, la del Rogui trata de instalarse.”[11]


El poder del sultán y por lo tanto el del Mazjen, su gobierno, era apenas inexistente en la región del Rif, razón por la cual “El Rogui” hacía cierta la frase anterior. En la zona próxima a Melilla ejercía su autoridad entre las kábilas, imponiendo un orden que favorecía los intereses españoles, los cuales a su vez le compensaban con generosas aportaciones económicas. Inicialmente había contado con el apoyo del gobierno francés pero cuando éste estableció buenas relaciones con el sultán, “El Rogui” buscó el apoyo español, instalándose en Zeluán, sita a 30 km de Melilla.


El Rogui” se hizo con el control de la zona y consiguió la sumisión de las kábilas existentes pasando a fiscalizar el negocio minero con las empresas españolas y francesas que pretendían su explotación. Mientras tanto la autoridad del sultán ni existía ni se le esperaba. Uno de los que más reacios a su sumisión fue un caid conocido por “Chalbi”, de una pequeña población llamada Mezquita, perteneciente a la kábila de Beni-bu-Ifrur. Sería reducido y sancionado por “El Rogui”. Siempre se manifestaría contrario a los intereses españoles y al sultán, simpatizando con la causa anti europea del hermano de éste, Muley Hafid, aspirante también al trono. 


Un testimonio que ilustra esa buena e interesada interrelación de “El Rogui” con las autoridades españolas sucedió el 30 abril de 1908, siendo publicado por la prensa. Uno de la kábila de Quebdana fue a Melilla con un par de caballerías cargadas de víveres. Fue interceptado por los “aduaneros” de “El Rogui” y le exigieron que abonase los correspondientes impuestos por introducir mercancía en la plaza española. Se negó y se dio a la fuga por lo que aquellos dispararon sobre él. Una patrulla española acudió al lugar y fue atacada, entablándose el correspondiente enfrentamiento que se saldó con cuatro de los agresores muertos.[12]


Dos días más tarde una comisión de caides de “El Rogui” se presentaron en Melilla para entrevistarse con el gobernador militar. El general de división José Marina Vega los atendió. A la salida el más caracterizado de dicha delegación fue preguntado por un periodista sobre las posibles consecuencias del incidente. La respuesta fue clara y concluyente: “Dios dispuso que murieran los cuatro marroquíes; como tenía que suceder ha sucedido, y nada entibiará las buenas relaciones entre españoles y rifeños; nada pedimos; confiamos en el general hará justicia”. La crónica seguía relatando que los trabajos de las minas no se habían interrumpido. Marina ordenaría una investigación para esclarecer lo sucedido. El cabecilla “Chaldi”, declarado enemigo de la presencia española y la explotación minera, se había manifestado públicamente en contra de la actuación de nuestras tropas. La crónica finalizaba: “Puede considerarse que el conflicto está solucionado gracias al tacto del general y al interés del pretendiente en no enemistarse con la plaza y en que prosigan los trabajos de explanación de las minas”. 


Eran tiempos donde todavía lo único que interesaba por parte de quien ejercía la autoridad en la zona marroquí era el beneficio económico que obtenía de la explotación minera, mientras que por parte española, y sobre todo francesa, primaban principalmente los resultados comerciales. Sin hacer mención de ello y sin entender las claves económicas de la época en el escenario marroquí, no es posible comprender las razones de las acciones militares que se sucederían seguidamente. Posteriormente los intereses terminarían siendo de otro tipo.


El 9 de febrero de 1909, Alemania y Francia firmarían un tratado en el que se conjugaba teóricamente el espíritu de la Conferencia de Algeciras con los intereses económicos de ambos países en Marruecos. Bien es cierto que Francia seguía liderando pero se daba paso formal a los intereses de Alemania. España, tal y como recogía la prensa francesa de la época, sería invitada a adherirse.[13]


Evidentemente ello no fue precisamente del agrado del gobierno español pero tal y como había sucedido en otras ocasiones puede decirse que la opción menos mala era aceptar, al menos por el momento, los hechos consumados. 


El principal objetivo económico y comercial de las empresas europeas (españolas, francesas y alemanas) eran las minas de minerales existentes en Marruecos, cuestión que ya subyacía en la Conferencia de Algeciras. Ya en septiembre de 1907 se había constituido la sociedad de explotación minera “Union des Mines Marrocaines”, registrada el 18 de octubre siguiente con sede central en París y capital inicial de 550.000 francos.[14] Los porcentajes iniciales de participación eran: 62% francés, 20 % alemán, 6% inglés, 6 % español, 4 % italiano y 2 % portugués.[15]


Por parte española se había constituido el 7 de junio de 1907 el llamado “Sindicato Español de Minas del Rif”, antecesor de la “Compañía Española de Minas del Rif”, creada el 21 de julio de 1908. Ambas sociedades eran de capital español. Otra empresa sería la “Compañía del Norte Africano de Minas”, creada el 21 de agosto de 1907 y capital francés pero con domicilio social en España. La primera se centraría inicialmente en la explotación de los yacimientos en la zona de los montes de Uixan y Axara, mientras que la segunda lo haría en el monte de Afra, todo ello en la región próxima a Melilla, donde se construiría un cargadero de mineral en su puerto.[16]


Dichas compañías habían suscrito previamente con “El Rogui” los correspondientes permisos de explotación, así como garantizar la seguridad, a cambio de cuantiosas cantidades en metálico y beneficios económicos. Realmente, tal y como se ha dicho anteriormente, quien debía conceder las mentadas concesiones era el sultán pero como quien verdaderamente era capaz de garantizar los trabajos sin incidente alguno y controlaba la zona, se negoció directamente con “El Rogui”. Hay que significar que ello no impidió que también se gestionasen formalmente las autorizaciones pertinentes ante el sultán, pues la presencia y poder del mentado cabecilla no serían eternos, tal y como se comprobaría en 1909.


A lo largo de 1907 las tropas del sultán fueron enviadas sin éxito a la zona de influencia de “El Rogui”, instalado en Zeluán, sita a unos 30 km. de Melilla, para acabar con él. Tales fracasos iban en detrimento del prestigio y autoridad del sultán. Todo ello discurría sin que los españoles interactuasen. Mientras tanto “El Rogui” seguía manteniendo el orden a costa de importantes cantidades económicas.


Sin embargo, sus actividades de contrabando de armas desde una factoría comercial francesa en desuso tras la entrada en vigor de los acuerdos de la Conferencia de Algeciras, sita en La Restinga, a unos 20 km de Melilla, terminaría motivando su ocupación por fuerzas españolas en febrero de 1908. Dicho hecho constituyó la primera intervención militar española en el interior de Marruecos.


Mientras tanto, se libraba una guerra civil en Marruecos, principalmente en el Protectorado francés, escenario de los combates entre las tropas del sultán Abd-el Aziz, favorable a los intereses europeos (franceses), y las de su hermano Muley Hafid, contrario a la presencia extranjera (contaba con apoyo alemán). La prensa francesa anunciaría a finales de agosto de 1908 la derrota militar del sultán, que abandonado por la mayor parte de sus tropas que se pasaron al enemigo.[17]


A partir de entonces, uno de los principales objetivos del nuevo sultán fue acabar con los que le disputaban el poder, “El Rogui” entre ellos. A partir de septiembre comenzó el ocaso de su hegemonía, rebelándose algunas de las kábilas cuyos cabellillas ansiaban gozar de las cuantiosas cantidades económicas de las concesiones mineras. Tras llevar una acción de castigo contra algunas de ellas tuvo que terminar replegándose sobre Zeluán siendo continuamente hostigado. Allí, terminaría siendo cercado y asediado. Si bien consiguió huir con lo que le quedaba de fuerzas leales sería derrotado y capturado bien entrado 1909, por las tropas del nuevo sultán quien dispondría su ejecución de una forma cruel y brutal. 


Mientras tanto en la zona próxima a Melilla, tras un periodo de paralización, el gobierno español autorizó a finales mayo de 1909 la reanudación de los trabajos de explotación minera. Si bien por el gobernador militar de Melilla y plazas menores de África, general Marina, se solicitó autorización para establecer una serie de posiciones en la zona exterior de la plaza con la finalidad de protección, no le fue concedida.

 

3.2.- Los incidentes previos que dieron lugar a los sucesos del Barranco del Lobo.


En ese contexto se desarrollarían una serie de acontecimientos que motivarían los hechos iniciales objeto de la conferencia y que conviene relatarlos aunque sea brevemente. Primero hay que recordar que en Marruecos había un nuevo sultán contrario a la presencia extranjera.


Desde las acciones militares francesas en Uxda y Casablanca el sentimiento anti europeo se había ido extendiendo por buena parte de la población, unido todo ello a una importante radicalización islámica. Otro factor muy importante a tener en cuenta era que tras la desaparición de “El Rogui” se había quebrado el mantenimiento del orden en la zona, no habiendo sido reemplazado por la autoridad del nuevo sultán. Ello había dado lugar al protagonismo de los caídes de las kábilas más beligerantes.


Consecuente con lo anterior no tardaría en surgir el primer incidente de gravedad, seguidos de otros, que quedaron recogidos en una interesante obra publicada en 1909 por los capitanes Manuel García Álvarez y Antonio García Pérez, profesores de la Academia de Infantería de Toledo. Su redacción había sido encargada por el coronel José Villalba Riquelme, su director.[18]


Comenzaban relatando que el 30 de junio un policía indígena de la Restinga, al dirigirse hacia el Zoco del Jemis, en la kábila de Beni-bu-Ifrur, fue apaleado y desarmado por individuos de la kábila de Quebdana.


Al día siguiente, 1º de julio, acaecieron otros dos hechos graves. En la vía férrea francesa que enlazaba con su explotación minera de Afra apareció una barricada de piedras. Al intentar ser retirada fue impedido por kabileños fusil en mano. El otro hecho acaeció en el poblado de Mezquita donde el caid “Chaldi” predicaba la guerra contra España y el santón de la kábila de Beni-bu-Ifrur reunió una harka de unos 500 hombres contrarios a las obras que venían realizando las empresas mineras.


El 2 de julio se presentaron en La Restinga, al general de brigada Pedro del Real Sánchez-Paulete, 2º jefe del gobierno militar de Melilla, varios notables de la kábila de Quebdana para reprobar la agresión sufrida por el policía indígena. El general lo admitió pero al enterarse que los autores habían desaparecido de su poblado comunicó que procedería a castigar la agresión confiscando los bienes de aquellos. Los notables no sólo lo aprobaron sino que pidieron presenciar el castigo.


A la mañana siguiente dicho general con una potente columna militar recorrió diversos poblados y localizó a los autores de la agresión, confiscándoles como castigo ejemplarizante los caballos, armas y municiones. Una vez cumplimentado recorrieron algunos poblados más y capturaron a seis “desafectos”.


Durante los siguientes días tanto el cabecilla “Chaldi” como el santón de Beni-bu-Ifrur siguieron soliviantando los ánimos. Todo ello terminó desembocando en un ataque perpetrado por unos 400 harkeños a primera hora de la mañana del 9 de julio sobre los obreros que trabajaban en el ferrocarril minero español, construyendo un puente sobre la torrentera de Sidi-Musa. Al parecer la intención inicial era capturar varios trabajadores españoles con el fin de canjearlos por los marroquíes apresados, pero el resultado terminó con la muerte de cuatro de ellos y un herido.


La prensa española se hizo inmediatamente eco de lo sucedido. Hacemos un breve receso para exponer como desde un diario republicano de Madrid trasladaron a la opinión pública su visión. Publicado en primera plana llama la atención su titular: “Lo previsto. En el Rif. Agresión contra los mineros. El prólogo de la Guerra.”. [19]


La extensa crónica comenzaba con unas alertas y reproches muy significativos e ilustrativos con una acusación final: “No hemos de sacar de quicio las cosas, ni de aprovechar lo sucedido, muy previsto y acaso preparado, para gritar: ¡guerra! ¡guerra” y dar el gusto a las Compañías mineras francesa y española, responsables indirectas de lo sucedido. ¿A qué comprar al Roghi lo que no puede vender?. ¿A qué reanudar los trabajos antes de tener asegurada la vida de los obreros?. ¿Se quería llegar al conflicto?. Creemos que sí. ¡Ya se ha llegado!. Como el Sultán no puede garantizar el orden, ni castigar a los culpables, lo harán si no, las tropas.


La crónica seguía relatando como que el capataz de los trabajos en la vía férrea había enviado al amanecer emisarios a Melilla para advertir, “que había recibido confidencias de que muchos moros, procedentes de los poblados de Quebdana proponíanse atacar de improviso a los trabajadores de la vía férrea, con objeto de hacer prisioneros a algunos de ellos para poderlos ofrecer de canje por los indígenas apresados días atrás en Quebdana por las tropas españolas”.


En pocas líneas se decía mucho, pues se criticaba haber negociado con un cabecilla para obtener unos permisos de explotación para los cuales no tenía autoridad legal; se ponía de manifiesto la incapacidad del sultán para mantener el orden en su territorio; se reprochaba que en una zona donde cada vez era más ostensible el rechazo a los trabajos de las empresas mineras europeas, se hubieran reanudado sin haberse garantizado previamente su seguridad; se afirmaba que lo que se quería era propiciar el trágico suceso, del que se tenía conocimiento y podía haberse evitado si se hubiera querido, para poder intervenir militarmente; y por último se alertaba que no confundían “el interés de una empresa minera con la causa de España”.

 

3.3.- La reacción española al ataque: La “Semana Trágica” de Barcelona.


Inmediatamente, tal y como siguieron relatando los capitanes Manuel y Antonio García, se produjo reacción de las fuerzas españolas que salieron de Melilla para castigar la acción de aquellos rifeños desafectos. La jornada concluyó favorable para las armas españolas si bien tuvieron 5 muertos y 24 heridos.


No voy a detallar por las razones expuestas, las operaciones que se realizaron a partir de esa fecha (existe historiografía muy cualificada), si bien, tal y como fue el compromiso inicial, sí se van a poner de relieve las claves.


La primera, muy ilustrativa y que podría servir para los trágicos sucesos que acaecerían doce años después, es el telegrama que remitió Alfonso XIII al general Marina y que reprodujo en su totalidad la orden de la plaza el 11 de julio. Sólo transcribiré las primeras líneas que bien seguro harán reflexionar al auditorio: 


Con verdadero entusiasmo felicítole, y a las fuerzas a sus órdenes, por su valor y conducta en el combate de ayer. Enorgulléceme la primera acción de guerra librada en mi reinado. Han quedado plenamente confirmadas las grandes esperanzas que tengo cifradas en el Ejército y en el porvenir de la Patria”.


Es entendible que el monarca, como jefe del Estado, dirigiera palabras elogiosas a sus soldados tras un hecho de armas. Pero la cuestión es otra, tal y como exponía el profesor Bolaños al citar en su capítulo sobre esa Campaña, los estudios de la profesora francesa Andrée Bachoud sobre el periódico “La Correspondencia Militar”.[20]


Editado entre 1877 y 1932 dicho diario era una almagana de intereses corporativistas castrenses y políticos, resultando su lectura de gran utilidad para analizar y entender un sector importante del pensamiento militar de ese dilatado periodo.


La opinión del profesor Bolaños es que la inmensa mayoría del pueblo español era contrario a la guerra en Marruecos y prácticamente ocurría lo mismo con los políticos y los empresarios. Sería una sangría de vidas y recursos económicos que en modo alguno justificaría una “aventura colonial”. La pregunta que entonces habría que hacerse es por qué España entró en una guerra que duraría casi dos décadas. Bolaños le pasa el testigo a la profesora Bachoud, quien afirma que sólo dos poderes quisieron esa larga contienda: el del rey y el de los militares. 


Respecto a Alfonso XIII opina que estaba deseoso de ocupar un lugar en la Historia, siendo llamado por algunos “El Africano”, apoyando cualquier gestión relacionada con la participación española en Marruecos, animando e impulsando en sus acciones: al general Marina en 1909 como acaba de exponerse o al general Manuel Fernández Silvestre en 1921, tal y como se verá más adelante.


La cinco razones que deduce tras su análisis del referido diario militar-político eran la continuación de la tradición histórica española en Marruecos, mejorar la psicología y organización del Ejército que quedaron maltrechas desde el “Desastre” de 1898, colocar a España a nivel del resto de las grandes naciones europeas, obtener ventajas económicas para la nación mediante la explotación de los recursos agrícolas y mineros, así como el principio de que la guerra es buena per se ya que es consecuencia de los importantes cambios culturales acaecidos a finales del siglo XIX, donde el darwinismo social tuvo un papel relevante, siendo ésta una corriente imperante también en toda Europa.


En opinión del profesor Bolaños la mayoría de los militares españoles de la época suscribirían las cinco razones. En mi modesto entender, discrepo de algunas de ellas. Habría que matizar algunas cuestiones, no siendo éste ahora el espacio para abordarlo, si bien comparto que no se puede entender la cuestión de las Campañas en Marruecos sin el decidido apoyo del monarca a las fuerzas del Ejército allí destacadas y su relación personal con algunos de sus máximos responsables. 


Tampoco podría comprenderse sin el firme y entusiasta compromiso de una parte del Ejército que escribiría en el norte de África páginas de gloria y de tragedia, pasando a constituir una casta que sería bautizada como los “africanistas”, por hacer allí su carrera militar. Pero por otra parte no hay que olvidar, aunque tampoco sea ahora el momento de desarrollarlo, la fractura que se produjo en el Ejército. Un sector importante era contrario a los ascensos por méritos de guerra alcanzados allí. De hecho, ello sería una de las principales reivindicaciones de las Juntas de Defensa Militares que se crearon en la Península durante las Campañas de Marruecos.[21]


La inmensa mayoría del pueblo español era contrario a la guerra en Marruecos, tal y como ya se ha dicho. Testimonio de ello, aunque confluyeron más factores, fue la “Semana Trágica de Barcelona”. Al producirse los primeros hechos relatados el general Marina solicitó el urgente envío de refuerzos pues la guarnición de Melilla y los peñones no llegaba a seis mil hombres. 


El gobierno conservador presidido por Antonio Maura Montaner dio orden inmediata y tan sólo un día después de los sucesos, se dictó un real decreto autorizando al ministro de la Guerra, llamar a filas a los soldados de la Reserva activa que considerase precisos para nutrir los Cuerpos y unidades del Ejército.[22]


A partir del 11 de julio comenzaron los embarques, sin incidentes iniciales. Pero pronto empezó una campaña en la prensa promovida por sectores políticos y sindicales contrarios al gobierno que junto a las noticias de las bajas españolas que se iban produciendo, se fue creando un clima hostil. Terminaron por producirse incidentes de orden público en diversos puntos de España pero sería en Cataluña donde se registrarían los de mayor gravedad, sobresaliendo los de la ciudad de Barcelona.


Todavía estaba en el recuerdo popular el envío de tropas a las colonias de Ultramar y la sangría humana que ello supuso. También seguía en vigor la Ley de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército, de 11 de julio de 1885, que contemplaba la redención del servicio militar a cambio de una elevada cantidad económica que sólo se podían permitir las clases sociales más pudientes.[23]


Todo ello, convenientemente agitado por quienes estaban en contra del gobierno, provocó una intensa corriente popular opuesta a la movilización de reservistas que se veían obligados a dejar su vida familiar y laboral para ir a una guerra en beneficio de los empresarios mineros, de la cual se libraban los hijos de los ricos. La misma convicción existía entre las familias de los soldados de reemplazo.


El 26 de julio se inició en Barcelona una huelga, quemándose edificios siendo los de carácter religioso los objetivos principales. La revuelta antibelicista fue degenerando en anticlerical. Dado el cariz insurreccional se declaró el estado de guerra y las tropas salieron a la calle para proteger los edificios públicos mientras que la convulsa situación se fue extendiendo a otras localidades de Cataluña.


La noticia de lo acaecido al día siguiente en el Barranco del Lobo y el elevado número de bajas sufridas contribuyó a exaltar aún más los ánimos, produciéndose en los días sucesivos numerosos enfrentamientos callejeros así como levantamiento de barricadas, asaltos e incendios de edificios religiosos principalmente. La prensa de la nación se haría amplio eco de todo lo ocurrido durante esa semana hasta que el 2 de agosto se dio por restablecido el orden.[24]


El balance fue desolador: Las fuerzas militares y policiales tuvieron 8 muertos y 120 heridos mientras que los civiles, entre insurrectos y ajenos, sufrieron 104 muertos y 296 heridos. La mayor parte de los edificios destruidos eran religiosos, considerándose que un tercio de las iglesias y conventos de Barcelona fueron incendiados así como una treintena de escuelas regentadas por el clero. Se produjeron numerosas detenciones. Se celebraron consejos de guerra y entre las condenas, hubo varias a la pena de muerte, siendo cumplidas. Entre ellas, entre la del supuesto máximo responsable, Francisco Ferrer Guardia. Su ejecución provocaría una dura campaña en países europeos, Francia principalmente, contra el gobierno así como enfrentamientos parlamentarias, terminando todo ello por provocar su caída.[25]


Una consecuencia inmediata de lo acaecido en Barcelona y en otras poblaciones, principalmente de Cataluña, fue la suspensión temporal por real orden de 4 de agosto, de toda redención a metálico del servicio militar.[26] Ello contribuyó a calmar los ánimos y fue muy celebrado por la prensa de todo el país, por “obedecer a un principio de justicia, envuelve el deseo de dar satisfacción a justas aspiraciones del país”.[27]

 

3.4.- Los hechos de armas del Barranco del Lobo.


Mientras en Cataluña y otros puntos de la Península iban in crescendo las alteraciones de orden público en la zona de Melilla continuaban las operaciones. El 27 de julio se producirían los sucesos del “Barranco del Lobo”. Éste se halla ubicado en las estribaciones del Monte Gurugú, desde cuyas alturas se divisa Melilla. El intento de ocuparlo finalizó siendo un desastre para las fuerzas españolas.


Existe abundante bibliografía que analiza y detalla lo sucedido por lo que no voy a entrar por las razones ya expuestas en profundidades, pero sí en algunas claves y las consecuencias. Por necesidades tácticas de una operación de suministro de víveres y municiones a algunas posiciones era necesario ocuparlo, al objeto de proteger uno de los flancos del convoy organizado a tal efecto y garantizar así su seguridad.


Dicho convoy cumplió su misión pero la acción desplegada sobre dicho barranco resultó un fracaso con un elevado coste de bajas, al dominar el enemigo las alturas y poder batir por el fuego a nuestras tropas que pronto quedaron sin parte de sus principales mandos. Marchaban al frente de las tropas y fueron los primeros en caer.


Los capitanes García en su reiterada obra sobre las operaciones de 1909, al referirse a esos hechos, realizaron una valoración un tanto épica, más propia de una gesta que de un desastre: “La jornada, que duró casi todo el día, fue tan sangrienta como gloriosa, y el arrojo desmedido de nuestros infantes, fue causa de que aumentara considerablemente la ya larga lista de los que con el desinterés peculiar de nuestra raza, rinden la vida en aras de su Patria”.


Encabezada la relación de mandos muertos o heridos por el general de brigada de Infantería Guillermo Pintos Ledesma, reconocen que los “partes oficiales y referencias particulares”, elevaban a varios cientos las bajas entre muertos y heridos, y “si bien es cierto que la sangre ha corrido en torrentes por los agrestes riscos del Gurugú, no es menos cierto que nuestra indomable Infantería ha escrito una página más en la historia de sus épicas hazañas. La lección dada a la harka fue dura y sangrienta; el número de sus bajas fue enorme, y además adquirieron la evidencia de que ante el decidido empuje de las huestes españolas, ni es obstáculo el fanatismo del contrario, ni el terreno en que se apoya por insuperable que a primera vista parezca.


Aquella dura realidad no fue una epopeya, pues tal y como resume el profesor Muñoz Bolaños en su mentado capítulo aquella acción costó al Ejército español 1.046 bajas entre muertos, heridos y desaparecidos, especificando que entre los fallecidos estaban el general citado, cinco jefes y quince oficiales.


La mayor parte de los cuadros de mando que cayeron lo fueron en los primeros momentos lo cual, junto a la consiguiente desmoralización, dejó buena parte de la tropa sin nadie que les dirigiera acertadamente en el combate, máxime cuando era el enemigo quien llevaba la iniciativa desde posiciones dominantes. 


Según la historiografía, aunque los capitanes García relatasen que “la retirada se hizo con la ordenada calma, peculiar de las tropas aguerridas, y sin que ni un momento las tropas estuvieran huérfanas de dirección”, la realidad fue muy diferente.


Los errores militares cometidos quedaron de manifiesto en diferentes obras publicadas. Recomiendo la lectura del análisis reproducido por el profesor Muñoz Bolaños y realizado por el teniente coronel de Ingenieros Juan Avilés Arnau.


Para él, y para otros muchos historiadores, incluidos los del Servicio Histórico Militar, la causa fundamental del desastre fue que la tropa no estaba preparada para el combate y al ver caer a sus oficiales, “inició una desbandada general que no pudo ser contenida”. Otros autores, como los que estudiaron la campaña para el Estado Mayor Central, hicieron recaer la responsabilidad sobre los oficiales, “pues a causa de un sentido del honor mal entendido, provocaron su propia muerte, dejando desamparadas a las tropas”, ya que siempre ocupaban la primera línea y nunca buscaban la protección del terreno durante el combate.


En los días siguientes los ataques y contraataques fueron sucediéndose así como el envío de más refuerzos procedentes de la Península, aún a pesar del descontento popular y los graves disturbios producidos durante la “Semana Trágica” de Barcelona.


Las operaciones siguieron desarrollándose durante los meses de agosto y septiembre, prácticamente tal y como fueron concebidas por el general Marina. En la última semana de septiembre las poblaciones de Nador y Zeluán fueron ocupadas, siendo ello muy celebrado por la prensa española que desde el inicio de los sucesos del 9 de julio dedicaba diariamente una o más páginas a las operaciones militares.[28]


Sin embargo, tales operaciones excedían de lo autorizado en agosto por el gobierno, reiterado al mes siguiente por el propio ministro de la Guerra, teniente general Arsenio Linares Pombo, razón por la cual el presidente Maura tuvo que llamar la atención al general Marina. Tal actuación podía además motivar reclamaciones diplomáticas por incumplimiento de los acuerdos internacionales. El profesor Muñoz Bolaños, hizo suya la reflexión de la historiadora francesa Bachoud sobre que fuera muy posible que a quien realmente dicho general había acatado había sido al rey. ¿Marina contó con el aliento o apoyo de Alfonso XIII?. ¿Se volvería a repetir la historia doce años después?.


Lo cierto es que dicho general se limitó a justificar ante el gobierno que la toma de dichas poblaciones fue “por necesidades tácticas y estratégicas”. Y la verdad es que desde el punto de vista militar tenía razón. Fue una decisión acertada pues esas operaciones eran necesarias así como la de ocupar el Monte Gurugú, lo cual se llevó a cabo el 29 de septiembre.


No obstante, con su conquista la campaña no se podía dar por finalizada. De hecho, al día siguiente, mientras la prensa lo celebraba,[29] las fuerzas españolas sufrían un importante revés. Fallecería otro general de brigada, Darío Díez Vicario. Junto a él, tal y como detallarían los capitanes García, resultarían muertos 2 capitanes, 1 teniente y 23 de tropa así como heridos 1 jefe, 12 oficiales, 223 de tropa más 9 desaparecidos.


Todo ello al realizar un “reconocimiento ofensivo” ordenado por el general Marina. El propósito era “ver el estado de vitabilidad de las kábilas inmediatas a Zeluán”, así como apreciar sus posiciones con relación a las españolas. El entonces capitán de Estado Mayor Nazario Cebreiros Curieses (algunas fuentes creen que podría ser el capitán de Caballería Germán León Lores o el que fuera de dicho empleo de Infantería Eduardo López de Ochoa Portuondo, ascendido a comandante por méritos de guerra), analizaría en un interesante libro todas las operaciones. Publicado al año siguiente bajo el pseudónimo de “Capitán X”, lo criticaría duramente, ya que el reglamento de campaña prohibía “los reconocimientos que antes se llamaban ofensivos, fuerte o a viva fuerza”. También cuestionaría al general Marina que no hubiera empleado la compañía de Aerostación que tan buenos y eficaces resultados venía dando, habiéndola enviado en cambio a la retaguardia.[30]

 

3.5.- El final de la Campaña de 1909.


Cuando todavía no habían concluido las operaciones militares una real orden circular dictada el 11 de octubre de 1909 dispuso el restablecimiento de la redención a metálico del servicio militar para los reclutas declarados útiles en el reemplazo de dicho año.[31] Poco había durado dicha medida produciendo numerosas y duras críticas en la prensa que clamaba por la desaparición de “esa gran injusticia, esa irritante desigualdad”, ya que los sacrificios serían sólo de “los desheredados de la fortuna[32].


Diez días después caía el gobierno conservador, muy desgastado por la cuestión de Marruecos en sus diferentes vertientes. Sorpresivamente el nuevo gobierno liberal aprobó un crédito extraordinario para proseguir las operaciones. El éxito de las mismas fue tal que una comisión de notables acudió al general Marina para conocer “las condiciones en que España otorgaría el perdón”. La realidad es que no podían seguir sosteniendo el esfuerzo de la guerra, Finalmente, el 27 de noviembre siguiente España dio por terminada oficialmente la campaña.

 

4.- LAS OPERACIONES MILITARES 1910-1918.


4.1.- Acuerdos de paz y creación unidades de tropas indígenas.


Desde finales de 1909 y a lo largo de 1910 las diferentes kábilas fueron mostrando su sumisión a España. Por parte de ésta se fue asegurando la zona, desplegando tropas y fortaleciendo las posiciones militares ocupadas.


Una de las principales lecciones aprendidas de la Campaña de 1909, además de la importancia de la observación del terreno desde el aire, el adiestramiento de tropas bisoñas antes de enviarlas al combate y la adaptación de las tácticas a las singularidades de la zona, fue la necesidad de reclutar tropas indígenas al igual que habían hecho con éxito otras potencias europeas. 


Por real decreto de 31 de diciembre de 1909 se crearon, “con carácter de ensayo”, las primeras unidades indígenas en la zona de Melilla. Su justificación era clara: “La extensión de los territorios del Rif ocupados actualmente por nuestras tropas, exige el mantenimiento en ellas de un núcleo importante de fuerzas para asegurar la tranquilidad del territorio, y el desarrollo, a su amparo, del comercio y demás fuentes de riqueza del país. Sometidos a nuestra influencia los habitantes de las kabilas ocupadas como consecuencia de la última campaña parece llegado el momento de ir creando tropas nutridas con los elementos indígenas afectos á España, que sirvan de núcleo para. la organización de fuerzas indígenas regulares con cohesión y disciplina, y capaces de cooperar en las operaciones tácticas con las tropas del Ejército.”


Comprobado el acierto de ello, por real orden de 30 de junio de 1911, se decidió la creación de nuevas unidades, “que puedan, por su organización, constituir la base, y, en su día, la parte principal del ejército de nuestras posesiones y territorios ocupados por nuestras tropas en el continente africano”. Se creó por lo tanto una unidad con la denominación de fuerzas regulares indígenas de Melilla, constituyendo un batallón de infantería y un escuadrón de caballería, como fuerza dependiente de la Capitanía general de Melilla, “para prestar el servicio de armas en unión de las fuerzas del Ejército, así como el de guías, intérpretes, confidentes y demás misiones especiales que se le encomienden”.[33]


El 15 de noviembre de 1910 se firmó un acuerdo con el sultán, fijándose los límites de las zonas limítrofes de las plazas de soberanía, España aseguró el territorio militarmente ocupado y estableció el pago que debía recibir por los daños sufridos.

 

4.2.- Inicio de conflictos en la zona occidental.


Si bien en la zona oriental, con epicentro en Melilla, podría decirse que existía tranquilidad, aunque a veces acontecían sucesos como el acaecido el  22 de mayo de 1911 en la zona limítrofe francesa, cerca de Taurirt, sita a unos 100 km al sur de Nador, donde cuatro españoles fueron asesinados para robarles las mercancías que transportaban, no podía afirmarse lo mismo de la zona occidental española, con epicentro en Ceuta. Tras un ataque sufrido en esas fechas por pescadores españoles frente al Monte Negrón, a unos 16 km de Ceuta, el gobierno autorizó al general de división Felipe Alfau Mendoza, gobernador militar de dicha plaza para que procediera a ocupar la zona exterior y garantizar la seguridad de las posiciones españolas.[34]


Mientras tanto en la zona limítrofe, donde continuaban incidentes armados, Francia continuó con su hoja de ruta, mostrando gran interés por Alcazarquivir y su entorno, que correspondía a España al igual que los territorios de Tánger, Arcila y Larache.


Tras sufrir los franceses un ataque la noche del 13 al 14 de mayo en la zona de Fez, además de una revuelta local y prestar apoyo al sultán, enviaron sus tropas y la ocuparon. La respuesta española, ante dicha acción que fortalecía la influencia francesa en la región, fue el desembarco en Larache los días 8 y 9 de junio siguientes, de un batallón expedicionario de Infantería de Marina, bajo el pretexto de algunos ataques producidos en la zona. La prensa francesa criticó severamente la acción española lo cual a su vez fue comentado desfavorablemente por la española, denunciándose que desde el Reino Unido se había advertido a España de “lo peligroso e inútil que podría resultar su acción militar en Marruecos”. Evidentemente la iniciativa militar española sorprendió y desagradó manifiestamente a los franceses pues perjudicaba sus intereses en la zona y muy probablemente sus futuros propósitos.[35]


La situación internacional se complicó y Alemania volvió a entrar en juego enviando un buque de guerra a la zona con pretensiones de ocupar Agadir. A su vez Reino Unido se opuso rotundamente a dichas aspiraciones, pues no en vano la flota germana era la 2ª del mundo, detrás de la británica. No hay que olvidar que esas tres naciones se enfrentarían tres años después durante otros cuatro más en la 1ª Guerra Mundial.


La crisis internacional abierta, tras no pocos contactos, se cerró el 4 de noviembre siguiente con la firma de un acuerdo entre Francia y Alemania. Ésta dejó campo abierto a Francia en Marruecos a cambio de ceder una parte importante del Congo. España protestó de este acuerdo “res inter alies acta” que violaba el franco-español de 3 de octubre de 1904 y el de la Conferencia de Algeciras. Mientras Europa estaba muy pendiente también de la guerra Italo-Turco y la invasión de Trípoli, la prensa francesa siguió criticando duramente la actuación española llegando a solicitar el repliegue de nuestras tropas de Larache y Alcazarquivir así como hacerse cargo ellos de la policía en Tánger y alrededores así como que España debía abonar una compensación económica ya que Francia había cedido parte del Congo. Curiosamente criticaban el incumplimiento español de la Conferencia de Algeciras.[36]

 

4.3.- La Campaña del Kert (1911-1912).


Mientras tanto, el 24 de agosto de 1911 una comisión topográfica del Ejército español fue atacada por un grupo numeroso de rifeños cuando levantaba planos en la zona del Río Kert (próxima a Melilla), produciéndose bajas por ambas partes. Rápidamente se organizó una columna de castigo y varias kabilas apoyaron a nuestras tropas.[37] Durante las operaciones que siguieron en los meses siguientes se produjeron numerosos ataques y contraataques, el 14 de octubre siguiente resultaría muerto en combate el general de división Salvador Díaz-Ordoñez Escandón.[38]


Nuevamente se repitieron patrones similares a los de 1909: envío de refuerzos militares desde la Península, seguimiento diario de la campaña por la prensa, numerosas bajas por ambas partes, etc, si bien las lecciones aprendidas fueron de provecho, remitiéndome a la bibliografía ya citada respecto al detalle de las operaciones. Ha de significarse que ambos bandos estaban mejor preparados.


No obstante, sí hay que detenerse en la clave que motivó el drástico y rápido final de dicha campaña, verdadero responsable de su inicio. Se trataba del cabecilla rifeño Mohamed Ameziane, “El Mizzian”, muerto en el 15 de mayo de 1912, en enfrentamiento con las Fuerzas Regulares Indígenas. Ello produjo un profundo efecto desmoralizador entre sus huestes y numerosas deserciones, conduciendo todo ello a dar por finalizada la campaña con victoria española pero sin explotación del éxito.[39]


Por otra parte es importante significar que la muy criticada redención a metálico de la prestación del servicio militar sería por fin derogada durante esa campaña, concretamente por la ley de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército, de 19 de enero de 1912, redactada conforme a la Ley de Bases de 29 de junio de 1911.[40]

 

4.4.- El Tratado Hispano-Francés de 1912: El Protectorado.


Si bien como ya se expuso inicialmente hubo una conferencia previa sobre dicha materia, al entrar a partir de ahora en un periodo de más de cuatro décadas del Protectorado de España en Marruecos, es preciso realizar al menos una breve referencia sobre el convenio hispano-francés suscrito el 27 de noviembre de 1912, para una mejor comprensión de lo que posteriormente se diga.[41]


Primero hay que significar que el 30 de marzo anterior se había firmado un tratado franco-marroquí por el cual acordaban “instituir en Marruecos un nuevo régimen que implique las reformas, administrativas, judiciales, escolares, económicas, financieras y militares que el Gobierno francés juzgue útil introducir en el territorio marroquí.” Se salvaguardaría “la situación religiosa” y se reformaría la organización de un Majzen cherifiano. Por otra parte, el gobierno francés concertaría con el español respecto de los intereses que éste tuviese por su posición geográfica y sus posesiones territoriales en la costa marroquí. La ciudad de Tánger continuaría con su carácter especial. Lo más importante, en relación con esta conferencia, es que con dicho tratado el gobierno francés podía proceder, tras informar al majzen, “a las ocupaciones militares del territorio marroquí que juzgue necesarias para el mantenimiento de la paz y de la seguridad de las transacciones comerciales, y a que ejerza cualquier acción de Policía en el territorio y en las aguas marroquíes.”


Dicho tratado, muy sencillo y breve, daría lugar a un extenso y complejo convenio hispano-francés suscrito el 27 de noviembre siguiente, por el que: “El Gobierno de la República Francesa reconoce que, en la zona de influencia española, toca a España velar por la tranquilidad de dicha zona y prestar su asistencia al Gobierno marroquí para la introducción de todas las reformas administrativas, económicas, financieras, judiciales y militares de que necesita, así como para todos los reglamentos nuevos y las modificaciones de los reglamentos existentes que esas reformas llevan consigo, conforme a la Declaración francoinglesa de 8 de abril de 1904 y el Acuerdo francoalemán de 4 de noviembre de 1911.” 


Aunque el inicio de ambos acuerdos parecía tener una redacción similar, lo cierto es podría decirse que mientras el tratado franco-marroquí dejaba las puertas abiertas para todo lo que fuese de interés francés, el convenio con España le fijaba que puerta podía abrir y cuándo. Volveremos cuando más adelante se trate sobre Tánger e Ifni.

 

4.5.- La influencia de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).


Fue un periodo de relativa tranquilidad en el que se priorizó proseguir una política de paz y de buenas relaciones con las kabilas asentadas en el territorio controlado por España así como con las limítrofes. En la zona oriental del Protectorado (Melilla) prácticamente no se realizaron operaciones mientras que en la occidental (Ceuta) las pocas que se llevaron a cabo concluyeron con éxito, al contarse con el apoyo de un cabecilla de la región de Yebala, comprendida entre Tánger y Larache. Llamado Muley Ahmed ibn Muhammad, conocido como “El Raisuni”. De compleja personalidad y dilatada trayectoria (hay publicadas varias biografías) era enemigo declarado del sultán y de los franceses así como de los españoles en determinados periodos.


Cuando a finales de julio de 1914 se inició la Primera Guerra Mundial en Europa, Marruecos volvió a ser del interés para Alemania. Su propósito era subvertir el orden en el Protectorado francés al objeto de que las revueltas que se produjesen, obligase a detraer tropas del teatro de operaciones europeo. Es por ello que alemanes, y sus aliados turcos que eran musulmanes, intentaron promover levantamientos generalizados contra los franceses. Al no conseguirlo intentaron atraer a su causa a aquellos cabecillas marroquíes locales desafectos a Francia. Todo ello a cambio de elevadas contraprestaciones económicas y la promesa de mantener los territorios que ocupasen. En la zona española destacó principalmente “El Raisuni”, declarado enemigo de los franceses. Nuestra principal preocupación al respecto fue que actuase contra aquellos desde nuestro Protectorado. 


A pesar de algunas acusaciones de Francia sobre ello y por la supuesta libertad de acción de agentes alemanes en nuestra zona, lo cierto es que España mantuvo su neutralidad en el conflicto y en lo posible evitó que se efectuase cualquier agresión contra la zona francesa. Ello volvería enemistar a “El Raisuni” contra España.


Respecto al convenio franco-alemán suscrito en noviembre de 1911 sobre Marruecos quedaría derogado al entrar en vigor el Tratado de Versalles suscrito el 28 de junio de 1919, tras concluir la contienda mundial en noviembre del año anterior. 

 

4.6.- Las Campañas entre 1919 y 1927. Del “Desastre” a la victoria y la Paz.


Este interesante e intenso periodo que comprende casi una década daría por sí sólo para muchas conferencias en las que podría tratarse cronológicamente la fase de progresión militar española en el interior del Protectorado y sus correspondientes operaciones; la creación en 1920 del Tercio de Extranjeros, la Legión, que precisamente acaba de cumplir su centenario y nació en aquel escenario para servir en el mismo, al igual que en 1911 se crearon las Fuerzas Regulares Indígenas; el “Desastre” del verano de 1921, las causas que lo motivaron y las consecuencias que se derivaron de ello; las operaciones de reocupación del territorio perdido y el avance sobre el pendiente de ocupar; el desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925; la colaboración militar francesa en el periodo 1925-1927; y las operaciones que condujeron finalmente a la victoria española en 1927, culminada el 10 de julio y celebrada el 12 de octubre, fecha instituida para la celebración de la “Fiesta de la Paz”.


Dado que está previsto que se imparta por el historiador Esteban Alcántara Alcalde, dentro de este ciclo, una conferencia específica sobre “La epopeya de Igueriben”, bien seguro que además de la heroica gesta en dicha posición del comandante de Infantería Julio Benítez Benítez y sus hombres en julio de 1921, abordará la cuestión del “Desastre” de Annual y sus consecuencias.


Si bien existe abundante bibliografía especializada al respecto, incrementada recientemente por cumplirse este año su centenario, si haré referencia, aunque breve por razón de tiempo, a ese periodo tan luctuoso de la Historia de España, que terminaría culminándose en 1927 con la victoria seguida de una ansiada y definitiva paz. Por supuesto sigo recomendando expresamente la lectura del capítulo de José Luis de Mesa Gutiérrez, titulado “1919-1927, casi una década de sangre”, en la mentada obra de “Las Campañas de Marruecos (1909-1927)”, de Almena Ediciones.


Al inicio de 1919 podría decirse que prácticamente el principal problema que tenía España para ir extendiendo su presencia en el Protectorado era “El Raisuni”.


El Protectorado español estaba militarmente dividido en 1920 en las Comandancias Generales de Ceuta, Larache y Melilla. En los territorios de las dos primeras las operaciones realizadas a lo largo dicho año permitieron alcanzar los objetivos previstos sin excesivas complicaciones ni un número elevado de bajas. En la de Melilla, con su nuevo jefe, general de división Manuel Silvestre Fernández, se reiniciaron las operaciones de penetración en los territorios hasta entonces no ocupados. Se ponía así fin a un largo periodo de estabilidad, sin graves incidentes, gracias a una “hábil política de atracción” sobre las kabilas de dichos territorios, por sus dos predecesores, los generales Francisco Gómez Jordana y Luis Aizpuru Mondéjar. El año 1920 finalizaría también en esa zona satisfactoriamente.


Sin embargo, la situación en 1921 se complicaría en todo el Protectorado llegándose al “Desastre” en la de Melilla. En la zona de Tetuán-Larache se recrudeció el hostigamiento por parte de las fuerzas de “El Raisuni”, mientras que en la de Melilla los cinco primeros meses fueron favorables para las armas españolas. A partir de junio el hostigamiento por los harqueños de diversas kabilas liderados por el cabecilla rifeño Abd-el-Krim fue constante, atacándose en fuerza varias posiciones (Abarran, Sidi Dris, Igueriben, etc.). El propósito del general Silvestre era llegar a la bahía de Alhucemas.


Durante julio los ataques se recrudecieron contra todas las posiciones que fueron cayendo sucesivamente. Tras la caída de Annual se desplomó todo el despliegue, intentando las tropas replegarse sucesivamente hacia Melilla sobre diversas posiciones que van sucumbiendo una tras otra hasta llegar a Monte Arruit. Para entonces el general Silvestre había muerto ya en combate, encontrándose al frente el general de brigada de Caballería Felipe Navarro Ceballos-Escalera. Durante más de diez días unos tres mil hombres resistieron el asedio hasta que al agotarse el agua y los víveres fueron autorizados a rendirse. Una vez entregadas las armas los rifeños no cumplieron lo acordado y asesinaron salvajemente a la práctica totalidad de los prisioneros. Tan sólo dejaron con vida a un reducido grupo, entre ellos el propio general Navarro que había resultado herido, para pedir posteriormente un importante rescate económico por ellos. Serían liberados año y medio después previo su pago.


Mientras tanto el resto de las tropas que guarnecían las posiciones que no habían caído todavía intentarían replegarse directamente sobre Melilla terminarían siendo masacradas. El número total de soldados españoles muertos superaría los ocho mil y más de dos mil la de los kabileños leales. Se desconoce el número de bajas contrarias.


Poblaciones como Nador y Zeluán también fueron ocupadas por los insurrectos, quedando tan sólo Melilla, prácticamente indefensa, por lo que se enviaron vía marítima, fuerzas en su auxilio desde la zona occidental del Protectorado. Ello provocaría a su vez que “El Raisuni” aprovechase para volver a hostigar con mayor intensidad las posiciones españolas de aquella región hasta que en septiembre de 1922, gracias a las buenas artes del entonces coronel de Infantería José Villalba Riquelme, futuro ministro de la Guerra, lo convence pasando a apoyar la causa de España frente Abd-el-Krim. Dos años y medio después ello le costaría la vida.


Una vez recibidos los refuerzos suficientes de la Península comenzaría un largo periodo de operaciones cuyo primer objetivo sería contener los ataques de los harqueños insurrectos, seguidamente ir recuperando las posiciones perdidas y una vez aseguradas éstas proseguir con el avance hasta ocupar todo el Protectorado tras derrotar al enemigo. Sería una larga campaña de seis años y muy dura.


El “Desastre” tuvo muy diversas consecuencias y durante ese periodo de tiempo sucedieron muchas cosas, incluido un golpe de estado y varios cambios de gobierno. Primero se instruyó un expediente para depurar responsabilidades. Su instructor fue el general de división Juan Picasso González. En todo momento planeó la sospecha de que, al igual que había ocurrido en 1909 con el general Marina, el rey Alfonso XIII había alentado directamente al general Silvestre a proseguir en sus operaciones. En base al expediente, las Cortes formaron una comisión parlamentaria de responsabilidades cuyos debates provocaron la caída del gobierno ante las acusaciones contra el monarca. 


Nombrado nuevo gobierno se formó una segunda comisión cuyos debates fueron más complicados, estando prevista la convocatoria de un pleno parlamentario para el mes de octubre siguiente, el cual no llegó a realizarse ya que el 13 de septiembre anterior el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera Orbaneja, dio un golpe de Estado con el visto bueno del rey y disolvió las Cortes. 


Cerrada la vía de investigación parlamentaria sólo se resolvió la militar en marzo de 1924 con unas sanciones que quedarían sin efecto al mes siguiente tras decretarse su amnistía. El más caracterizado de los condenados y amnistiados fue el general de división Dámaso Berenguer Fusté, alto comisario de España en Marruecos en 1921. Terminaría siendo ascendido a teniente general y nombrado jefe de la Casa Militar de Alfonso XIII en septiembre de 1926 así como presidente del consejo de ministros en enero de 1930 tras la dimisión de Primo de Rivera. Para entonces hacía más de dos años que la campaña de Marruecos había finalizado con la victoria de las tropas españolas.


De todo ese largo periodo de operaciones sólo se mencionará, por su relevancia y trascendencia, el desembarco iniciado el 8 de septiembre de 1925 en la Bahía de Alhucemas. En abril Abd-el-Krim había realizado incursiones y ataques en el Protectorado francés lo cual motivaría la acción conjunta de sus tropas con las españolas, situación que no se daba desde los sucesos de Casablanca en 1907. 


Llevado a cabo por fuerzas españolas (unos 13.000 efectivos) embarcadas en Ceuta y Melilla, con apoyo aeronaval hispano-francés, constituiría la primera operación anfibia española. Anteriormente sólo existía una experiencia similar y resultó un fracaso. Fue en abril de 1915 por fuerzas británicas y francesas en la península turca de Galipoli durante la Primera Guerra Mundial. Desde Alhucemas se proyectarían buena parte de las columnas de operaciones que casi dos años después conseguirían ocupar todo el Protectorado. Abd-el-Krim se entregaría a los franceses en mayo de 1926 pero a pesar de las reiteradas peticiones españolas nunca lo entregaron.

 

5.- LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA DE LA ZONA DE TÁNGER (1940-1945).


La cuestión de Tánger, aún a pesar de lo interesante que debería ser para los españoles, es una de las más grandes desconocidas y apenas tratada en nuestra historiografía. Es muy de agradecer la recopilación de textos normativos que a mediados de los años 50 del siglo XX publicó el magistrado José María Cordero Torres en la revista “Cuadernos de Política Internacional”.[42]


Tánger, sita en la costa marroquí frente a la ciudad española de Tarifa, separadas por unos 30 km de mar, está profundamente ligada a nuestra Historia. Lamentablemente, sin poder entrar en mayores profundidades, nos centraremos principalmente en el periodo 1940-1945, por ser el de mayor interés a efectos de esta conferencia.


Desde finales del siglo XVIII comenzó a ser una ciudad cosmopolita con representación consular de las principales potencias europeas a la que la Conferencia de Algeciras de 1906, el Tratado Franco-Marroquí de 1912 y el Tratado Hispano-Francés de ese año, le reconocían un régimen especial en el que se conjugaban los intereses marroquíes y el de las potencias extranjeras. Tras el intento frustrado en 1914 de un convenio entre España, Francia e Inglaterra, relativo al establecimiento de un municipio internacional en Tánger, se suscribió finalmente el 18 de diciembre de 1923 por esas tres potencias un convenio sobre el estatuto de la zona de Tánger, que comprendía la ciudad y un amplio extrarradio. 


Con ello se pretendía, a través de una serie de autoridades y organismos que se convenían, por delegación de la autoridad jalifiana, que reconocía una administración internacional, asegurar el orden público y la administración general de dicha zona. Ésta, quedaba colocada bajo el régimen de neutralidad permanente, por lo que ningún acto de hostilidad podía ser realizado desde la misma ni contra ella. Tal y como se establecía, no podía crearse ni mantenerse establecimiento alguno militar, terrestre, naval o aeronáutico, ni tampoco bases de operaciones ni instalaciones susceptibles de ser utilizadas con fines belicosos. Para velar por el orden en su interior se establecía una gendarmería cuyos cuadros de mando serían europeos y la tropa indígena.


Hay que significar que si bien España hizo algunas reservas sobre algunos de los artículos al no estar conforme o necesitar aclaraciones al respecto, retiró las mismas el 8 de febrero de 1924, tras un canje de notas con Francia que prometió a cambio ciertas concesiones que nunca cumpliría. 


Dicho convenio sería revisado, parcialmente modificado y ratificado finalmente por las potencias firmantes el 14 de septiembre de 1928, al objeto de fortalecer cuestiones relativas con su seguridad y su administración. Como ejemplo de su régimen especial, atípico respecto al resto de Marruecos y sus Protectorados, decir que su Asamblea legislativa internacional, “en atención al número de súbditos, a las cifras del comercio general y a la importancia de los bienes raíces y del tráfico en Tánger de las diferentes potencias signatarias del Acta de Algeciras”, estaría compuesta por 4 españoles, 4 franceses, 3 británicos,3 italianos,1 americano, 1 belga, 1 holandés y 1 portugués, designados por los consulados respectivos. Todo ello además de 6 musulmanes y 3 israelitas, debiendo ser estos últimos súbditos del sultán.


El 21 de julio de 1935 se suscribiría otro convenio hispano-francés sobre la protección de la Zona de Tánger, al objeto de redoblar “sus esfuerzos cerca de las autoridades locales competentes en la zona de Tánger para garantizar, por los medios legales a su alcance y por su acción diplomática, la estricta observancia de las disposiciones del Estatuto de Tánger de 1923 y por los instrumentos internacionales anteriores”.


Poco más de cuatro años después comenzaba en Europa la Segunda Guerra Mundial. En esta ocasión, a diferencia de la Primera, el norte de África jugaría un papel mucho más importante y Tánger, a pesar de que la mayor parte de las potencias extranjeras representadas participaban como contendientes en el conflicto, debía seguir manteniendo el “régimen de neutralidad permanente” previsto en su estatuto de 1923.


El 14 de junio de 1940, mismo día de la entrada del ejército alemán en Paris, España, que dos días antes había acordado su “no beligerancia”, extendida la lucha al Mediterráneo por entrada de Italia en guerra con Francia e Inglaterra, en el conflicto,[43] ocupó militarmente Tánger, difundiéndose la siguiente nota: “Con objeto de garantizar la neutralidad de la zona y ciudad de Tánger, el gobierno español ha resuelto encargarse, provisionalmente, de los servicios de Vigilancia, Policía y Seguridad de la Zona Internacional, para lo cual han penetrado esta mañana fuerzas de las Mehalas Jalifianas con dicho objeto. Quedan garantizados todos los servicios existentes, que continuarán funcionando normalmente”.[44]


La acción española sorprendió al resto de potencias extranjeras que tenían intereses y representación en Tánger, pues el interés internacional estaba centrado en el teatro de operaciones europeo. Se trató de una decisión estratégica que si no hubiera sido tomada por España lo hubiese más pronto que tarde por alguno de los bandos contendientes. 


Por otra parte, España implicó no a tropas regulares de su propio Ejército sino a tropas jalifianas, integradas por marroquíes y cuadros superiores españoles. También intervino inicialmente fuerza desembarcada de un buque de guerra español pero con misión sólo de protección de los edificios consulares españoles. Bajo ningún concepto se quería que Tánger fuera ocupada por otro. Situada prácticamente en el centro del Protectorado español hubiese sido un riesgo.


Dado que el propósito de la decisión española era mantener el control de la zona de Tánger hasta la finalización del conflicto o se diesen las garantías debidas de que no se procedería a ocupar por uno de los países contendientes, se dictó la ley de 23 de noviembre de 1940. Conforme a la misma, dado que se habían suprimido temporalmente sus órganos legislativos e incorporados al Protectorado de España en Marruecos, era preciso establecer el oportuno régimen jurídico. A partir de su publicación, las normas jurídicas que se dictasen con aplicación en nuestro Protectorado tendrían también vigencia en la zona de Tánger. Y a partir de 1º de nero de 1941 el derecho español y el hispano-jalifiano dictado con anterioridad a dicha ley sería igualmente de aplicación en la zona de Tánger.[45]


La decisión española no fue precisamente del agrado del resto de potencias con intereses allí ni el resto de países contendientes pero como se había ocupado con tropas jalifianas, dado en contexto en que se daba no les quedó más remedio que aceptar los hechos consumados mientras durase la contienda. No sólo no hubo acción alguna para ocuparla por la fuerza sino que con fecha 31 de diciembre de 1940 el Reino Unido concretó con España los derechos personales, comerciales y políticos de sus súbditos en Tánger durante el periodo de administración jalifiana. Incluso cuando el 8 de noviembre de 1942 se produjo el desembarco Aliado en el norte de África, simultáneamente en el Protectorado francés y la colonia francesa de Argelia, se afirmó en una nota fechada ese mismo día que se respetaría “la situación establecida en Tánger”. 


Concluida la Segunda Guerra Mundial en el teatro de operaciones europeo se celebró el 2 de agosto de 1945 en Potsdam (Alemania) una reunión entre la Unión Soviética, Estados Unidos y Reino Unido. Uno de los temas tratados fue la zona internacional de Tánger, decidiéndose que “permanecerá internacionalizada en razón a su importancia estratégica particular”. Ese mismo mes se celebró otra reunión, esta vez en París, a propuesta de Francia, para tratar del restablecimiento parcial del régimen internacional de Tánger, pues todavía seguía bajo control español. 


El propósito era que cuando se restableciera el Estatuto Internacional de 1923, convocar una nueva reunión para examinar las nuevas propuestas de modificaciones. Éstas darían lugar a un nuevo acuerdo que sería discutido y aprobado por Francia y Reino Unido, invitándose a adherirse a Bélgica, España, Holanda, Portugal y Suecia (países firmantes de la Conferencia de Algeciras de 1906). Los Estados Unidos y la Unión Soviética serían invitados a participar en el nuevo régimen provisional. Por su parte España debía entregar la zona y evacuarla de su personal.


La delegación soviética expuso, según se hizo constar en el acta suscrita el 31 de agosto, que si “bien el pueblo español está, indudablemente, interesado en la gestión de la Zona internacional y que España debe ser llamada a participar en los organismos internacionales asociados, esta participación de España en los organismos administrativos de Tánger no debería admitirse hasta que el régimen del general Franco, instalado gracias al apoyo de las potencias del Eje, y que no representa en ningún modo al pueblo español, haya sido reemplazado por un régimen democrático”. 


Por su parte, las delegaciones américa, británica y francesa, “aunque considerando que la Conferencia de las potencias firmantes del Acta de Algeciras no se debe celebrar sin la participación de España, estima que no es deseable que ésta sea invitada mientras que el Gobierno actual de España siga en el poder”. Como solución proponían que, llegado el caso, de celebrarse dicha Conferencia, el gobierno francés lo consultase a los otros tres gobiernes. 


Ese mismo 31 de agosto, Francia y Reino Unido suscribieron otro acuerdo en el que se fijaba, entre otras cuestiones, que España debiera entregar el control de Tánger no más tarde del 11 de octubre siguiente, debiendo haber evacuado toda fuerza y material militar que allí tuviera, así como el propósito de establecer un régimen provisional regido por ambas potencias, basado en el mentado Estatuto de 1923, hasta que éste fuera revisado y entrase en vigor el nuevo que se aprobase.

 

Conforme a lo acordado, España, a medianoche del 10 al 11 de octubre de 1945, procedió a la transferencia de autoridad así como de los servicios de orden y administrativos a la nueva Administración internacional de la zona de Tánger, manteniéndose el consulado general que sería convenientemente reforzado para seguir velando por los intereses nacionales.[46]

 

6.- LA ESTRATEGIA DE FORTALECIMIENTO DEL PROTECTORADO ESPAÑOL.


A finales de febrero de 1945 el teatro de operaciones europeo estaba próximo a extinguirse con la victoria de los Aliados. Tropas de los Estados Unidos de América y del Reino Unido avanzaban hacia Berlín desde el Oeste y lo mismo hacían las de la Unión Soviética desde el Este. 


Del 4 al 11 de dicho mes se había celebrado en la Crimea soviética, la Conferencia de Yalta, donde los líderes de los tres países citados habían tomado importantes decisiones en relación a su muy pronta victoria sobre Alemania y acciones posteriores inmediatas. Coincidiendo con su finalización las fuerzas aéreas de Estados Unidos y Reino Unido habían bombardeado intensamente la ciudad alemana de Dresde hasta arrasarla por completo, causando un elevado número de víctimas entre la población civil. Militarmente era innecesario pues Alemania estaba ya vencida pero con ello se terminaba de hundir su moral.


El teatro de operaciones asiático también estaba próximo a concluir con la derrota de Japón. La pregunta que podría hacerse, sería, ¿qué sucedería una vez que las potencias del Eje habían sido vencidas?. ¿Qué sucedería con España?. Al tratar la cuestión de la zona internacional de Tánger ya se expuso que durante la contienda los Aliados iban a dejar que continuase la situación existente tras su ocupación militar por España. En febrero de 1945 no se habían celebrado todavía las reuniones citadas en relación al futuro de dicha zona estratégica del norte de África, enclavada en el Protectorado de España en Marruecos. Las opiniones de la Unión Soviética y las del resto de países aliados ya han sido referenciadas.


España, al poco del inicio de la Segunda Guerra Mundial, comenzó un ambicioso plan de artillado de costa y de construcción de forticaciones defensivas a lo largo de su litoral. Lo llevó a cabo, en la medida de sus posibilidades, que no eran muchas, en aquellos puntos que consideró estratégicos como posibles zonas de desembarco por parte de los Aliados, incluida nuestra zona del Protectorado. 


No hay que olvidar los exitosos desembarcos llevados a cabo en el Protectorado francés, dependiente entonces del gobierno colaboracionista de Vichy. Al gobierno de España se le consideraba también afín y colaboracionista del Eje y no despertaba simpatía alguna entre los Aliados. A ello se unían dos cuestiones más: el tradicional interés de Francia por determinada parte de nuestro Protectorado que siempre había anhelado, y por otra parte el reciente interés de Estados Unidos, Unión Soviética y Reino Unido por el norte de África en general, Marruecos en particular y sin olvidar las plazas españolas de Melilla y Ceuta, esta última, estretégicamente situada en el Estrecho de Gibraltar frente a la colonia británica del Peñón.


Es por ello que una de las principales decisiones que tomó al respecto el general Francisco Franco Bahamonde como jefe del Estado, sería el relevo del alto comisario de España en Marruecos y general jefe del Ejército de Marruecos. A finales de febrero de 1945 todo ello era desempeñado por el teniente general Luis Orgaz Yoldi. Por decretos de 3 y 5 de marzo siguientes, respectivamente, se le cesó como jefe del Ejército de Marruecos y alto comisario, nombrándose en su lugar al de igual empleo José Enrique Varela Iglesias.[47]


Si bien éste había sido cesado a principios de septiembre de 1942, siendo ministro del Ejército, tras un enfrentamiento con el titular de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suñer, igualmente cesado, reunía un perfil idóneo para ocupar aquellas responsabilidades en nuestro Protectorado. De alférez a teniente coronel inclusive había prestado allí servicio, donde había obtenido dos cruces laureadas de San Fernando y una medalla militar individual por su valor heroico, ésta última cuando mandaba la harka de Melilla. Además gozaba de gran prestigio personal y profesional entre los marroquíes así como de gran reconocimiento entre el alto mando del Protectorado francés, veterano también de las Campañas de Marruecos.


El archivo particular de dicho general, que actualmente constituye una sección del archivo municipal de Cádiz, contiene abundante y muy interesante documentación sobre dicho periodo. Existían planes, favorables a los intereses franceses y de otras potencias, para subvertir el orden en el Protectorado español y provocar el alzamiento de algunas kabilas, detectándose y desarticulándose redes de contrabando de armamento de guerra con destino a las mismas. Realmente nada que no hubiera sucedido varias décadas atrás, si bien esta vez no ocurrió nada de ello. En esta ocasión sí se había tomado nota de las lecciones aprendidas.


Varela, además de asumir los cargos de alto comisario y jefe del Ejército de Marruecos era también el inspector de la Legión y de las Tropas Jalifianas así como gobernador general de Ceuta y Melilla, es decir, detentaba absolutamente todo el poder español en el norte de África y mantuvo una magnífica relación personal e institucional con el jalifa, Muley Hasan Ben el Mehdi Ben Ismail, como representante del sultán de Marruecos, Mohamed V


La relevancia de su puesto era innegable y de gran interés para las potencias cuya victoria sobre Alemania era inminente. Estando Varela en Algeciras, con objeto de embarcar para Ceuta y tomar posesión en Tetuán, el cónsul británico aprovechó para reunirse con él, bajo pretexto de saludarlo. Durante su permanencia en ese cargo, hasta su fallecimiento en 1951 en Tánger, donde se encontraba descansando unos días, mantuvo numerosas reuniones de todo tipo, incluidas las consulares de Tánger, al objeto de mantener el correspondiente status quo en el Protectorado español. Todo ello sin olvidar que fue el responsable in situ de que se efectuase sin novedad el traspaso en octubre de 1945 a la nueva administración internacional de la zona de Tánger. Una vez superada dicha cuestión, comenzó a realizar su labor más importante, llevado de su gran prestigio ante los marroquíes.


Se trató del recorrido político-militar que realizó en los primeros años por todo el territorio para renovar y fortalecer la adhesión de todas kabilas a España frente a las agitaciones políticas que se comenzaban a dar en Marruecos, Argelia y Túnez, promovidas por la Liga Árabe exigiendo la independencia. En el caso concreto de Marruecos las actividades nacionalistas eran mucho más activas en la parte francesa que en la española.


Ello se contrarrestaba con una intensa política de mejoras sociales y planes de construcciones que pusieran en valor la presencia y acción española en Marruecos. No obstante, la mejor herramienta para fortalecer las relaciones hispano-marroquíes dentro de nuestro Protectorado fueron los mentados recorridos político-militar que perseguían tres propósitos.


El primero era demostrar a las juventudes nacionalistas, muy activas en núcleos urbanos grandes como Tetuán, que deseaban abolir el tratado del Protectorado para proclamar seguidamente la independencia, que las principales kabilas de nuestra zona eran contrarias a dicha pretensión. El segundo era dar a conocer a los kabileños la acción social, constructora, económica e industrial, que España iba realizando en dichos territorios para mejorar su evolución, para pulsar su verdadero sentir y lograr seguidamente su renovación de adhesión así como fortalecer los lazos de unión con el pueblo marroquí. Y el tercero, era visitar personalmente todas las guarniciones territoriales al objeto de conocer su situación y estado, fortaleciéndolas caso necesario. Cada recorrido por una población se escenificaba con un desfile militar de las fuerzas que habían rendido honores, seguida de toda la población local marroquí, que desfilaban llevando a su frente sus banderas y enseñas religiosas y gremiales. Si bien todo ello fue de gran utilidad casi una década más, la realidad era que el proceso de independencia era imparable.


7.- LA INDEPENDENCIA DE MARRUECOS (1956).


Por muchas estrategias que se diseñasen y se pusieran en práctica desde España y Francia, por cierto bien diferentes entre sí, el proceso de independencia de Marruecos resultó imparable. Nuevamente, gracias a la mentada recopilación de textos efectuada por el magistrado Cordero Torres y reproducidos en los “Cuadernos de Política Internacional”, conocemos el proceso y su resultado.


En la zona del Protectorado francés la situación se fue radicalizando cada vez más, llegándose a producir disturbios e incluso atentados terroristas. Las diversas acciones realizadas por Francia para neutralizar la acción nacionalista de los independentistas fueron fracasando una tras otra. La más importante de aquellas fue la de enviar al exilio en 1953 al sultán Mohamed V, recluyéndolo en la isla de Magadascar, y sustituirlo por un pariente suyo. Resultó un craso error que sólo sirvió para potenciar el movimiento independentista y fortalecer la figura del verdadero sultán, produciéndose violentos enfrentamientos. Dos años más tarde, en 1955, Francia tuvo que permitir su regreso a Marruecos, haciéndolo en olor de multitudes que aprovechó para encabezar las reiteradas peticiones de independencia del país.


Consciente de la situación y con otro frente colonial nada pacífico abierto en Argelia, que alcanzaría la independencia años después, Francia comenzó a negociar la mejor forma de poner fin a su Protectorado en Marruecos y salvaguardar, en la medida de lo posible, sus intereses. Una vez llegado a un acuerdo, procedió el 2 de marzo de 1956 a firmar en París con Marruecos el reconocimiento de su independencia, iniciandose un periodo transitorio para el traspaso de las responsabilidades. La salida de Francia no sería inmediata.


España, por su parte, si bien no había sufrido en esos años previos ni el clima de enfrentamiento ni la violencia suscitada en la zona francesa, procedió a hacer lo mismo en Madrid el 7 de abril siguiente, ya que no tenía razón alguna de ser la continuación de su Protectorado. Igualmente se iniciaría un periodo transitorio para el traspaso de las responsabilidades y su salida tampoco sería inmediata.


Respecto a la zona internacional de Tánger se integró a raíz del Protocolo firmado el 29 de octubre de 1956, pues igualmente era ya innecesario mantener su estatuto tras la independencia de Marruecos. Tras un periodo transitorio se celebró una conferencia internacional que pretendía negociar un régimen económico que fuera de interés para todas las partes frente al criterio de Marruecos que defendía que el futuro de Tánger era una cuestión exclusiva de dicho país. Y así terminó siendo.[48]

 

8.- LA GUERRA DE IFNI (1957-1958) Y SU CESIÓN A MARRUECOS (1969).

 

Se trataba de un pequeño territorio que no llegaba a los 2.000 kmô enclavado al sur de Marruecos pero que no había pertenecido nunca al mismo. Sus orígenes españoles se remontaban a 1476, cuando el capitán Diego García de la Herrera, “Señor de las Canarias”, desembarcó en sus costas y levantó la fortaleza de Santa Cruz de Mar Pequeña. La razón de ocupar esa zona, situada frente a las islas Canarias, era protegerlas de los frecuentes ataques que sufrían de los piratas procedentes de allí. 


Tras la victoria española en la "Guerra de África" de 1860 se reconoció nuevamente nuestra soberanía en aquel territorio. En el Tratado de Paz y Amistad de Tetuán, suscrito el 20 de abril de 1860 por el sultán de Marruecos, se concedió a perpetuidad dicha zona. Sin embargo, no fue hasta la Segunda República en 1934, que se volvió a proceder a su ocupación. La misión le fue asignada al coronel de infantería Osvaldo Capaz Montes.


El 9 de abril se dictó un decreto por el que se disponía la creación de un gobierno especial, regido por la figura de un gobernador que asumía el mando civil y militar con plenitud de funciones. Posteriormente, como elemento indispensable para el mantenimiento del orden y seguridad del territorio, se dispuso la creación de un cuerpo armado denominado "Guardia Civil de Ifni", dependiente de la también creada Oficina de Asuntos Indígenas. Para guarnecer dicho territorio se creó igualmente el "Batallón de Tiradores de Ifni", con cuadro de mandos europeos y tropa indígena.


Realmente no sucederían vicisitudes de relevancia hasta la independencia de Marruecos en 1956. El territorio de Ifni, al igual que el Sahara y las plazas españolas de Ceuta y Melilla no fueron incluidas en el acuerdo hispano-marroquí ya que nunca habían pertenecido a Marruecos. Sin embargo, el propósito del monarca alauita, apoyado por el “Istiqlal”, partido político nacionalista que desde los años 40 venía propugnado la unificación e independencia de lo que denominaban el “Gran Marruecos”, era anexionarse el territorio de Ifni. Todo ello a su vez hay que situarlo en el contexto del proceso de descolonización que estaba experimentando el continente africano a lo largo de esa década y siguiente.


Por orden de 12 de febrero de 1947, Ifni junto al Sahara, habían pasado a integrar los territorios del África Occidental española.[49] Desde determinados sectores de Marruecos se promovieron una serie de acciones subversivas para integrar Ifni en su territorio. Se promovieron en abril de 1957 manifestaciones pro-marroquíes y se produjo el asesinato de algunos destacados indígenas leales a España. 


Sin embargo, el hecho más grave sería el ataque llevado a cabo el 23 de noviembre siguiente por las bandas armadas del denominado “Ejército de Liberación Marroquí”, de procedencia e intereses marroquíes, a diversos puestos españoles y que daría lugar al inicio de la llamada Guerra de Ifni que se prolongaría hasta junio del año siguiente. Durante la misma resultaría muertos en combate unos trescientos militares españoles. Hay que significar que también resultarían atacados los territorios de Cabo Juby (limítrofe con el sur del antiguo Protectorado francés, ya Marruecos) y el norte del Sahara español.


La contienda si bien fue ganada con las armas por España (los Acuerdos con EE.UU. de 23 de septiembre de 1953 impidieron utilizar el moderno armamento recibido por lo que se combatió con un armamento obsoleto), su soberanía, por decisión política española, quedó reducido en la práctica a apenas a unos 80 kmô alrededor de su capital, Sidi Ifni, permitiendo que las fuerzas irregulares marroquíes, posteriormente sustituidas por sus tropas, ocupasen el resto de lo que ya había sido declarada, al igual que el Sahara, provincia española por decreto de 10 de enero de 1958.[50] 


Dicha situación se mantendría durante una década hasta que como consecuencia de una resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas, de 18 de diciembre de 1968, reiterando la descolonización de la colonia británica de Gibraltar así como de los territorios de Ifni y Sahara, España y Marruecos firmaron el Tratado de 4 de enero de 1969, sobre retrocesión del territorio del Ifni, materializado el 30 de junio.


Influyó notablemente la resolución mentada con la que España pasaba a cumplirlo mientras que el Reino Unido seguía incumpliendo respecto a su colonia de Gibraltar. A ello había que añadir el escaso valor estratégico que entonces se le daba a aquel territorio así como el elevado coste de su mantenimiento. Igual suerte había corrido Cabo Juby entregado en abril de 1958, todo ello como consecuencia del Acuerdo de Cintra, en Portugal, suscrito por ambas partes el día 1º de dicho mes. 

 

9.- LA CRÍSIS DE GUINEA Y SU EVACUACIÓN (1969). 


Las antiguas posesiones españolas en el Golfo de Guinea comprendían las islas de Annobón, Corisco, Elobey Grande, Elobey Chico, Fernando Poo y el territorio continental existente entre el río Campo y el estuario del Muni. La isla de Fernando Poo era la más grande e importante de la zona y había sido descubierta al igual que la de Annobón, en el año 1472 por el navegante portugués Fernao do Poo. Tres siglos más tarde la reina María I de Portugal y el rey Carlos III de España firmaron un tratado, ratificado en 1778, mediante el cual se permutó la soberanía de ambas islas por la de Santa Catalina y la colonia de Sacramento, sitas en América del Sur.


Desde 1858 existió una guarnición fija consistente inicialmente en una compañía de infantería del Ejército. A partir de 1869 y como consecuencia de pasar a depender todo el Golfo de Guinea del Jefe de la Estación Naval de la Armada Nacional, la guarnición fue sustituida por un batallón de Infantería de Marina, formado por dos compañías.


Por el Tratado de París de 27 de septiembre de 1900, se reconoció la soberanía de España, entre los ríos Campo y Muni. Se trataba de un extenso territorio de 26.000 kmô. Una de las dos compañías se estableció allí. Dado el insalubre clima continental y que tantas enfermedades provocaba se empezó a enrolar a soldados indígenas.


Al hacerse cargo el Ministerio de Estado de su régimen de gobierno y administración, se dispuso por real decreto de 14 de julio de 1904 la formación de una entidad denominada “Territorios Españoles del Golfo de Guinea”, dividida en cuatro distritos: Fernando Poo, Bata, Elobey y Annobón.


En la ley de presupuestos de ese año se estableció que el mando e instrucción de su Cuerpo de Policía y Orden Público estuviese a cargo de la Guardia Civil, mientras que la tropa sería indígena, siguiéndose el sistema empleado en su día en Filipinas.


Como consecuencia de las reales ordenes de 30 de marzo y 31 de julio de 1907, expedidas por los Ministerios de Estado y Gobernación, el de Guerra dictó el 19 de agosto siguiente, otra en la que se determinó la denominación del nuevo cuerpo colonial: Guardia Civil de los Territorios Españoles del Golfo de Guinea, así como la situación de sus oficiales y tropa europea.


En la Ley de Presupuestos de 1908 se sustituyó el nombre anterior, por el de Guardia Colonial de los Territorios Españoles del Golfo de Guinea. El día 10 de enero se aprobó su reglamento al que se llevó lo más útil del de la Guardia Civil peninsular, adaptado a las peculiaridades de esa zona y sus habitantes.


En la década de los 50 se inició un lento proceso de descolonización en muchos de los territorios africanos que se encontraban ocupados por diversos países europeos. Los violentos sucesos ocurridos en otras zonas africanas provocaron la necesidad de poder contar con una compañía de carácter móvil, de la Guardia Civil, con residencia en Bata, que vigilase las fronteras con Camerún y Gabón, que estaban a punto de alcanzar su independencia.


Por la ley de 30 de julio de 1959 se crearon las provincias guineanas de Fernando Poo (formada por las islas de Fernando Poo y Annobón) y de Río Muni (constituida por el territorio continental y las islas de Corisco, Elobey Grande y Elobey Chico). 


El magnífico resultado que dio la Compañía Móvil de la Guardia Civil de Bata, motivó que se dispusiera poco después la creación de una segunda cuya residencia se fijó en Santa Isabel. Estas unidades, con el paso del tiempo, fueron estableciendo al margen de los que tenía la Guardia Territorial, destacamentos aislados y cuya misión principal era patrullar caminos y fronteras en vehículos todo terreno. 


Fruto de las resoluciones de la Asamblea General de Naciones Unidas se había procedido desde mediados de los años 60 del siglo XX a preparar el camino hacia la plena soberanía de Guinea Ecuatorial. En noviembre de 1963, las Cortes Españolas aprobaron unas bases de régimen autónomo que tras ser aprobadas en plebiscito entraron en vigor el 1 de enero de 1964. El 22 de septiembre de 1968 se realizaron, bajo la supervisión de la ONU, las primeras elecciones. Como ninguno de los tres candidatos obtuvo la mayoría necesaria se procedió a una segunda vuelta el día 29, resultando esta vez elegido Francisco Macías N' Guema Biyono.


Al aproximarse la fecha de la independencia, 12 de octubre de 1968, se procedió a una reorganización de las fuerzas militares españolas allí establecidas que facilitase en su momento la transmisión de poderes al nuevo gobierno. A tal efecto se creó por decreto de 24 de septiembre de 1968 el “Mando de las Fuerzas Armadas Españolas en la Guinea Ecuatorial.” Dichas fuerzas se constituyeron con las dos Compañías Móviles de la Guardia Civil, que dejaron de estar agregadas a la Guardia Territorial; las unidades de la Armada estacionadas en aquellas aguas y las fuerzas aéreas establecidas en aquellos territorios. Su mando fue encomendado a un coronel del Ejército, bajo la dependencia provisional del Comisario general de ambas provincias, que desde 1964 gozaban ya de un gobierno autónomo.


Por su parte, la Guardia Territorial, con su jefatura, cuadro de oficiales, instructores y tropa, continuaría, hasta la transmisión de poderes, bajo la dependencia del mencionado Comisario general.


A las 12 horas del 12 de octubre de 1968 se celebró en Santa Isabel la ceremonia de entrega de poderes, siendo nombrado presidente de la República de Guinea Ecuatorial, Francisco Macías Nguema Biyono, proclamado diez días antes por la comisión electoral como vencedor de los comicios celebrados a tal fin.


Desde ese momento la Guardia Territorial se reconvirtió en la “Guardia Nacional,” permaneciendo inicialmente en ella la mayor parte de los efectivos indígenas y pasando a ser la única fuerza militar del nuevo estado. 


Lamentablemente, la situación interna de la nueva república empezó a complicarse al existir una profunda división entre los partidarios y detractores del nuevo presidente y su forma de gobernar. Durante la última semana del mes de febrero de 1969 la situación empeoró ostensiblemente y se produjeron diversos incidentes de gravedad. El 1º de marzo y durante los doce días siguientes se declaró el estado de emergencia en todo el país, imponiéndose el toque de queda y prohibiéndose cualquier tipo de reunión. 


El día 2 cerca de 500 españoles abandonaron en barco Guinea. En la noche del 4 al 5 se produjo un intento de golpe de estado y asalto al palacio presidencial que se saldaron con varios muertos indígenas. Los partidarios armados del presidente comenzaron a sembrar el terror en Bata y Santa Isabel. El embajador español dispuso el acuartelamiento de las fuerzas de la Guardia Civil, a fin de que en modo alguno pudieran quedar involucradas en la crisis interna guineana, ya que inicialmente habían ocupado preventivamente algunas posiciones estratégicas. 


La población española, alarmada por la situación, empezó a concentrarse en Bata y Santa Isabel, especialmente después de que los partidarios gubernamentales les requisasen todas las armas de caza y defensa personal que tenían.


Ante la gravedad de lo que estaba sucediendo, España solicitó a la ONU la presencia de observadores internacionales y manifestó que las dos compañías de la Guardia Civil serían retiradas de Guinea en cuanto quedase completamente garantizada la seguridad de los españoles residentes en el país y la libre salida de cuantos deseasen abandonarlo. 


La tensión fue agravándose hasta el punto que después de nuevos incidentes se procedió a la evacuación de todas las fuerzas españolas y población europea que lo deseara, organizándose con el apoyo de la Armada la operación "Ecuador" que finalizó el 5 de abril con rumbo a las islas Canarias a donde llegaron dos semanas después. En total se estimó que por vía marítima y aérea abandonaron Guinea en el mes de marzo unos 3.500 residentes españoles.


Por decreto de la Presidencia de Gobierno de 6 de junio de 1969 se derogaba el de 24 de septiembre del año anterior, suprimiéndose el Mando de las Fuerzas Armadas en la Guinea Ecuatorial. La historia militar española en el Golfo de Guinea, por el momento, se había acabado.

 

10.- EL SAHARA Y LA MARCHA VERDE (1975).


Ya en 1966 el Comité de Descolonización de la ONU se había manifestado a favor de la autodeterminación del Sahara, a lo que España era reticente. No obstante, tras la resolución de la Asamblea General de 18 de diciembre de 1968, se decidió acatarlo e iniciar el correspondiente camino para ello. 


En 1973 mientras tanto, se creó en Mauritania una organización saharahui que pretendía alcanzar la independencia del territorio mediante el empleo de cualquier procedimiento contra quien entonces consideraba su enemigo: España. De hecho realizaría varios atentados y ataques siendo el más relevante de ellos el secuestro, en mayo de 1975 con el apoyo de la traición de la tropa indígena, de dos patrullas españolas que serían hechas prisioneras y trasladadas a Argelia. 


España, por el contrario, tiene intención de celebrar un referendum de autodeterminación. Marruecos se opuso rotundamente a ello desde el primer momento. Dado ese enfrentamiento de posturas la ONU decidió solicitar el 11 de diciembre de 1974 el correspondiente informe al Tribunal Internacional de la Haya. El 16 de octubre de 1975 dio la razón a la tesis española que era muy similar a la planteada por los británicos. Es decir, el Sahara Occidental no tenía vínculo alguno ni con Marruecos ni con Mauritania. La reacción de Marruecos fue inmediata, si bien es cierto que llevaba mucho tiempo preparándola, y se convocó por su rey, Hassan II, hijo de Mohamed V, la “Marcha Verde”, que consistía en una “invasión pacífica” por decenas de miles de marroquíes de la provincia española del Sahara.


El 5 de noviembre Hassan II se dirigió a traves de los medios de comunicación a los “voluntarios” marroquíes que iba a participar en la “Marcha Verde”, para decir que no deseaba la guerra contra España y que incluso en su avance dentro del Sahara, al toparse con los españoles, lo que debía hacer era abrazarlos y festejar el encuentro.


Mientras tanto, ese mismo día, el jefe del Estado español era ingresado en el hospital madrileño de La Paz, donde terminaría falleciendo dos semanas más tarde.


En total se movilizaron unos 350.000 “voluntarios”, de los cuales, unos 50.000 cruzarían al Sahara español, tras cortar las alambradas puestas en la zona fronteriza. Una vez en su interior procedieron a establecer un campamento mientras continuaron sumándosele más “voluntarios”.


Ello a su vez provocó la reacción inmediata del gobierno español que envió a su ministro de Asuntos Exteriores, Antonio Carro Martínez, a Agadir para reunirse con Hassan II. El 9 de noviembre, es decir, tan sólo tres días después, y una vez obtenidas las garantías suficientes de cumplimiento de promesa por parte española, se ordenó por el rey alauita el repliegue de la “Marcha Verde”. No habría referendum de autodeterminación, cuestión que no le interesaba ya que los saharahuis  nunca hubieran votado a favor de los marroquíes.


El 14 de noviembre se firmarían en Madrid los Acuerdos Tripartitos por lo que España cedía la administración del Sahara a Marruecos y a Mauritania, si bien no cedía la soberanía, ya que condideraba que la misma le correspondía a los habitantes del Sahara.

 

11.- UNA REFLEXIÓN MÁS QUE UNA CONCLUSIÓN.


La acción española en África a lo largo del siglo XX fue muy diferente de la realizada en siglos anteriores en el continente americano, pues de hecho no puede hablarse realmente de una colonización propiamente dicha. A América, España fue por iniciativa propia sin que dicha decisión fuera forzada por otras potencias de la época. En cambio a África se fue por otras razones bien diferentes.


¿Debimos ir al continente africano?. ¿Realmente era necesario?. ¿Compensó el coste de vidas humanas y de recursos económicos?. Esas son algunas de las preguntas que podría formularse el lector y responderse a sí mismo.


España estaba ya en el norte de África con dos plazas españolas de soberanía incuestionable como son las de Ceuta y Melilla y desde el punto de vista práctico, muy posiblemente no hubiera sido necesario nada más. Nuestra presencia en lo que sería el Protectorado interesó siempre más a los británicos que a los franceses. Los primeros no querían que los segundos tuvieran el control absoluto del otro lado del Estrecho de Gibraltar. Los británicos estaban centrados entonces en Egipto y otros países de Oriente Medio, asegurando el control del estratégico Canal de Suez, pero no querían dejar de tener su control sobre la otra llave de paso al Mar Mediterráneo. Los franceses siempre tuvieron su propia hoja de ruta, donde los españoles eran habitualmente más un incordio que cualquier otra cosa, y eso que la mayor parte de la franja del territorio que les fue asignada fue con diferencia la peor, la más compleja y la menos productiva. Nunca compensó económicamente a España participar en dichas cuestiones. 


Personalmente me quedo con la frase  publicada en el diario “El País” el 8 de abril de 1906 y que fue citada al inicio de la conferencia: No vale Marruecos la sangre y el oro que habría de costar una guerra”. Es cierto que España ha escrito grandes páginas de gloria en esos territorios pero también es cierto que nos han publicado páginas de mucho dolor y nulo beneficio. 


Afortunadamente, la situación actual, es muy diferente de la de entonces y en un mundo globalizado como el que vivimos, con riesgos emergentes y amenazas asimétricas, debemos sacar lecciones aprendidas de la historia y no volver a cometer los mismos errores. A Hassan II se le atribuye la frase de que España y Marruecos están condenados a entenderse. Y personalmente opino que es cierto si bien preferiría reemplazar la palabra “condenados” por la de “llamados”. La verdad es que sería así mucho mejor.


Y por último, a la vista de cómo fue el devenir de esas décadas del siglo XX que hemos recorrido, también podríamos reflexionar sobre aquella parte del “Cantar de Mío Cid” que decía, “que buen vasallo si hubiera buen señor”, pues eso es lo que le faltó a muchos españoles que estuvieron en aquellos escenarios, perdiendo la vida en muchas ocasiones, y cuyos gobernantes no estuvieron a la altura de su heroismo y su sacrificio. 

 



[1] Madrid Científico, núm. 538, 1906, pp.1-3. Madrid.

[2]  El País, núm. 6.820, 08/04/1906, p. 1. Madrid.

[3] Le Petit Journal, núm. 16.153, 24/03/1907, p. 1. París.

[4] Le Petit Journal, núm. 16.164, 30/03/1907, p. 1. París.

[5] Le Petit Journal, núm. 16.288, 01/08/1907, p. 1. París.

[6] Le Petit Journal, núm. 16.290, 03/08/1907, p. 1. París.

[7] ABC, núm. 788, 01/08/1907, p. 7. Madrid.

[8] ABC, núm. 789, 02/08/1907, p. 7; núm. 790, 03/08/1907, p. 4. Madrid.

[9] Le Petit Journal, núm. 16.297, 10/08/1907, p. 1, París; ABC, núm. 799, 12/08/1907, p. 2. Madrid.

[10] ABC, núm. 801, 14/08/1907, p. 2. Madrid.

[11] ABC, núm. 454, 10/04/1906, p. 9. Madrid.

[12] El Imparcial, núm. 14.772, 01/05/1908, p. 1; y núm. 14.774, 03/05/1908, p. 1. Madrid

[13] Le Petit Journal, núm. 16.847, 10/02/1909, p. 1. París.

[14] Revue Industrielle, núm. 1.801, 07/12/1907, p. 657. París.

[15] RIVET Daniel. “Mines et politique au Maroc, 1907-1914 (D'après les Archives du Quai d'Orsay)”. En Revue d’histoire moderne et contemporaine, tomo 26, núm. 4, octubre-diciembre 1979, pp. 549-578. París.

[16] SANMARTÍN SOLADO, Ginés. “La Compañía Española de Minas del Rif (1907-1984).” En Aldaba, Centro Asociado de la UNED de Melilla, 1985, pp. 55-74.

[17] Le Petit Journal, núm. 16.676, 23/08/1908, p. 1. París; núm. 16.677, 24/08/1908, p. 1; y núm. 16.678, 25/08/1908, p. 1

[18] GARCÍA ÁLVAREZ, Manuel y GARCÍA PÉREZ, Antonio. Operaciones realizadas en Melilla a partir del día 9 de julio de 1909. Toledo, Imprenta y Librería de la viuda e hijos de J. Peláez, 1909.

[19] El País, núm. 7.999, 10/07/1909, pp. 1-2.

[20] MUÑOZ BOLAÑOS, Roberto. “La Campaña de 1909”. En Las Campañas de Marruecos (1909-1927). Almena Ediciones, Madrid, 2001, pp. 17-18.

[21] ALONSO IBÁÑEZ, Ana Isabel. Las Juntas de Defensa Militares (1917-1922). Madrid, Ministerio de Defensa, Tesis Doctoral, 2004.

[22] Gaceta de Madrid, núm. 192, 11/07/1909, pp. 57-58.

[23] Gaceta de Madrid, núm. 194, 13/07/1885, pp. 115-123. 

[24] La Vanguardia, núm. 13.156, 02/08/1909, pp.1-2; ABC, núm. 1.519, 04/08/1909, pp. 5-10;

[25] AVILÉS FARRÉ, Juan. Francisco Ferrer y Guardia. Pedagogo, anarquista y mártir. Marcial Pons, Ediciones de Historia, Madrid, 2006, pp. 217 y 246-261.

[26] Gaceta de Madrid, núm. 217, 05/08/1909, p. 298.

[27] ABC, núm. 1.520, 05/08/1909, p. 8. 

[28] ABC, núm. 1.573, 27/09/1909, pp. 5-9.

[29] ABC, núm. 1.576, 30/09/1909, pp. 5-12.

[30] CEBREIROS CURIESES, Nazario. Verdades amargas. La Campaña de 1909 en el Rif (Relato y juicios de un testigo). Impresa Artística Española, Madrid, 1910, p. 174.

[31] Gaceta de Madrid, núm. 285, 12/10/1909, p. 86.

[32] El Globo, núm. 11.879, 14/10/1909, p. 1. Madrid.

[33] Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, núm. 142, 01/07/1911, p. 1.

[34] ABC, núm. 2.172, 23/05/1911, p. 9.

[35] Le Petit Journal, núm. 17.672, 16/05/1911, p. 1; ABC, núm. 2.190, 10/06/1911, pp. 4-5; núm. 2.191, 11/06/1911, p. 9; núm. 2.192, 12/06/1911, pp. 5-6.

[36] Le Petit Journal, núm. 17.845, 05/11/1911, p. 1; núm. 17.848, 08/11/1911, p. 1; ABC ABC, núm. 2.342, 09/11/1911, p. 18.

[37] ABC, núm. 2.267, 26/08/1911, p. 7; núm. 2.269, 28/08/1911, p. 10.

[38] ABC, núm. 2.318, 16/11/1911, pp. 1, 5-7.

[39] ABC, núm. 2.529, 16/05/1912, pp. 5-6; núm. 2.532, 19/05/1912, p.9; y núm. 2.533, 20/05/1912, p. 9.

[40] Gaceta de Madrid, núm. 21, 21/01/1912, pp. 186-208.

[41] CORDERO TORRES, José María. “Textos sobre las relaciones hispano-marroquíes y la independencia de Marruecos (2.ª parte)”. En Cuadernos de Política Internacional, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, n.º 26, abril-junio 1956, pp. 158-168.

[42] CORDERO TORRES, José. “La organización de la Zona internacional de Tánger. Textos básicos sobre la organización de la actual Zona internacional de Tánger”. En Cuadernos de Política Internacional, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, n.º 18, abril-junio 1954, pp. 147-239.

[43] Boletín Oficial del Estado, núm. 165, 13/06/1940, p. 4.068.

[44]ABC, núm. 10.704, 15/06/1940, p. 3. 

[45] Boletín Oficial del Estado, núm. 336, 01/12/1940, pp. 8.250-8.251.

[46] ABC, núm. 12.362, 11/11/1945, p. 12; núm. 12.363, 12/11/1945, p. 18; y núm. 12.364, 13/11/1945, p. 10; Boletín Oficial del Estado, núm. 256, 13/09/1945, p. 1.710; núm. 279, 06/10/1945, p. 2.143; y núm. 287, 14/10/1945, p. 2.295.

[47] Boletín Oficial del Estadonúm. 65, 06/03/1945, p. 1.823; y núm. 66, 07/03/1945, p. 1.858.

[48] SOLANO AZA. Miguel. “Tánger, 1945-1956”. En Cuadernos de Política Internacional, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, n.º 28, octubre-diciembre 1956, pp. 115-151.

[49] Boletín Oficial del Estadonúm. 50, 19/02/1947, pp. 1.188-1.190.

[50] Boletín Oficial del Estadonúm. 12, 14/01/1958, p. 87.

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